Por Julio C. Gambina
El debate sobre Venezuela
convoca a discutir la posibilidad de ir más allá del orden capitalista, algo
que sobrepasa cualquiera de las consideraciones sobre las especificidades nacionales.
La discusión apunta a la
transición del capitalismo hacia una sociedad no capitalista, parte de un
debate más amplio que inauguró la revolución rusa en 1917 y que no cerró el
colapso de la URSS en 1991.
Esa transición se resignificó
en cada una de las experiencias de procesos que autodefinieron su rumbo contra
el orden del capital, en China de 1949 y más aún con la modernización desde
1978; en Cuba hace 60 años y recientemente con el cambio de la economía desde
2011; o en Vietnam desde 1973/5 con la unificación territorial y su
actualización asociando mercado y socialismo, sin renegar del objetivo
anticapitalista.
Son temas que se actualizaron
en Nuestramérica en la primera década del siglo XXI, con la reaparición del
objetivo socialista, ratificado bajo la actual renovación cubana, con cambios
en la generación que conduce la experiencia; las concepciones por el socialismo
del Siglo XXI en Venezuela desde fines del 2004; o el socialismo comunitario
formulado desde Bolivia en enero del 2010; incluso con las manifestaciones
constitucionales del 2009 por el Vivir Bien boliviano o el Buen Vivir
ecuatoriano.
Obvio resulta concluir que al
orden capitalista no le resulta ajeno el boicot a cualquier intento
transformador, que acote el ámbito de accionar del régimen de la ganancia y por
eso, más allá del petróleo o cualquier consideración, la cuestión estratégica
del rumbo de la transición define el accionar actual en la
coyuntura contra Venezuela y el gobierno de Nicolás Maduro.
Crítica de la realidad
Los debates son varios y
entre otros remiten a discutir el socialismo y claro, su opuesto, el
capitalismo. Recordemos que hacia 1990 bajo el influjo del fin de la historia y
de las ideologías, lo que aparecía era el fin de la utopía anticapitalista y el
triunfo, por fin, del orden capitalista.
Es 1990 un momento de
consolidación de una fuerte ofensiva capitalista por modificar
reaccionariamente las relaciones sociales imperantes, abandonando todo vestigio
de concesión de derechos individuales y colectivos por parte del Estado
capitalista.
Por eso, el dato de la
realidad es la hegemonía capitalista del sistema mundial, que como conjunto de
las relaciones sociales de producción, es lo que se expande en el ámbito
mundial.
Las consecuencias directas
impactan sobre la población mundial y el planeta tierra, bajo las formas
crecientes de explotación de la fuerza de trabajo y la depredación de la
naturaleza.
Son sus formas de acción la
militarización de la vida cotidiana y aceleración de formas especulativas en el
ámbito de la economía y las finanzas, asociando ambos aspectos en un aliento a
una cotidianeidad del crimen; sea la trata de personas, la venta de armas o
drogas, junto a la evasión o elusión fiscal en paraísos que ocultan cuantiosas
ganancias en un mundo de mayor desigualdad y concentración de la riqueza.
En efecto, lo que crece en el
sistema de relaciones sociales de producción es la salarización de la población
mundial, bajo las nuevas condiciones que explicita la OIT cuando habla de 190
millones de desempleados o 2.000 millones de personas bajo condiciones de
trabajo informal, dando cuenta de la creciente flexibilización laboral y la
pérdida de derechos sociales, laborales, individuales y colectivos.
Pero también se modifican las
relaciones en el Estado, con cambios reaccionarios en sus funciones, más
favorables a la promoción de la mercantilización, las privatizaciones y la
libre circulación de mercancías, servicios y capitales, subordinada a la lógica
del capital más que a satisfacer demandas sociales conquistadas por la lucha
popular.
Esos cambios en el Estado
imponen la apertura liberalizadora de las economías para vincular más
estrechamente un sistema de relaciones internacionales que ratifica la
existencia de un único mercado mundial y en consecuencia determinadas
organizaciones supranacionales y una juridicidad acorde.
Son cambios relacionales que
entran en contradicciones variadas y no solo económicas, entre los afectados y
vulnerables de menores ingresos o excluidos de la lógica hegemónica, sino también
políticas, entre quienes gestionan los principales países del mundo, con las
novedades que supone la emergencia de los nuevos nacionalismos al estilo Trump
o Bolsonaro, por solo mencionar dos fenómenos cercanos al debate regional.
Pero, más allá de cualquier
contradicción entre globalizadores a ultranza y nacionalismos variados, la
dominación social y territorial se impone, especialmente si se trata del
petróleo, insumo estratégico del modelo productivo capitalista.
La cuestión petrolera está en
el centro de las agresiones estadounidenses en Irak, Libia o Venezuela y la
crítica al orden capitalista debe asentarse en problemas esenciales. La energía
es asunto esencial en el proceso de dominación mundial contemporáneo y
Venezuela es la principal reserva mundial de petróleo, ubicada geográficamente
a pocos días de transporte de crudo al principal consumidor mundial.
A EEUU no le alcanza con
comprar el petróleo venezolano, necesita asegurar estratégicamente su provisión
regular, evitando cualquier potencialidad de manejo soberano de la producción
de hidrocarburos, hoy dependiente de la tecnología en manos de las petroleras
transnacionales.
Cuenta EEUU para ello con la
complicidad del orden político hegemónico, aun con las contradicciones
derivadas de la especificidad e impronta personal e ideológica de Trump.
No hay duda por eso, entre
las principales potencias capitalistas y sus aliados, en apoyar la injerencia
de EEUU sobre Venezuela aun cuando Trump les genere molestia en el campo de la
dominación capitalista. Sea en el Consejo de Seguridad de la ONU o en la OEA,
los que se alinean con EEUU son los defensores de la explotación y el saqueo.
Consideraciones sobre los
intentos de transición
Claro que la ecuación de la
crítica debe alcanzar a los intentos de transformación social y verificar las
dificultades de la transición.
Queda aún pendiente el debate
sobre la debacle en el este de Europa, que no solo incluye la agresión del
orden capitalista hegemónico en el ámbito mundial, sino también las propias
limitaciones de las experiencias a nombre del anticapitalismo.
Entre ellas aparece el
burocratismo y la corrupción, que se arrastran esencialmente de las formas de
gestión previas.
Fueron argumentos esgrimidos
por Lenin antes de su muerte en 1924 e incluso forma parte del argumental
crítico de Trotsky y el trotskismo a la realidad de la evolución de la URSS.
Son argumentos que se encuentran en el Che y sus aportaciones teóricas para
pensar una construcción del socialismo diferenciada con los métodos de gestión
de la URSS.
Sin perjuicio de ello, un
dato de la realidad deviene de la complejidad resultante del intento de
desarmar una lógica civilizatoria construida por siglos y al mismo
tiempo construir la nueva sociedad, bajo nuevos valores culturales relativos al
consumo y la producción. No es solo una cuestión de planificación, sino
cultural social que remite al imaginario de nueva sociedad de una amplia
mayoría que otorgue hegemonía a la construcción de la transición.
Una gran duda remite a la
construcción de esa hegemonía. Fidel Castro manifestó en noviembre del 2005 que
“…entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error
era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se
construye el socialismo”.
Vale recordar que a fines del
2004 se suscribirían los acuerdos originarios entre Cuba y Venezuela que darían
base a la construcción del ALBA-TCP y que motivaría la definición de Hugo
Chávez por el socialismo, cuando hasta entonces, la formulación del gobernante
bolivariano adscribía a una concepción de “tercera vía”, formulada en su
momento por el británico Anthony Giddens, como un rumbo entre la concepción
reaccionaria de la restauración conservadora de Thatcher y Reagan, neoliberal,
y la antigua concepción socialdemócrata, lo que incluye la tradición comunista
y socialista europea.
Aludo a la relativa
simultaneidad temporal de la formulación por el socialismo de Chávez con la
confesión de Fidel relativa al error sobre la los contenidos de la construcción
socialista, lo que me permite enfatizar que lo que importa es el análisis y
construcción de experiencias por el socialismo, por la transición del
capitalismo al socialismo, lo que incluye la crítica de las experiencias
concretas, no solo de las políticas de Estado, sino de los niveles de
conciencia y subjetividad colectiva en la construcción de la nueva sociedad.
Hacer la crítica de los
procesos auto asumidos por la transformación conlleva la dificultad de avanzar
en simultáneo en el desmonte de lo anterior y la construcción de lo nuevo. Se
transforma sobre la realidad del orden capitalista, lo que supone un límite
considerable para las expectativas de cambio hacia otra sociedad, sin
explotación y con otros valores humanistas y de cuidado del medio ambiente y la
naturaleza.
No se trata de eludir
cualquiera de las críticas que se enuncien, sino de contextuarlas en los que
significa avanzar en un camino alternativo al “sentido común” capitalista. No
olvidemos que ese sentido común es el parecer que impone la cultura dominante
sobre el conjunto de la población.
La transición se construye
por ende sobre la base de la cultura que se pretende desmontar.
Agresión a la experiencia
venezolana
Este es el marco del fenómeno
actual de agresión de EEUU y sus socios en la región y el mundo hacia
Venezuela.
No puede pensarse la
situación actual sin las consideraciones históricas de época, de la ofensiva
del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad.
Tampoco puede analizarse sin
considerar los límites intrínsecos y las limitaciones que se presentan a
cualquier intento de transición anticapitalista.
Como tampoco puede obviarse
lo difícil que resulta para la derecha venezolana romper el núcleo duro de
adhesión popular al proyecto chavista.
Existen factores externos e
internos que se potencian en la realidad venezolana, los que deben ser
evaluados en adecuada dimensión para no exacerbar unos sobre otros.
Venezuela cuenta hoy con una
experiencia de por lo menos dos décadas de construcción de una práctica que
atravesó distintos momentos, con un origen de pueblada de hace tres décadas, el
caracazo.
Resulta válido interrogarse
sobre la voluntad mayoritaria de los sujetos que en diversidad construyeron
estos 30 años de experiencia para poder interpretar el porqué del sostenimiento
de una voluntad social por mantener el rumbo del cambio.
Vale incluso para explicar
los límites de la derecha para constituirse en sujeto organizado y con proyecto
para detener el proceso en curso y por ende, como la derecha local venezolana
no puede articular un proyecto propio, se apoya en la injerencia externa.
No es solo petróleo lo que
está en juego, sino la posibilidad de pensar en un mundo más allá y en contra
del orden capitalista. Eso explica la solidaridad internacional con Venezuela,
con matices incluso en hacerlo extensivo al pueblo venezolano, o a este y al
gobierno de Nicolás Maduro.
La coyuntura de la agresión a
Venezuela tiene impacto en toda la región y en el mundo, ya que en
Nuestramérica la impugnación alcanzará inmediatamente a Cuba y a todo proceso
de cambio persistente, más allá de límites y matices en Bolivia, El Salvador,
Nicaragua o Uruguay, incluso condenando a la profundización de procesos
regresivos del estilo argentino o brasileño, los que alimentan el Grupo de
Lima.
En el ámbito mundial
consolida la tendencia a salidas autoritarias alimentadas desde variadas
fracciones políticas alineadas con la derecha y en contra de cualquier demanda
de ampliación de derechos sociales. Por eso, vale enfatizar que no existe
impericia de política internacional en los Macri o los Bolsonaro, sino
deliberada acción para confrontar con cualquier proceso de transformación
social.
Con la agresión imperialista
se pretende enterrar toda posibilidad de cambio contra el orden capitalista,
obturando la posibilidad de un imaginario popular que abone la transición del
capitalismo al socialismo.
Buenos Aires, 28 de enero de
2019