Por Iñaki Gil de San
Vicente
Dos de los grandes avances de la Internacional
Comunista que vuelven a demostrar su urgente necesidad, fueron, uno, la
creación en 1922 del Socorro Rojo Internacional; y otro, la fundación de la
Brigadas Internacionales antifascistas en 1936. Euskal Herria debe mucho a
ambos medios de ayuda mutua y solidaridad práctica creados para avanzar en la
felicidad humana. Ahora que Venezuela está siendo atacada otra vez con saña
criminal más planificada y organizada por el imperialismo que nunca antes,
nuestra experiencia como pueblo trabajador oprimido nos lleva a reivindicar la
perentoria recuperación de aquellos dos instrumentos vitales para ayudar a
Venezuela y a la humanidad entera.
Las fuerzas revolucionarias
llevamos mucho tiempo advirtiendo de que el imperialismo necesita destruir
Venezuela como nación trabajadora independiente. Bastaba leer en el año 2000 a
Carlos Aznárez (Los sueños de Bolívar en la Venezuela de
hoy. Txalaparta, Tafalla, 2000) para comprender por qué la
dialéctica de la libertad tendría que enfrentarse a muerte con la
irracionalidad de la explotación. No son sólo los inmensos recursos que
Venezuela guarda en su subsuelo, ansiados por la ciega codicia del capital, que
también, sino a la vez y en determinadas cuestiones de ética, conciencia y
estrategia de liberación sobre todo, el significado antiimperialista de la
revolución bolivariana, tanto en el proyecto de Hugo Chávez (Pensamiento petrolero del Comandante Hugo Chávez. PDVSA,
Carcas 2013) como de la lúcida visión histórica de Bolívar, según detalla
Francisco Pidival (Bolívar. Pensamiento precursor del
antiimperialismo. Ediciones Madres de Plaza de Mayo. Argentina
2005).
El Congreso Anfictiónico de
Panamá de 1826 fue un golpe al colonialismo yanqui y europeo que estos nunca
olvidarán. Este Congreso se asentó en los impresionantes logros de la rebelión
popular de 1814 analizada por Juan Uslar Pietri (Historia de la rebelión popular
de 1814, Mediterráneo, Madrid 1972), con especial valor cuando
denuncia que los ocupantes españoles y los colaboracionistas tenían la
democracia en la boca y la aristocracia en el corazón, y cuando Bolívar aplica
radicales mejoras sociales contra la explotación y la esclavitud sin las cuales
no hubiese podido llevar a buen término la «guerra a muerte» que derrotó a
España. Juan Boch (Bolívar y la guerra social.
Fundación J. Boch. República Dominicana 2014) ha demostrado el imparable
potencial revolucionario del Libertador con sus propuestas de auténtica «guerra
social» contra la explotación y la injusticia. Las revoluciones y el Congreso
de 1826 hicieron comprender a Washington de que debía aplastar Nuestramérica.
La «doctrina de tutela de los pueblos», como muy bien define Rafael San Martín
(Biografía del Tío Tom. Ciencias Sociales. La
Habana, 2006. Tomo 1) a la llamada cínicamente Doctrina Monroe, tenía y tiene
la función de justificar tanta barbarie.
La doctrina de la tutela de los
pueblos oculta la lógica de su explotación inmisericorde. Venezuela y
Nuestramérica dieron un paso cualitativo para su posterior emancipación
socialista gracias a la anterior revolución haitiana, que desde entonces sufre
lo indecible por haber saboreado la libertad. Este es el sino de los pueblos
rebeldes, dignos, que no quieren humillarse con genuflexiones ante el amo. C.
L. R. James ya nos adelantó en 1938 porqué el odio occidental nunca perdonaría
la virtud de la revolución haitiana de comienzos de s. XIX (Los jacobinos negros. Casa de las Américas. La
Habana, 2010) intentando asfixiarla bajo el hambre y el terror. Siguiendo la
lava hirviente de la vida libre llegamos hasta la «eterna resistencia» de los
chichimecas, el fracaso español de la «conquista sin fin» de esta nación que
amaba más la muerte que la esclavitud (Enrique Semo: Conquista sin fin. Españoles contra chichimecas. Memoria.
Revista crítica militante. México, 2016-3, Nº 259.)
Ahora el imperialismo, los EEUU,
está en una situación inconcebible para ellos en 1826: ahora su economía es
superficial y parasitaria, son un vampiro que moriría si dejase de sorber
sangre humana. Es muy conocida aquella brutal sinceridad de un presidente
yanqui que al final del siglo XIX reconoció que los EEUU necesitaban una guerra
cada determinado tiempo. Pero es más rica en implicaciones teóricas y políticas
la referencia que Howard Zinn hace de Randolph Bourne en plena I Guerra
Mundial: La guerra es la salud del Estado (La otra historia de los Estados
Unidos. Hiru Argitaletxe, Hondarribia. 1997), porque se refiere
a la lógica interna del modo de producción capitalista en su generalidad, y no
sólo a uno de sus Estados por monstruoso que sea. Y lo es porque ahora mismo,
es el imperialismo occidental en su conjunto, centralizado estratégicamente por
los EEUU, el que de una forma hipócrita o brutal conspira con disimulo o
descaradamente contra Venezuela.
La guerra injusta e inhumana como último recurso
para reactivar la acumulación de capital. La guerra, sí, esa realidad
consustancial a la propiedad privada ante la que el reformismo se tapa los
ojos, los oídos y la boca, y se hace la lobotomía política y ética.
Alfredo Prieto ya estudió esta
lógica criminal en la extrema derecha del Tea Party, («Extrema derecha y
tradiciones ideológicas de la sociedad norteamericana: el caso del Tea
Party» Los Estados Unidos y la lógica del imperialismo. Ciencias
Sociales. La Habana 2012), dándonos instrumentos teóricos imprescindibles para
comprender ahora porqué Donald Trump no es una casualidad azarosa de una
sociedad decadente y podrida por los opiáceos, hiperviolenta y racista, sino su
respuesta desesperada ante la esperanzadora y creciente lucha de clases interna
y el masivo rechazo mundial. Esta civilización agónica sabe que su único y tal
vez último soplo de vida consiste en canibalizar a Nuestramérica, y sabe que
eso será imposible mientras Venezuela se reafirme en no ser un cadáver en la
mesa de Walt Street.
La prensa miente cuando dice que Venezuela es una
dictadura. Las cifras cantan:
Nicolás Maduro de Venezuela con el 31,7% de
participación obtuvo el 67,8% de síes.
Donald Trump de los EEUU con el 27,3% de
participantes obtuvo el 46% de síes.
Mauricio Macri de Argentina con el 26,8% obtuvo el
51,2%.
Sebastián Piñera de Chile con el 26,5% obtuvo el
54,6%.
1.
P. Santos
de Colombia con el 23,7% obtuvo el 53,1%.
Y Juan Guaido de Venezuela con el 0,00% obtuvo el
0,00%.
Llegamos así al punto crítico: el imperialismo
quiere acabar con Venezuela. La especie humana, que por ahora está superando el
canibalismo, no puede permitir la vuelta de la antropofagia capitalista. Ayudar
a Venezuela es mantenernos con vida, vivos. El Socorro Rojo, que en la práctica
existe bajo mil formas, debe reaparecer como poder humanitario mundializado. Y
las Brigadas Internacionales, que también existen de manera dispersa y oculta,
deben volver a destrozar orgullosa y oficialmente al fascismo. Y deben empezar
en Venezuela.
EUSKAL HERRIA 24 de enero de 2019