El 10 de
enero Nicolás Maduro Moros prestará juramento ante el Tribunal Supremo de
Justicia de Venezuela para un segundo periodo presidencial. En Caracas se
prepara una manifestación popular en apoyo a su gobierno. Maduro también
dirigirá un mensaje a la Asamblea Nacional Constituyente que está elaborando
una nueva Constitución.
Maduro fue reelegido el 20 de
mayo del 2018 por más de 6 millones de votos. En la elección participaron
candidatos opositores: Henri Falcón (obtuvo casi 2 millones de votos), Javier
Bertucci (más de un millón) y Reinaldo Quijada (36 mil).
Los procedimientos del
Consejo Nacional Electoral fueron exactamente los mismos que en diciembre del
2015 reconocieron la victoria de la oposición en la Asamblea Nacional.
Cada paso del gobierno de
Maduro se ha ceñido estrictamente a las disposiciones de la Constitución de
1999 que proclamó la República Bolivariana de Venezuela.
Esta es la “cara oculta” de
Venezuela porque la guerra sicológica de los medios de comunicación
internacionales ha instalado una imagen mentirosa y grosera de la realidad
venezolana.
La artillería mediática hace
creer al mundo que la reelección de Maduro fue fraudulenta y que el 10 de enero
dejaría de ser el legítimo presidente. Esto permitiría a la Asamblea Nacional
opositora formar un gobierno provisional que recibiría el inmediato
reconocimiento de EE.UU., el Grupo de Lima y la Unión Europea.
Lo burdo de esta maniobra
delata su origen. Tan peregrina idea sólo puede haber surgido del cerebro
oligofrénico del Departamento de Estado. El secretario de Estado, Mike Pompeo,
ex director de la CIA, hizo evidente esa paternidad al comunicarse por
teleconferencia con el Grupo de Lima para orientar las resoluciones de su
reunión en la capital peruana. Luego de oír la voz del amo el Grupo se articuló
-salvo la honrosa excepción de México- con la opositora Asamblea Nacional de
Venezuela para crear zozobra e incertidumbre sobre lo que ocurrirá el 10 de
enero.
La artillería mediática
mantiene el suspenso. ¿Qué ocurrirá en Venezuela? ¿El caos? ¿El golpe de
Estado? ¿Una guerra civil? ¿La intervención militar extranjera?
Esta es la cara de Venezuela
que vende al mundo la conspiración encabezada por EE.UU.
Sin embargo la realidad es
bien distinta. La oposición venezolana está diezmada y es incoherente. La
Asamblea Nacional -despojada de toda atribución constitucional por el Tribunal
Supremo de Justicia-, no tiene fuerza política, social ni militar para
constituir gobierno alguno en Venezuela.
En la AN opositora -que al
instalarse el 2015 anunció que derrocaría al presidente Maduro en seis meses-
conviven partidos que no han logrado levantar una alternativa al gobierno del
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados.
Motivos no faltan para la
existencia de una oposición democrática. Pero las reyertas y rivalidades han
llevado a la inanición a partidos y caudillos.
La situación económica de
Venezuela es muy difícil: recesión e hiperinflación provocadas por el desplome
del precio del petróleo, la guerra económica del imperio y los propios errores
y vacilaciones del gobierno. Los salarios y pensiones se hacen sal y agua. Han
emigrado cientos de miles de venezolanos, entre ellos muchos jóvenes
profesionales. Hay escasez de alimentos y medicinas que Venezuela no puede
importar por el bloqueo de sus cuentas bancarias. La corrupción ancestral
recrudece impune. La angustia y decepción cunden en vastos sectores populares.
Es una situación que Venezuela nunca antes conoció. La renta petrolera permitía
una política que enriquecía a la cúpula pero también hacía más tolerable la
miseria de la mayoría. Las señoras de las clases pudientes -como en Cuba-
viajaban a “hacer el mercado” a Miami. Los comerciantes de París llamaban a los
turistas venezolanos “los deme dos” por lo ostentoso de su derroche. El país no
producía casi nada, salvo petróleo. Era más barato importar que producir.
La revolución bolivariana que
encabezó el Comandante Hugo Chávez -lograda mediante votos, como intentó
Allende-, ha soportado a pie firme la ofensiva imperial que busca recuperar el
control del petróleo y otras riquezas mineras de Venezuela. Más de veinte
elecciones y plebiscitos demuestran que existe una amplia base popular que
apoya a la revolución bolivariana. Eso mismo plantea una exigencia al gobierno
chavista: ser o no ser. Poner atajo a los factores internos que impulsan la
crisis; castigar en forma ejemplar la especulación, el ocultamiento y
contrabando de alimentos y medicinas; sancionar a los funcionarios corruptos.
El presidente Nicolás Maduro
tiene que actuar con energía y prontitud para conjurar el peligro de
languidecer y morir de frustración que amenaza a la revolución y que es la
forma más vergonzosa de morir para una revolución. En América Latina y el
Caribe la derrota de la revolución bolivariana sería un golpe muy grave para
quienes intentan levantar un nuevo proyecto socialista en la región.