Por María Julia Bertomeu
Si las luchas del presente se
alimentan de los combates del pasado, encuentro oportuno comenzar mi breve
texto en homenaje a Rosa Luxemburgo con algunas reflexiones de Nancy Fraser –la
activista y profesora de filosofía política de la New School for Social
Research de New York- sobre la segunda ola del feminismo y su relación con el
actual capitalismo, destructor del estado de bienestar de post-guerra.
En el año 2013, Fraser
redactó un artículo para The
Guardian, manifestando su profunda preocupación por los posibles
usos –por parte del capitalismo neoliberal- de ciertas consignas históricas
enarboladas por las luchas feministas. Se confesaba atemorizada ante la
posibilidad de que por un ‘cruel giro del destino’, el movimiento de liberación
de las mujeres se hubiera enredado peligrosamente junto a los esfuerzos
neoliberales para construir una sociedad de libre mercado. No sin razón decía
la feminista norteamericana que tal cruel destino explicaría “por qué y cómo
sucedió que las ideas feministas que formaron parte de una cosmovisión radical
ahora se expresan mayoritariamente en términos individualistas… y también cómo
sucedió que un movimiento que antaño priorizó la solidaridad social, ahora
celebra a las empresarias exitosas… o que un movimiento que antes valoraba el
cuidado y la interdependencia, ahora aliente el avance individual y la
meritocracia. Según Fraser, se trata de una segunda ola del feminismo, que se
corresponde con un capitalismo desorganizado, globalizado, neoliberal, y acaba
mudando en la doncella de ese capitalismo contra-reformado, para decirlo con la
certera expresión que acuñó Toni Domènech.
En un artículo de 2017 -a
propósito de las marchas masivas y globalizadas de mujeres – Fraser se reveló
menos temerosa y más optimista ante lo que denomina el comienzo de una nueva
ola de luchas feministas militantes (¿la tercera?). En su opinión, ya no es
suficiente con oponerse a Trump y a sus políticas agresivamente misóginas,
transfóbicas y racistas, también se debería apuntar al ataque neoliberal en
curso en contra de la previsión social y derechos laborales. Una agenda
feminista internacionalista ampliada, nos decía Fraser, que conjugue el
anti-racismo, anti-imperialismo, anti-heterosexismo y anti-liberalismo. En este
punto generosamente reconoció que su “feminismo para el 99 %” se inspira en el
potente movimiento argentino Ni
una menos, cuya consigna es denunciar la violencia contra las
mujeres en sus múltiples facetas: violencia doméstica, del mercado, de la
deuda, de las relaciones capitalistas de propiedad y del Estado.
Como he dicho al comienzo,
los artículos de la perspicaz filósofa política norteamericana son oportunos
para volver a traer la palabra de Rosa Luxemburgo, a modo de recuerdo en el
centenario de ese 15 de enero de hace ya cien años, en el que el culetazo del
rifle de un soldado destrozó su cráneo, y también asesinó a su camarada Karl
Liebknecht junto a miles de trabajadores y trabajadoras.
Sabemos de una discusión
teórica presente –no saldada ni posiblemente saldable- sobre la relación entre
marxismo y feminismo, entre capitalismo y opresión de las mujeres, entre la
clase social y el género. Es posible que la contundencia característica de la
Rosa roja –en la lucha, en sus escritos, en la polémica y en el amor-, no
contribuirá a disipar los ánimos de la contienda académica, aunque sin duda
alguna sus textos nos recuerdan que la disputa tiene una historia escrita con
sangre, y que si el presente se nutre del pasado, sus obras son un suelo
nutricio para una mirada socialista sobre las luchas de las mujeres.
Rosa nunca habló del
patriarcado, mucho menos -y por obvias razones- de género, pero tampoco habló
de las mujeres como una categoría abstracta, transhistórica, por encima
de las clases. Hablaba sí, al mismo tiempo, de la revolución de las mujeres
proletarias, de la revolución rusa y de las mujeres en las huelgas de masas.
Ella misma, en una carta enviada a Louise Kautsky invitándola a concurrir a la
celebración del Primer día Internacional de las mujeres, manifestaba su asombro
porque había recibido una credencial feminista por parte de los organizadores
de la Conferencia en Jena, y preguntaba a Louise -en esa misma carta- ¿es que
acaso ahora somos feministas? Su camarada Clara Zetkin –la directora del
periódico Die Gleichheit, el
principal órgano de difusión de los panfletos de Rosa en contra de la guerra y
a favor de las mujeres (proletarias) – fue la impulsora de tal evento ante el
Comité ejecutivo de la Segunda Internacional. Rosa bien supo y dijo que Clara
cargaba con ‘tal cantidad de trabajo’… y siempre la acompañó con sus escritos y
discursos, interviniendo públicamente en la disputa abierta entre los camaradas
‘reformistas’. Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Alexandra Kollontai lucharon
–teórica, práctica y tácticamente- en contra de las alianzas oportunistas
propuestas por los “políticos realistas” de la socialdemocracia alemana que en
1912 votaron en Bruselas a favor de ‘un hombre un voto’ y rechazaron otorgar la
extensión del voto a las mujeres – sugiriendo fantasiosamente que la defensa de
los principios políticos habría privado a la socialdemocracia de logros
concretos-.
Es oportuno también recordar
el texto de Rosa: “La huelga de masas, partido y sindicatos”, sobre los
acontecimientos alemanes de 1905-1906 y las discusiones teóricas en torno a la
conveniencia de tal tipo de medidas, en el que recordaba Rosa –la activista y
teórica- que las huelgas de masas no se ‘fabrican artificialmente’, ni se
deciden al azar, ni se propagan como una peste, son un fenómeno histórico que
en un momento dado surge de las condiciones sociales con una inevitable
necesidad histórica. El escrito es un manifiesto en contra de los sindicatos
socialdemócratas alemanes, al decir de Rosa conservadores, cobardes y
reformistas, pero también es una certera refutación de la vieja retórica
conservadora sobre la ‘falta de madurez o sobre la debilidad’ de los grupos y
las clases revolucionarias, en ese momento en boca de los dirigentes
socialistas y parlamentarios alemanes. Salvando muchas distancias, el éxito de
las convocatorias de los movimientos feministas de la nueva ola –Fraser dixit-
tampoco ha sido producto del azar, ni la acción de los sindicatos
conservadores, lo que más sorprende es que son una respuesta a condiciones
sociales y económicas que causan los fenómenos de violencia sobre las mujeres y
la desigualdad real, y muy especialmente de las mujeres pobres.
El movimiento “feminista” era
para Rosa -en su tiempo y lugar- el de las sufragistas inglesas y el de las
mujeres burguesas. Su juicio sobre tales movimientos es duro, implacable y
consecuente con su posición política socialista revolucionaria: la
reivindicación de los derechos iguales para la mujer es -en las feministas
burguesas- pura ideología de grupos aislados sin raíces materiales, es un
fantasma del antagonismo hombre-mujer, es un capricho (Luxemburgo (1914) ‘La
proletaria’). La preocupación de Rosa -y de sus camaradas de lucha – era
separar el voto femenino entendido como el objetivo de las luchas de mujeres en
general, de la táctica para lograrlo, y esa táctica no era sólo tarea de
mujeres, sino una responsabilidad común de clase de las mujeres y los hombres
del proletariado. Según Rosa, en efecto:
El voto femenino aterra al
actual Estado capitalista porque tras él están los millones de mujeres que
reforzarían al enemigo interior, es decir, a la socialdemocracia. Si se tratara
del voto de las damas burguesas, el Estado capitalista lo considerará como un
apoyo para la reacción. La mayoría de estas mujeres burguesas, que actúan como
leonas en la lucha contra los «privilegios masculinos», se alinearían como
dóciles corderitos en las filas de la reacción conservadora y clerical si
tuvieran derecho al voto. Serían incluso mucho más reaccionarias que la parte
masculina de su clase. A excepción de las pocas que tienen alguna profesión o
trabajo, las mujeres de la burguesía no participan en la producción social. No
son más que co-consumidoras de la plusvalía que sus hombres extraen del
proletariado. Son los parásitos de los parásitos del cuerpo social. Y los
consumidores son a menudo mucho más crueles que los agentes directos de la
dominación y la explotación de clase a la hora de defender su «derecho» a una
vida parasitaria. (Luxemburgo, 1912)
Rosa habla de proletarias y
burguesas, de sexo y clase social; nunca se le ocurrió hablar de sexo sin clase
social, y mucho menos hablar del trabajo doméstico en abstracto,
independientemente de la clase social. Rosa nunca pensó en una marcha de sólo
mujeres e interclasista, e incluso confesó que toda su vida había luchado en
contra de la idea de la “la unión de las mujeres”.
La pregunta queda planteada:
¿será posible cumplir con la ambiciosa agenda del movimiento Ni una menos o con la propia
agenda de Fraser en contra del capitalismo contra-reformado, pero sin hablar de
clases sociales? ¿marcharán juntas -las pobres y las ricas, las empresarias y
las trabajadoras domésticas feministas- en contra de las políticas económicas
neoliberales y la conculcación de derechos económicos de todos por parte de Trump y
de Macri? El tiempo lo dirá y Rosa siempre será quien fue: una grande,
defensora socialista y revolucionaria de los derechos de mujeres y hombres
proletarios, desposeídos y condenados a emigrar en busca de pan y trabajo.
Nota: Agradezco a Julie Wark que
me haya sugerido nombrar a otras voces feministas que comparten la posición de
Fraser, entre ellas a Linda
Alcoff, Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya, Rosa Clemente, Angela Davis, Zillah
Eisenstein, Liza Featherstone, Nancy Fraser, Barbara Smith y Keeanga-Yamahtta
Taylor.