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El cambio climático se cuela en los balances de las grandes empresas


El capital aparca el negacionismo para intentar sacar partido de los desastres derivados de la crisis ecológica

Por Mark Hudson / Katelyn Friesen

En nuestro país natal, Canadá, la disparidad entre la retórica climática y la práctica saltó recientemente a primer plano cuando el primer ministro Justin Trudeau –un reconocido adalid a favor del clima– compró en nombre de Canadá un oleoducto de betún inacabado de la empresa Kinder-Morgan, con sede en Houston. La construcción y puesta en marcha de este oleoducto contribuirá a un aumento de la extracción de petróleo y gas que debilitará aún más los Acuerdos de París asumidos por Canadá.

Los gobiernos de todo el mundo (con la obvia excepción de la Casa Blanca) proclaman su compromiso de luchar contra el cambio climático mientras siguen subvencionando la producción de combustibles fósiles por valor de 445.000 millones de dólares al año. Por lo tanto, la discrepancia entre las palabras y los hechos sobre el clima es un fenómeno global.

La negación directa del cambio climático, que una vez fue la opción favorita de la élite, y que aún se mantiene como posición de último recurso en el centro del capitalismo global, ha dado paso a un nuevo consenso del poder. El cambio climático está ocurriendo; los “humanos” son la causa principal; es grave; tendrá costes importantes. A partir de ahí, sin embargo, comienza la discrepancia. Porque en la práctica, mientras que la NASA gasta millones de dólares en el seguimiento cuidadoso de las tasas de pérdida de hielo en la Antártida, incluso advirtió el año pasado sobre su “sorprendente” aceleración, y las aseguradoras acumulan las crecientes pérdidas de propiedad y de vida derivadas de las inundaciones y los incendios, las señales anunciadas en el camino hacia la catástrofe parecen incapaces de generar un cambio de rumbo. Lo observamos atentamente, lo reconocemos, pero seguimos actuando como de costumbre.

No es una actitud tan pasiva como parece. Si bien existe una forma bien documentada de negación cotidiana, generada socialmente, en la que la mayoría de la gente en el mundo industrializado se involucra, también existe un proceso menos documentado a través del cual el poder entra en juego para proteger sus negocios, como de costumbre.

Hay, por supuesto, un universo distinto de activismo climático donde las personas se reúnen, construyen barreras, se tumban frente a la maquinaria, se pegan a los edificios, son atacadas por perros, y vuelven a hacerlo. Es probable que esta sea la única fuerza política capaz de prevenir un cambio climático catastrófico.

Estos movimientos, como el emergente Extinction Rebellion, hunden sus raíces en una evaluación mucho más realista de lo que la ciencia climática significa para la política. Su eficacia radicará, en última instancia, en su capacidad para identificar quién o qué es responsable de perpetuar la extracción de combustibles fósiles, lo que requiere centrarse no solo en las empresas de combustibles fósiles, sino en toda la cadena productiva.

El capital como sistema social

Esta forma de enfocar la cuestión ‒mirando hacia arriba y hacia abajo en la cadena productiva‒ nos lleva a pensar menos en términos del poder de una industria específica y más en términos del poder de clase. Tanto los activistas como los académicos ‒especialmente los que tenemos una orientación anticapitalista‒ tendemos a pensar en el capital como una fuerza unida. Sin embargo, no siempre es así.

A medida que crecen las presiones políticas desde el otro lado de la división de clases para tomar medidas sobre el cambio climático, a fin de evitar una crisis ecológica y humanitaria, se observa que, para evitar que el Estado se doblegue ante estas presiones de manera que amenacen al capital, el capital debe estar lo más unido posible.

"Cuanto más fragmentado esté el capital, mayores serán las posibilidades de que los movimientos sociales ecologistas puedan influir en los gobiernos"

El cambio climático presenta al capital un problema de “agregación de intereses”, en el sentido de que es probable que la política climática obligue al capital a establecer prioridades entre sus diferentes intereses. El desarrollo de una preferencia política unificada generaría ganadores y perdedores.

Por lo tanto, las diferentes relaciones entre el capital y el cambio climático sugieren un problema para la formación de una respuesta capitalista de clase y hegemónica ante la crisis climática, lo que supone una oportunidad potencial para las fuerzas sociales dispuestas a evitarlo. Cuanto más fragmentado esté el capital, mayores serán las posibilidades de que los movimientos sociales de oposición puedan influir en los gobiernos.
Podemos adivinar cómo les gustaría a las corporaciones de combustibles fósiles responder al cambio climático. Sus planes de negocios ciertamente lo explican en términos inequívocos, incluso cuando proclaman su apoyo a los Acuerdos de París. Su intención es continuar produciendo en sus respectivos campos y explorar más, aunque las reservas que proyectan actualmente nos dispararán mucho más allá de los de 1,5 y 2 grados de aumento de temperatura. No aceptan que ninguna política afecte a la rentabilidad de la extracción de las reservas fósiles.

Sin embargo, los intereses de las entidades financieras son más ambiguos, y de hecho pueden ser contradictorios, en un horizonte temporal suficiente. La exposición a riesgos como una potencial expropiación, los activos varados, las pérdidas repentinas y catastróficas de bienes debido a las condiciones climáticas extremas, los pasivos o la pérdida de valor de marca como resultado de una imagen pública negativa, junto con las carteras de préstamos y las tenencias de activos específicos, crean una mezcla compleja de incentivos e intereses para las empresas financieras.

El gráfico 1 destaca los crecientes peligros para la estabilidad financiera que plantea el clima extremo.

Fuente: Banco de Inglaterra

El capital financiero –bancos y aseguradoras en particular– ha apoyado públicamente la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y algunos inversores institucionales han criticado el hecho de que los gobiernos no se tomen lo bastante en serio el cambio climático.

En ocasiones, las aseguradoras anuncian el aumento de sus pagos en siniestros de propiedad y de vida como resultado de condiciones meteorológicas extremas y destacadas instituciones financieras, como el Consejo de Estabilidad Financiera o el Banco de Inglaterra, han estado presionando agresivamente a las empresas financieras para que revelen a los inversores sus riesgos relacionados con el clima.

Sus perspectivas de beneficio están menos vinculadas a la producción continua de combustibles fósiles, disponen de otras opciones de inversión rentables y se enfrentan a riesgos potencialmente graves a causa del cambio climático.

Algunos han analizado este panorama y han sugerido que el sector de las finanzas, muy implicado en la política, tiene un “interés material en la descarbonización” y, por lo tanto, es un probable defensor de la acción agresiva contra el cambio climático. Sin embargo, las finanzas también crean y permanecen incrustadas en un complejo conjunto de relaciones con la industria de los combustibles fósiles, lo cual enturbia el panorama considerablemente.

Si bien sus intereses pueden parecer distintos de los de las compañías de petróleo, gas y carbón, un análisis más detallado de la forma en que las compañías están vinculadas sugiere que, en ausencia de una presión seria, es poco probable que las finanzas sean un candidato a tomar la iniciativa en la construcción de una economía descarbonizada.

Los académicos seguidores de C. Wright Mills y John Porter revelan las formas en las que el capital intenta superar los intereses ambiguos o conflictivos para tratar de construir o imponer la unidad de clase. Estas estrategias surgen sobre la base de redes identificables, estructuras que permiten a los capitalistas compartir perspectivas, desarrollar una conciencia de clase y debatir sus diferencias.

Estas pueden ser estructurales –como la propiedad compartida–, pueden involucrar instituciones específicas para este fin –como asociaciones comerciales y grupos políticos, pero también pueden ser sociales: clubs de golf, iglesias o instituciones artísticas y culturales. El grado en que el capital financiero está conectado al capital de combustibles fósiles a través de este tipo de estructuras tiene implicaciones para las intervenciones políticas y el sentido de las acciones de las empresas financieras respecto al cambio climático.

"La respuesta del capital al cambio climático ha sido traducir sus dimensiones cualitativas, a menudo brutales, en cálculos de probabilidad y coste"

Dos de las maneras más obvias en que las empresas pueden llegar a compartir perspectivas sobre los problemas y las políticas son: a través de los vínculos entre los directivos y a través de las acciones y préstamos. En Canadá se está ejerciendo un poder político desproporcionado para defender y promover los intereses de las empresas de combustibles fósiles frente a la creciente conciencia pública sobre el cambio climático. La razón por la que esto es así se hace más evidente una vez que vemos que las corporaciones financieras están profundamente arraigadas en las redes de propiedad y crédito, entrelazadas con el sector de los combustibles fósiles.

Mientras se mantengan esos vínculos podemos esperar que su considerable poder político se utilice, donde y cuando sea necesario, en defensa de la economía de los combustibles fósiles, que induce a la catástrofe, y contra las ideas de una transición justa.

Gráfico 2. Red de participaciones, finanzas y corporaciones de combustibles fósiles en Canadá, 2018

Gestión de riesgos: posibilidades y peligros para la justicia climática

La respuesta del capital al cambio climático ha sido traducir sus dimensiones cualitativas, a menudo brutales, en cálculos de probabilidad y coste, y luego desarrollar estrategias de minimización a través de medios corporativos tan cómodos como las relaciones públicas, el cabildeo, los seguros, la gestión de la cadena de suministro y la gestión de carteras.

Sin embargo, el hecho de que el cambio climático entre en los libros de contabilidad del capital abre posibilidades para el activismo. Como dijo Naomi Klein en No Logo: los riesgos para el valor de la marca se toman en serio. Esto proporciona una oportunidad para separar los combustibles fósiles y el capital financiero.

Las finanzas se encuentran  en una posición delicada. Sus cálculos de riesgo podrían inclinarse con la suficiente presión ciudadana. De hecho, ya vemos algunas respuestas de la industria: a nivel internacional, algunos bancos se están retirando de las inversiones en combustibles fósiles y de los préstamos debido a la presión social. Las empresas financieras y las consultoras están cada vez más ocupadas desarrollando herramientas y algoritmos que calculan las potenciales pérdidas de beneficios causadas por desastres humanos y ecológicos como inundaciones, incendios, sequías, huracanes y tifones. También están desarrollando herramientas para minimizar y diluir este riesgo.

Es probable que la mayoría de la gente, especialmente en el sur global, viva el cambio climático a través de una creciente miseria, incertidumbre, enfermedad y muerte, que nunca aparecerán en ningún libro de contabilidad

Sin embargo, existe un peligro de estos cálculos de riesgo que nos lleva de vuelta al poder de la industria financiera. El riesgo es fundamentalmente un concepto cuantitativo expresado bajo el capitalismo casi exclusivamente en términos de coste. Las implicaciones del cambio climático se miden en términos de riesgo corporativo, estabilidad financiera y pérdida de PIB. Sin embargo, es probable que la mayoría de la gente, especialmente en el Sur global, viva el cambio climático a través de una creciente miseria, incertidumbre, enfermedad y muerte, que nunca aparecerán en ningún libro de contabilidad. Solo resistiendo a la incursión total de la “gestión de riesgos” y otros lenguajes mercantilistas en las conversaciones populares y políticas mantendremos el cambio climático en el registro de la protesta política a largo plazo.

Lo que está en juego al ceder terreno a la “gestión del riesgo” es nuestra capacidad de hablar del cambio climático en términos de responsabilidad moral para con los demás y para con las generaciones futuras, así como en términos de justicia, para que el bienestar de todos (e incluso el de la naturaleza no humana) sea igual al de los demás, y de dirigir el rumbo de nuestro planeta a través de fuerzas democráticas en las que las voces de todas las personas cuenten por igual.

La fragmentación del capital en este tema –crucial para nuestra capacidad de empujar a los Estados a la acción agresiva– no es automática. Hay que crear fracturas. Este problema puede ser acuciante en Canadá, pero es probable que también sea cierto para muchos otros centros de producción de combustibles fósiles.
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Mark Hudson es profesor asociado de Sociología y Economía Política Global en la Universidad de Manitoba. Es autor de libros sobre la economía política de los incendios forestales, el comercio justo y las próximas Vidas Neoliberales: trabajo, política, naturaleza y salud en los Estados Unidos contemporáneos.

Katelyn Friesen es estudiante de máster en la Universidad de Manitoba. Está trabajando en su tesis titulada Justicia ambiental y salud humana: Un estudio de caso sociológico de las arenas alquitranadas de Alberta. Sus intereses de investigación incluyen la sociología ambiental, la justicia ambiental y la sociología de la salud.


Traducción al español: Alberto Martínez, Attac España.

Este documento es parte del Proyecto de Mapeo Corporativo (CMP), un proyecto de investigación y desarrollo público de iniciativa de compromiso que investiga el poder de la industria de los combustibles fósiles. El CMP está dirigido conjuntamente por la Universidad de Victoria, el Centro Canadiense de Alternativas Políticas y el Instituto Parkland, y está financiado principalmente por el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (SSHRC) de Canadá. El texto es un resumen del artículo del mismo título que forma parte del informe Estado del poder 2019, editado en español por Transnational Institute, Fuhem Ecosocial y Attac España, de próxima publicación en las páginas web de las tres organizaciones.