Por Panagiotis Sotiris
En 2006 Daniel Bensaïd hizo un llamado muy
importante a reabrir el debate sobre la pregunta ‘político-estratégica’1/.
Este llamado se hizo en medio de una serie de discusiones dentro de la
Izquierda anticapitalista europea en un momento cuando los signos de esperanza,
tales como la nueva ola de militancia asociada con el movimiento
antiglobalización, estaban combinados con contradicciones estratégicas, como
aquellas que eran ya evidentes en la vuelta del gobierno de Lula en Brasil
hacia políticas socialdemócratas clásicas o dentro de los límites de la
aproximación de los partidos amplios. Lo que Bensaïd trató de hacer en esa
intervención fue recordar la riqueza de las tradiciones revolucionarias
estratégicas que habían dominado e incluso obsesionado el pensamiento de los
militantes en el siglo XX, la huelga general, la insurrección armada y la
guerra popular prolongada, enfrentándolas a las posiciones de desecharlas,
ejemplificado para el en las intervenciones de teóricos como John Holloway o
Toni Negri, o manteniéndose dentro del marco de las simples políticas
electorales. Por, sobre todo, la importancia de esta intervención era
exactamente reabrir el debate y volver a pensar en términos estratégicos a
pesar del peso de la derrota que la izquierda revolucionaria había sufrido en
las décadas previas.
Trece años después, es obvio que esta petición no
ha sido escuchada. La crisis capitalista de 2007-2008, fue combinada en muchas
instancias con una profunda crisis política y económica. Esto también tomó la
forma de un impresionante retorno de las políticas de masas, en algunos casos
con dimensiones casi de insurrección. Creó incluso casos tales como el del tipo
de crisis de la hegemonía en Grecia que tuvo el potencial de transformarse en
una situación del tipo ‘el eslabón más débil de la cadena’. Las preguntas de
poder y hegemonía volvieron al foro. Sin embargo, al mismo tiempo podía verse
la pobreza en las respuestas ofrecidas y la falta de preparación total de la
izquierda para estos desafíos. El resultado fue una serie de derrotas, siendo
el caso de Grecia un ejemplo, los intentos de la ultraderecha de recrear el
sentimiento de descontento y el hecho de que uno puede ver alzamientos
populares como los Gilets Jaunes (Chaquetas amarillas en Francia), ocurrir a
una cierta distancia de la izquierda y la izquierda no siendo capaz de tener
una ‘relación orgánica’ con ellos. En consecuencia, a pesar de la extensión de
la crisis, vemos la ausencia de lo que Gramsci llamaría una ‘iniciativa
histórica’ de los subalternos.
De todas maneras, el debate estratégico no es un
lujo y preferiría sugerir algunos puntos sobre él, en la forma de diez un tanto
dogmáticas tesis.
Tesis Uno: Debemos
repensar la soberanía popular en un horizonte comunista
Es obvio que el denominador común en una serie de
movimientos y demandas hoy es un ímpetu democrático, una exigencia que la
política deje de ser una maquinación eterna y mística en favor de las élites
capitalistas en contra de las personas simples. Lo anterior está combinado con
una demanda por soberanía, la solicitud de que aquellas y aquellos viviendo en
alguna de las singularidades espaciotemporales que llamamos ‘países’ realmente
tengan una opinión, que sean quienes decidan y no las dinámicas del capitalismo
globalizado contemporáneo, sea en la forma de ‘fuerzas del mercado internacional’
o de lo regímenes más específicos de soberanía reducida tales como el proceso
de Integración Europeo. Es por esto que es imperativo entender, especialmente
en el contexto europeo, que es imposible tener forma alguna de cambio social
radial dentro del contexto de Integración Europea y que insistir en la fantasía
de poder cambiar de alguna manera Europa a nivel de Unión Europea, es una
negativa muy peligrosa a enfrentar la realidad.
Recuperar la soberanía popular no tiene nada que
ver con el nacionalismo. Tiene que ver con la democracia, con la habilidad de
las clases subalternas de estar realmente en una posición de decidir, de
oponerse y resistir a las demandas del capital y a las órdenes del mercado, es
poder abrir el camino para un control democrático de la producción capitalista
y un horizonte post capitalista. Recuperar la soberanía popular no se opone al
internacionalismo o la solidad internacional, en algunos aspectos es una
condición previa necesaria. Para dar un ejemplo: para abrir las fronteras a
aquellas y aquellos necesitados, es necesario estar en control de ellas de modo
de poder abrir las fronteras a refugiados y migrantes y cerrarlas a los flujos
de capital.
Sin embargo, la soberanía popular no es un fin en
sí mismo. Debemos oponernos a la tendencia a desvincular las formas políticas
de las relaciones de producción sobre las cuales están cimentadas. La erosión
de la soberanía y la nueva forma extrema de estatismo autoritario
internacionalizado para usar la expresión de Poulantzas 2/ o el
nuevo cesarismo burocrático para usar la expresión de Durand y Keycheyan 3/,
son estrategias de clase para sostener el régimen contemporáneo de acumulación.
La demanda contemporánea por democracia y soberanía popular es en sí el
resultado del extremo aislamiento del aparato estatal capitalista contemporáneo
de cualquier intervención popular, y solo puede ser respondida mediante una
profunda transformación y repolitización del reino de la economía. En este
sentido, recuperar la soberanía popular es también una estrategia de clase.
Representa las resistencias, luchas y aspiraciones de un amplio espectro de
grupos y clases subalternas que se reúnen en torno no solo a la rabia o la
indignación hacia el autoritarismo contemporáneo sino que también alrededor de su
condición común de ser explotados, de ser sujetos a las órdenes, a las
estrategias, a las exigencias del agresivo régimen de acumulación capitalista,
en todas sus formas, desde la violencia del mercado hasta la explosiva
combinación de sobre calificación y extrema precariedad, hasta la
mercantilización constante de las necesidades y servicios sociales básicos,
hasta la paralizante catástrofe ecológica, hasta la articulación de la
explotación con la reproducción del patriarcado, racismo y colonialismo.
Por tanto, necesitamos volver a hacer al comunismo
nuestro horizonte estratégico 4/. Es imperativo pensar las luchas
democráticas contemporáneas y las demandas por soberanía popular como aspectos
de un impulso por el comunismo y reconocer las huellas del comunismo inscritas
en ellas. Usando una tipología anticuada, la revolución democrática
contemporánea puede solo será profundamente anticapitalista. Esto no es en caso
alguno un imperativo ético abstracto ni tampoco un intento por “empujar” la
dinámica de las luchas contemporáneas. Se trata del hecho que la forma límite
de las resistencias contemporáneas y la única manera de hacer posibles las
demandas de democracia, soberanía, justicia, equidad y participación que
constantemente emergen, es el insistir y al mismo tiempo reinventar el
horizonte comunista.
Tesis Dos: No es
suficiente el “Keynesianismo de Izquierda”
No obstante, no es suficiente pensar en términos de
un incremento y redistribución del gasto público. Yo diría incluso que no se
trata solamente de reclamar la soberanía monetaria en el sentido de una salida
de la Eurozona. La Integración Europea, o en general las formas contemporáneas
de internacionalización del capital y del imperialismo, tienen efectos
penetrantes tanto en la economía como en el Estado, expandiendo la lógica del
mercado e introduciendo desequilibrios, formas de industrialización junto con
desindustrialización, dependencias y formas de división del trabajo
internacional que son antagonistas a cualquier intento hacia una economía de necesidades
sociales.
Lo que se necesita es una profunda transformación
de la base productiva. El simplemente esperar por los efectos del crecimiento
que el retorno a una moneda nacional o el aumento del gasto público pueden
traer no es suficiente. Lo que se necesita, desde el “día uno”, es un proceso
radical de transformación, tanto en términos de propiedad (por ejemplo, una
inmediata expiación de la propiedad pública) como también de formas
alternativas no-capitalistas de organización de la producción (como la
autogestión) o la distribución. Se necesita no solamente como un horizonte
estratégico sino también como un modo de manejar con las urgentes necesidades
prácticas tales como el endurecimiento de cualquier proceso de ruptura.
Tesis Tres: Necesitamos
poner a la transición de vuelta en el programa transicional
La antiausteridad no es suficiente. Tampoco lo es
la simple defensa de los servicios públicos. Necesitamos que esas demandas, y
que esas modificaciones drásticas que realmente cambian la relación de fuerzas
bajo la producción capitalista sean formas expansivas de control democrático de
la economía, así como un intento de ir más allá de las lógicas de mercado.
Josep Maria Antentas ha sugerido, tomando la noción
de C. Wright Mill sobre imaginación sociológica, la necesidad de tener un
sentido de imaginación estratégica 5/. Agregaría a esto la
necesidad de una experimentación estratégica. Crear formas alternativas de
organización económica y social, incluyendo formas exitosas de planificación
democrática, requiere conocimiento y experiencia, y en este sentido muchas de
las prácticas asociadas con los movimientos contemporáneos pueden ser
consideradas formas de experimentación: fábricas y compañías autogestionadas,
cooperativas, redes de distribución alternativas, etc.
Al mismo tiempo, los movimientos son también
procesos de aprendizaje. Si se mira a los movimientos en el área de la salud,
educación, o de cualquier otro sector público, pero también a sectores
industriales, sindicatos, especialmente los más radicales, estos tienen mucho
mejor conocimiento de su propio funcionamiento que sus “administradores”. Puede
verse incluso en los nuevos movimientos de trabajadores y resistencias, tales
como aquellas que involucran a trabajadores de “plataformas”, donde la gente
también discute sobre como recuperar esas prácticas de manera de usarlas como
medios para satisfacer necesidades sociales. En este sentido, ellos tienen el
conocimiento colectivo y la “experticia colectiva” necesaria para sugerir
alternativas. Esto es muy importante si queremos volver a pensar el proceso
mismo de elaboración de un “programa transicional”. Y la única manera de
manejar esta pregunta es volver a una concepción de la práctica revolucionaria
como experimentación, ingenio e inventiva colectiva. “Inventando lo
desconocido” como Bensaïd hubiera sugerido.6/
En ese sentido, cualquier intento de avanzar
realmente no puede ser mediante una especie de forma de desarrollo capitalista
eficiente, sino que debe ser un cambio profundo tanto en los patrones de
producción y consumo, en cierto sentido, una transformación social y cultural
más profunda, una nueva jerarquía de necesidades. Es más, un enfoque como tal
es la única manera de pensar en maneras de evitar el desastre ecológico
inminente, más allá de los límites del “Green New Deal”.
Tesis Cuatro: No se trata
simplemente sobre “gobernanza de izquierda” incluso si eso incluye un gobierno
de izquierda
Aunque este proceso pueda incluir un “gobierno de
izquierda” no se trata del gobierno de la izquierda. En este sentido, a pesar
de su forma institucional “nominal”, estamos hablando de un proceso
revolucionario. El otro aspecto es que cualquier intento de iniciar un proceso
de cambio será institucionalmente “violento” desde el día uno, en cuanto a imponer
límites a la propiedad capitalista y nacionalizar recursos naturales
estratégicos, salir de tratados de comercio internacional, anular la deuda y el
incumplir obligaciones. Incluso si el proceso es cuidadosamente organizado de
manera de evitar el colapso, se encontrará en confrontación tanto con
organizaciones internacionales como con aparatos Estatales. Y esto significa
que el lado de las y los subalternos no puede simplemente descansar en la
llegada al poder de gobiernos que son por definición tanto inestables y
propensos a capitular. Lo que se necesita es un contra exceso de poder desde
abajo en conjunto con formas expansivas de organizaciones autónomas.
En este sentido, la noción misma de “guerra civil”
debe ser traída a colación, no en cuanto a la inevitabilidad del conflicto
armado generalizado, sino como un recordatorio de la ferocidad de la
confrontación de clase que este proceso debería incluir, la posibilidad de
violencia, o en la manera que el fallecido George Labica lo pone: “la
imposibilidad de la no-violencia”.7/
Tesis Cinco: La
insurrección es un arte, pero también necesitamos la ciencia de una guerra
popular prolongada
Con esta frase, me gustaría señalar tanto un
desafío como una dificultad. Por una parte, tenemos todas estas formas de
protesta que al menos en términos simbólicos tienen a lo menos un carácter
insurreccional, desde los Indignados [15M], hasta lo ocurrido en Grecia, las
protestas de Gezi Park y los chalecos amarillos. Por otra parte, estas
protestas son simbólicamente disruptivas, esto ejemplificado en ciertos
“momentos” tales como cuando detuvieron una parada militar en Thessaloniki en
2011 o cuando “invadieron” los Campos Elíseos en Paris, pero por sobre todo son
no disruptivas del funcionamiento de actividades centrales. Es importante
volver a pensar el carácter disruptivo de las movilizaciones políticas y
sociales masivas. Es importante que cualquier cambio político sea el resultado
de una protesta masificada de una magnitud tal que permita crear una condición
de desequilibrio hegemónico, combinado con elementos de una crisis del Estado.
No sugiero esto en el sentido de la obsesión
neo-Blanquista de tendencias como el Comité Invisible con la posibilidad de
quebrantar y bloquear procesos logísticos del capitalismo contemporáneo. Más
bien, quiero insistir en el hecho que las protestas masivas contemporáneas han
probado ser más efectivas cuando pueden realmente interrumpir procesos
económicos y políticos, en este sentido incorporando elementos de una
estrategia de huelga general. Sin embargo, esto no significa un “fetiche” de
insurrección, el cual en la presente coyuntura termina en la obsesión con la
gran protesta, sin negar lo importante de las protestas. El punto está en
encontrar formas de protestar y movilizarse que puedan tener un costo material
tanto en la economía como en el funcionamiento del Estado. Pero este es solo un
aspecto.
Es obvio que también existe otra temporalidad, que
el largo durée de un movimiento, y es allí donde se necesitan formas elaboradas
de organizar a las clases y grupos subalternos, tener una base real en ellos,
crear colectivos y redes y formas de autogestión que puedan proporcionar la
columna vertebral de un movimiento popular potencial, recomponiendo el
movimiento obrero, haciéndolo abierto, democrático, inclusivo, pero también
político, estableciendo culturas de democracia y solidaridad. Esto no es tan
impresionante como lanzar una campaña electoral o tratar de lograr un avance
político, pero en momentos cruciales, este puede ser el factor decisivo y al
mismo tiempo el medio para garantizar que cualquier levantamiento contemporáneo
se combine con formas de organización que puedan tener la duración necesaria.
Tesis seis: Necesitamos
una concepción actualizada del poder dual
Es aquí donde una concepción renovada del poder
dual se torna pertinente. Yo creo que tenemos que pensar en términos de un
poder dual permanente. No estoy sugiriendo esto de manera escolástica, sino que
en el sentido que una referencia al poder dual encapsula el hecho de que queremos
una politización expansiva de las clases subalternas, una expansión de sus
formas de autoorganización, una liberación de su potencial de imponer sus
demandas y exigencias y una liberación de amplias prácticas de experimentación
colectiva. Referenciar al poder dual también apunta al hecho de que un proceso
complejo, desigual y confrontacional, donde luchas no solo contra las fuerzas
del capital y el Estado sino que también contra gobiernos de “izquierda” o
“populares” estarán a la orden del día, en un proceso dialéctico con un proceso
constituyente que trasciende los límites contemporáneos de legalidad
constitucional e impone limitaciones actuales a la propiedad capitalista o a la
habilidad de “invertir”, junto a las formas reales de control popular de esos aspectos
de funcionamiento estatal que tradicionalmente están apartados de la
intervención popular.
De particular importancia sería la habilidad de
tener ese tipo de movilización popular para asegurar cambios en el orden legal
y constitucional que normalmente no serían posibles. Tal proceso constituyente
“institucionalmente violento” continúa siendo un prerrequisito de mayores
cambios sociales junto a la habilidad de resistir los contraataques del Estado.
El caso de Catalunya ejemplifica este reto.
Tesis siete: Debemos
pensar en términos de un nuevo bloque histórico
Todas estas consideran un punto muy en particular:
no se trata simplemente de “rehacer a la gente” o de tener una campaña
electoral exitosa, o conformar un gobierno. Se trata de conformar un nuevo
bloque histórico.8 Y la noción gramsciana de bloque histórico apunta a la
combinación de una alianza social, con un programa político que expresa la
iniciativa independiente e histórica de los subalternos con las formas
políticas y prácticas que de hecho crean no relaciones de representación, sino
que prácticas de participación democrática masiva y movilización, en un proceso
que crea no solo una nueva forma de gobernanza, pero también una trayectoria
histórica alternativa para una sociedad. Pero esto requiere mucho más que
simplemente dirigirse a la gente, requiere mucho más que prometerles el cambio,
significa interactuar con ellos, y escucharlos, transformarlos y al mismo
tiempo ser transformados por medio de las muchas instancias de experimentación
colectiva y lucha.
Esto también significa trasladarse de la nación
hacia la gente. No se puede pensar de soberanía en términos nacional, aún si
pensamos en términos de estados-naciones como entidades políticas y entidades
espaciotemporales convirtiéndose en los “eslabones débiles de la cadena”, pero
sí podemos pensar en la soberanía en términos populares. Y esto significa en
pensar en la gente como la verdadera unidad en la lucha de todos quienes sufren
de la explotación, dominación, patriarcado e inminente desastre ecológico. No
es simplemente sustituir a la nación por medio de un demos postnacional, sino
que es un proceso desigual y complejo de reconocer la historia y reescribir la
historia y la identidad común como parte de la lucha y desde la lucha, una historia
del presente, la lucha de lo que será la lucha de lo subalterno hacia la
emancipación y el autogobierno.
Tesis ocho: Necesitamos un
nuevo internacionalismo
Algunas de las mayores de las dificultades que
tenemos hacen referencia a las presiones que sufrirá cualquier proceso de
cambio hoy. Por un lado, un enfoque de “eslabón más débil de la cadena” es más
pertinente que nunca, en el sentido de que solo coyunturas singulares de crisis
hegemónicas, basadas en dinámicas globales amplias, pero sobre determinadas por
formas particulares de antagonismo social pueden conducir a rupturas. Por otro
lado, el grado de agresión y chantaje que enfrentarán será tremendo. En este
sentido un nuevo internacionalismo es necesario, en el sentido de movimientos
expresando solidaridad y neutralizando los esfuerzos de chantajear las
iniciativas de transformación social, pero también en el sentido de la búsqueda
de nuevas formas de alianzas regionales y en tomar ventaja de cualquier
contradicción que exista a nivel internacional, un cierto tipo de “realismo”
revolucionario que evita tornarse hacia el cinismo revolucionario. Esta es una
de las cuestiones más difíciles y a la vez más urgentes que enfrentamos
Tesis nueve: Necesitamos
organizaciones que sean laboratorios de estrategia y esperanza
Contra las formas contemporáneas del Estado burgués
integral en su combinación de aparatos hegemónicos “públicos” y “privados”, la
violencia sistémica de los apartados y en algunas instancias redes
internacionales y los efectos disgregantes de aparatos ideológicos
contemporáneos del Estado, formas contemporáneas de la organización política de
la izquierda son estructuralmente ineficientes. Esto explica las contemporáneas
“crisis de autoridad” de todas las formas contemporáneas de organización
política ejemplificadas en la mutación de “partidos amplios” o “frentes” a
máquinas electorales, completamente ajustados al modo parlamentario burgués de
la política y la serie de implosiones de micro organizaciones supuestamente
“leninistas” en la forma de disolución completa, en algunas instancias por las
revelaciones de culturas internas que incluían un sexismo generalizado, o la
retirada a un sectarismo mezquino y al “negocio usual” de “cuántos estudiantes
reclutamos este año”.
En contraste lo que necesitamos es repensar las
formas de organización de un potencial “Frente Integral Unido”, la articulación
de movimientos, corrientes políticas, sensibilidades, investigaciones teóricas,
experimentaciones sociales y políticas, en un proceso constituyente que no crea
ni ejércitos ni máquinas electorales, sino que laboratorios de estrategia e
industrias de esperanza. Sin embargo, esto requiere un profundo proceso de autocrítica
por parte de la izquierda radical actual, un alejamiento de los hábitos y
manierismos políticos, un deseo de aprender y experimentar, un profundo
cuestionamiento de jerarquías de clase, conocimiento y género al interior de
organizaciones de izquierda, un intento en crear no “los cuarteles de la
revolución” sino que laboratorios de nuevas intelectualidades y nuevas formas
de disciplina política, que hagan evidente que la militancia implica una forma
de sociabilidad que es más abierta, democrática, participativa e igualitaria
que la sociedad que nos rodea. No como islitas de comunismo, pero como prueba
de que las nuevas formas políticas y sociales están ya emergiendo en la lucha y
desde la lucha.
Es más, repensar las organizaciones contemporáneas
no en términos de “pureza ideológica” ni de eficacia electoral, sino que como
procesos políticos que permiten la producción de estrategias, la emergencia de
una nueva cultura popular, y una nueva civilidad política subalterna, es la
única manera de concebir organizaciones como la instancia principal de
producción de un nuevo bloque histórico y como el intento no de representar
sino que de ayudar al proceso de “autotransformación” de los subalternos, de
ayudarlos a afirmar su autonomía integral como Gramsci hubiera dicho. Es
también la única forma de intervenir en la temporalidad compleja y plural de la
política revolucionaria y “prepararse para lo inesperado”.
Tesis diez: Necesitamos
aprender de la derrota
Desde el desastre de SYRIZA a la crisis de Podemos,
la incapacidad de la izquierda francesa de crear proyectos hegemónicos
exitosos, aún con la emergencia de movimiento como los Gilets Jaunes, al hecho
que lo mejor que puede lograr la izquierda Norteamericana es reunirse alrededor
de Bernie Sanders, proporciona la evidencia de una serie de derrotas políticas,
la incapacidad de convertir la ola de malestar social y contestación que siguió
la última crisis capitalista en un proyecto político coherente de emancipación
y transformación.
Es tiempo que aprendamos de la derrota, empezando
por reconocerla, en toda su profundidad y extensión, en todas sus formas y
variaciones, incluyendo todos los casos que no comprendemos realmente la
extensión y la profundidad y la derrota. Y debemos hacerlo no en el sentido de
abrazar algún tipo de melancolía de izquierda o pesimismo, sino que para poder
hacer una evaluación efectiva de las correlaciones de fuerzas. Y al mismo
tiempo debemos siempre participar en los procesos continuos de reconstrucción,
refundación y recomposición, por medio de la lucha, experimentación,
organización, creando nuevas esferas públicas y escuchando y aprendiendo
realmente de los errores de otros. Reapropiarse de experiencias de lucha,
siempre aceptando que las luchas y movimientos reales portan más imaginación
estratégica que nosotros, siempre proponen más preguntas y hasta a veces más
respuestas que las que teníamos, siempre apuntan a nuevas experiencias y
sensibilidades y nuevas maneras y nuevas soluciones en una dialéctica incesante
de confrontación política pero también de creatividad política.
A las diez tesis anteriores añadiría una más: Sí,
estamos hablando de una revolución. Es imposible pensar en cambio social y
transformación por fuera de un proceso revolucionario. Claro, revolución no es
idéntico a insurrección y hace referencia a un proceso más que a un momento,
pero es claro que estamos discutiendo secuencias políticas de ruptura,
confrontacionales, conflictuantes, secuencias que implicarían largas y duras
luchas que no pueden reducirse al funcionamiento normal del proceso
parlamentario. La misma noción de revolución fue en cierto sentido una de las
grandes invenciones de la modernidad, sus límites internos y al mismo tiempo su
apertura al futuro sigue siendo la mejor descripción de las transformaciones
involucradas en cualquier proyecto de emancipación social.
Para concluir: seguimos dentro de los contornos de
un periodo de crisis. No solo en el sentido de una crisis abierta del acuerdo
del conflicto inter-imperialista que incorrectamente ha sido denominado
globalización y tampoco solamente en el sentido de una crisis inminente después
de una década de recuperación que falló en responder los aspectos estructurales
y sistémico de la crisis del neoliberalismo globalizado, pero también en el
sentido de una aguda crisis política, una acechante crisis de hegemonía que a
veces, especialmente en el contexto europeo expresado en la incapacidad de las
elites políticas de realmente comprender qué sucede con la sociedad, de
comprender la raíz y la profundidad del enojo que se viene encima en múltiples
formas y de darse cuenta que aún hay concepciones de justicia, equidad y
democracia que expresan, aún en forma rudimentaria la resistencia y aspiración
de las clases subalternas en su potencial de disrupción y desafío a la
configuración contemporánea del poder.
No estoy sugiriendo un tipo de falso optimismo. En
contrasto, creo que lo que necesitamos es una inversión de la famosa frase de
Romain Rollan que Gramsci usó y sugerir que lo que necesitamos en cierto sentido
es el optimismo del intelecto para contrarrestar el pesimismo de la voluntad,
una insistencia Spinoziana en las tensiones inmanentes que recorren el imperium
contemporáneo y el potencial de cambio inscritas en ellas.
Panagiotis Sotiris trabaja como
periodista en Atenas y es profesor de la Hellenic Open University. Miembro del
comité editor de la revista Historical Materialism.
Traducción: José Manuel Meza y Matías Urzúa
Notas
1/
Daniel Bensaïd, “On the return of the politico-strategic question,” 2006.
2/
Nicos Poulantzas, State, Power, Socialism, Verso, 2000.
3/
Razmig Keucheyan and Cédric Durand, “Bureaucratic Caesarism: A Gramscian
Outlook on the Crisis of Europe,” Histrorical Materialism 23.2: 23–51, 2015.
4/
Isabelle Garo, Communisme et strategie, Paris, Editions Amsterdam, 2019.
5/ Josep Maria Antentas, “Imaginación estratégica y
partido,” Viento Sur, 150: 141-150, 2017.
6/
“Inventer l’inconnu” was the title that Bensaïd chose for a collection of texts
by Marx and Engels on the Paris Commune (Paris, La Fabrique, 2008).
7/ Georges Labica and Francis Sitel, “De
l’impossibilité de la non-violence. Entretien avec Georges
Labica,” 2009.
8/
Panagiotis Sotiris, “Gramsci and the Challenges for the Left: The Historical
Bloc as a Strategic Concept,” Science & Society: Vol. 82, No. 1, 94-119.