Por Eric Blanc
Con el
reciente auge del socialismo democrático en EE UU y en el Reino Unido, una
nueva generación de militantes radicales está buscando una estrategia viable
para vencer y superar al capitalismo. Por esto, no es sorprendente que haya
surgido un debate sobre la relevancia de Kautsky, el principal teórico marxista
del mundo desde fines de 1880 hasta 1914.
Esto puede
parecer una disputa histórica oscura, pero no lo es. Como las recientes
contribuciones de Jacobin hechas por James Muldoon y Charlie Post demuestran,
evaluar la política de Kautsky nos ayuda a las y los socialistas de hoy a
responder a una pregunta estratégica central: ¿Cómo se puede vencer la
dominación de clase en una democracia capitalista?
Desafortunadamente,
Muldoon y Post centran sus artículos sobre el enfoque de Kautsky a la
Revolución alemana de 1918-19, confundiendo la discusión al no poder distinguir
suficientemente entre la radicalidad de largo aliento de Kautsky y su giro
hacia el centro político en la última etapa de su vida.
Como Muldoon,
Post incorrectamente equipara las políticas de Kautsky con el rechazo de “una
ruptura radical con el capitalismo y su estado”. Por el contrario, Kautsky
fue el principal defensor precisamente de esta estrategia de ruptura en
la Segunda Internacional de preguerra. La diferencia entre el enfoque de
Kautsky y aquella de leninistas como Post no está en la necesidad de la
revolución, sino en cómo lograrla.
Siguiendo los
argumentos de Lenin de su panfleto de 1917 El Estado y la Revolución,
las y los leninistas han basado su estrategia durante décadas en la necesidad
de una insurrección para derrocar por completo el estado parlamentario y poner
todo el poder en las manos de consejos obreros. En cambio, Kautsky defendía que
el camino para una ruptura anticapitalista en condiciones de democracia
política pasaba por la elección de un partido de trabajadores para el gobierno.
¿Qué Kautsky?
Kautsky dejó
su marca en la historia como el principal teórico de la izquierda
revolucionaria de la Segunda Internacional previo a la primera guerra mundial.
Sin embargo, en vez de examinar la visión rupturista para el triunfo del
socialismo democrático que Kautsky defendió durante décadas, tanto Post como
Muldoon ponen el foco sobre el Kautsky posterior a 1910, periodo en el cual sus
políticas fueron, es verdad, cada vez más reformistas, pero también cada vez
menos influyentes.
Para esta
fecha tardía, prácticamente ninguna corriente política influyente en Alemania o
más allá intentó implementar las prescripciones políticas de Kautsky. A pesar
de su firme giro hacia el centro después de 1909, las peticiones de Kautsky
fueron ignoradas por los círculos oficiales burocratizados del Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD) durante toda la revolución. Las y los militantes
radicales de Alemania, por el otro lado, rechazaron a su mentor por haber
abandonado su compromiso de largo aliento con las políticas de clase
revolucionarias.
Esta sensación
de traición no era infundada. Hasta principios de la década de 1910, Kautsky
fue la luz rectora de la extrema izquierda en Alemania, Rusia, y en todo el mundo.
No es el caso que los escritos de Kautsky hayan sido los culpables del
desplazamiento de la socialdemocracia alemana hacia la derecha. Lo que causó la
degeneración del SPD no fue un error teórico, sino el ascenso inesperado de una
casta de burócratas del partido que desdeñaron tanto los principios marxistas
en general, como de la estrategia de clase “intransigente” de Kautsky en
particular.
Para esta
burocracia, poco importaba que su decisión de apoyar la primera guerra mundial
en agosto de 1914 y de dirigir una república capitalista en alianza con la
burguesía después de 1917 violara flagrantemente las posiciones oficiales
promovidas anteriormente por Kautsky y adoptadas por el SPD en su totalidad.
Citando al historiador Hans-Josef Steinberg, la historia de la socialdemocracia
alemana desde 1890 hasta 1914 es “la historia de la emancipación de la
teoría en general”.
La mayor
limitación política del Kautsky de preguerra fue que él, como el resto de
marxistas de la época, falló en predecir completamente, o en prepararse para,
el ascenso de esta burocracia. Lo mismo que Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin,
asumió de manera incorrecta que el recrudecimiento de la lucha de clases podría
remover a los “lideres oportunistas” o forzarlos a volver a una postura de
lucha de clases. De esta manera, ni él ni Luxemburgo construyeron una tendencia
marxista organizada dentro del SPD que pudiera disputar efectivamente el
liderazgo.
Como explica
en su biografía definitiva el historiador polaco Marek Waldenberg, la dependencia
organizativa de Kautsky del aparato del SPD puso al envejecido teórico en un
predicamento brutal cuando la dirección realizo un giro firme a la derecha a
partir de 1909:
“Él enfrentó el dilema de, por un lado, empezar la lucha con las tendencias y estados de
ánimo [oportunistas] cada vez más dominantes en los vínculos decisivos de la
estructura del movimiento obrero, o, por el otro, de adaptarse más o menos
completamente a estas. Si elegía pelear hubiese significado perder la posición
del ideólogo y teórico oficial del partido de la que había disfrutado por casi
un cuarto de siglo y a la cual estaba apegado fuertemente. Por otra parte, no
estaba acostumbrado a ‘nadar contra la corriente’, él tenía casi 60 años y era
un hombre muy cansado y mentalmente exhausto.”
Enfrentado a
este desafío inesperado, Kautsky claudicó. A partir de 1910, procedió a
revertir muchas de sus posiciones sobre asuntos estratégicos claves como
formación de bloques con liberales, participación en coaliciones de gobierno
capitalistas y la realidad de la revolución socialista.
Post sostiene
que “la estrategia de Kautsky para romper con el capitalismo [fue] un
fracaso en 1918-1919”. Pero como la estrategia de Kautsky debe ser juzgada
por las prácticas políticas de los partidos que buscaron efectivamente
implementarla, cualquier balance serio tiene que mirar más allá de Alemania.
Aunque Kautsky
giró a la derecha después de 1909, sus teorías radicales tempranas continuaron
orientando las políticas de las y los militantes izquierdistas en Europa. Esto
fue especialmente verdad en la Rusia autocrática y en la Finlandia
parlamentaria, donde su influencia fue mayor y donde sus estrategias guiaron a
bolcheviques y socialdemócratas finlandesess a obtener el poder en 1917-18.
La vía democrática al socialismo de Kautsky
Incluso en su
momento de mayor radicalidad, Kautsky rechazó la relevancia de una estrategia
insurreccional en las democracias capitalistas. Su posición era simple: la
mayoría de las y los trabajadores en países parlamentarios generalmente buscan
usar los movimientos de masas legales y los canales democráticos existentes
para hacer avanzar sus intereses. Los avances tecnológicos, en cualquier caso,
habían vuelto a los ejércitos modernos demasiado poderosos para ser derrotados
a través de levantamientos con luchas de barricadas callejeras, al estilo del
viejo modelo del siglo XIX. Por estas razones, los gobiernos elegidos
democráticamente tienen demasiada legitimidad entre la clase obrera, y
demasiada fuerza militar para que un enfoque insurreccional sea realista.
La historia ha
confirmado las predicciones de Kautsky. No solo nunca ha habido un movimiento
insurreccional socialista victorioso bajo una democracia capitalista, sino que
solo una pequeña minoría de trabajadoras y trabajadores ha apoyado -ni siquiera
en teoría- la idea de una insurrección. Por esta razón, los elementos más
sensibles de los inicios de la Internacional Comunista comenzaron rápidamente a
volver al enfoque de Kautsky en 1922-23, recomendando la elección parlamentaria
de “gobiernos de trabajadores” como el primer paso hacia una ruptura.
El incisivo
balance de la socióloga Carmen Sirriani sobre los intentos de transformaciones
anticapitalistas durante el siglo XX, demuestra que incluso cuando el deseo de
una transformación socialista inmediata fue profundo entre la clase obrera, el
apoyo a reemplazar el voto universal y la democracia parlamentaria por consejos
de trabajadores, o por otros órganos de poder dual, siempre fue marginal. Esto
era verdad incluso antes de que el ascenso del estalinismo rompiese la
atracción popular del modelo de 1917, y no hay razones para pensar que vaya a
cambiar en el futuro.
Las y los
leninistas pocas veces se han enfrentado con estos hechos ni han dado una
explicación convincente de ellos. En otras palabras, han asumido, pero no
demostrado realmente, que el modelo insurreccional y de doble poder de la Rusia
de 1917 –una revolución que derrocó a un estado autocrático y no capitalista,
no a un régimen parlamentario- es relevante para democracias capitalistas. De
manera similar, Post no ofrece ninguna evidencia para su aseveración de que
solo los consejos obreros, y no un gobierno dirigido por socialistas elegido
por el voto universal, son capaces de dirigir una ruptura con el capitalismo.
Dada su
incapacidad para ofrecer un caso positivo convincente para una estrategia
insurreccional, los leninistas han dirigido sus ataques sobre los peligros y
tensiones del intento de usar el estado existente para una transformación
socialista. Muchas de estas advertencias son válidas. En efecto, marxistas
social-democráticos como Kautsky y Ralph Miliband han
escrito algunas de las más mordaces críticas de socialistas en el poder. Los
obstáculos identificados por Post ya fueron elocuentemente expuestos hace
muchos años en las denuncias de Kautsky sobre el reformismo de los socialistas
franceses y en la incisiva evaluación de Miliband del gobierno de la Unidad
Popular de Salvador Allende en Chile.
Post está en
lo correcto al señalar que un gobierno de izquierda electo con una orientación
de ruptura respecto al estado existente deberá afrontar un sabotaje implacable
y cosas peores por parte de las y los capitalistas, el aparato represivo y la
burocracia estatal. Sin embargo, en ausencia de una alternativa que sea viable,
estas dificultades no son suficientes para rechazar la postura de Kautsky sobre
una vía democrática al socialismo. Y al contrario de lo que Post afirma,
Kautsky era consciente de los desafíos inherentes a enfrentar de su estrategia,
y expuso una perspectiva de cómo podrían superarse de forma plausible.
Debe hacerse
notar desde el principio que Kautsky evito exponer una postura rígida o
detallada sobre cómo debería realizarse la transición al socialismo. La
historia era demasiado impredecible para certezas de ese tipo: “Estoy
completamente convencido de que no es nuestra tarea inventar recetas para las
cocinas del futuro… En este campo [el de la revolución] pueden aun aparecer
muchas sorpresas para nosotros.”
Dicho esto,
Kautsky no tenía ilusiones respecto a las posibilidades de un uso pacífico y
gradual de las instituciones del estado existente para lograr el socialismo. En
su perspectiva, la profundidad del antagonismo de clases significaba que “el
proletariado jamás puede compartir el poder gubernamental con ninguna clase
propietaria.” Por esta razón rechazaba tajantemente las afirmaciones
del “revisionista” Eduard Bernstein de que las y los trabajadores podrían tomar
el estado ministerio a ministerio.
Post sostiene
incorrectamente que Kautsky y otros socialistas democráticxs “no tienen
en cuenta cómo el control del capital sobre las inversiones es su primera línea
de defensa contra los intentos de usar cargos electos para derrocar al
capitalismo”. De hecho, el influyente clásico de 1902 de Kautsky La
revolución social argumentaba que el principal obstáculo a enfrentar
por un gobierno de izquierda sería el poder económico y la resistencia de las
grandes empresas:
“Una de las
peculiaridades de la situación actual consiste en el hecho de que, como ya lo
hemos señalado, ya no son más los gobiernos los que nos ofrecen la resistencia
más dura… [los explotadores capitalistas] usan sus fuerzas temerariamente y de
manera más dura que el propio gobierno, el cual ya no está sobre ellos, sino,
por el contrario, está debajo.”
Kautsky
argumentó que un gobierno socialista elegido democráticamente también sufriría
resistencia desde el interior de las estructuras del estado existente, primero
y principalmente de las fuerzas armadas. Por lo tanto, siempre insistió en que
para derrocar al régimen capitalista se requería la disolución del ejército y
armar al pueblo. Como él señalo, el ejército era “el más importante” sostén del
régimen.
“Imaginen por
un momento que nuestra actividad parlamentaria haya adoptado formas que
amenacen la supremacía de la burguesía. ¿Qué pasaría? La burguesía trataría de
terminar con las formas parlamentarias. En particular preferiría suprimir la
votación universal, directa y secreta que capitular tranquilamente ante el
proletariado. De modo que no se nos da la opción de limitarnos a una lucha
puramente parlamentaria.”
Para derrotar
tal resistencia de la clase dominante, Kautsky recomendaba a los trabajadores
el uso de la herramienta de la huelga general. También afirmaba que aunque los
marxistas deseaban y recomendaban una revolución pacífica, debían estar
preparados para usar la fuerza si fuese necesario para defender su mandato
democrático. Los capitalistas no renunciarían al uso de la violencia incluso si
los socialistas lo hicieran.
La burocracia
estatal también se resistiría a una transformación socialista. En la evaluación
de Kautsky, el aumento de poder del poder ejecutivo y de los funcionarios
gubernamentales no electos ya había socavado fatalmente el poder de los
parlamentos electos democráticamente. Llamando a seguir el camino forjado por
la Comuna de París en 1871, en la cual prácticamente todos los cargos estatales
fueron electos desde abajo, sostenía que la democracia representativa tenía que
profundizarse radicalmente a través de “la más completa expansión del
autogobierno, la elección popular de todos los funcionarios [estatales] y la
subordinación de todos los miembros de órganos representativos al control y
disciplina del pueblo organizado.”
Dada la
naturaleza antidemocrática de los gobiernos modernos, Kautsky concluyó que las
principales formas del estado existente –con la excepción importante de los
parlamentos elegidos democráticamente – no podían ser usadas por la clase
obrera para su propia liberación:
"El
proletariado, al igual que la pequeña burguesía, nunca será capaz de dirigir el
estado a través de estas instituciones. Esto no es solamente porque la
oficialidad militar, la cima de la burocracia y de la Iglesia siempre han sido
reclutados desde las clases más altas y están unidas a ellas por los vínculos
más íntimos. Está en su propia naturaleza el que estas instituciones de poder
se esfuercen en elevarse por encima de la mayoría del pueblo con el objetivo de
dominarlos, en vez de servirlos, lo que significa que ellas serán casi siempre
antidemocráticas.”
En línea con
este enfoque, Kautsky insistía en que pelear por una república democrática –la
completa democratización del régimen político, elección de funcionarios y
funcionarias estatales, disolución del ejército activo, etc.– era un componente
central de la política socialista.
En la práctica
La viabilidad
en la práctica de la estrategia de Kautsky fue demostrada por la revolución
finlandesa de 1917-18. A diferencia de la mayoría de los partidos
socialdemócratas de la época, la socialdemocracia finlandesa bajo la guía de
una célula de jóvenes “Kautskystas” liderada por Otto Kuusinen mantuvo su
compromiso con un socialismo democrático radical. A través de una organización
y educación paciente de la conciencia de clase, las y los socialistas
finlandeses ganaron la mayoría en el parlamento en 1916, llevando a la derecha
a disolver la institución en el verano de 1917, lo que desencadenó la
revolución liderada por los socialistas en enero de 1918. La preferencia de la
socialdemocracia finlandesa por una estrategia parlamentaria defensiva no le
impidió derrocar el dominio capitalista ni dar pasos hacia el socialismo.
Desafortunadamente,
esta estrategia ha sido intentada pocas veces en la práctica después de
Finlandia. Durante casi un siglo, la mayoría de la extrema izquierda ha estado
desorientada y marginada políticamente por los intentos de generalizar la
experiencia bolchevique en contextos políticos no autocráticos. Al mismo
tiempo, la gran mayoría de los gobiernos de izquierda electos nunca han tratado
de avanzar por el camino sugerido por Kautsky debido a la presión moderadora de
la burocracia sindical y del inmenso poder económico de la clase capitalista.
Estos son
serios obstáculos para cualquier estrategia socialista. Sin embargo, no son
insuperables. La experiencia finlandesa y los posteriores registros históricos
muestran que presionar a gobiernos de izquierda hacia el camino de ruptura
requiere una corriente influyente de organizaciones marxistas comprometidas con
la lucha por una estrategia socialista-democrática y dispuestas a impulsar
hacia adelante el proceso revolucionario frente a las inevitables presiones de
capitalistas y burócratas sindicales moderados.
Evitar el
callejón sin salida de la socialdemocratización requerirá sobre todo de un
grado muy intenso y sostenido de acción de masas y de organización
independiente de la clase obrera fuera del parlamento. Sin esto, incluso el
gobierno más bienintencionado se encontrará en apuros.
No siempre es
fácil combinar eficazmente la acción de masas y el trabajo electoral. Es, sin
embargo, posible. Post exagera la medida en la que ambas están inherentemente
reñidas cuando escribe que los “ ‘teóricos’ de la insurrección tienen y
seguirán teniendo que enfrentarse a la elección -construir huelgas disruptivas
y acciones de masas o confiar en la elección de amigos de la ‘clase obrera.’”
Esta es una
falsa dicotomía. La acción electoral de la clase obrera y la autoactividad de
masas pueden, y muchas veces lo hacen, nutrirse recíprocamente. En efecto, la
huelga del profesorado de 2018, especialmente en Virginia Occidental y en
Arizona, fue en parte inspirada por la campaña para las primarias del 2016 de
Bernie Sanders. Sindicatos docentes y activistas de todo el país tienen
actualmente la oportunidad de construir a partir del impulso de la huelga un
gran desafío político a la clase multimillonaria en la forma de propuestas de
campaña de impuestos a las personas ricas y de agrupaciones como Profesores por
Bernie. Y, como hizo en 2016, Sanders está de nuevo usando activamente su campaña
para promover huelgas y acciones desde abajo de la clase obrera. Navegar las
tensiones del trabajo electoral y del movimiento de masas es el arte de la
política socialista, no hay fórmulas eternas.
Esto efectivamente importa hoy
Nunca vamos a
derrocar al capitalismo sin una estrategia realista para hacerlo. Sin ganar
primero una elección democrática, las socialistas no tendrán la legitimidad
popular ni el poder necesario para liderar eficazmente una ruptura
anticapitalista.
Sin embargo,
reclamar lo mejor del legado de Kautsky no solo es importante para nuestros
objetivos a largo plazo. Construir desde su concepción marxista de un camino
democrático al socialismo tiene al menos tres consecuencias prácticas
inmediatas.
En primer
lugar, alejarse de los supuestos dogmáticos sobre la generalización del modelo
de 1917 debería ayudar a las y los socialistas a abandonar otros dogmas
políticos, incluyendo temas urgentes como las vías para construir una corriente
marxista y si alguna vez es correcto usar las candidaturas del Partido
Demócrata. Aunque todavía hay muchas lecciones positivas que aprender del
bolchevismo y la revolución rusa, la época de construir pequeños grupos cada
uno dedicado a defender su concepción particular del legado leninista
felizmente ha terminado.
En segundo
lugar, recuperar la estrategia de Kautsky debería impulsar a las y los
socialistas a enfocarse más en la lucha por democratizar el régimen político,
una tradición que se ha perdido desde la época de la Segunda Internacional.
Mientras que liberales y socialdemócratas aceptan generalmente las reglas y
estructuras gubernamentales existentes, los leninistas muchas veces han
rechazado luchar de manera activa por reformas democráticas importantes porque
lo que buscan es deslegitimar por completo el estado actual.
Las y los
marxistas socialistas-democráticos, por el contrario, buscan apoyarse en y
expandir las instituciones democráticas actuales –que han sido prácticamente
todas conseguidas por la lucha de clases– como un punto de apoyo desde el cual
avanzar hacia una transformación anticapitalista. En un país como Estados
Unidos, con su sistema político extremadamente antidemocrático, levantar la
lucha por una democracia política es extremadamente urgente.
Finalmente,
defender los mejores elementos del enfoque de Kautsky es importante para ayudar
a las y los militantes de izquierda a tomarse más en serio el campo de lucha
electoral. Después de décadas en las que el movimentismo apolítico dominó a la
extrema izquierda, y apoyado por lo que el mainstream demócrata
definió como el ambiente progresista, la política de masas de la clase obrera
finalmente ha vuelto. Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortéz, y otros
activistas radicales recientemente electos han elevado las expectativas de la
clase trabajadora y cambiado la política nacional. Las y los socialistas deben
participar de este resurgimiento electoral para promover movimientos de masas y
para organizar a cientos de miles de personas en organizaciones de la clase
obrera independientes.
Aunque la
visión democrática radical de Kautsky no es ciertamente la última palabra en la
política marxista, es un punto de partida excelente. Kautsky tenía razón, y
mientras más pronto se den cuenta las y los socialistas, mejor.