América Latina
Por Raúl
Zibechi, Juan Wahren
Hay vida (y
lucha) más allá de las elecciones. En nuestros países (Argentina, Uruguay),
desde los focos mediáticos hasta las conversaciones entre militantes de los
movimientos sociales, están centradas y concentradas en las próximas jornadas
electorales, con la esperanza de que, esta vez sí, habrá cambios. Aunque
sabemos que esos cambios no vienen de arriba y que los verdaderos son los que
construyamos desde abajo y por abajo, una y otra vez nos dejamos arrastrar por
los fuegos artificiales de las elecciones. Volvemos a diluir nuestra potencia
del hacer desde abajo en la delegación del Poder hacia arriba...
Sin embargo,
los pueblos de América Latina siguen construyendo sus mundos otros, muy
lentamente, a contracorriente, en la oscuridad de la vida cotidiana, lejos, muy
lejos de las campañas que derrochan recursos y discursos. ¿Quién pudo enterarse
que este año se creó la Guardia Indígena Comunitaria “Whasek” Wichi en el
Impenetrable, en el Chaco, Argentina? ¿Quién sabe de la creación del Gobierno
Territorial Autónomo de la Nación Wampis, en el norte del Perú, camino que
comienzan a recorrer otros tres pueblos amazónicos?
¿Cuántos
medios han informado que el pueblo mapuche en el sur de Chile ha recuperado 500
mil hectáreas por acción directa desde la década de 1990, cuando se restauró la
democracia para arrinconarlos con la aplicación de la ley antiterrorista
heredada de la dictadura de Pinochet, pero luego aplicada igualmente por
gobiernos progresistas y conservadores?
¿Dónde leemos
acerca de la tremenda lucha de los tupinambá del sur de Bahía (Brasil), que en
pocos años recuperaron 22 haciendas, miles de hectáreas, pese a la represión y
las torturas a sus dirigentes? ¿Cuándo le dedicamos algún tiempo a comentar la
victoria de las 30 comunidades de Molleturo (Azuay, Ecuador) que consiguieron
frenar la minera china Ecuagoldmining, luego de quemar el campamento? ¿Quién
habla del reciente triunfo campesino de todo el Valle de Tambo, ante el
proyecto cuprífero Tía María, en el sur de Perú?
Ahora vemos
cómo los pueblos mayas del sur de México, organizados en el Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN), pasaron a la ofensiva y rompieron el cerco
militar e informativo del gobierno mexicano de la autodenominada Cuarta
Transformación, creando siete nuevos caracoles y cuatro municipios
autónomos, con los que suman ya 43 espacios de autogobierno zapatista en esa
región.
El gobierno de
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) saludó y otorgó su aprobación a
los nuevos municipios autónomos zapatistas, no sabemos qué responderán los y
las zapatistas, pero podemos observar que en todos estos años fueron
construyendo de hecho su autonomía en los territorios insurgentes donde se
encuentran sin la necesidad de la aprobación de ningún gobernante. Los Acuerdos
de San Andrés firmados en el año 1996 y que reconocían la autonomía de los
pueblos indígenas de todo México fueron negados y traicionados por cada uno de
los sucesivos gobiernos; esto no impidió el crecimiento de la autonomía en
territorio zapatista y en decenas de municipios autónomos de otros pueblos
indígenas del país. Más que aprobar o no, de palabra, estos procesos de
autonomía, el gobierno de AMLO bien podría poner en práctica los Acuerdos de
San Andrés y dejar que siga floreciendo la autonomía indígena en vez de
continuar y fortalecer el cerco policial y militar a las comunidades en
rebeldía, tal como vienen denunciando las propias comunidades indígenas de
Chiapas, tanto las zapatistas como muchas otras no zapatistas.
Para nosotros
estos hechos son motivo de la mayor alegría y nos llenan de entusiasmo y
esperanza, ya que confirman la decisión política de construir abajo con las y
los de abajo, de forma autónoma, nuestra salud y nuestra educación, nuestros
espacios de vida y nuestra justicia, en base a los poderes propios que hemos
creado por fuera del Estado.
Han conseguido
romper el cerco que decenas de miles de militares mantienen desde el
levantamiento del 1º de enero de 1994, cuando el gobierno decidió movilizar la
mitad de sus efectivos para rodear y cercar a las comunidades rebeldes
autónomas zapatistas. ¿Cómo han sido capaces los y las zapatistas de
multiplicarse, de salir del cerco y construir más mundos nuevos? Como lo hacen
siempre las y los de abajo: “compañeras de todas las edades se movilizaron para
hablar con otras hermanas con o sin organización”, explica el subcomandante
insurgente Moisés en su último comunicado. Las mujeres y los jóvenes son
quienes fueron a conversar con sus semejantes de otras comunidades, no para
convencerlos, porque las y los oprimidos saben de sobra quiénes son, sino para
organizarse juntos; para autogobernarse juntos.
En esa
movilización silenciosa entre los abajos, comprobaron que las limosnas de los
gobiernos (eso que aquí llamamos con cierta pompa políticas sociales y
que no es más que contrainsurgencia) lastiman la dignidad por el desprecio y el
racismo que implican. Los mundos nuevos nacen por contagio y por necesidad, sin
seguir las instrucciones de los manuales partidarios, ni las recetas
predeterminadas de viejos o nuevos líderes.
¿Cómo hemos
perdido la “capacidad más linda del revolucionario”, la de sentir “en lo más
hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del
mundo”, como decía el Che? ¿Por qué ya no nos alegrarnos cuando, en cualquier
parte del mundo, los de abajo ponen su dignidad como escudo ante los poderosos,
levantando mundos otros, como los kurdos del norte de Siria?
Las personas
militantes necesitamos reformar nuestros sentidos y sentimientos de vida,
reencontrarnos con nuestros propios fuegos y retomar la lucha más allá de los
fuegos artificiales de las elecciones, volver a confiar en nuestra propia
potencia y autogobernarnos a distancia del Estado, des-alienarnos y
des-colonizarnos para caminar junto, no delante marcando línea, hombro con
hombro con las rebeldías que siguen (re)emergiendo desde abajo y por abajo en
toda Nuestra América.