Por Philippe Boudreau, René Charest, Hubert Forcier y Fanny
Theurillat-Cloutier
De todos los movimientos sociales de los
tiempos modernos, el sindicalismo es el que ha alentado la organización del
mayor número de personas y el que ha conseguido los mayores beneficios
sociales. Pero hay que reconocer que el sindicalismo está hoy a la defensiva y
sin un proyecto político.
Esta falta de un horizonte social de transformación social del
movimiento sindical contribuye a su debilitamiento. Las organizaciones tienden
a optar por perspectivas estratégicas más modestas. La misma idea de que los
trabajadores y los sectores populares pueden llegar al poder un día tiende a
desaparecer de l programa sindical, en un momento en que, por otra parte, el
capitalismo aparece incontestable.
En la mayoría de los países capitalistas más desarrollados, los
sindicatos, sin embargo, sobrevivieron mejor la ofensiva neoliberal que los
partidos socialdemócratas y socialistas. A largo plazo, es importante que el
movimiento sindical no sufra un destino similar que el que aflige a esos
partidos, a saber, una separación definitiva con las reivindicaciones inmediatas
que se expresan en la calle. Los sindicatos se encuentran en una encrucijada y
muchos piden su renovación.
En este contexto de reflujo, el sindicalismo se enfrenta a varios
retos. Debe tenerse en cuenta, en particular, la creciente brecha entre la
densidad sindical del sector público y el sector privado, así como la caída de
la afiliación en el sector de la salud y de los servicios sociales. La misma
preocupación existe por el distanciamiento importante y cada vez mayor entre
los afiliados y los representantes sindicales y sobre el marco legal que
restringe progresivamente la actividad sindical. Lo que surge de los muchos
desafíos que enfrenta el movimiento sindical es su incapacidad creciente para
obtener reformas que mejoren significativamente la vida de los hombres y de las
mujeres trabajadores.
Otro desafío es la transformación de la identidad de clase de los
trabajadores. Esta no se desprende automáticamente de una situación salarial
específica o de una relación concreta con los medios de producción, sino que se
desarrolla mediante la acción política colectiva que forja una conciencia
colectiva de compartir unas condiciones socioeconómicas similares y de un mismo
deseo de transformación social. El nacimiento de la clase obrera fue un proceso
muy largo, durante el cual los actores y actrices tuvieron que discutir, que
ejercer su juicio subjetivo y tomar muchas decisiones de todo tipo que no eran
evidentes.
Mercado de trabajo
Las transformaciones del mercado laboral de finales del siglo XX y
principios del XXI han podido borrar algunas de las características históricas
de la identidad de clase, haciendo un tanto exótico hoy el concepto de clase
obrera. Y la diversificación de estatus en la esfera económica plantea retos
importantes para las dinámicas unificadoras que han dado tradicionalmente su
fuerza al movimiento obrero, más aún en un contexto en el que la multiplicación
de distintos contratos de trabajo está de moda en el sindicalismo
contemporáneo.
Esta diversificación significa que el papel de los sindicatos y de
la organización popular se vuelve tanto más complejo y más importante. La
organización sindical se enfrenta a opciones difíciles, cuyo resultado tendrá
un papel decisivo en el futuro. Reconstituir por lo tanto un movimiento
sindical masivo y poderoso presupone la capacidad de reconfigurar una identidad
de clase común y amplia, capaz de agrupar a diferentes grupos vulnerables,
todos ellos bajo la embestida del neoliberalismo.
El movimiento obrero tiene la tarea de ver más allá de la defensa
de los asalariados a los que tradicionalmente ha representado, si pretende
recrear una identidad unificadora, no de manera arbitraria o hegemónica, sino
apoyándose en los colectivos que actúan en las luchas muy contemporáneas,
que a menudo se encuentran en las periferias del trabajo asalariado habitual
(que es en sí cada vez más raro). Dado que estos colectivos y estas luchas son
parte de la resistencia a las medidas de austeridad y la explotación
capitalistas, deben ser considerados en su conjunto como prioritarios en la
dinámica de recomposición del movimiento de clase.
La historia del movimiento obrero del siglo XIX nos enseña hasta
que punto la identidad de clase es una realidad construida, pacientemente
forjada por los actores sociales, sobre la base de sus condiciones materiales
sin duda, pero también de la movilización de referencias culturales, símbolos,
sensibilidades políticas, formas de representación de diversa índole, así como
de un sentido táctico innegable. Dado que está en la encrucijada, ¿no ha
llegado la hora de que el movimiento obrero se renueve con este rico bagaje de
resistencias e iniciativas contemporáneas en toda su diversidad?