Mientras
haya voluntad de lucha habrá esperanza de vencer
Por FARC, Ejército del Pueblo
Rebelión
Desde el
Inírida que acaricia con la ternura de sus aguas frescas la selva amazónica y
del Orinoco, sitiados por la fragancia del Vaupés, que es piña madura,
anunciamos al mundo que ha comenzado la Segunda Marquetalia bajo el amparo del
derecho universal que asiste a todos los pueblos del mundo de levantarse en
armas contra la opresión. Es la continuación de la lucha guerrillera en
respuesta a la traición del Estado al Acuerdo de Paz de La Habana. Es la marcha
de la Colombia humilde, ignorada y despreciada hacia la justicia que destellan
las colinas del futuro. Será la de la paz cierta, no traicionada, desplegando
sus alas de anhelos populares sobre la perfidia del establecimiento. La
rebelión no es una bandera derrotada ni vencida; por eso continuamos con el
legado de Manuel y de Bolívar, trabajando desde abajo y con los de abajo por el
cambio político y social.
Buscaremos
coordinar esfuerzos con la guerrilla del ELN y con aquellos compañeros y
compañeras que no han plegado sus banderas que tremolan patria para todos.
Esta
insurgencia no se levanta de las cenizas como el ave fénix para seguir operando
en las profundidades de la selva remota. No. Volará a través del cristal de
esas lejanías brumosas para abrazar con la fuerza del amor, los sueños de vida
digna y buen gobierno que suspiran las gentes del común.
El
objetivo no es el soldado ni el policía, el oficial ni el suboficial
respetuosos de los intereses populares; será la oligarquía, esa oligarquía
excluyente y corrupta, mafiosa y violenta que cree que puede seguir atrancando
la puerta del futuro de un país.
Una Nueva Modalidad Operativa conocerá el Estado. Sólo responderemos a la ofensiva. No vamos a seguir matándonos entre hermanos de clase para que una oligarquía descarada continúe manipulando nuestro destino y enriqueciéndose, cada vez más, a costa de la pobreza pública y los dividendos de la guerra.
Durante el tramo final del proceso de paz desarrollado en La Habana, y en el breve espacio de un año de post acuerdo, pudimos constatar que hay militares y policías que anhelan la paz para Colombia, tanto como la gente del común. Ellos -que son pueblo uniformado- fueron tocados por los beneficios del Acuerdo y quisieran ahora dedicarle más tiempo a sus familias, a estudiar una carrera, a prepararse mejor para la defensa de la soberanía y consagrar sus armas al servicio del pueblo. Sabemos que quisieran tener el poder suficiente para arrancarles las charreteras a los altos mandos corruptos de la institución… No quieren seguir siendo utilizados por políticos dementes como gatillo de los falsos positivos, del asesinato de líderes sociales y de excombatientes. No quieren seguir siendo cómplices del paramilitarismo, del desplazamiento forzoso, del inhumano despojo de tierras y de las políticas económicas que victimizaron a millones de colombianos. Les indigna que solo ellos tengan que sentarse ahora en el banquillo de los acusados mientras la cúpula política que emitió las órdenes, contempla indiferente el espectáculo tras el burladero de la impunidad. Luego del Acuerdo de Paz de La Habana, la gran mayoría se distancia de la absurda idea de ser cipayos de Washington en una guerra injusta contra Venezuela.
Una Nueva Modalidad Operativa conocerá el Estado. Sólo responderemos a la ofensiva. No vamos a seguir matándonos entre hermanos de clase para que una oligarquía descarada continúe manipulando nuestro destino y enriqueciéndose, cada vez más, a costa de la pobreza pública y los dividendos de la guerra.
Durante el tramo final del proceso de paz desarrollado en La Habana, y en el breve espacio de un año de post acuerdo, pudimos constatar que hay militares y policías que anhelan la paz para Colombia, tanto como la gente del común. Ellos -que son pueblo uniformado- fueron tocados por los beneficios del Acuerdo y quisieran ahora dedicarle más tiempo a sus familias, a estudiar una carrera, a prepararse mejor para la defensa de la soberanía y consagrar sus armas al servicio del pueblo. Sabemos que quisieran tener el poder suficiente para arrancarles las charreteras a los altos mandos corruptos de la institución… No quieren seguir siendo utilizados por políticos dementes como gatillo de los falsos positivos, del asesinato de líderes sociales y de excombatientes. No quieren seguir siendo cómplices del paramilitarismo, del desplazamiento forzoso, del inhumano despojo de tierras y de las políticas económicas que victimizaron a millones de colombianos. Les indigna que solo ellos tengan que sentarse ahora en el banquillo de los acusados mientras la cúpula política que emitió las órdenes, contempla indiferente el espectáculo tras el burladero de la impunidad. Luego del Acuerdo de Paz de La Habana, la gran mayoría se distancia de la absurda idea de ser cipayos de Washington en una guerra injusta contra Venezuela.
Compatriotas
y ciudadanos del mundo, nuestra divisa es: paz a los colombianos, paz a los
países vecinos, paz a los cuarteles que no dirijan sus miras y sus cañones
contra las comunidades. Unidad, unidad, unidad… Movilización de la
inconformidad contra los malos gobernantes, y por la construcción de un nuevo
orden social justo.
Anunciamos nuestro desmarque total de las retenciones con fines económicos. Priorizaremos el diálogo con empresarios, ganaderos, comerciantes y la gente pudiente del país, para buscar por esa vía su contribución al progreso de las comunidades rurales y urbanas. La única impuestación válida será -siempre en función de la financiación de la rebelión- la que se aplique a las economías ilegales y a las multinacionales que saquean nuestras riquezas.
Anunciamos nuestro desmarque total de las retenciones con fines económicos. Priorizaremos el diálogo con empresarios, ganaderos, comerciantes y la gente pudiente del país, para buscar por esa vía su contribución al progreso de las comunidades rurales y urbanas. La única impuestación válida será -siempre en función de la financiación de la rebelión- la que se aplique a las economías ilegales y a las multinacionales que saquean nuestras riquezas.
Vamos a
entrarle duro, con ustedes, al combate contra la corrupción, la impunidad, contra
los ladrones del Estado que como sanguijuelas le están chupando la sangre y
hasta el alma al pueblo.
Seguiremos
siendo la misma guerrilla protectora del medio ambiente, de la selva, de los
ríos, de la fauna, que los colombianos conocen, y no dejaremos de alentar el
esfuerzo mundial de la razón por detener el cambio climático. Cuenten con
nuestra férrea oposición al fracking que contamina nuestras aguas
subterráneas.
Queremos trabajar con todos los estratos del pensamiento humanista la construcción de la patria del futuro. Tenemos los colombianos la carta de navegación del Libertador para marchar hacia “...un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz”. Con ello estaremos comprometidos de corazón y sin descanso -como dice Marulanda- en una lucha constante por los cambios, motivados en la gran causa de la paz con justicia social y soberanía, por un Nuevo Gobierno Alternativo que salve al país de la crisis general.
Queremos trabajar con todos los estratos del pensamiento humanista la construcción de la patria del futuro. Tenemos los colombianos la carta de navegación del Libertador para marchar hacia “...un gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz”. Con ello estaremos comprometidos de corazón y sin descanso -como dice Marulanda- en una lucha constante por los cambios, motivados en la gran causa de la paz con justicia social y soberanía, por un Nuevo Gobierno Alternativo que salve al país de la crisis general.
Sí;
nuestro objetivo estratégico es la paz de Colombia con justicia social,
democracia, soberanía y decoro. Esa es nuestra bandera, la bandera del derecho
a la paz que garantiza la vida. Es la vida el derecho supremo. Ninguno de los
derechos fundamentales es aplicable si no hay vida. Por eso queremos para todos
paz con alimento, empleo, agua, techo, salud, educación, vías, mercadeo,
conectividad, recreación y la más amplia democracia. Sólo así daremos sentido a
la vida. Unidos seremos la antorcha de la esperanza, la potencia social
transformadora que puede hacer realidad el sentimiento más profundo que anida
en el corazón humano.
La paz
traicionada
La
historia de Colombia es una historia salpicada por las traiciones a los
acuerdos y a las esperanzas de paz.
En 1782,
tras firmar un Acuerdo con la corona española que prometía el fin de la
opresión, el guerrillero comunero, José Antonio Galán, terminó traicionado,
arrestado y descuartizado vivo. Las partes de su cuerpo desmembrado fueron
exhibidas en las entradas de algunos pueblos como escarmiento y recurso brutal
para disuadir la rebeldía.
Luego de
la batalla de Boyacá -aurora de la independencia de Nuestra América- la
traición se explayó como niebla revuelta, agitada por una ambición desenfrenada
de riquezas y poder. Y fue Santander el cabecilla de la traición. Él intentó
por todos los medios, en concierto con el gobierno de Washington, asesinar al
libertador Simón Bolívar y destruir su legado; él condecoró con la Cruz de
Boyacá a los asesinos del mariscal Antonio José de Sucre, quien había derrotado
con sus soldados internacionalistas la opresión colonial en la pampa de
Ayacucho. Santander es el héroe de la oligarquía colombiana y es su paradigma; no
es el héroe del pueblo.
Esa
oligarquía santanderista truncó la vida de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo
amado por el pueblo y que era para éste, su esperanza de redención. Su
intransigencia no perdonó a Guadalupe Salcedo, jefe de las guerrillas liberales
del Llano, quien terminó acribillado a tiros en la pacificación de los años 50.
Tampoco se la rebajaron a Jacobo Prías Alape, vocero de la guerrilla comunista
en las conversaciones de paz con el Gobierno del Frente Nacional. En 1960 fue
asesinado por la espalda en la población de Gaitania.
El
Movimiento político Unión Patriótica surgido del primer diálogo de paz
Gobierno-FARC, fue exterminado a tiros. Más de 5 mil militantes y dirigentes de
la UP, fueron abatidos. Toda una generación de revolucionarios y
revolucionarias fue masacrada.
Después
de firmar el acuerdo de paz con la guerrilla del M-19 en los años 80, el Estado
fue matando, uno a uno, a sus principales comandantes, los compañeros Iván
Marino Ospina, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro Leongómez.
Y ya en
el año 2011, un presidente de la República ordenó con premeditación y alevosía
asesinar al comandante de las FARC-EP Alfonso Cano con quien desde hacía meses
adelantaba contactos exploratorios para abrir conversaciones de paz. Esta
traición ocurrió, luego de un bombardeo de la Fuerza Aérea, con el agravante de
que el comandante insurgente se encontraba capturado y en total indefensión.
Desde la
firma del Acuerdo de Paz en La Habana, y del desarme ingenuo de la guerrilla a
cambio de nada, no cesa la matazón. En dos años, más de 500 líderes y lideresas
del movimiento social han sido asesinados, y ya suman 150 los guerrilleros
muertos en medio de la indiferencia y la indolencia de un Estado.
Cuando
firmamos el Acuerdo de La Habana lo hicimos con la convicción de que era
posible cambiar la vida de los humildes y los desposeídos. Pero el Estado no ha
cumplido ni con la más importante de sus obligaciones, que es garantizar la
vida de sus ciudadanos, y particularmente la de evitar el asesinato por razones
políticas. Todo esto: la trampa, la traición y la perfidia, la modificación
unilateral del texto del Acuerdo, el incumplimiento de los compromisos por
parte del Estado, los montajes judiciales y la inseguridad jurídica, nos
obligaron a regresar al monte. Nunca fuimos vencidos ni derrotados
ideológicamente. Por eso la lucha continúa. La historia registrará en sus
páginas que fuimos obligados a retomar las armas. Nos reclamamos herederos del
legado de Manuel Marulanda Vélez. Somos la continuación de aquella gesta que se
iniciara en Marquetalia en 1964.
El
expresidente Santos juró con impostada voz de Nobel de Paz que no cambiaría ni
una sola coma de lo pactado, que cumpliría lo firmado de buena fe y que no nos
iba a poner conejo. Pero ni siquiera se atrevió a titular tierras a los
campesinos que han vivido en ellas por décadas, siendo algo tan sencillo como
el agua. Tanto el fondo de tierras, como la sustitución voluntaria de cultivos
de uso ilícito acompañada de proyectos alternativos y el mejoramiento de las
condiciones de vida en el campo, han quedado por ahora, perdidas en el
laberinto del olvido. Nada hizo Santos para impedir el hundimiento en el
Congreso de la Reforma Política, sabiendo, como todos los colombianos, que
ninguna guerrilla se desarma si no existen plenas garantías de participación
política para todos. Y para rematar, sabotearon las Circunscripciones
Electorales Especiales de Paz concebidas para que las víctimas de las regiones
más afectadas por el conflicto, tuvieran voz en el Congreso de la
República.
Estos son asuntos nodales de la paz. Ahora su sucesor en la Presidencia de la República, Iván Duque, asegura sin inmutarse que lo que él no firmó, no lo obliga, desconociendo así que el acuerdo se firmó con el Estado, no con un gobierno.
Estos son asuntos nodales de la paz. Ahora su sucesor en la Presidencia de la República, Iván Duque, asegura sin inmutarse que lo que él no firmó, no lo obliga, desconociendo así que el acuerdo se firmó con el Estado, no con un gobierno.
¿Quiénes
son Duque y el Centro Democrático para desconocer una obligación de Estado
elevada a norma constitucional, que hoy es Documento Oficial del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas y Acuerdo Especial del Art. 3 de los Convenios de
Ginebra? El Estado que no respeta sus compromisos no merece el respeto de la
Comunidad Internacional, ni de su propio pueblo.
Estuvimos
cerca de poner fin a través del diálogo al más largo conflicto del hemisferio,
pero fracasamos porque el establecimiento no quiso respetar los principios que
rigen las negociaciones, el pacta sunt servanda y la buena fe. Logrado lo que
querían, que era la entrega de las armas, conscientemente hicieron trizas el
Acuerdo de Paz, despedazando -como dicen los uribistas- “ese maldito papel”.
Volviendo la mirada hacia atrás, el primer paso de la traición fue la convocatoria de un plebiscito improcedente, porque siendo la paz un derecho contramayoritario, no se consulta. Pareciera, que más que blindar la paz, lo que quería Santos era derrotar a Uribe, exponiendo así el más importante logro de Colombia en las últimas décadas al albur de la mentira, la politiquería y la manipulación mediática del uribismo.
Volviendo la mirada hacia atrás, el primer paso de la traición fue la convocatoria de un plebiscito improcedente, porque siendo la paz un derecho contramayoritario, no se consulta. Pareciera, que más que blindar la paz, lo que quería Santos era derrotar a Uribe, exponiendo así el más importante logro de Colombia en las últimas décadas al albur de la mentira, la politiquería y la manipulación mediática del uribismo.
El Acto
Legislativo 002 de 2017 que obliga a las instituciones del Estado a cumplir el acuerdo
de paz, fue debilitado de manera incoherente hasta por la propia Corte
Constitucional que lo aprobó. Si algunos contenidos del Acuerdo no eran
consonantes con la normativa constitucional, el camino era modificarla para que
no colisionara con lo dispuesto en el Acuerdo Final, respetando siempre los
convenios internacionales sobre Derechos Humanos y el Derecho Internacional
Humanitario.
Las
modificaciones de esta Corte dañaron el Acuerdo sobre víctimas y justicia para
la paz, acabaron la autonomía de la JEP como jurisdicción de cierre,
modificaron el régimen de condicionalidad solo para entrampar a los
guerrilleros, excluyeron a terceros involucrados en el conflicto amparándolos
con la impunidad, y ampliaron el fuero especial para presidentes de la República
a todos los aforados constitucionales. También modificó la Corte la Ley de
Amnistía pasando por alto claras disposiciones del Estatuto de Roma con
relación al reclutamiento de menores.
Esa Corte que había sentenciado que el Acuerdo no podía ser modificado en los próximos tres gobiernos terminó soltándoles la rienda a legisladores de derecha que en dentelladas rápidas del “fast track” lo destrozaron con el pretexto de su implementación normativa. Preguntamos ¿en que lugar del planeta un acuerdo de paz firmado solemnemente por una guerrilla y un Estado, aplaudido por el mundo, ha sido destruido unilateralmente de esa manera tan infame por personas que nunca fueron plenipotenciarias de las partes? El Fiscal
General, congresistas de derecha de la facción política de Uribe y Duque, y la embajada de los Estados Unidos, comandaron la inexcusable derrota de la paz.
Esa Corte que había sentenciado que el Acuerdo no podía ser modificado en los próximos tres gobiernos terminó soltándoles la rienda a legisladores de derecha que en dentelladas rápidas del “fast track” lo destrozaron con el pretexto de su implementación normativa. Preguntamos ¿en que lugar del planeta un acuerdo de paz firmado solemnemente por una guerrilla y un Estado, aplaudido por el mundo, ha sido destruido unilateralmente de esa manera tan infame por personas que nunca fueron plenipotenciarias de las partes? El Fiscal
General, congresistas de derecha de la facción política de Uribe y Duque, y la embajada de los Estados Unidos, comandaron la inexcusable derrota de la paz.
La
oración de Jorge Eliécer Gaitán, que recordamos en la instalación de los
diálogos de paz en Oslo, recobra hoy, ante esta realidad la más arrolladora
vigencia: “Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de
paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.
¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras
la impiedad para los hombres del pueblo, porque ellos serán señalados con el
dedo de la ignominia en las páginas de la historia!”.
Para los
hijos de Santander sigue siendo “primero la ley -en este caso el derecho penal
del enemigo- así se lleve el diablo la República”. Esa visión fundamentalista
fue lo que mató la paz.
¿Cómo
construir la paz sobre estas ruinas taciturnas? Por algo hay que empezar. Y
tiene que ser con la instalación en el Palacio de Nariño de un Nuevo Gobierno
colocado allí por una gran coalición de fuerzas de la vida, de justicia social
y democracia, que convoque a un nuevo diálogo de paz. Un nuevo diálogo que
corrija y encadene la perfidia y la mala fe, que involucre a las fuerzas
guerrilleras y a todos los actores armados para que podamos fundar una paz
definitiva, estable y duradera, sellada con el compromiso colectivo del Nunca
Más. Un nuevo Acuerdo de Paz sin más asesinatos de lideres sociales y de ex
combatientes guerrilleros, en el que las armas sean verdaderamente retiradas de
la política y colocadas lejos de su uso, no entregadas.
No más
santanderismo
Si no nos
liberamos de la maldición del santanderismo, los colombianos nunca tendremos
paz, ni patria digna. Con ese lastre será imposible levantar el vuelo. Fue
Santander un falso héroe nacional y “el arquetipo de la simulación: no tenía
cara sino careta”. “No fue el paradigma de Colombia sino de su destrucción”. El
santanderismo es “el triunfo del pícaro sobre el hombre honrado”. Un “sórdido
rábula que afilaba sus garras en los dorsos de los tratados de derecho”, eso
fue Francisco de Paula Santander. Se robó el empréstito de 1824. Era invencible
en el campo de la pequeñez, es decir, en elecciones, compadrazgos,
clientelismos, libelos, suspicacias, intrigas, en organizar mayorías en el
Congreso…; controlaba el poder judicial y el legislativo; manipulaba la prensa
de Bogotá. Planeó con los Estados Unidos dividir y desmoralizar al ejército
libertador; sabotear el Congreso Anfictiónico de Panamá; desmembrar a Colombia;
imponer su racismo, asesinar a Bolívar y a Sucre, y abolir la obra política y
legislativa bolivariana. Y promovió la invasión del Perú a la Gran Colombia.
Con razón decía el Libertador: “En cuanto a Santander, este hombre perverso ya
nada le queda por hacer, toca todos los resortes de la intriga, de la maldad, y
la maldad es para dañarme y formarse su partido… La existencia de ese monstruo
de iniquidad y de perfidia es una asechanza perpetua al gobierno, a mí mismo y
a Colombia”.
Una nueva
forma de hacer política
Mirada
desde el deber ser y la inocencia, la política es una elevada manifestación de
altruismo, que impulsa -lejos de todo interés material individualista- a servir
a los ciudadanos y a la patria, no por el oro ni por la fama ni el predominio,
sino por amor y sentimientos puros de humanidad; por la dignificación de la
vida y por la grandeza de la patria.
Pero la
política en Colombia -salvo honrosas excepciones- dejó de ser una práctica
laudable para convertirse en el arte de robar y de embaucar acompañado de una
elocuencia sonora y demagógica. La mayoría de los políticos y sus alfiles
incrustados en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial no piensan en
servir, sino en enriquecerse. Inventan todos los días leyes y más leyes para
beneficiar a la gran empresa, al capital y a ellos mismos, mientras mantienen
al pueblo lejos, muy lejos de su corazón. Magistrados venales interpretan la
ley que es la ley del embudo: “lo ancho pa’ ellos y lo angosto pa’ uno”. La
gran mayoría de nuestros males vienen de sus leyes absurdas. El control de la
Hacienda Pública, la firma de contratos, las coimas jugosas, es lo único que
llena su ambición. Y para lograrlo compran todo: curules, alcaldías,
gobernaciones, presidencias de la república, y también conciencias famélicas y
sin luces para que voten por ellos.
El Estado
ha sido secuestrado por los forajidos y la mafia de la corrupción y la
impunidad. Rescatarlo y liberarlo, está en manos de la movilización de las
conciencias, de la nación en masa, del pueblo unido. Esa es la fuerza que
puede.
La palabra la tiene el soberano
La palabra la tiene el soberano
Sí.
Debemos levantar de las ruinas esta república. Y eso sólo lo puede hacer el
pueblo, que es el verdadero soberano. Por encima de él, el cielo, solamente. El
movimiento social y político colombiano tiene la palabra. En la introducción
del Acuerdo Final de La Habana, hay un compromiso que quedó suspendido en el
firmamento yerto de los incumplimientos y que es necesario revivir; se trata de
la convocatoria a todos los partidos, movimientos políticos y sociales, y a
todas las fuerzas vivas del país a concertar un gran ACUERDO POLÍTICO NACIONAL
encaminado a definir las reformas y ajustes institucionales necesarios para
atender los retos que la paz demande, poniendo en marcha un nuevo marco de
convivencia política y social.
El
régimen imperante, de políticas neoliberales, de corrupción y guerra del actual
poder de clase, nos ha colocado frente a dos caminos: o se abre una
recomposición como resultado de un diálogo político, y de la
institucionalización de los cambios resultado de un Proceso Constituyente
Abierto, o esos cambios, tarde o temprano, serán conquistados mediante el
estallido de la inconformidad de todo un pueblo en rebelión.
Sigamos intentando la salida más concertada; abramos todos los caminos de aproximación; analicemos y recojamos las múltiples propuestas y plataformas elaboradas desde el campo popular y la intelectualidad crítica del país y bordemos con ellas una sola bandera, para marchar como proceso constituyente abierto hacia la superación de la exclusión, la miseria y las inmensas desigualdades; hacia la democratización en profundidad del Estado, la vida social, restableciendo la soberanía y buscando incidir en los procesos de cambio en Nuestra América y garantizar el bienestar y el buen vivir de nuestro pueblo. Se trata también de potenciar nuestras aspiraciones y llevarlas a un nuevo nivel en el que entonces sí, una Asamblea Constituyente, suficientemente representativa y con plenas garantías de actuación, dé un impulso definitivo a las transformaciones estructurales que requiere Colombia.
Sigamos intentando la salida más concertada; abramos todos los caminos de aproximación; analicemos y recojamos las múltiples propuestas y plataformas elaboradas desde el campo popular y la intelectualidad crítica del país y bordemos con ellas una sola bandera, para marchar como proceso constituyente abierto hacia la superación de la exclusión, la miseria y las inmensas desigualdades; hacia la democratización en profundidad del Estado, la vida social, restableciendo la soberanía y buscando incidir en los procesos de cambio en Nuestra América y garantizar el bienestar y el buen vivir de nuestro pueblo. Se trata también de potenciar nuestras aspiraciones y llevarlas a un nuevo nivel en el que entonces sí, una Asamblea Constituyente, suficientemente representativa y con plenas garantías de actuación, dé un impulso definitivo a las transformaciones estructurales que requiere Colombia.
Los
jóvenes, las mujeres, los campesinos, los negros y los indios, los
transportadores, los gremios, los partidos políticos, las centrales obreras,
los desempleados, los cristianos e integrantes de otros credos religiosos, los
ambientalistas, los deportistas, el movimiento comunal, el arco iris LGTBI, los
que sueñan con la paz, todos y todas, debemos sumar fuerzas para conquistar el
objetivo de un nuevo país, de un nuevo orden social, con una economía al
servicio de la nación, que regida por principios de humanidad estimule la
producción interna y el empleo. Que asuma la educación gratuita y de calidad en
todos los niveles, como la primera necesidad de la República. Una política
internacional de paz que retome la idea de Bolívar, de conformar en este
hemisferio una Gran Nación de Repúblicas hermanas que garantice nuestra
independencia y libertad. Un nuevo orden que al proclamar la soberanía patria
proscriba la extradición de nacionales, el libre albedrío de las multinacionales
y la presencia de bases militares extranjeras en el territorio.
La
potencia transformadora
La unidad
del movimiento social y político del país con sus banderas de vida digna
desplegadas al viento es la potencia transformadora, la potencia del cambio
social en cuya construcción debemos empeñarnos.
La fuerza
del pueblo está en la UNIDAD, en la minga nacional por la dignidad de Colombia
y su gente. La potencia transformadora se conforma con la unidad y la fuerza de
todas las conciencias que confluyen desde todos los puntos cardinales donde
palpita el anhelo de patria nueva. No debemos dejarnos arrinconar por los
guerreristas y tiranos.
Seamos un
solo puño en alto, por un nuevo gobierno, un gobierno de transición. No más de
lo mismo. Tomemos el timón de Colombia y dirijámosla sin pérdida de tiempo
hacia las costas de la dignidad humana. Somos más. Apliquemos la fuerza de la
unión y de la razón para llevar al Palacio de Nariño, un gobierno amoroso con
sus ciudadanos, respetuoso de sus vecinos, enemigo de la guerra, soberano y
solidario con los pueblos; con unas nuevas instituciones integradas con gente
virtuosa, honrada, de méritos y sentimientos humanos. Un gobierno que haga la
felicidad del pueblo.
La lucha
sigue.
¡Con
Bolívar, con Manuel, con el pueblo al poder!
FARC, Ejército del Pueblo