Por Javier Tolcachier
Dice un conocido adagio
filosófico-político que la única verdad es la realidad. Sin embargo, la
realidad admite distintos matices – incluso encontrados- de acuerdo a los ojos
que miran, según evidencia la misma realidad. Ojos que perciben, filtran y
opinan según valoraciones e intereses que viven detrás de los globos oculares.
Puede además afirmarse como obvio que lo que esos ojos perciben, cualesquiera
sean sus preferencias ideológicas, moldes de pensamiento, matrices de formación
o herencias culturales es, en todos los casos, apenas un recorte parcial de la
realidad. Aun así, hay una enorme distancia entre la diversidad de miradas
sobre el mismo hecho y una lisa y llana mentira. Y esto último, la mentira, en
sus también diversos formatos, es lo que habitualmente vemos y escuchamos sobre
Venezuela a través de los medios hegemónicos de confusión.
Una tierra bajo asedio
Venezuela es un país cuyo pueblo
y gobierno están bajo asedio. Prácticamente desde el mismo momento en que
comenzó a desandar la vía bolivariana, asumiendo una indómita aspiración de
emancipación del dominio económico y político de los círculos elitistas y de la
visión dependiente de los intereses de Estados Unidos en el Caribe y América
Latina.
La rebelión popular conducida por
Hugo Chávez Frías le valió el inmediato rechazo de los sectores privilegiados,
sectores que se habían repartido el botín económico y político a lo largo de
cuarenta años mediante el Pacto del Punto Fijo, sellado luego de la caída del
dictador Pérez Jiménez. Modalidad no muy distinta al bipartidismo –a imagen y
usanza norteamericana- que en muchas naciones latinoamericanas supuso un remedo
de democracia. Para que nada cambie y para que parezca que el pueblo decide.
Por eso, cuando empezaron a
cambiar los vientos, cuando la organización popular comenzó a expresar la
fuerza y la opinión de los postergados, los mecanismos de reacción se activaron
de inmediato. Ante la innegable necesidad del control del Estado sobre el
principal recurso económico del país, el petróleo, la imprescindible inversión
de prioridades en la asignación de recursos poniendo en el centro al bienestar
de las mayorías junto a la potente propuesta de democratización contenida en la
Constitución aprobada en 1999, sonaron las alarmas del poder establecido y sus
mentores políticos y culturales en los Estados Unidos. Desde entonces, la
Revolución Bolivariana ha sufrido un ataque permanente.
Las tipologías de la guerra
contra la Revolución Bolivariana
Al igual que sucede con la
violencia, que adopta distintas modalidades, la guerra contra el movimiento
popular chavista y sus consecutivas victorias electorales se ha desarrollado
combinando distintos planos y tácticas. Es una estrategia multidimensional cuyo
propósito es acabar con este importante intento social evolutivo.
La guerra política, una guerra
sociocultural
En los 20 años transcurridos
desde la asunción de Hugo Chávez a la presidencia en 1999, el país ha
transitado 25 convocatorias electorales, incluyendo elecciones presidenciales,
legislativas, constituyentes, regionales, municipales y una iniciativa de
revocatoria de mandato. De éstas, el chavismo ha vencido en 23 oportunidades,
siendo derrotado en la iniciativa de una nueva reforma constitucional en 2007 y
obteniendo la oposición un amplio triunfo en las parlamentarias de 2015.
Los sectores opositores han
intentado detener la marea de transformaciones, pretendiendo socavar y derrocar
al gobierno mediante golpes de Estado, sabotaje productivo, comercial y
financiero, acciones vandálicas de calle (“guarimbas”), boicot electoral,
huelgas, revocatoria de mandato, bloqueo legislativo, escalando finalmente a
intentos de magnicidio, atentados contra instalaciones civiles y militares y el
desconocimiento de la institucionalidad.
El chavismo ha cimentado su
fortaleza política en base a la organización, al fuerte arraigo popular con un
progresivo aumento de la conciencia política en los sectores postergados y en
la unidad cívico-militar. La oposición, fragmentada pero con fuerte apoyo
empresarial, de medios privados, de la cúpula eclesiástica y del aparato
conspirativo estadounidense, fue recomponiendo parcialmente su fuerza desde los
sectores medios y acomodados de la sociedad. Estos últimos, mayormente de
ascendencia europea, caracterizados por su admiración hacia el estilo de vida
estadounidense y el individualismo como timón de la existencia. En la vereda de
enfrente –o mejor dicho, en los barrios periféricos, en los cerros y los
lugares donde la comodidad no abunda- emergieron con potencia las
reivindicaciones de mestizos, negros y criollos, herederos de la miseria, la
segregación y la servidumbre colonial, pero también de la gesta
independentista.
La guerra de la oligarquía contra
la Revolución Bolivariana es en última instancia una pugna por negar la
dignidad e igualdad de derechos para todo ser humano y es el fruto del rasgo
violento de perpetuar la imposición de la cultura occidental y blanca como
modelo a seguir.
La guerra económica
Paralelamente a la ofensiva
política, Venezuela fue objeto de ataque a su economía. Un elemento clave en la
agresión ha sido la embestida contra su moneda nacional, el bolívar, que con su
pérdida de valor ha arrastrado a los salarios. Como ariete principal se
utilizaron portales web como “dolartoday”, operado desde Florida por opositores
al gobierno venezolano, cuya referencia teórica es el profesor Steve Hanke,
vinculado al ultraconservador Instituto Cato.
La disminución del producto
interno bruto (PIB), también es resultado de la caída de los precios del
petróleo (ahora en franca recuperación), todo lo cual produjo un achicamiento
del mercado interno y el aumento de la desocupación, siendo ello, junto a los
bajos ingresos, el principal motor de la emigración.
La expansión del mercado negro,
prohibido por ley, produjo una espiral inflacionaria y volvió prácticamente
estériles los esfuerzos gubernamentales por equiparar la virulenta agresión
monetaria. Al mismo tiempo, las agencias calificadoras elevaron el “riesgo
país” sin correspondencia seria con las variables económicas, encareciendo el
crédito y produciendo el aumento de la deuda soberana, de por sí exigida por la
situación.
A este cuadro se suma la fuga
millonaria de divisas por parte de la banca y el sector privado (un “bachaqueo”[1] financiero a gran escala),
el terrorismo de la cadena de comercialización con un abusivo aumento de
precios, el acaparamiento de productos (la supuesta “carestía”, acentuada por
el contrabando de extracción) y la excesiva dependencia del país de la
importación de bienes para la producción y el consumo.
A este último factor apunta el
bloqueo impuesto por las sanciones unilaterales de los EEUU, como el
congelamiento de los activos de la petrolera venezolana en ese país, la
prohibición de las compañías estadounidenses de realizar transacciones con la
empresa y el asfixiante cerco financiero montado para inhibir la provisión de
divisas y la compra de insumos – entre ellos medicinas de primera necesidad. Un
reciente estudio (CELAG) calcula la pérdida de
los venezolanos por el boicot financiero y comercial (2013-2017) entre 245.000
y 350.000 millones de dólares.
A pesar de esta guerra económica,
el gobierno de la revolución bolivariana ha sostenido su compromiso social,
manteniendo un 75% del presupuesto invertido en el bienestar poblacional.
Numerosos son los logros de la Revolución Bolivariana en el campo de la
extensión de los servicios sanitarios, la protección a la ancianidad, la
gratuidad educativa, el incremento de la matrícula universitaria, la
construcción masiva de vivienda social, la extensión de los servicios públicos,
el acortamiento de la brecha digital, la superación del analfabetismo, la
garantía de provisión alimentaria, la entrega de tierra al campesinado. Sin contar
con una victoria intangible pero primordial, acrecentar la dignidad, la
participación y la convicción emancipadora del pueblo.
Vincular la estrategia de
demolición económica a los ciclos electorales y a los intentos de una oposición
mandatada desde los Estados Unidos para liquidar la Revolución, es sencillo. La
correlación es directa.
La guerra mediática y diplomática
Cualquier búsqueda de noticias
sobre Venezuela en Internet a través de los algoritmos monopólicos de una
conocida empresa estadounidense, dará como resultado una catarata de
informaciones poco felices. Cualquier comentarista en cadenas televisivas de
amplia audiencia, - posición que ostentan no en base a la calidad de sus
contenidos sino por la apropiación concentrada de los servicios de
radiodifusión-, emitirá su porción de veneno contra el gobierno de Nicolás
Maduro, sin investigar, repitiendo tópicos y ocultando la raíz de la coyuntura
venezolana y sus propias motivaciones políticas.
Cualquier opositor al gobierno
encontrará inmediatamente eco a sus críticas y se presentarán como “prueba
testimonial” dramáticos relatos de emigrados, que abundarán en detalles sobre
supuestas represiones, manejos tiránicos y las más diversas calamidades. Todo
este material que bombardea diariamente a ciudadanos ocupados en quehaceres
cotidianos, con poco tiempo para analizar la información en profundidad y
contexto, no cumple con las reglas básicas de un periodismo veraz. Es sesgada,
no ofrece fuentes contrastadas en proporción equilibrada, ni suficientemente
fehacientes. Contiene una clara intencionalidad, idéntica a la que adhiere el
cártel de medios internacionales propiedad del capital: demonizar la persona
del presidente Nicolás Maduro y desprestigiar a la Revolución Bolivariana,
exacerbando sus dificultades y minimizando (u ocultando) sus logros.
En definitiva, los medios de
confusión masiva sirven a la insoslayable intención de ponderar las evidentes
bondades del sistema capitalista y los países con gobiernos afines, en los que
pobreza, escasez, corrupción, delincuencia, manipulación electoral, discurso
único, felizmente, son fenómenos superados…
Ya fuera de toda ironía, su
objetivo es crear sin pudor alguno la atmósfera para forzar el cambio de
gobierno en Venezuela o justificar – si así lo “exigieran” las circunstancias,
un derrocamiento violento, dadas las características “perversas” del “régimen”.
Un papel similar cumplen las
ofensivas diplomáticas, comandadas desde Washington a través de la OEA, cuyo
Secretario General ocupó el vergonzoso papel de llevar adelante una descarnada
ofensiva políticamente motivada contra el gobierno constitucional de Venezuela.
Actitud violatoria de las normas del derecho internacional, pero consistente
con la práctica histórica de ese organismo.
Al mismo tiempo, la ofensiva
continental de gobiernos de derecha articulados en el llamado “grupo de Lima”
(salvo México, desde la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador) ha
sido ariete fundamental para sostener una imagen negativa de Venezuela y su
gobierno, cimentada en declaraciones, apariciones en medios, suspensión en
organismos de integración como el Mercosur, abandono de la UNASUR, etc.).
A esta cruzada non sancta se han
plegado varios gobiernos de una Europa publicitada como civilizada, pero que
gobernada por corrientes derechistas y neofascistas, comete a diarios
violaciones a los derechos humanos, como dejar que personas se ahoguen en el
mar o fomentar guerras a través de la venta de armas. A la arremetida se ha
sumado el actual presidente de gobierno de la monarquía parlamentaria española,
Pedro Sánchez, quien lejos de adoptar el principio de no intervención, continúa
fielmente con el precepto de la corona –aún doscientos años después de la
expulsión del imperio- de no aceptar la emancipación plena de América Latina y
el Caribe.
Detrás y delante de todo ello
está la soberbia de las administraciones estadounidenses, súbditos a su vez,
del complejo financiero-industrial-militar que es en realidad el gobierno
permanente, el partido único que comanda los destinos de aquel país y que
pretende no perder su status de poder mundial dominante.
Sin embargo, a pesar del absurdo
estigma de “amenaza a la seguridad nacional de los EEUU”, de la severidad de
crecientes sanciones unilaterales, la guerra diplomática no ha conseguido en
los estamentos multilaterales, pese a repetido intentos, su objetivo principal:
lograr mayorías para condenar al gobierno de Venezuela, abriendo la puerta de
ese modo a acciones agresivas avaladas por el consenso internacional.
La guerra psicológica
Venezuela está siendo sitiada,
tal como eran asediadas las plazas difíciles de conquistar a lo largo de la
historia. Una táctica indispensable de un cerco militar es la guerra
psicológica, que apunta a debilitar la confianza en la propia capacidad de defensa
para forzar la rendición de la plaza. Entre los objetivos centrales de la
asfixia está la criminal intención de dividir a las fuerzas armadas y sumar su
apoyo al golpismo, lo que conduciría a una guerra civil y muy probablemente a
la partición territorial del país.
Esta guerra psicológica es
llevada adelante con el rumor permanente de una “inminente intervención
militar”, con el absurdo argumento de la “ayuda humanitaria”. Con el mismo
propósito se ha instalado la imagen de un “gobierno paralelo”, reconocido por
aliados, en realidad vasallos, de la estrategia de reconquista del suelo
venezolano por los cruzados del capital y el imperialismo. En el mismo
propósito confluyen traslado de soldados, videos de lanchas desembarcando en
playas colombianas, visitas de altos mandos del Comando Sur a Colombia,
montajes de carpas y cajas con pomposas etiquetas simulando contener elementos
para paliar la “dramática crisis humanitaria”.
No parecen dadas las condiciones
de una invasión abierta; un asalto final a la plaza cercada parece, como
mínimo, prematuro. El Congreso estadounidense no ha aprobado ninguna
intervención de su ejército, no hay consenso en Naciones Unidas, ni en la UE.
En Latinoamérica, pese a la adhesión de varios gobiernos a la tentativa de
golpe, nadie parece dispuesto a involucrarse en un conflicto armado de efectos
terribles y perspectivas de “triunfo” dudosas.
Aun así, la situación es grave.
La insensatez, irracionalidad y extremismo de varios de los gobiernos
involucrados en la amenaza de guerra, son la variable peligrosa que no puede
ser desestimada. Corresponde a los pueblos levantar una ola unánime por la paz
y el levantamiento del asedio a Venezuela.
Las habituales motivaciones
inmorales
Las motivaciones de esta
arremetida en curso contra Venezuela, no son muy diferentes a las que
habitualmente conducen a las atrocidades de invadir, colonizar y destruir a
otros. Por lo mismo, no admiten justificación alguna.
La codicia de las corporaciones
respecto a la posibilidad de capturar y administrar las enormes reservas
naturales del país como petróleo, gas, oro, hierro o coltán y su valor
estratégico geopolítico son motores centrales de la agresión. A esto se suma la
intención de cerrarle el paso al avance de las relaciones comerciales y de
inversión entre China, Rusia y América Latina, las que hacen disminuir la
hegemonía económica de Estados Unidos y Europa sobre la región.
La Revolución Bolivariana ha dado
además un fuerte impulso a procesos de integración solidaria y soberana, los
que emergieron como dique de contención a la pretensión estadounidense de
determinar la política de la región y su posicionamiento internacional.
Finalmente, se trata de
establecer un castigo ejemplarizante y evitar la construcción de alternativas
al decadente modelo excluyente del capitalismo, lo cual queda evidenciado en la
persecución y proscripción política de liderazgos populares y la progresiva
instalación de regímenes represivos de derecha en varios países de la región,
funcionales al objetivo mencionado.
Presente y futuro
El imperialismo occidental cree
(o quiere hacer creer) que al altivo gobierno de la Revolución le ha llegado la
hora. Que es tiempo de que los venezolanos vuelvan al redil de la servidumbre,
de la hipocresía moral, del fracaso social, de la política fraudulenta que
encarnan los gobiernos detractores de la apuesta revolucionaria.
Buena parte de los gobiernos y
los pueblos del mundo no estamos de acuerdo. No somos imparciales, ni
ambivalentes. Pensamos más bien que lo que tiende a su fin es un sistema de
apropiación violento, tanto en términos objetivos como subjetivos. La
intencionalidad de un pueblo se expresa en su soberanía, la posibilidad de
construir sociedades más justas se instala sólo a partir de la paz. La paz es
condición de equidad y la equidad, condición ineludible de libertad.
Para que haya paz, equidad y
libertad, lo que debe caer, más temprano que tarde, es la voracidad de poder
imperialista, producto de la violenta y prehistórica ambición de dominar a
otros y acumular riqueza en desmedro del bienestar colectivo.
- Javier Tolcachier es
investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba y comunicador en
agencia internacional de noticias Pressenza.
[1] Bachaqueo (de “bachaco”,
hormiga culona) es la práctica de contrabandear y revender ilegalmente
productos subsidiados.