Por Alex Lantier
Ayer, por
primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la cancillería francesa anunció
que retirará a su embajador de Roma. El pretexto inmediato es que el
vicepresidente italiano, Luigi di Maio, se reunió el 5 de febrero con un grupo
de manifestantes de los “chalecos amarillos” que están pidiendo la salida del
presidente francés, Emmanuel Macron. No obstante, el comunicado evidencia que
realmente están involucrados otros conflictos internacionales más amplios.
“Por
varios meses”, señala, “Francia ha sido el blanco de repetidas acusaciones,
ataques infundados y declaraciones indignantes que todos conocemos y
recordamos. No tienen precedente desde el fin de la guerra. Tener desacuerdos
es una cosa, pero explotarlos para propósitos electorales es otra. Las últimas
intervenciones constituyen una provocación mayor e inaceptable”.
Pese a
pedir “una relación de amistad y respeto mutuo” entre Francia e Italia, añade:
“Todas estas acciones han creado una grave situación que pone en tela de juicio
las intenciones del Gobierno italiano en sus relaciones con Francia. Ante esta
situación sin precedentes, el Gobierno francés ha decidido retirar al embajador
francés de Italia para consultas”.
El retiro
de París a su embajador —un paso que típicamente es señal de que peligran las
relaciones diplomáticas o una guerra— subraya el colapso de las relaciones en
la Unión Europea (UE) a raíz de la promoción incesante de nacionalismo y
militarismo por parte de la élite gobernante europea.
Los roces
entre París y Roma se han vuelto cada vez más amargos a medida que disputan por
influencia en la UE y después de respaldar a facciones rivales en la guerra
civil en Libia después de la guerra de la OTAN en 2011. Hace dos años, Macron
nacionalizó los astilleros navales para prevenir que la empresa italiana
Fincantieri los comprara. Cuando el Gobierno ultraderechista italiano tomó el
poder, Macron se pintó a sí mismo como el vocero de un eje ilustrado compuesto
por Berlín y París y opuesto al neofascismo, atacándolo como “la propagación de
la lepra”.
Más
recientemente, los funcionarios italianos han aumentado sus arremetidas contra
Francia. Después de organizar, junto al presidente fascistizante brasileño,
Jair Bolsonaro, la extradición del exizquierdista italiano, Cesare Battisti,
quien inicialmente había huido de Italia a Francia, el ministro del Interior
italiano, Matteo Salvini, atacó el mes pasado a París respecto al conflicto en
Libia. “En Libia, Francia no tiene ningún interés en estabilizar la situación,
posiblemente porque sus intereses petroleros son contrarios a los de Italia”,
reclamó.
Mientras
establece sus propios campos de concentración para refugiados en Libia, una
excolonia italiana, Roma ha seguido atacando las guerras neocoloniales
francesas en África. “Los europeos, particularmente los franceses, nunca
dejaron de colonizar África”, declaró di Maio el mes masado. Denunció el franco
de la comunidad financiera africana (CFA), el cual está alineado con la moneda
francesa y se utiliza en varias excolonias francesas: “Hay docenas de países
africanos en los que Francia imprime su divisa, el franco colonial, y con esta
divisa financia la deuda pública de Francia”.
Roma
también criticó el golpe de Estado en marcha encabezado por Estados Unidos en
Venezuela, críticas que los diarios franceses atribuyeron a las afinidades de
Roma con Rusia y China, los cuales apoyan el régimen venezolano.
No es
simple retórica que el canciller francés volviera hasta la Segunda Guerra
Mundial para encontrar una situación comparable a la actual crisis entre París
y Roma. Más de un cuarto de siglo después de su fundación en 1992, la Unión
Europea no ha resuelto ninguno de sus conflictos interimperialistas, arraigados
en sus cimientos y que impulsaron el ataque de Italia contra Francia el 10 de
junio de 1940.
Las
tropas italianas y francesas chocaron en los Alpes mientras la Wehrmacht
[Fuerzas Armadas de la Alemania] nazi aplastaba el grueso del ejército francés
en el norte. Después del armisticio que Hitler negoció con el mariscal Philippe
Pétain, dictador y colaboracionista nazi en Francia, la agricultura e industria
francesas fueron puestas a disposición de los requisitos alemanes e italianos
para la guerra con la Unión Soviética. Berlín y Roma ocuparon militarmente gran
parte del imperio colonial francés en el norte de África, mientras que Roma
tenía la autorización de ocupar partes del sureste francés.
Los
paralelos entre la política exterior de la Europa fascista en el siglo veinte y
del imperialismo europeo en la actualidad son evidentes. Después de un cuarto
de siglo de guerras imperialistas desde la disolución de la Unión Soviética por
parte de la burocracia estalinista en 1991, el peligro de una guerra contra
Rusia y China, así como por el dominio de Europa y el saqueo de las regiones
excoloniales, está alcanzando una inmediatez extraordinaria.
En 2011,
cuando el presidente francés, Nicolas Sarkozy, Londres y Washington lanzaron la
guerra en Libia, pese a objeciones de Alemania y sectores importantes en
Italia, el WSWS advirtió sobre las implicancias de la campaña militar
imperialista dentro de Europa:
El frente
común de lo que el secretario de Defensa Rumsfeld ridiculizó como la “Vieja
Europa” se ha quebrado. Sin embargo, no se puede asumir que Obama ha tomado en
consideración todas las implicancias de su apoyo a los esquemas de Sarkozy. Al
participar en una guerra opuesta públicamente por Berlín, Washington ha
prácticamente repudiado la política que ha regido por décadas para mantener la
unidad política y militar de Europa occidental. Como ha ocurrido antes,
Alemania buscará otros medios para proteger sus intereses por temor a que sus
adversarios históricos la hayan superado y aislado tácticamente. Una vez más,
Washington ha puesto en marcha eventos con consecuencias desastrosas.
Esta advertencia ha sido confirmada. En 2014,
Berlín inició una campaña para remilitarizar su política exterior, mientras que
el voto a favor del brexit o salida británica de la UE y la
elección de Trump en 2016 trajeron a la superficie el rompimiento profundo de
la OTAN. Ahora, las potencias europeas están inyectando cientos de miles de
millones de Europas en sus máquinas militares.
El año
pasado, Macron declaró que Europa debía prepararse para combatir a Rusia, China
o Estados Unidos, pero las potencias europeas también se preparan para luchar
unas contra otras.
Según
Reino Unido se prepara su salida el próximo mes, la UE se encuentra en caos.
Berlín, el poder dominante de la UE, está sumido en divisiones enconadas sobre
política exterior. Mientras que la canciller alemana, Angela Merkel, está
vinculada a la alianza con Macron, el año pasado fue testigo de llamados por
parte de las burguesías de Alemania y Austria a formar un “Eje” entre Berlín,
Viena y Roma, retomando el nombre de la alianza entre Berlín y Roma de la
Segunda Guerra Mundial. Bajo estas condiciones, la decisión brusca de Macron el
jueves de no atender la Conferencia de Seguridad de Múnich es otra señal de una
profunda crisis.
Ninguna
de las potencias imperialistas en Europa tiene nada para ofrecerle a los
trabajadores. La clase obrera no puede dejarse encarrilar tras uno u otro
bando. Todos apuestan por la austeridad social, el militarismo y la defensa del
legado del fascismo europeo en el siglo veinte, incluyendo los profesores
militaristas alemanes que buscan rehabilitar a Hitler, ministros
ultraderechista italianos que aclaman a Mussolini y Macron, quien ha rendido
tributos a Pétain.
La
cuestión crítica es la lucha por unir a la clase obrera europea e internacional
en contra de la guerra sobre la base de un programa revolucionario y
socialista. Ante la marcha hacia la guerra de los militaristas europeos, el
Comité Internacional de la Cuarta Internacional contrapone la lucha por los
Estados Unidos Socialistas de Europa.