Por
Alejandro Nadal
Estados
Unidos ha dejado de ser una república. Se convirtió en un imperio hace ya
varias décadas. Y una parte crítica de su poderío se sustenta en el papel de
moneda hegemónica que mantiene el dólar.
La
divisa estadunidense comenzó su carrera ascendente en la primera mitad del
siglo XX. Durante muchos años su principal contrincante fue la libra esterlina,
cuya hegemonía había durado más de un siglo. Pero la libra empezó a declinar
con la erosión del imperio británico y la preeminencia del dólar se reafirmó
con el régimen monetario establecido al finalizar la segunda guerra mundial.
Para
que una moneda aspire a la hegemonía debe ser la divisa más utilizada como
reserva internacional. Además, debe tener amplia aceptación como medio de pago
en transacciones internacionales y debe fungir como unidad de cuenta en los
mercados internacionales de capital y en los más importantes mercados de
divisas.
Los
productos estratégicos más importantes del mundo, como energéticos y otros del
complejo minero y agroalimentario, deben estar cotizados en esa moneda. Todas
estas funciones se encuentran íntimamente relacionadas y pueden fortalecerse
unas a otras.
Desde
1945 el dólar estadunidense ha desempeñado el papel de moneda hegemónica en el
plano internacional, pero periódicamente surgen cuestionamientos sobre la
duración de este régimen monetario. La aparición del euro en 1999 y los
llamados en 2010 de funcionarios del banco central de China para apartar al
dólar de ciertas actividades, han alimentado la idea de que el reinado del
dólar estadunidense estaría concluyendo. La crisis financiera de 2008 generó
gran inquietud sobre el futuro de la hegemonía del dólar.
Sin
embargo, en casi todos los renglones el dólar sigue manteniendo su posición
hegemónica. De las reservas mundiales en divisas 62.7 por ciento está
constituido por dólares o títulos denominados en esa moneda, mientras las
reservas en euros, el competidor más cercano, representan 20 por ciento del
total. Por otra parte, de las divisas extranjeras que circulan por el mundo, el
dólar estadunidense sigue siendo la más utilizada en transacciones en efectivo.
El papel dominante del dólar se basa en un fenómeno de rendimientos crecientes
a la adopción, lo que es un fenómeno típico de cualquier moneda exitosa. Entre
más agentes en la economía adopten el uso de esa moneda y la acepten como medio
de pago, más personas harán lo mismo en el futuro.
Los
beneficios de ese estado de cosas no son despreciables. Se calcula que las
ganancias por señoraje de esta circulación de dólares permite obtener a la
Reserva Federal más de 40 mil millones de dólares anuales, lo que es, en
realidad, una cantidad modesta si se le compara con las otras ventajas que la
hegemonía confiere al poderío estadunidense. La capacidad de imponer sanciones
a países como Irán o Venezuela, por ejemplo, y separarlos de los canales
financieros globales se basa en esta hegemonía, y, como dicen algunos analistas,
es tan amenazante como dos portaviones nucleares.
La
realidad es que, quizás, en la fortaleza del dólar está el talón de Aquiles del
imperio. Así como la aceptación del dólar como medio de pago conduce a una
mayor adhesión al dólar como reserva de valor en un proceso acumulativo, los
signos de debilidad pueden conducir a una mayor fragilidad en un proceso
circular de agotamiento. Esos cambios pueden tardar mucho menos de lo que se
cree en tiempos normales. Una combinación de acontecimientos podría traer
cambios profundos en cuestión de pocos años. La importancia del dólar en las
transacciones comerciales a escala mundial ha ido disminuyendo gradualmente,
pero esa tendencia podría acelerarse notablemente en los próximos años.
Hoy,
los contendientes del dólar más fuertes son el euro y el yuan. El euro sufrió
un descalabro con la crisis de 2018, pero ha podido sobrevivir. El yuan chino
se fortaleció en 2016, cuando el Fondo Monetario Internacional lo incluyó entre
las divisas que sirven para determinar el valor de los derechos especiales de
giro. La creación del mercado de futuros chino para el petróleo ha servido para
dar un nuevo aliento al yuan, aunque se mantiene su rezago frente al dólar. En
síntesis, la irritación europea por lo que se considera el privilegio
exorbitante de Estados Unidos, así como las aspiraciones de China, se combinan
para constituir la amenaza más seria para la hegemonía del dólar. La próxima
recesión podría debilitar el papel del dólar más allá de los remedios que la
Reserva Federal podría tratar de implementar.
Sin
la hegemonía monetaria, el imperio estadunidense no podría sostenerse. Así,
aunque parezca paradójico, la preeminencia del dólar es el talón de Aquiles de
éste. Si el fin del imperio británico marcó la terminación de la hegemonía de
la libra esterlina, hoy la transición hacia una nueva moneda dominante podría
estar marcada por una causalidad invertida: el final de la supremacía del dólar
sería el crepúsculo del imperio estadunidense.