Por Eduardo Camín
CLAE
Según un nuevo informe de la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), el principal problema de los mercados de
trabajo en el mundo es el empleo de mala calidad: 700 millones de personas,
obligadas a aceptar condiciones de trabajo deficientes viven en situación de
pobreza o pobreza extrema en el mundo.
Los datos recientes recabados para elaborar el
informe "Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias
2019" (WESO) indican que, en 2018, la mayoría de los 3.300 millones de
personas empleadas en el mundo no gozaba de un nivel suficiente de seguridad
económica, bienestar material e igualdad de oportunidades.
Es más, el avance de la reducción del desempleo a
nivel mundial no se ve reflejado en una mejora de la calidad del trabajo. Una
vez más, el informe publicado por la OIT alude a la persistencia de diversos
déficits de trabajo decente, y advierte de que, al ritmo actual, la consecución
del objetivo de trabajo decente para todos establecido entre los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (ODES), concretamente en el ODS8, es inalcanzable para
muchos países.
Mientras tanto, Deborah Greenfield, Directora
General Adjunta de Políticas de la OIT, señalo que “El ODS 8 no solo se refiere
al empleo pleno sino a la calidad del mismo, y que la igualdad y el trabajo
decente son dos de los pilares del desarrollo sostenible.”
El informe advierte de que los responsables de
formular las políticas deben afrontar esta cuestión, pues de lo contrario se
corre el riesgo de que algunos de los nuevos modelos empresariales, en
particular los propiciados por nuevas tecnologías, socaven los logros
conseguidos en el mercado laboral, por ejemplo, los relativos a formalidad
laboral y seguridad en el empleo, protección social y normas del trabajo.
“Tener empleo no siempre garantiza condiciones de
vida dignas”, señaló Damian Grimshaw, director del Departamento de
Investigaciones de la OIT. “Por ejemplo, un total de 700 millones de personas
viven en situación de pobreza extrema o moderada pese a tener empleo.” A esto
debemos agregarle, otro problema, que es la persistencia del empleo informal:
en esta categoría hay nada menos que dos mil millones de trabajadores, el 61
por ciento de la población activa mundial. Otro aspecto preocupante es que más
de una de cada cinco personas jóvenes (menores de 25 años) no trabaja, ni
estudia, ni recibe formación, por lo que sus perspectivas de trabajo se ven
comprometidas.
La contracara del informe
Tal vez, sea la paradoja de nuestro tiempo, que
aquellos que detentan el poder se sienten demasiados cómodos, como para
preocuparse del dolor de quienes sufren, y quienes sufren no tienen el poder.
Muchas veces en este ejercicio dialéctico de los informes, las injusticias más
profundas se hacen difíciles de explicar, a pesar de que se trata de algo que
todos de una manera u otra estamos familiarizados.
En este caso, no es difícil de convencerse, ya que
hablamos del desempleo. La pobreza de los trabajadores, la informalidad y el
empleo vulnerable son algunos de los problemas crónicos de los mercados
laborales a través del mundo. A pesar de dos décadas de crecimiento económico,
seguimos enfrentando debilidades estructurales en los mercados de trabajo.
Mas grave aún, en los oasis del capitalismo los
altos índices de empleo y el aumento de la productividad, ocultan los
persistentes y preocupantes déficits de trabajo decente.
Muchas personas, sobre todo en las economías en
desarrollo, (eufemismo del capitalismo marginal) o aun en las economías
industrializadas, siguen sin tener otra opción que aceptar empleos con malas
condiciones de trabajo que no generan ingresos estables, ni los protegen a
ellos y a sus familias de la pobreza a largo plazo.
A pesar de las importantes ganancias económicas de
las empresas, hay demasiados trabajadores que apenas ganan lo suficiente para
sobrevivir. Cualquier crisis familiar – un accidente o muerte del sostén de la
familia, la pérdida del empleo, un desastre natural, una mala cosecha, etc. –
amenaza con arrastrarlos nuevamente a la pobreza extrema.
Consumir para poder trabajar
Nadie puede negar la utilidad de estos informes,
ellos se basan en estadísticas, datos, cifras, elocuentes a la vez que se
proponen agendas internacionales llena de ilusiones, pero siempre adolecen de
la carencia un enfoque transformador de la realidad.
Muchas veces nos invade el sentimiento que hablar
de las injusticias del capitalismo, lo que en las “multinacionales del
humanismo” está prohibido, es un tema tabú. No obstante, este es el pecado
original por el cual se desatan todas las catástrofes humanitarias, de un
sistema condenado por la historia.
Es necesario ampliar el diagnóstico, ver el
compromiso de su tratamiento, destacando o enfocando estas realidades desde una
percepción marxista respecto a las crisis económicas en el sistema capitalista
y su relación con el empleo.
Es inherente a todo sistema capitalista la existencia
de periodos de auge y de depresión en sus economías. Los periodos de auge,
bonanza o prosperidad derivan siempre en crisis de sobreproducción, las cuales
a su vez provocan periodos de depresión o recesión de la actividad económica,
con los consiguientes altos niveles de desempleo.
En la fase de prosperidad del ciclo, encontramos la
apertura de mercados debido a la incorporación de nuevos segmentos de la
población, nuevos sectores productivos, nuevas técnicas de producción e
incremento de la inversión y el empleo. Estas crisis capitalistas, en realidad
son consecuencia de una insuficiente demanda de las mercancías y no por bajas
en la producción. En este sentido, para que se produzca una crisis es
suficiente que los productores y vendedores de mercancías no encuentren
clientes para sus productos.
Ante esta situación y al ver que disminuye su tasa
de ganancia, a uno de estos productores se le puede ocurrir despedir mano de
obra y aumentar la intensidad del uso laboral (generar mayor plusvalía mediante
la explotación del trabajador) o aumentar la robotización en sus empresas, con
la finalidad de bajar costos y recuperar su tasa de ganancia.
Pero si los demás capitalistas hacen lo mismo, el
poder de compra disminuirá debido a que existe un volumen mayor de trabajadores
desempleados, con lo que la tasa de ganancia seguirá baja y la crisis se
generalizará a todo el sistema.
Esta viene a ser en la realidad una situación muy
frecuente. La acumulación dentro del sistema capitalista provoca necesariamente
una superpoblación obrera, que se convierte a su vez en palanca de la
acumulación de capital y en una de las condiciones de vida del régimen
capitalista de producción. Es así como se constituye un ejército industrial de
reserva, es decir un contingente disponible que pertenece de modo absoluto al
capital, y este lo mantiene a sus expensas.
Por lo tanto, la crisis económica en las economías
capitalistas se caracteriza por una interrupción en el proceso normal de
desarrollo de la producción y por una considerable baja de la mano de obra
utilizada. Estas vienen a ser las consecuencias de las crisis y no sus causas,
como “erróneamente” se piensa.
Esta es la enseñanza fundamental del capitalismo,
ausente de los informes: consumir para poder trabajar, y no a la inversa. Es
que la existencia de millones de trabajadores no puede ser asegurada sino
mediante el despilfarro sistemático de las riquezas que ellos producen. Y hay
todavía algo peor que la forzosa necesidad de consumir para que funcione la
economía: el despilfarro sistemático de las riquezas y el sometimiento del
trabajo a sus productos.
Esta es la necesidad: para que pueda seguir
funcionando un sistema así constituido, se reserva solo una mínima parte de lo
producido para invertir en las necesidades públicas (escuelas, hospitales,
seguridad social) y en los servicios colectivos que no originan beneficios para
el capital.
El despilfarro (dos, tres, automóviles por familia,
el rápido desgaste social de los aparatos domésticos y su continua renovación;
un celular en manos de niños de 3 años, un televisor en cada habitación, miles
de toneladas de desechos industriales tirados a la basura y la canilla (el
grifo) de agua caliente abierta durante toda la afeitada) pasa a ser, en este
orden de cosas, un fin, una ética social.
De ese modo se produce una fuga hacia adelante, una
fuga frente a todas las exigencias más genuinas en el plano nacional e
internacional, que vuelve siniestramente hipócrita todo anuncio de cambios
estructurales y estas nuevas bases de negociaciones en los organismos
internacionales, de empleos decentes, empleos verdes, para agendas inconclusas
e informes que se repiten indefinidamente.
Eduardo Camín. Periodista uruguayo, corresponsal de
prensa en la ONU-Ginebra, analista asociado al Centro Latinoamericano de
Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)