La
prensa no sería tantas veces irritante y aburrida si algunos de los que
escriben sus diarios se acercaran más oportuna y menos prudentemente a los
campos donde la verdad habla a balazos.
Miguel Hernández
Por Mario Espinoza Pino
Más
allá de la vigencia de su pensamiento, si algo ha dejado claro el segundo
centenario de Karl Marx (1818-1883) es la pluralidad de horizontes y
disciplinas contenidas en su obra. Un dispositivo teórico lleno de aristas e
itinerarios sorprendentes. Por resumir: habría un Marx economista, escritor de
los Grundrisse, las Teorías de la Plusvalía o El Capital; un Marx historiador, soberbio analista de
los procesos que hicieron florecer -a golpe de desposesión- el capitalismo
occidental. Pero también un Marx sociólogo -padre de la teoría moderna del
conflicto de las clases sociales-. Y, por supuesto, un Marx filósofo, crítico
con la alienación provocada por la explotación capitalista, el fetichismo de la
mercancía y la dominación ideológica de la cultura burguesa. Si nos ceñimos a
sus últimos cuadernos sobre Lewis Henry Morgan -que dieron lugar a El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado,
de su amigo y colaborador Friedrich Engels- podríamos hablar incluso de un Marx
antropólogo. Sin embargo, todavía resulta extraño escuchar hablar de un Marx periodista.
Lo cierto es que el olvido
del trabajo periodístico de Marx entraña más de una contradicción, sobre todo
por la importancia del mismo en la formación de su estilo intelectual. No sólo
‘el Moro’ de Tréveris debutó en la vida cultural prusiana como cronista, sino
que el periodismo ocupó buena parte de su vida como escritor, analista social y
militante político. Participó en numerosos medios, se embarcó en diferentes
aventuras periodísticas como promotor y, last but not least,
su oficio en los rotativos constituyó una fuente de ingresos fundamental
durante su agitada trayectoria -podríamos decir que fue su trabajo remunerado
por excelencia-. Por otra parte, que el filósofo destinase tantos recursos y energías
a la empresa del periodismo era algo natural: ¿cómo intervenir si no en los
debates ideológicos de la época? ¿Cómo salir al paso de los acontecimientos y
problemas sociales más acuciantes? Sin un proyecto que permitiese visibilizar
las propias posiciones políticas difícilmente podía influirse en la opinión
pública. Y de no hacerlo las discusiones corrían el riesgo de volverse
meramente universitarias o librescas.
Cuando señalamos que Marx
participó en un buen número de medios y promovió otros tantos, no
exageramos: Rheinische Zeitung, Deutsche-französische
Jahrbücher, Vorwärts!, Die Revolution, Neue Rheinische Zeitung, People’s Paper,
Neue Oder Zeitung, Die Presse… llegó incluso a ser el corresponsal
estrella del diario con mayor tirada de la época, el New York Daily Tribune -con alrededor de 200.000
lectores diarios-. De hecho, cuando llegaron las vacas flacas al diario
norteamericano tras la crisis de 1857 -desastre económico que Marx anunció en
sus columnas para ese mismo medio-, fue el último corresponsal extranjero en
ser despedido. Horace Greely y Charles Dana, editores del periódico, valoraban
mucho su firma -aunque no tanto como al filósofo le hubiese gustado-. Crónica
tras crónica, Karl Marx se convirtió en una de las miradas más penetrantes del
siglo XIX, algo que atestiguan tanto la diversidad temática de sus artículos
como su rigor. ¿Pero qué podemos encontrar en los artículos periodísticos del
filósofo? ¿Cómo evolucionó su dilatada carrera a caballo entre “la era de las
revoluciones” y “la era del capital” -por utilizar los términos de Eric
Hobsbawm?
En el periodismo descubrimos
al Marx más político, atento al pulso del presente, a los antagonismos de la
sociedad burguesa y los vientos de la revolución. Sus artículos son muchas
veces la trinchera de la lucha inmediata o el combate abierto, pero también el
terreno fértil del análisis estratégico. En cierto sentido, podríamos
considerar sus crónicas como un taller en el que el filósofo pule sus
conceptos, descifra la coyuntura histórica, contrasta sus hipótesis -políticas,
económicas- y polemiza o dialoga con múltiples audiencias: desde las más
organizadas o políticamente vanguardistas hasta capas mucho más amplias de la
población -algo que sucederá especialmente cuando escriba en el Tribune, diario líder dentro del marco popular de
la penny press-. La escritura periodística es ese lugar
privilegiado donde el pensamiento establece su propia dialéctica con la
sociedad, sacando a la luz una verdad histórica que casi siempre asume la forma
del conflicto.
Aunque podamos entender el
periodismo de Marx como un taller o laboratorio de ideas, cometeríamos un error
si lo subordinásemos sin más a su producción teórica, otorgándole menor rango o
entidad: como si estuviésemos ante una suerte de literatura bastarda o
narrativa menor. Las líneas del periodismo, la teoría, la economía, el
diagnóstico social y la pugna política no dejan de entrecruzarse a lo largo de
la obra marxiana, retroalimentándose y manteniendo estrechas relaciones de
dependencia. Y en esta constelación su obra periodística adquiere un fulgor
fuera de lo común. Veámoslo de cerca.
MONARCAS ROMÁNTICOS, CENSURA Y
CONFLICTOS SOCIALES
Karl Marx comienza su carrera
periodística en 1842, en la Rheinische Zeitung (Gaceta
Renana), el diario financiado por la burguesía liberal y progresista de
Colonia. Al igual que la mayoría de jóvenes hegelianos -ateos, críticos y de
vida bohemia-, tuvo que lanzarse al periodismo freelance,
un oficio mucho más precario que el de profesor universitario. Lo cierto es que
en medio de un clima de reacción y censura, protagonizado por el flamante
monarca Federico Guillermo IV, resultaba imposible poner el pie en la academia
prusiana. Cualquier sospechoso de ideas democráticas tenía vetada su entrada.
En este sentido, tanto Marx como los hegelianos de izquierda tuvieron que hacer
su vida al margen de las universidades, así que el periodismo acabaría siendo
su mejor baza: garantizaba influencia pública, un salario y la posibilidad de
obtener cierto prestigio social. Eso sí, el oficio no sería nada fácil: pronto
la Rheinische Zeitung se descubriría como adversaria del régimen prusiano tanto
en materia política como comercial.
El joven de Tréveris
ascendería rápido en el diario, llegando a convertirse en editor a los pocos
meses. La línea política del periódico siempre combatió el burocratismo del
Estado, defendió la democracia en medio de un clima casi feudal y puso en el
centro la defensa de las libertades civiles. Quien esté acostumbrado al Marx
del Manifiesto del partido comunista (1848)
probablemente se sorprenderá: encontramos aquí un periodista liberal sui generis, defensor de los pobres, demócrata radical
y azote de la censura, siempre desde una concepción jurídica que bebe de Hegel
-la ley como ámbito de la libertad colectiva- pero que no renuncia a la
negatividad de la crítica. Merece la pena leer su serie magistral en defensa de
la libertad de opinión -contra la censura heredera de los decretos de Karlsbad
(1819)-, sus críticas a la conservadora Ley del Divorcio o su apuesta por la
reforma comunal, un proyecto democratizador de base municipal que buscaba
sufragio universal, democracia directa y descentralización frente al poder de
la nobleza y la corona.
Probablemente uno de sus
mejores retratos históricos lo encontremos en sus artículos sobre “El robo de
leña”, con los que Raoul Peck abre su última y más que recomendable cinta
El joven Karl Marx (2017). Aunando crítica jurídica y social, Marx
denuncia la desigualdad de una sociedad prusiana que protege a los Junkers -los
grandes propietarios- frente al campesinado pobre y su economía de
subsistencia. Los primeros pretendían tipificar como robo la tradicional
recolección de leña de los campesinos para guarecerse del frío, alegaban una
gravosa pérdida patrimonial. Aquí comienzan las críticas de Marx contra la
propiedad, contra un Estado que usaba el derecho y la violencia para consagrar
los privilegios de unos pocos. Como telón histórico de fondo tenemos la
construcción del capitalismo renano, la extinción de los derechos comunales
frente a las leyes burguesas y sus procesos de desposesión. En este conflicto,
el joven periodista optaría por la economía moral de la multitud -utilizando
las palabras de E.P. Thompson- frente al derecho de los terratenientes.
Las últimas invectivas de la
gaceta contra el gobierno no sentaron demasiado bien en la corte: a comienzos
de 1843 la redacción recibió una orden ministerial que decretaba el cierre del
periódico. Casi de inmediato, el filósofo se embarcaría en otro proyecto junto
a Arnold Ruge, uno de sus colaboradores en el diario renano. De esta nueva
aventura, los Deutsche-französische Jarbucher (Anales
franco-alemanes, 1843-44), saldrían textos como Sobre la
cuestión judía o la introducción a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. En
estos escritos rompe con la ideología liberal que había orientado sus artículos
previos. Se aproxima al comunismo y elabora una crítica radical -auspiciada en
parte por Ludwig Feuerbach- del Estado prusiano y la filosofía de Hegel como
coartada intelectual del mismo. La universalidad del derecho y la esencia del
hombre (cooperación y libertad) eran negadas en la práctica por las
instituciones prusianas, que partían del principio de la propiedad privada como
eje articulador de la sociedad y la desigualdad entre clases. ¿Cuál era la
tarea crítica y política entonces?
No se trataba ya de exigir
reformas, tampoco de confiar en la clase burguesa y sus demandas de libertad
formal. Había que disolver el orden existente para crear una sociedad de
iguales, algo que sólo podía hacer el proletariado, la clase que sufría todas
las opresiones históricas del momento: la explotación, la servidumbre salarial
y la ausencia de derechos. Sólo la clase trabajadora podía atacar con
radicalidad la propiedad y el Estado, replanteando la sociedad desde su base y
acabando con las fronteras que separaban el mundo del trabajo del ejercicio
político de la ciudadanía -ambos mistificados por el velo del derecho y la
filosofía hegeliana-. La revolución en Alemania era una necesidad, una figura
histórica que pronto irrumpiría como ya lo había hecho en Inglaterra y Francia.
Desde una perspectiva histórica, podríamos decir que la Rheinische Zeitung y
los Jahrbücher retratan bien el magma ideológico y político que desembocaría
años más tarde en La primavera de los pueblos: el
archipiélago revolucionario de 1848.
Los Jarbücher fueron un
fracaso como negocio, se editaron en París y sólo tuvieron una edición en 1844.
La censura limitó vehemente su difusión. Marx, emigrado en la capital francesa,
establecería contacto con diversos colectivos de trabajadores y radicalizaría
aún más su pensamiento -de este período datan sus famosos Manuscritos de París (1844), su primera
confrontación con la economía política-. Poco después participaría en Vorwärts!, que tenía fama de ser el diario más radical
de Europa, pero pronto abandonó sus tareas como cronista para volver al estudio
-entre otras cosas porque censuraron el diario-. Tras algunos de sus títulos
más conocidos –La miseria de la filosofía (1847)
o El Manifiesto-, Marx retomaría con fuerza el
periodismo: la llegada de la revolución tras la crisis de 1847 le brindará la
oportunidad de intervenir en un contexto vertiginoso.
ENTRE LA REVOLUCIÓN, SU OCASO Y
EL MERCADO MUNDIAL
1848 hizo que Marx se lanzase
a crear un órgano periodístico en apoyo al estallido de las revoluciones,
la Neue Rheinische Zeitung. Aquí podemos ver un periodista
que ya no restringe ni sus fuentes ni análisis a uno o dos países, sino que
trata de hacerse cargo de todo un proceso revolucionario, de sus múltiples
levantamientos y contiendas. Además, el filósofo lo hace desde un paradigma
teórico mucho más maduro que en sus textos anteriores, esto es, desde una
comprensión profunda de los conflictos que tienen lugar en el seno de la producción
material -su esbozo en La Ideología alemana (1845-46)
o El Manifiesto pusieron los cimientos para un
enfoque materialista de la historia y la economía-. En este periódico el marco
de Marx se torna “europeo”: importa señalar el decurso de la revolución en
Alemania, Francia, Austria, Hungría o Italia, sus avances y retrocesos.
Más allá de la impresionante
cartografía de la revolución que Karl Marx y Friedrich Engels realizaron en
la Neue Rheinische Zeitung, es importante destacar el
valor que ambos otorgaron a la crisis económica de 1847 como fractura material
que posibilitó la emergencia de todo el proceso revolucionario -un proceso que
en su ala progresista mezclaba ideas liberales, republicanas, socialistas
utópicas, comunistas, etc.-. Sin embargo, todo el fuego inicial de la
revolución pronto se vio extinguido por las fuerzas de la reacción. De algún
modo, tanto la Neue Rheinische Zeitung como su corolario, la Neue Rheinische Zeitung. Politisch Ökonomische Revue (1850)
permiten leer el nacimiento y el ocaso de la revolución, su propio cénit y el
fracaso de una expectativa que parecía desplegarse a nivel europeo. De todo
ello sacaron dos lecciones: la burguesía se había convertido en una fuerza de
orden, su limitado contenido revolucionario se había evaporado del todo
-triunfará el liberalismo centrista, en palabras
de Wallerstein-; las crisis constituían coyunturas de oportunidad en las que
podía desatarse una revuelta masiva -aquella imagen explosiva del 48 ya no
abandonaría jamás a Marx-.
Las piezas que resumen esta
época son La lucha de clases en Francia (1850)
y el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, publicado en Die Revolution (1851-52), probablemente una de las
mejores obras de Marx en sentido periodístico y analítico. Basta una lectura
para disolver cualquier prejuicio sobre la teoría marxista de las clases, su
comprensión del Estado y las luchas sociales -entre las calles y los
parlamentos-. De hecho, el término “bonapartismo” ha vuelto a la palestra mediática
para entender los perfiles populistas y reaccionarios de los nuevos líderes
políticos en el tablero global, y merece la pena su recuperación para entender
las mediaciones entre esas grandes figuras -infladas por el marketing y las
redes- y las clases populares en tiempos de crisis. Paradojas de la
transversalidad. Más allá de lo anterior, el elemento central de este período
será la colaboración de Marx con el New Yotk Daily Tribune entre
1852 y 1862, toda una década realizando editoriales, artículos y diversas
crónicas -alrededor de 500, algunos escritos por Engels o en colaboración con
él-.
Con la llegada de Marx
al Tribune, y con el filósofo instalado en Inglaterra,
podríamos decir que su pensamiento sufre una expansión dramática en varios
niveles. Marx se acerca a la realidad del mercado mundial, a su funcionamiento,
y comienza a trazar un mapa global del capitalismo como sistema. Por otra
parte, esto introduce nuevos agentes en los antagonismos, ya no sólo el
proletariado fabril, sino también los sujetos colonizados y no-occidentales, a
los cuales comenzará a prestar una atención especial en los casos de la India o
China. Sus investigaciones son cada vez más exhaustivas y empíricas, analiza
encuestas, volúmenes de exportaciones, pero también profundiza en sus análisis
históricos: en 1853 ya había reconstruido los procesos de desposesión comunal
en Inglaterra, los cuales más tarde formarían parte de uno de los pasajes más
emblemáticos de El Capital.
Es imposible resumir la
variedad temática o el vigor de los textos del Tribune para
Marx -también sus amargas y recurrentes disputas con los editores del
periódico-. El periodista se hace cargo, ni más ni menos, que de los eventos
políticos, económicos y sociales más importantes de todo ese período. Y en un
plano global: las revoluciones en Europa, desde Grecia e Italia a la revolución
liberal en España, un análisis de las finanzas y la economía de las principales
potencias, anticipando la crisis de 1857 y su sacudida en el mercado mundial,
las revueltas coloniales en la India, la Guerra Civil Norteamericana, la lucha
contra el esclavismo, etc. Si nos aproximamos a los temas sociales, nuestra
sorpresa será todavía mayor: una fina descripción de la clase obrera inglesa,
de sus condiciones de vida y trabajo, acompañada de un retrato de la siempre
ambigua clase media y las contradicciones humanistas del liberalismo. Incluso
llegará a elaborar una valoración del impacto de la crisis de 1857 en la salud
mental de la población inglesa.
LAS FUNCIONES DEL PERIODISMO
Si han llegado aquí, casi al
final de este extenso artículo, se preguntarán: ¿Cómo es posible que el
periodismo de Marx, una obra con tanta solidez y continuidad, haya sido
olvidada durante tanto tiempo? Responder adecuadamente requeriría reconstruir
algunos debates en el seno de la tradición marxista, y no tenemos demasiado
espacio. A vuelapluma: habría que analizar el peso de lo que Perry Anderson ha
llamado marxismo occidental durante las últimas décadas y
abordar la jerarquía social de los objetos de investigación en la academia y su
prestigio en el marxismo. Eso ayudaría a explicar la multiplicación de sesudos
tratados sobre el concepto de alienación, el fetichismo o la epistemología
marxiana, y la poca atención prestada a otros elementos centrales de su
producción teórica -que a buen seguro servirían para explicar mejor esas y
otras cuestiones-.
Todo lo anterior puede
resumirse de manera sencilla y algo provocadora: las teorías que descuidan la
historia y la atención a los conflictos -los presentes y los de su propia
genealogía en el tiempo- acaban reificándose en una escolástica que actúa como
canon, repartiendo sus dosis de reconocimiento -sus temas preferidos-, valor y
marginalidad. El periodismo de Marx nos enseña prácticamente lo contrario: una
teoría tan compleja y de tanto alcance como la expresada en El Capital sólo pudo gestarse en continuo diálogo
con el presente, con una atención minuciosa a los antagonismos de la sociedad
burguesa. Sólo así puede conocerse la textura real de la sociedad y la economía.
¿Alguien piensa que Marx hubiese podido escribir los Grundrisse o El Capital sin
todo el trabajo periodístico realizado? Difícilmente. Su labor en la prensa
tuvo una función formativa central en su pensamiento, en la amplitud del mismo.
Pero no sólo.
El periodismo de Marx, además
de aunar crítica y teoría, era una forma privilegiada de intervención política,
y requería de un lenguaje diferente. A través de sus metáforas, de sus
descripciones e imágenes, de los temas sociales que motivaban sus polémicas, el
filósofo construía una contranarrativa frente
al capitalismo: no sólo visibilizaba sus contradicciones, violencia y
desigualdad sistémica, sino que también ponía de relieve el poder de la clase
trabajadora, daba forma a un imaginario alternativo y ofrecía una dirección
estratégica a las luchas sociales. La teoría se hacía carne en el periodismo, y
este despejaba el terreno para la revolución. La práctica periodística es un
buen ejemplo de aquello que Manuel Sacristán llamó una vez “dialéctica”: la
reconstrucción de totalidades concretas, situaciones y coyunturas que puedan
hablar de tú a tú a las clases populares o ayudar a forjar un horizonte
ideológico compartido. Y de ese modo impulsar las posibilidades de la praxis
colectiva.
Quizá la tarea para un
periodismo que se reclame marxista hoy tenga que ver con saber intervenir -al
decir de Miguel Hernández- “donde la verdad habla a balazos”. Manteniendo el
equilibrio entre la estrategia, la potencia antagonista y un lenguaje que sepa
despertar una pulsión utópica largo tiempo adormecida.
Fuente: El Salto Diario