La
geopolítica es más elocuente por lo que obvia que por lo que trata. Ahora pregúntense
por qué saben tanto de Venezuela y tan poco de Haití; en la faja del Orinoco
hallarán la respuesta
Por PABLO MM
Esta
historia comienza en el año 2015 y puede que algunos se pregunten cómo es
posible que en plena era de la hiperconectividad y la sobreinformación no hayan
oído ni una sola palabra al respecto. Eduardo Galeano decía que “los nadie
cuestan menos que las balas que los matan” y en Haití hace tiempo que conseguir
una pistola es mucho más barato que una barra de pan.
El país
de las Antillas es uno de los grandes vertederos del continente americano desde
el día que los colonos tocaron tierra en Mole Saint-Nicolas para establecer una
de los mayores mercados de esclavos del “nuevo mundo”. Más de tres siglos de
ocupación donde los invasores arrasaron con la práctica totalidad de la
población local y saquearon las reservas de algodón, azúcar, café y añil.
No sería
hasta la eclosión de la revolución francesa cuando los haitianos protagonizaron
la primera sublevación de esclavos, que culminó con la liberación y el
surgimiento de un nuevo Estado, allá por 1804. Sucede que, a unos pocos cientos
de kilómetros de la costa de los Estados Unidos, la libertad es un concepto
relativo que oscila según los intereses de Washington, y como dijo Thomas
Jefferson “de Haití proviene la peste de la rebelión”.
Pero
volvamos a 2015. El país celebraba elecciones a la presidencia para elegir al
sustituto de Michel Martelly, y en la disputa, dos liberales conservadores
pugnaban por el poder: Jude Célestin y Jovenel Moïse, que resultó ganador con
un 32,8% de los votos.
La
oposición denunció la existencia de un fraude masivo que fue acreditado por una
comisión de verificación formada por expertos independientes, en cuyo informe
señaló que “resulta imposible determinar el número de votantes que ejercieron
su derecho al voto debido a que las irregularidades se dieron en todo el
sistema electoral, de arriba hacia abajo”.
A pesar
de las denuncias de los organismos internos, la Unión Europea y la Organización
de Estados Americanos se apresuraron a reconocer la fraudulenta victoria de
Moïse y calificaron las elecciones como “un soplo de esperanza para la
democracia”. Resulta sorprendente la laxitud de la llamada comunidad
internacional con las irregularidades en Haití, sobre todo si lo comparamos con
la verborrea belicista que suelen emplear en otras latitudes.
La
complicidad de los amos del mundo no dejó más opción a los haitianos que salir
a protestar en unas jornadas de duros enfrentamientos con la policía donde la
sangre de los inocentes volvió a teñir de rojo las calles del país. Finalmente,
las autoridades cedieron, anularon las elecciones y aplacaron la rabia de los
ciudadanos con la promesa de unos nuevos comicios que contarían con todas las
garantías democráticas, o eso decían.
En 2016,
las urnas regresaron a los colegios, pero muy lejos de los compromisos
juramentados por las autoridades, todo el proceso electoral fue incluso más
sombrío que el anterior. Jovenel Moïse volvió a proclamarse ganador con 590.927
votos, aunque la candidata más exitosa fue la abstención, con un 81,9% de
electores que decidieron no participar en la segunda entrega de este vodevil
trufado de falacias.
De nuevo,
los organismos internacionales avalaron la limpieza de semejante lodazal y
Moïse pudo arrancar un mandato en el que pronto comprobaría que el apoyo de los
Estados Unidos y Europa venía firmado con la letra pequeña del vasallaje.
Ay Haití
Puede que
de esto sí se acuerden: “Hay amor, hay en ti, hay en mi voz, ay, ay, Haití”.
Estos versos, con perdón de los poetas, forman parte de la canción Ay
Haití, que los músicos Carlos Jean y Dnovae compusieron en solidaridad con
las más de 300.000 víctimas mortales del terremoto que asoló la isla caribeña
en 2010. En los coros participaron artistas de relumbrón como Alejandro Sanz y
Miguel Bosé (ocupados ahora en el asunto venezolano), la actriz Paz Vega e
incluso los futbolistas Sergio Ramos, Diego Forlán e Iniesta.
El mundo
contenía la respiración ante una catástrofe natural que devolvía a un país, ya
de por sí castigado, a la época del medievo. El ABC mostraba
en su portada la imagen de un hombre que sostenía entre lágrimas el cadáver de
su hija. “Los marines desembarcan en el infierno”, destacaba El
País sobre la llegada de militares estadounidenses a Puerto Príncipe
para “distribuir provisiones y sofocar la violencia y el pillaje”.
Las ONG
no tardaron en reaccionar, pero lejos de prestar ayuda, su labor fue más bien
la del enterrador que coloca el último clavo del ataúd. En los días siguientes
se concentraron en la capital hasta 10.000 representantes de diferentes
organizaciones que ni conocían el país ni tenían información precisa sobre la
magnitud de lo sucedido. Una de las más importantes era Oxfam Intermón, que se
vio envuelta en un gran escándalo cuando salió a luz que algunos de sus
trabajadores contrataron los servicios de un grupo de prostitutas.
Además,
se dilapidaron 500 millones de dólares para construir unas viviendas que no
contaban con las necesidades básicas, en un principio pensadas para un periodo
de tiempo limitado, pero que se han convertido en chabolas donde 120.000
personas sobreviven hoy en condiciones infrahumanas.
La ONU
designó a Bill Clinton presidente de la Comisión Interina para la
Reconstrucción de Haití, y el exmandatario centró sus esfuerzos en la Haiti
Open for Business, una iniciativa para atraer inversión extranjera que
contaba con el apoyo de personalidades como José María Aznar. Su mayor hito fue
la construcción de un hotel de la cadena estadounidense Marriott, un
alojamiento de lujo en las afueras de una capital donde la gente se mataba por
un trozo de pan.
En total
se llegaron a recaudar unos 9.000 millones de dólares. Nueve años después,
Haití continúa siendo uno de los países con el índice de desarrollo más bajos
del planeta. Los intereses del hemisferio occidental estaban muy alejados del
samaritanismo: “¡La carrera por el oro ha empezado!”, afirmó el embajador de
EE.UU. en Haití en una comunicación de febrero de 2010 revelada por
WikiLeaks.
Cuando la
tierra se tragó las vidas de centenares de miles de personas, en el lado de sur
del continente, la revolución bolivariana estaba en plena efervescencia. La
izquierda gobernaba en las grandes potencias de la zona y el petróleo
venezolano sostenía los objetivos del chavismo. Petrocaribe y el ALBA (Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América), dos organizaciones
transnacionales impulsadas por Hugo Chávez, tuvieron un fuerte protagonismo en
las tareas de ayuda humanitaria con una partida de 3.800 millones de dólares. A
pesar de que el sumidero de la corrupción se tragó su trozo del pastel, el
dinero sirvió para la reparación de grandes infraestructuras y ayudó a tejer
unas prometedoras relaciones bilaterales entre Haití y Venezuela.
Cuando el
presidente Moïse quiso estrechar lazos con los programas sociales de
Petrocaribe descubrió el tono amenazante en el que estaba escrita aquella letra
pequeña redactada por las grandes potencias internacionales que habían avalado
su fraude electoral.
El idilio
con el chavismo resultó romance de verano y Haití pronto regresó a las recetas
austericidas del FMI. Apenas unos pocos meses de tutelaje internacional
bastaron para sumir a la nación en su enésima crisis económica, propiciando la
subida de los precios de los carburantes y de los productos básicos.
Cuando
los bolsillos están vacíos, los hambrientos suelen rellenarlos de piedras y la
necesidad ha empujado a una nueva espiral de protestas que está siendo
reprimida brutalmente por las fuerzas de seguridad del régimen. Las cifras de
muertos varían entre los datos del oficialismo, que reconoce nueve fallecidos,
y la más de una veintena que contabilizan los manifestantes.
De nuevo,
la sangre derramada de los nadie, los funerales improvisados en las zanjas de
tierra que tantos muertos se han tragado ya, el grito desesperado de los
menesterosos a los que Estados Unidos y sus satélites hacen oídos sordos y que
apenas ocupan un breve al final de una página en la agenda de los grandes
medios de comunicación.
No hay
portadas de padres desesperados que sostienen en sus brazos los cuerpos sin
vida de sus hijos, no hay líderes internacionales mostrando su rechazo a la
masacre, no hay ultimátum de ocho días, no hay presidentes autoproclamados, no
hay recogida de medicamentos ni conciertos solidarios, no hay programas de
televisión hablando sobre el tema ni enviados especiales en el terreno, no hay
canciones de celebridades que entonan mirando a cámara con los ojos perdidos en
la desolación.
Decía
Eduardo Galeano que la geopolítica es más elocuente por lo que obvia que por lo
que trata. Pregúntense ahora por qué saben tanto de Venezuela y tan poco de
Haití; en la faja del Orinoco hallarán la respuesta.
Hay amor,
hay en ti, parece que en mi voz ya no suena Haití.