Por Joseph Confavreux
¿La
perspectiva de la sustitución general del trabajo humano por las tecnologías de
la inteligencia artificial es solo un gran bluf destinado a impedir la
organización de los nuevos proletarios del sector digital? Analizando los
perfiles del digital labor [trabajo digital], el sociólogo Antonio Casilli ha
elaborado una gran encuesta sobre el trabajo en el siglo XXI.
Seres humanos que roban el
trabajo de los robots, inteligencia artificial que es realmente artificial, un
gran engaño tecnológico que es un gigantesco truco de magia ideológico, un
trabajo hasta tal punto fragmentado que apenas se ve, “granjeros del clic”, “la
parias digitales, produsagers o proletarios del teclado…
Bienvenida al mundo del
digital labor, que el sociólogo Antonio Casilli renombra como trabajo del clic
en una obra tan amplia como rigurosa, construida como una encuesta basada tanto
en las metamorfosis del trabajo en este tiempo digital, como del mismo trabajo
digital.
Un término que el libro de
este investigador permite por otra parte utilizar sin que se le pueda acusar de
anglicismo ya que se trata, para él, de estudiar el trabajo del dedo, sobre la
pantalla o el ratón, comparable con el trabajo manual, mientras que el digital
labor es a menudo confundido con el trabajo inmaterial. De ese modo se pone el
acento en el elemento físico, “el movimiento activo del digitus, el dedo que
sirve para contar, pero también que apunta, clica, apoya sobre el botón”, por
contraste con la inmovilidad abstracta del numerus, el número en tanto que
concepto matemático”, lo que para el investigador es una forma de liberarnos
“de una visión de lo numérico entendida exclusivamente como un trabajo de
expertos y de sabios”.
Al equiparar el título de su
nuevo libro, En attendant les robots (Esperando a los robots, ndt), con la
célebre obra de Samuel Beckett, Antonio Casilli nos sumerge en un mundo
absurdo, en el que el saqueo del trabajo y la inanidad de la condición humana
están organizados por los grandes grupos de la economía digital, que permiten
multiplicar las actividades creadoras de riquezas pero no de ingresos.
Ahora bien, el investigador
aporta una tesis especialmente sugerente, que va contra las decenas de
artículos que nos describen la inteligencia artificial (IA) como el porvenir de
humanidad en general y del trabajo en particular. En efecto, según él, la mayor
parte de las inteligencias artificiales se asemeja mucho al Turco mecánico
descrito por Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, en la
que un enano, jorobado y jugador de ajedrez, manipulaba las piezas, dando la
ilusión de que se trataba de una máquina mediante un juego de cuerdas y un
espejo [foto del artíclo].
En materia de IA, los fallos
de la innovación son en realidad numerosos y deben ser constantemente paliados
mediante un recurso intensivo al trabajo humano para, a su vez, entrenar,
enmarcar y suministrar a las máquinas datos fiables y utilizables. Lo que
conduce a una situación en la que frecuentemente la IA muestra que no es otra
cosa que una “mezcla de becarios franceses y precarios malgaches”; justo lo
contrario a la extendida imagen tecnológica y futurista.
El investigador nos obliga
así a entender la automatización bajo otro ángulo: “Esta no supone la
sustitución de trabajadores humanos por inteligencias artificiales eficaces y
precisas, sino por otros trabajadores humanos: -ocultados, precarios y mal
pagados”. En efecto, para Casillo no son “las máquinas quienes hacen el trabajo
de las personas humanas, sino los humanos quienes se ven obligados a realizar
un digital labor para las máquinas”. Esto es particularmente cierto para los
vehículos autónomos cuya autonomía es en realidad muy relativa.
Para describir esta
situación, Antonio Casillo llega hasta a hablar de gran “bluf tecnológico”, de
estrategia de “camelo”, incluso de “IA Washing [lavado, ndt]”, tomando en
especial el ejemplo de Google. En efecto, mientras que se pueden leer decenas
de artículos sobre las teorías desarrolladas por Ray Kurzweil, escritor
transhumanista y empleado en Google, en los que propone trazar el camino de una
IA fuerte que obtenga resultados superiores a los sistemas biológicos, su
patrón se ha lanzado a una producción de masa de IA débil y “estrecha” que
utilizan ampliamente el digital labor de los “parias digitales”.
A pesar del hecho de que a
instancias de Godot, la IA que reemplazará al trabajo humano tiene el riesgo de
no llegar nunca, sin embargo, se sigue considerando al digital labor como
transitorio, en la idea de que “actualmente las máquinas tendrán necesidad de
él para aprender a prescindir del mismo mañana”.
Pues si en la actualidad está
de moda esta tesis del “gran reemplazamiento tecnológico”, el investigador
demuestra que es menos en razón de los avances de la tecnología que de los usos
que permite. En efecto, “la automatización, fantasma constantemente agitado por
los industriales, produce efectos desde el momento en que simplemente es
considerada: ejerce una constricción sobre los trabajadores e introduce una
verdadera disciplina en el trabajo. El trabajo se ve amenazado y mal pagado y
cada trabajador es potencialmente supernumerario”.
Sin embargo, un estudio de la
OCDE basado en 21 países en 2016 mostró la sobreestimación de la posibilidad de
automatizar las actuales profesiones. Estimaba ciertamente que aproximadamente
el 50% de las tareas son susceptibles de verse considerablemente modificadas
por la automatización. No obstante, subrayaba que solo el 9% de los empleos
serían realmente susceptibles de ser eliminados por la introducción de
inteligencias artificiales y procesos automáticos.
Para Casilli, el capitalismo
de las plataformas actuales “recurre abundantemente al mismo truco que
utilizaban los propietarios manufactureros del pasado siglo: evacuar las
variables sociales de un proceso de innovación tecnológica para hacerle
aparecer como una fase necesaria de un progreso indefinido”. Y los robots “solo
son en esta operación los avatares cómodos de la voluntad de los propietarios
de las plataformas de obstaculizar la constitución de un movimiento de
oposición”.
En consecuencia, estima el
investigador, “la automatización es ante todo un espectáculo, una estrategia de
distracción de la atención, destinada a ocultar las decisiones empresariales
que pretenden reducir la parte relativa de los salarios (y más generalmente de
la remuneración de los factores productivos humanos) en relación con la
remuneración de los inversores”.
Como el horizonte de la
completa automatización “aparece inalcanzable, es legítimo interrogarse sobre
la función ideológica de ese escenario”, concluye el investigador, estimando
que se construye una visión del mundo y del trabajo en la que el “proletariado
digital no tendría necesidad de pensarse, de organizarse, ni de imaginar un
proyecto colectivo ya que no sería más que la porción residual de un mundo del
trabajo humano destinado a la desaparición”.
Sin duda, si el gran
reemplazo tecnológico del trabajo no tendría lugar, está claramente en marcha
su gigantesco desplazamiento, a la vez geográfico y numérico. En efecto “La
inquietud contemporánea sobre la desaparición del trabajo es un verdadero
síntoma de la verdadera transformación en marcha: su digitalización”, estima el
sociólogo.
Esta digitalización de las
tareas humanas empuja al extremo dos tendencias profundas, “la estandarización
y la externalización de las tareas”. En efecto, “la especificidad de las
tecnologías informacionales actuales en relación con sus antecedentes
industriales consiste en la relación que mantienen con el espacio. Como la
producción se puede organizar en cualquier lugar, el lugar físico en el que se
despliega la automatización no es fijo, ni limitado al perímetro de la
empresa”.
Este desplazamiento delega en
realidad un “cierto número de tareas productivas a no-trabajadores (o a
trabajadores no remunerados y reconocidos como tales”. Y las plataformas
adoptan entonces un estilo particular “de gestión de las actividades
productivas, que consiste en poner a trabajar a un número creciente de
personas, pero situándolas fuera del trabajo, ya que su figura se sitúa fuera
de las modalidades clásicas de la relación de empleo”.
El fenómeno que se describe
con los términos de digital labor se hace “posible por dos dinámicas
históricamente manifestadas: la externalización del trabajo y su
fragmentación”. Estas dos tendencias han conocido puntos de partida y ritmos
diferentes, pero “las tecnologías de la información y de la comunicación las
reconcilian”. De forma que el “trabajador de las plataformas se encuentra
aplastado entre las proclamaciones de independencia y las condiciones
materiales que le exponen a bajas o inexistentes remuneraciones, a ritmos y a
finalidades heterodeterminadas, a una separación entre su gesto productivo y el
fruto de éste”.
Y es justamente porque está
fragmentado, parcelado y externalizado, que este trabajo “escapa a las categorías utilizadas clásicamente para analizarlo” y que “ya no reconocemos el
trabajo que tenemos delante de los ojos”, “Inflexible flexibilidad del
trabajo a petición”
Para aprender a reconocer el
trabajo en la época del capitalismo de las plataformas y en la era de lo
digital, Antonio Casillo propone estudiar el digital labor como un “movimiento
de organización en tareas (tâcheronnisation) [no existe término equivalente en
castellano; podría traducirse por tareanización, ndt] y de organización en
datos (datafication) [no existe término equivalente en castellano, ndt] de las
actividades productivas humanas en la hora de la aplicación de las soluciones
de inteligencia artificial”.
A la vez que permanece lúcido
sobre el hecho de que este tipo de trabajo amalgama fenómenos diferenciados y “se
sitúa en el cruce complejo de formas de empleo no estándar, del freelancing,
del trabajo a destajo micro-remunerado, del amateurismo profesionalizado, de
ocios monetizados y de la producción más o menos visible de datos”. No se trata
pues, o no solamente, de un trabajo gratuito, sino de un “continuum entre
actividades no remuneradas, actividades mal pagadas y actividades remuneradas
de forma flexible”.
Para clarificar las cosas, el
investigador propone distinguir tres tipos de actividades que se subsumen
corrientemente bajo los términos de digital labor. En primer lugar, el “digital
labor por pedido”, que reagrupa las actividades creadas por las aplicaciones de
tipo Uber o Deliveroo, cuyas prestaciones suministran no solo tareas manuales
sino que pasan también mucho tiempo produciendo datos.
Para Casilli, aunque en su
origen la economía por pedido fue asimilada a fenómenos diferentes, tales como
la economía colaborativa, la economía de reparto o la economía circular, en
realidad se trata de una actividad de otra naturaleza, marcada por la
“inflexible flexibilidad del trabajo por pedido”, que generaliza el trabajo
atípico más que abrir una nueva era a la autonomía humana.
A continuación el
micro-trabajo, utilizado prioritariamente por las pseudo-inteligencias
artificiales que confían a micro-sirvientes lo que era realizado por
trabajadores regulares. El investigador utiliza el ejemplo de un trabajo que
ocuparía 20 años a un asalariado equipado de un ordenador, un año entero a 20
asalariados en CDD [contrato de duración determinada, ndt] o seis meses a 40
becarios y puede ser realizado todavía de forma más rápida y barata gracias a
la fragmentación de las tareas.
La encarnación de este nuevo
tipo de trabajo es el servicio de Amazon, bautizado Turco Mecánico, gracias al
cual la empresa puede, por ejemplo, publicar un anuncio pidiendo a 500.000
personas que transcriban dos líneas cada una. Tal servicio permite “reclutar a
centenares de miles de micro-sirvientes situados en todos los lugares del mundo
para filtrar vídeos, etiquetar fotos y transcribir documentos que las máquinas
no son capaces de realizar”.
Contrariamente a las
plataformas de trabajo por pedido, en las que los recientes conflictos sociales
han permitido, puntualmente, hacer reconocer la relación de sujeción entre el
prestatario y las empresas que organizan el trabajo en el siglo XXI, las reglas
de gestión algorítmica del trabajo y las condiciones de contractualización del
micro-trabajo oscurecen todavía aquí las pistas.
En efecto, en los “en los ecosistemas
de micro-trabajo -escribe Casilli-, la actividad de producción de valor se hace
discreta y, debido al estallido geográfico, los trabajadores no encuentran
interlocutores patronales frente a ellos, como en el caso de Uber y otros
Deliveroo”. Amazon encarna perfectamente el “papel de plataforma neutra, de
útil técnico de puesta en contacto que desintermedia el trabajo y desaparece en
tela de fondo”, como si fuera un “tercer beneficiario”.
En fin, el sociólogo
distingue el “trabajo social en red” realizado por cualquiera que alimenta en
datos, por el uso que hace de internet, los gigantes de la economía numérica.
Antono Casilli da cuenta del debate que opone, sobre el tema, a dos
perspectivas representadas por los “laboristas” y los “hedonistas”.
La primera “entiende la
participación sobre los medios sociales como una relación social relacionada
con el trabajo y caracteriza la apropiación por las grandes plataformas del
valor que resulta como una relación de explotación. La otra interpreta el
produsage como la expresión de una búsqueda de placer y una participación
libremente consentida en una nueva cultura del amateurismo y, a por ello, niega
la pertinencia misma de la noción de digital labor”.
Para Casilli, esta
diferenciación se presenta, de forma demasiado tajante, como un conflicto de
obediencias, “en la que los dos campos se acusan recíprocamente de ser, cada
uno, una cábala de universitarios marxistas o una emanación de la investigación
industrial del sector de lo numérico”. En una perspectiva próxima al marxismo,
en el sentido en que este último define como trabajo todo lo que fecunda al
capital, el investigador considera que “encerrando a sus usuarios en el papel
de amateurs felices y desinteresados, los medios sociales buscan también
mantener aparte uno de los elementos constitutivos de la dialéctica entre
trabajo y capital: la conflictualidad”.
Una posición que permanece
discutida, incluso cuestionada, por otros investigadores que trabajan sobre la
economía numérica, especialmente los que prefieren hablar de extracción de
valor que de trabajo, en la medida en que sigue siendo difícil medir el valor
de un like o considerar sus fotos de vacaciones en Facebook como trabajo,
incluso aunque ello contribuya a valorizar la empresa de Mark Zuckerberg.
Cualquiera que sea la
extensión que se prefiera dar al perímetro del digital labor, Antoine Casilli
pone el dedo sobre varios efectos importantes de la recomposición del trabajo
en la era digital. El primero consiste en el hecho de que “el recurso a la deslocalización
con el objetivo de una compresión de costes o de una racionalización de la
cartera de las sedes de una empresa no solo afecta exclusivamente a las
multinacionales. En lo sucesivo, el offshoring [externalización,
deslocalización, ndt] es un proceso en cascada”.
Se produce así una nueva
división internacional del trabajo ya que las tareas menos nobles “son
habitualmente delegadas en los países asiáticos o africanos”, contribuyendo a
que el digital labor sea muy frecuentemente invisible “para los ojos europeos”.
Esta situación de hecho obliga a reactualizar el debate sobre las desigualdades
Norte/Sur, aún cuando Casilli no endosa los términos de neocolonialismo
numérico que circulan a veces para describir la actividad de los gigantes del
sector, aunque solo sea porque “los países del Norte no son los únicos motores
de la economía numérica” y que China, especialmente, forma parte de los que
explotan los nuevos servidores de lo numérico.
El segundo es la “nivelación
por abajo de las condiciones de trabajo y de remuneración a escala mundial” que
el investigador muestra que coincide con una recomposición importante del
capitalismo globalizado en este último decenio. En efecto, escribe, “el
desarrollo de las plataformas numéricas ha coincidido con la crisis de la deuda
y la crisis financiera de finales de los años 2000, marcada por un elevado
desempleo, una congelación de los salarios, un declive de las protecciones
sociales y una profundización de las desigualdades”.
El intento de hacer bajar
todavía más el precio del trabajo mediante las deslocalizaciones ha podido
enfrentarse “a políticas disuasivas de fiscalidad y a los costes de las
inversiones necesarias para la apertura de instalaciones físicas en terceros
países”. Y las soluciones, masivamente utilizadas durante los Treinta Gloriosos
[se entiende con este término al período de mayor desarrollo del capitalismo en
los países desarrollados, comprendido entre el final de la II Guerra Mundial,
1945, y la crisis petrolera de 1973, ndt], de introducción de la mano de obra
extranjera, han caído “bajo el golpe de políticas migratorias cada vez más
draconianas”.
La plataformización ha
supuesto pues “una salida a esta doble constricción, al instaurar una libertad
de circulación ‘virtual’ de la mano de obra planetaria” y permitiendo
“transferencias no presenciales de poblaciones”. De hecho, “lejos de suavizar
la dureza de las políticas migratorias de los países americanos y europeos
respecto a la mano de obra inmigrada, el digital labor desempeña un papel
perverso de facilitador de una explotación a distancia”.
El investigador estima pues
que para los “capitalistas de las plataformas”, que hacen creer a los jóvenes
occidentales que no tienen más que practicar un ocio productor de valor y
condenan a la precariedad toda una parte de la fuerza de trabajo global, se trata
de “fragilizar el trabajo para mejor evacuarlo, a la vez como categoría
conceptual y como factor productivo a remunerar”.
¿Se puede, entonces, escapar
de esta constatación tan desesperante como inquietante? Casilli describe
algunas iniciativas y luchas para el reconocimiento de las yt los trabajadores
de las plataformas, que se anudan esencialmente alrededor de dos estrategias.
Una se esfuerza de ensanchar al digital labor las conquistas sociales que
precedentemente habían estado ligadas con el empleo, como han hecho algunos
repartidores de Deliveroo o chóferes de Uber, pero exige, estima, “tomar en
consideración la dimensión planetaria del digital labor”.
La otra, todavía emergente,
se basa en repensar la relación “entre usuarios-trabajadores e infraestructuras
de colecta y tratamiento de datos al criterio de la gobernanza de los comunes
para concebir modalidades nuevas de distribución de los recursos”. En el marco
de esta estrategia, sería posible “otra plataformización”, a la manera de
Coopify, cooperativa de trabajadores al pedido alternativo en TaskRabbit, de
AllBnB sustituto de AirBnB, o también de CoopCyicle que los repartidores
prefieren a Foodora.
Sin embargo, para Casilli,
“ni el arsenal sindical ni la respuesta liberal aportan solución satisfactoria
al problema de la remuneración del digital labor”. El investigador propone pues
no escoger entre una y otra estrategia sino, de forma más real, establecer un
“ingreso social numérico” que estaría basado en el impuesto y también sobre la
restitución a los comunes de lo que “se produce socialmente”.
Forzando a las plataformas
actuales a renunciar a su opacidad y a su voracidad, e inspirándose en la
tradición mutualista, sería posible pasar a modelos no depredadores de
plataformas que entonces no tendrían ninguna razón para agitar el espectro de
la automatización para disciplinar la fuerza de trabajo.
Para Casilli, estas
plataformas renovadas cumplirían así su función original: “La sustitución de la
propiedad privada por la propiedad social, sobrepasar el trabajo forzado por un
trabajo sin coerción y reemplazar los enclaustramientos por infraestructuras
verdaderamente comunes”.
Esperando la realización de
este amplio programa es tiempo ya de plantearse sobre la forma como firmamos
ciegamente las famosas CGU, o “Condiciones Generales de Utilización”, que
muestran ser, en realidad, contratos leoninos que fijan los marcos de nuestra
alienación.
Como recuerda Antonio
Casilli, la plataforma de jobbing [trabajador a destajo, ndt] de estudiante
americano Sweeping o las de tareas domésticas a pedido TaskRabbit llegan hasta
a amenazar a sus usuarios con la reclamación de indemnizaciones si presentan
denuncias para exigir la reclasificación de sus actividades o solicitar las
cotizaciones sociales no pagadas…
Traducción: viento sur