Por William Serafino
INTRODUCCIÓN Y CONTEXTO
Durante la última semana, la
"ayuda humanitaria" prometida por Estados Unidos en la figura de
la USAID ha sido el eje central de la agenda política y de medios. Múltiples
posicionamientos han derivado de esta última maniobra de Washington, la cual es
planteada como el punto de inflexión definitivo del golpe de Estado en marcha
que persigue la destrucción de la República Bolivariana de Venezuela.
El distanciamiento de la Cruz
Roja Internacional por interpretar en esta acción rasgos de politización,
pasando por el freno de mano de Elliott Abrams y el salto atrás posterior de
Juan Guaidó, dejan sobre la mesa varios matices que obligan a pensar en un
replanteamiento en caliente.
La retórica bélica impresa al
principio ha dado paso a un relajamiento de las expectativas que se insuflaron
al principio. Muestra de ello es la posición cambiante de Guaidó, que pasando
de la narrativa de un nuevo "Día D" a una planificación por
etapas y fases para una "ayuda selectiva" intenta calibrar los
ánimos de la brigada de acoso del Team Bolton-Almagro.
Pero para quienes operan los
controles del golpe en Washington, en la trama general del cambio de régimen
contra Venezuela se van develando rasgos contradictorios que requieren de un
reajuste. La "ayuda humanitaria" como elemento de ofensiva
psicológica hacia la FANB a su vez converge, en una paradoja, con el trabajo de
seducción y oferta de incentivos, como por ejemplo eliminar las sanciones, para
lograr el desmembramiento de la FANB.
Dos estrategias, una marcada
por el poder inteligente y otra por el paradigma de la diplomacia de las
cañoneras, colisionan generando el efecto inverso al quiebre de la Unión
Cívico-Militar. El primer balance de esta maniobra da puntos a favor
de Venezuela, en tanto los obliga a repensar el próximo paso.
Esta batalla contabiliza su
puntaje en días y horas, no lo olvidemos.
Por instinto táctico
parecieran haber optado por un cambio en las prioridades, jugando a la
recomposición de su ofensiva política utilizando las cartas más pesadas.
Sacando el tema humanitario del primer puesto en cartelera por unos días, Mike
Pompeo reorientó las prioridades narrativas del conflicto hacia la necesidad de
intervenir por la "presencia de Hezbolá" en suelo venezolano, en
una abierta preparación emocional del público estadounidense para justificar
una acción militar.
Acto seguido se trasladó esa
retórica al Senado de Estados Unidos mediante Marco Rubio, el gestor del mes,
donde republicanos y demócratas se enfrentaron por una resolución a favor del
golpe en Venezuela que contemplara la "opción militar". Lo que
culminó con un veto a esa variante por el lado demócrata, hizo necesario
movilizar a Juan Guaidó para que impusiera una opinión a favor de los cuatros
jinetes de la guerra contra Venezuela: Rubio, Pompeo, Bolton, Pence.
El "Obama
bananero" llamó a una intervención directa, colocando los camiones
humanitarios de Cúcuta en una escala de importancia inferior a la de la
confrontación bélica total.
El progreso de estos
movimientos indica, en primer lugar, que la opción militar se empuja con la
misma fuerza con la que sus patrocinantes en el establishment estadounidense la
desean aplicar; también, que a medida que aumente la cota de la resistencia
venezolana, Washington llevará al límite sus recursos de fuerza, y en consecuencia,
sus costos políticos y económicos.
VOLUNTAD POPULAR C.A.
Pero mientras Rubio, Pompeo y
Bolton en la esfera de los medios suben y bajan los decibeles, cambian los
ritmos y rotan las vocerías de acuerdo a un reajuste estratégico de la
agresión, en la frontera la maniobra de la intervención humanitaria sigue
ensamblándose con ribetes de revolución de color a escala fronteriza y
"humanitaria".
Un reaparecido Lester Toledo tomó la
palabra en un evento en Cúcuta hace pocos días, con cajas de la
USAID detrás de él, para ratificar que es Voluntad Popular el nombre de aquel
fideicomiso que oficializó John Bolton, donde deberá caer el dinero que
emana del saqueo petrolero y las futuras deudas.
El Diario La Opinión de
Cúcuta pasa revista al detalle de los últimos movimientos en Cúcuta. Toledo,
utilizando un lenguaje con tintes pornográficos, afirmaba a nombre de la USAID:
"Esto lo vamos a meter pase lo que pase y cueste lo que cueste, porque
Venezuela es un pueblo que está dispuesto a ser libre". Queda a la
interpretación de los expertos en lingüística si algo que te meten coincide con
sentirse libre.
En el evento lo acompañó el
embajador de Estados Unidos en Colombia, Kevin Whitaker, quien afirmó en su
derecho de palabra que "el alivio ya llegó", en coincidencia con la
narrativa falsamente compasiva de sus mejores amigos en Venezuela: la
ultraderecha representada en María Corina Machado y el Leopoldo Fútbol Club de
Voluntad Popular.
La presencia de Míster Kevin
allí narra que la alianza entre los cuatro jinetes de Washington y
Voluntad Popular se encuentra en un nivel de compromiso gerencial sellado por
la plata. Para ellos dos, el juego es también de suma cero. Demasiados millones
en juego como para pensar en cambiar las relaciones de lealtad.
Dicha actividad, en la que
también coincidió Juan Manuel Olivares de Primero Justicia y Gabriela Arellano
de Voluntad Popular, se desarrolló en un galpón en Cúcuta cerca del puente
Tienditas, donde la siguiente imagen describe el próximo movimiento
en el frente de la intervención: bomberos y policías de Cúcuta, junto a
personas vestidas de blanco bajo el nombre de "Coalición de Ayuda y
Libertad", componen el acto performativo de un movimiento civil de
laboratorio en proceso de formación. Básicamente, para que haga de escudero a
un probable movimiento más pesado en cuanto a violencia profesional.
Esto lo confirma el
tratamiento simbólico. Varios portales colombianos y venezolanos reseñaron "la
protesta" de un grupo reducido de venezolanos cerca del puente
Tienditas, quienes levantando pancartas pidiendo "Trump no nos
abandones", complementaban el llamado a movilización social que hacía
Lester Toledo más temprano junto al embajador estadounidense.
Continuando con la misma
línea de acción que en la preparación del fallido magnicidio del pasado 4 de
agosto, Colombia
asume un rol de coordinación logística, esta vez con la Unidad
Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), que se hizo cargo de
recibir la "ayuda humanitaria" y de ofrecer las condiciones para
que Voluntad Popular opere del otro lado de la frontera. La maniobra va tomando
la forma de una intervención multinacional.
Así, la sobreexposición
informativa del puente Tienditas, entre otros, va configurando el paisaje
de la próxima agresión contra Venezuela, la cual probablemente buscará provocar
situaciones de violencia que desencadene lo que la Administración Trump desea.
Las ventajas de la frontera colombo-venezolana como base de desestabilización,
por su fragilidad y dependencia a las economías sumergidas, son las ventajas
operacionales del plan de la intervención militar.
De acuerdo al grado de
improvisación que delata la estrategia estadounidense, es difícil proyectar el
disparador del gran momento "anti-muro de Berlín" en el puente
Tienditas, una imagen de ambición civilizatoria en el que los neocons Bolton,
Abrams y Brownfield quieren protagonizar el papel Superman. El disenso de la
Unión Europea a la política de asfixia financiera y pillaje sobre Venezuela que
encabeza Washington podría dar paso a ese hecho de conmoción tan buscado
en la frontera.
RACISMO Y HUMILLACIÓN: LA
CONSTRUCCIÓN IDEOLÓGICA DE LA "AYUDA HUMANITARIA"
El presidente Nicolás Maduro
ha tildado a la "ayuda humanitaria" como un show. Y es que la
cartelización y magnificación propagandística, al ser contrastada con las
estadísticas que se comienzan a exponer, no se corresponde con las expectativas
generadas al principio.
Según la Unidad Nacional de
Gestión del Riesgo, el acopio de productos en Cúcuta alcanza para cubrir la
alimentación de 5 mil venezolanos por 10 días. Entre otros insumos alimenticios
y farmacéuticos aún no especificados ni verificados por ningún ente multilateral
de confianza, el rango de atención no supera la cifra anterior de venezolanos,
aunque aseguran que las "raciones" serán suficientes para 90
días.
Una rápida comparación con el
programa de protección social del gobierno venezolano, el cual atiende a 18
millones de personas mensualmente entre cajas CLAP y bonos del Carnet de la
Patria, deja la operación de márketing de la USAID en desventaja en términos de
su presentación como "salvadores" ante la opinión pública.
Los productos USAID son ajenos a la gastronomía venezolana |
Hace
algunos días el infomercenario Casto Ocando le presentaba a Leopoldo Castillo
en su programa de televisión en Miami, los productos deshidratados que envía la
USAID a zonas en conflicto y que también se trasladarían a Venezuela. La imagen
generó el efecto adverso al que perseguía en tanto la solución prometida se ve
peor al actual estado de cosas en el país.
Pero
los productos USAID son también el correlato simbólico de la intervención
contra Venezuela y de la retórica asesina de los jinetes de Washington. Es el
uso del arma de destrucción masiva de las sanciones económicas (que empezaron
en 2015) como paso previo para erigir una nación dependiente a la
"ayuda humanitaria". Así remarcan la supuesta superioridad biológica
y cultural que le da sustento a la "raza elegida" estadounidense
por sobre "razas inferiores" en los países que deciden atacar,
donde las raciones de la USAID y la compasión estadounidense se vuelven un
mecanismo para consolidar la esclavitud del "Tercer Mundo".
Las barras energéticas con bajo contenido nutricional que entrega la USAID |
El paradigma de esta operación
en curso contra Venezuela es Irak; 10 años antes de la intervención
estadounidense había pasado por el castigo de sanciones económicas que
destruyeron su aparato productivo, la moneda y un sistema de seguridad social
referencia para los países de Medio Oriente. En Venezuela intentan aplicar este
mismo razonamiento, en el que las sanciones, los embargos, el bloqueo a la
importación de productos básicos para una subsistencia mínima,
provocan casi la misma carga destructiva que una campaña de bombardeos.
Asciende a 23 mil
millones de dólares el robo a los activos petroleros de la nación y el bloqueo
a las cuentas en el extranjero para adquirir medicinas y alimentos por parte
del gobierno venezolano, colocando en peligro miles de vidas y augudizando la descomposición
de un sistema de abastecimiento local que sólo funciona bajo el esquema Cadivi
de dólares subsidiados.
En tal sentido, la
"ayuda humanitaria" es, al mismo tiempo, la culminación de un
proceso de destrucción sistemática de la economía venezolana y un premio de
consolación que sólo reafirma la dependencia como economía periférica de
Estados Unidos. Una mirada de sus productos, especificados
en su página web, da cuenta de que la política de ocupación
estadounidense persigue la consolidación de patrones de consumo dependientes
del agronegocio gringo, como también un cambio en el imaginario colectivo donde
el acto de comer implique competir por raciones.
El paisaje de estos productos
va desde barras energéticas, latas de aceite vegetal, sacos de papas
deshidratadas y habas de soya, entre otros productos ajenos a la mesa del
venezolano, que simulan la dieta de un campo de concentración alimentado por
Monsanto.
Igualmente,
cada producto reúne aspectos simbólicos que dibujan la "ayuda
humanitaria" como un práctica racista. No sólo porque son niños
africanos quienes componen todo márketing publicitario de la USAID, sino porque
en la propia presentación de los productos está presente la animalización
cultural del consumo de alimentos. La forma en la que están dibujados es
suficiente evidencia para examinar cómo Occidente tira sus sobras en los países
periféricos que han sido asfixiados por el neoliberalismo, define su línea de
vida en meses mientras exista la "ayuda" y construye una sociedad
basada en la dependencia, despojándola de los medios propios para garantizar su
existencia.
La construcción ideológica de
la "República Bananera" retorna en el siglo XXI para
reeditar una estratificación de la sociedad latinoamericana basada en el
prejucio de que hay países inviables que deben ser tutelados en todos los
ámbitos.
Haití, Somalia e Irak son
casos testigos de cómo la "ayuda humanitaria" se potencia el
canibalismo social, refuerza la dependencia, incentiva el saqueo y pone a
funcionar a la sociedad en una lógica de sálvese quien pueda. Por esa razón,
mantener al Estado en debilidad mediante sanciones y conflictos armados
importados es un maniobra consciente para gerenciar, con el instrumento de
la "ayuda humanitaria", el saqueo de los recursos y el control
cultural, alimentario y económico de sus poblaciones. Imponer el neoliberalismo
y el individualismo como única relación social ante la destrucción de la
soberanía y de la condición de ciudadanía. Lo que justifica el supremacismo
estadounidense es justamente ese poder destructivo que entrelaza la destrucción
de la guerra con la humillación del humanitarismo.
Esa es la doctrina que se
aplica contra Venezuela empleando un severo bloqueo financiero que desarticula
la vida económica en su totalidad, y al mismo tiempo, buscando la
administración directa de todos los asuntos de la sociedad venezolana con un
gobierno paralelo artificial. Desde ahí, el metamensaje de la "ayuda
humanitaria" radica en que la decisión de qué come la población
y cuántos recursos petroleros puede administrar Venezuela autónomamente,
lo decide Estados Unidos.
Pero esta lógica
racista choca con sectores de la clase media venezolana que, al pedir
intervención desde las redes sociales y acompañar a Juan Guaidó, creen estar un
escalón por encima del chavismo. Y justamente es lo contrario: mientras piensan
que la intervención es el paso previo para convertirnos en la segunda Panamá del
continente, Estados Unidos promete, en realidad, unas cuantas galletas,
latas de aceite y sacos de soya como contrapartida a la entrega de los recursos
naturales de la nación.
Para Trump y la doctrina de
la "ayuda humanitaria", los sectores acomodados venezolanos merecen
el mismo trato racista y humillante que dan en África y regiones precarizadas
de Latinoamérica. Y está decidido a construir un muro para hacer física esa
diferencia entre "ganadores" y "perdedores", entre
"una raza superior" y otras "inferiores".
El supremacismo
estadounidense, que cada cuanto debe sacar el extremismo de su país, opera
contra Venezuela bajo la creencia de que el chavismo debe ser
exterminado física y políticamente. Una lata de aceite o una galleta es el
correlato cultural del modelo de país que buscan imponer a los tiros.