Por Jorge Félix
Corrió veloz el enero de 2019
y la comunidad de naciones están asistiendo, o peor aún, son testigos, en pleno
siglo XXI, de una “cruzada” contra el orden Internacional y los
principios y propósitos que rigen el Derecho internacional. La guerra política,
económica y la permanente amenaza de intervención militar desatada por la
derecha internacional, liderada por Estados Unidos contra la Revolución
Bolivariana de Venezuela, ratifica que el imperialismo estadounidense mantiene
activo todos los instrumentos de presión y dominio que parecían proscritos con
el pretendido fin de la “Guerra Fría”.
La intromisión en los asuntos
internos, el intento de socavar el prestigio del Estado Bolivariano y su
legitimidad constitucional ante la comunidad internacional, el sempiterno
pretexto de custodiar el respeto a los “Derechos Humanos”, a la vez que
ejecutan y financian de manera encubierta, a través de la diplomacia pública,
operaciones de subversión para generar confusión, constituyen una franca
violación e irrespeto a la Carta de las Naciones Unidas, en especifico, el
artículo 2, que establece, entre otros propósitos, la igualdad soberana de
todos los estados, cumplir las obligaciones contraídas y arreglar las
controversias internacionales por medios pacíficos y , sobre todo, no poner en
peligro la paz.
Con el regreso de políticas
como la Doctrina Monroe y El Destino Manifiesto, la política exterior
estadounidense ratifica su esencia imperialista y pretensiones de dominio. La
actitud arrogante y desafiante del “gigante de las siete leguas”[1] contribuye
a argumentar el recurso de la guerra y la expansión económica e intereses de
los halcones que se benefician con la carrera armamentista.“…Es nuestro destino manifiesto esparcirnos
por el continente que nos deparó la Providencia para que en libertad crezcan y
se multipliquen anualmente millones y millones de norteamericanos…”, rezaba el texto de la
doctrina.
La Administración liderada
por el Presidente Donald Trump y su “Diplomacia
Inadmisible”, en uso de fracasados pretextos, pone marcha atrás
el esfuerzo enarbolado en la decisión rotunda de los pueblos de América de
convertir la región en una zona de paz.
En fecha reciente, el ex
director de la CIA y actual secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, advertía y
amenazaba al gobierno venezolano, a propósito de la decisión soberana de este
estado, de romper relaciones políticas y diplomáticas con Estados Unidos, “…No pongan a prueba la determinación de
Estados Unidos de proteger a su gente…”, sentenciaba el
halcón de la diplomacia yanqui.
La amenaza de Pompeo expresa una
cualidad del hacer Política Exterior en los Estados Unidos, al igual que el
Destino Manifiesto, constituye una filosofía del credo genocida e imperialista
que caracteriza la conformación de la política exterior estadounidense. Otras
amenazas dejaron huellas en la historia más reciente de las administraciones de
la otrora colonia inglesa. El 21 de septiembre de 2001, el entonces
Presidente George W.
Bush, advertía al mundo, “… Quien no esté con nosotros, está contra
nosotros, no hay lugar posible para la neutralidad en la guerra contra el
terrorismo…”,
recomenzando así un periodo de terrorismo de Estado para
enfrentar al terrorismo fundamentalista creado y muchas veces financiado por el
propio imperio estadounidense.
El 12 de febrero de 2015, el
sorprendente “Premio Nobel de la Paz”, Barak Obama, lanzaba un clásico de la injerencia
en política internacional “…Torceremos
el brazo a los países que no hagan lo que queremos…”,
Contra Venezuela se ejecuta
hoy un “Golpe Continuado” como estrategia articulada para subvertir el orden
político y social. Resulta obvio que los objetivos del plan magnicida y de subversión permanente
contra la revolución Bolivariana no se limitan a procurar
las renuncias, tanto del presidente, como de su gabinete en pleno, sino
pretenden el posible protagonismo de las Fuerzas Armadas en una acción
golpista.
El accionar subversivo y
concertado, de la Derecha Internacional y la contrarrevolución interna
disfrazada de oposición , tienen un amplio contenido ideológico y va dirigido
fundamentalmente a intentar minar la confianza de la población en el proyecto
revolucionario, el legado del Comandante
Chávez y su continuidad, expresada en el Presidente, Nicolás Maduro, generando una
situación de caos colectivo a nivel sociopolítico , alrededor de la economía,
inseguridad ciudadana, el descontento de la juventud, la manipulación de la
sociedad civil, mientras se estimulan las tendencias más hostiles y radicales
que deriven en una respuesta desmedida de los organismos de seguridad que
comprometa al ejecutivo nacional y la imagen internacional del Gobierno
Revolucionario.
Se trata de un proceso
político, no solo contra el gobierno v venezolano, si no que intenta
desmovilizar el Movimiento Bolivariano Internacional y pretende desmontar la
política de unidad latinoamericana y el avance de los movimientos de izquierda
en la región.
La contienda subversiva,
planificada, financiada y ejecutada por el gobierno estadounidense y su Agencia
Central de Inteligencia, CIA,
puesta en marcha en abril de 2002, con el golpe de Estado al Presidente, Hugo
Chávez Frías, y prolongada desde el 8 de diciembre del propio año, fecha en que
el Comandante Chávez convocó
a todos los revolucionarios y pueblo en general, a la elección de Nicolás Maduro, se intensificó
durante las elecciones presidenciales de abril del 2013.
La desfavorable situación
interna llegó a su clímax con las acciones violentas, de desobediencia civil y
vandálicas ejecutadas por la “oposición” venezolana, conocidas como “guarimbas”
durante los años 2014 y 2017. El escenario de presión intentó hacer crecer el
rechazo al liderazgo del Presidente Maduro Moros y minar su capital político,
extendiendo el escenario de contingencia, guerra mediática, económica,
financiera y de todo tipo, cuyo fin mediato es lograr una coyuntura electoral
que favorezca a los intereses de la Casa Blanca, la derecha internacional y a
la oposición interna.
En consecuencia, la
“operación” más reciente iniciada con la irresponsable, virtual e ilegal
investidura como Presidente del país, del diputado de la derecha venezolana,
Juan Guaido, estuvo acompañada del inmediato reconocimiento de la
administración estadounidense; el Presidente Trump publicaba en las redes
sociales, “…Hoy he reconocido
oficialmente al Presidente de la asamblea Nacional Venezolana como presidente
interino de Venezuela…”
El guion estuvo diseñado a
imagen y semejanza al utilizado durante el entramado subversivo que dio al
traste con el golpe de abril de 2002. En esa fecha, un documento de la CIA,
fechado el 14 de abril de 2002 hace referencia al impacto que provocaría en algunos
gobiernos de América Latina el reconocimiento estadounidense al gobierno
golpista del oligarca del empresariado burgués Pedro Carmona Estanga.
Otra vez la España racista
corrió tras las faldas del hegemon imperial y sin el más mínimo pudor y vergüenza
propia por su caricatura de democracia, advirtió al Presidente constitucional
de Venezuela, que le ofrecía el plazo de ocho días para que convocara a
elecciones. No se enteraba el presidente español, de la extraordinaria pieza de
democracia exhibida por el pueblo venezolano que coronó, una vez más, con el
triunfo del pueblo sobre la oligarquía en las pasadas elecciones presidenciales
de 2018.
No menos bochornosa resulta
la posición de varios gobiernos latinoamericanos, entre ellos, Argentina,
Brasil, Colombia, Perú, Guatemala, Ecuador, Panamá, Chile. Paraguay, por citar
algunos, en cuya historia patria están las huellas de “los gigantes que llevan siete leguas en las
botas y pueden poner la bota encima si el aldeano vanidoso cree que el mundo
entero es su aldea”. Golpes de Estado, dictaduras militares
sangrientas, pobreza extrema, invasiones militares, espoliación de los recursos
naturales, son el legado que ha dejado el imperio estadounidense en estas
naciones que hoy le dan la espalda al pueblo venezolano.
La autoproclamación como
“Presidente Interino”, alejado de toda legalidad jurídica y constitucional, por
parte del diputado en desacato, Juan Guaido, no es el único episodio
anticonstitucional ejecutado por la derecha venezolana y reconocido de inmediato
por la administración estadounidense y la derecha internacional. Durante la
presidencia de Nicolás Maduro, existen antecedentes de esta práctica durante
los demenciales nombramientos de magistrados del Tribunal Supremo “en el
exilio”, a raíz de la deserción de las filas chavistas de la ex Fiscal General
de la República, quienes desde su refugio en la vecina Colombia “juzgaron y
sancionaron” al Presidente Maduro, a la vez que invistieron al político
opositor, Antonio Ledesma como “Presidente en el exilio”.
El golpe continuado,
sistemático y en pleno desarrollo intenta incrementar el asedio económico, el
desabastecimiento de medicinas e insumos médicos dirigidos a crear
inestabilidad social y un clima emocional desfavorable, incentivará la
especulación y el acaparamiento para proyectar artificialmente el
desabastecimiento, las compras nerviosas, el “bachaqueo” de extracción, y el
golpe financiero que incluye el mercado clandestino de divisas.
La guerra mediática con el
apoyo de articuladores internos continuara generando contenidos y matrices de
opinión catastrofistas para documentar y amplificar las acciones provocadoras y
desestabilizadoras de calle, que logren consecuencias inmediatas, en función de
superar la capacidad de respuesta de las autoridades y demostrar la cacareada
ingobernabilidad del ejecutivo nacional.
El golpe continuado elige
como blanco el funcionamiento de las instituciones. El objetivo es obvio,
lanzar hacia lo interno e internacionalmente la imagen de que en el país no
rigen las leyes, que el gobierno vulnera los derechos ciudadanos y que la
administración de justicia colapsó. Todo ello se orienta a presentar al estado
venezolano como un estado fallido.
Una mirada más amplia al
escenario político actual de la región muestra que el arribo al poder de
gobiernos de la derecha latinoamericana en varios países, para nada tiene que
ver con el anhelo de los pueblos. El acceso al gobierno de los
ultraderechistas, Duque, Macri y Bolsonaro, así como otros procesos que
favorecen a la derecha Latinoamérica, tiene que ver con la distorsión de la
verdad, maniobras concebidas en los laboratorios para la subversión financiados
por el gobierno estadounidense y fundamentalmente están asociadas a la
histórica política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica de expandir
su dominio a América Latina y el Caribe.
Es preciso entonces, para
entender el recrudecimiento y dinámica de la retorica estadounidense, que
parecía desaparecer en el “ocaso de la Guerra Fría”, volver a la génesis
imperialista de la letra y espíritu de los Documentos Sata Fe I y II como guión
inviolable de la estrategia estadounidense contra la América toda.
El Documento Santa Fe I,
publicado en 1980, en su quinta parte, “Relaciones Interamericanas” exponía “…Estados Unidos reafirmara el principio
fundamental de la Doctrina Monroe…”
Por otra parte, el Documento
Santa Fe II constituía una estrategia para “promover la democracia, la libertad y la oportunidad económica
para toda la región”; para esa época ya la administración
estadounidense de turno consideraba a Cuba y Nicaragua como “un problema en el
horizonte”.
Santa Fe II ratificaba los
planes de subversión que Estados Unidos debía concebir contra la izquierda
latinoamericana y los gobiernos de orientación socialista ya existentes; la estimulación
de programas públicos y privados para la privatización de las economías, el
aumento del presupuesto de la USIA (entonces agencia de Información de Estados
Unidos) y la “educación” de los medios de difusión y la opinión pública, se
convirtieron en elementos de la doctrina del conflicto de baja intensidad o lo
que es lo mismo, operaciones sicológicas, desinformación y noticias falsas, el
terrorismo y la subversión cultural contra los pueblos y movimientos de la
izquierda Latinoamericana.
El documento Santa Fe II,
como instrumento de la política exterior estadounidense prestó especial
atención a la Organización de Estados Americanos, según reza en el
informe, “La OEA es un foro donde
Estados Unidos puede lograr que sus puntos de vista se comprendan siempre con
claridad en toda la región”.
Nada ha cambiado, por el
norte se retan en desafiante esgrima gobierno y presidente en torno a muros que
dividen pueblos, familias y presagian dolor y tristezas a los pueblos del sur
del Río Bravo. Otro Presidente, “en defensa de la democracia”, deja sin médicos
a su pueblo más vulnerable y despide a más de trescientos funcionarios de la
oficina presidencial “con el objetivo de realizar una limpieza ideológica”. Al
oriente estallan bombas que matan niños y se les niega a otros la identidad de
nación.
Mientras tanto, el asesor de
seguridad nacional de Estados Unidos, John Bolton, “un servidor de pasado en
copa nueva”, continua, a diestra y siniestra convocando a la muerte. Discursó
en Miami, el pasado año, sobre “las prioridades de la administración del
presidente Donald Trump para Latinoamérica, calificando a Venezuela, Cuba y
Nicaragua como una “troika de tiranía”.
Para el asesor de Seguridad
Nacional estadounidense y su gobierno, la retórica de la “Guerra Fría” cobra
total vigencia. Según Bolton,
los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela representan a “dictaduras
brutales”, “socavan las instituciones democráticas”, deben realizar “reformas
necesarias, tangibles” y realizar elecciones “libres, justas y anticipadas”; en
tanto los ultraderechistas y facistoides, Duque, Macri y Bolsonaro, son gobiernos responsables con los que les
place asociarse.
A la extensa lista de trofeos
por sus servicios contra la paz, Jonh Bolton suma su influencia para la
retirada de Estados Unidos del Comité de Derechos Humanos de la ONU, en junio
de 2018, y la retirada del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias, firmado en
1987 permitiendo la destrucción de cientos de misiles balísticos y la
prohibición de su fabricación.
El infausto personaje se ha
caracterizado por sus críticas a la Corte Internacional y a la Organización de
Naciones Unidas. Ha estado involucrado además en la invasión a Irak en 2003 y
en su rol de “asesor de seguridad” ha sugerido declarar la guerra a la
República Popular de Corea del Norte y a Irán.
Para enfrentar a los
“gigantes que llevan siete leguas en las botas” y sus infaustos personajes es
menester la unidad de los revolucionarios de todas las latitudes, de las
organizaciones de izquierda y de todos los que amen la paz y no quieran ser
cómplices del odio y la maldad que alientan infaustos personajes y poderes
imperiales hacia los pueblos.
En el bregar revolucionario
se hace necesario identificar los desaciertos y trabajar sobre ello, pero no
fragmentar las fuerzas, ni detener la lucha, no flagelarse, ni buscar los
culpables. No hay tiempo para ello. “es preciso reorganizar la esperanza” como
recomienda del destacado intelectual y revolucionario Frei Betto, y “ponerla en
marcha con urgencia”.
En su primer discurso ante la
Asamblea general de la Organización de Naciones Unidas, el presidente cubano,
Miguel Díaz Canel Bermúdez, denunció la irracionalidad de un mundo donde el 0,7
por ciento más rico de la población se apropia del 46 por ciento de toda la
riqueza y unos 3 mil 400 millones de seres humanos viven en la pobreza. Esas
realidades, expresó el Presidente cubano, “no son frutos del socialismo, son
consecuencias del capitalismo, en particular del imperialismo y del
neoliberalismo”
Frei Betto, en su análisis de
los errores de la izquierda brasileña que dieron al traste con el golpe de
Estado a la Presidenta Dilma Rousseff, mencionaba, entre otros, la no promoción de la alfabetización política de
la población, siendo este, sin dudas, una de las mayores
vulnerabilidades de los pueblos para enfrentar al imperialismo.
Como si fuera sacado de la
más reciente intervención de un político estadounidense en campaña electoral en
pleno siglo XXI, Allan Dulles[2],
artífice de la subversión política ideológica imperialista, concebía como
estrategia en los años sesenta ; “…Estados Unidos debe imponerle su visión,
estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo… sin que le asista a
ninguno de los países agredidos el derecho natural de defenderse…Nuestra
principal apuesta será, la juventud, la corromperemos, desmoralizaremos y
pervertiremos…”
“…El objetivo final de la
estrategia, a escala planetaria, es derrotar en el terreno de las ideas las
alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la
manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo, que las
víctimas lleguen a comprender y compartir, la lógica de sus verdugos…”
La convocatoria a la unidad
de la izquierda y los movimientos progresistas está hecha, es urgente y
permanente; los retos que se presentan son inmensos, la realidad a enfrentar es
hostil. Evitar la división y desmovilización de las bases populares es tarea de
primer orden, la unidad es la garantía para el triunfo.
Levantarse hoy por Venezuela
es, al decir Martiano, “…tener
en sí el decoro de muchos hombres… es rebelarse con fuerza terrible contra los
que les roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su
decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la
dignidad humana…”
Cuanta vigencia en el
pensamiento y la prosa de José Martí, apóstol de la independencia de Cuba y
discípulo de Bolívar. Ambos interpretaron a fondo el peligro imperialista. Como
si vislumbrara el devenir histórico de la región, Martí fundamentó como esencia
de lucha que el “…
impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas
los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de
América…”, para el Libertador, “…Los Estados Unidos parecían destinados por
la Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la Libertad…”.