Por Joseba Pérez*
1.- Una década después del
estallido de la crisis financiera 2007-2008, la salud del sistema capitalista
global no ha mejorado ni mucho menos. Muy a pesar de los intentos de conformar
una matriz de opinión básicamente mediática de que “lo peor ya ha pasado”,
todos los indicadores estándar de evolución económica están por debajo de los
niveles previos al desencadenamiento de esa crisis. Ni los niveles de
crecimiento del PIB mundial se han recuperado sustancialmente (se plantea
eufemísticamente un “estancamiento secular”), ni el comercio mundial ha
recuperado su tono previo a la crisis, en tanto que la productividad y los
beneficios empresariales vinculados a la economía real se mantienen en una
tendencia a la baja, al igual que el consumo en general.
Los principales
motores del crecimiento del PIB mundial (BRICS) se ralentizan sin llegar a un
estancamiento. Proliferan las voces que alertan, sin fijar plazos exactos,
sobre el riesgo de una nueva crisis de magnitudes superiores a la ocasionada en
el 2008, diagnóstico compartido incluso por informes económicos de organismos
que intervienen en el mundo capitalista (FMI, BM, OCDE) y diversas asesorías
financieras internacionales. Las señales de alerta vienen dadas además de por
los indicadores citados antes por: el crecimiento espectacular de la deuda
mundial (pública de los Estados y privada familiar y empresarial), al unísono
con la disparatada cifra que ocupan en el mundo financiero los productos
derivados y la situación comprometida de importantes bancos y empresas. El
final previsto de las políticas de liquidez a casi nulo interés de los bancos
centrales (Reserva Federal, BCE, BC de Japón) unido a la guerra comercial
desatada por la administración Trump para reubicar la hegemonía de EEUU en el
tablero mundial, en un contexto de internacionalización de las Cadenas de
Valor, no hacen sino alimentar el vértigo de una nueva crisis.
2.- A lo largo de esta última
década desde los centros rectores del capitalismo global, lejos de aplicarse a
medidas correctoras o reguladoras que eviten una reedición del estallido
financiero del 2008, que reduzcan las abismales diferencias de ingresos entre
las grandes fortunas (cada vez más concentradas) y las clases más
desfavorecidas, han optado por reinstalarse, intensificándolos, en los
parámetros de la agenda neoliberal abierta y encarnada décadas atrás por
Reagan-Tatcher y la Escuela de Chicago. Quedaron en el olvido las primeras
insinuaciones de la necesaria “reforma del capitalismo” y las virtudes de las
fórmulas keynesianas. Por el contrario las inyecciones de liquidez de los
bancos centrales y los rescates bancarios operaron como una auténtica
“socialización de las pérdidas” del mundo financiero cada vez más a su libre
albedrio, incrementando sustancialmente los déficits públicos y la masa
monetaria que circula en productos derivados y especulativos. Ninguna de estas
iniciativas repercutió en la activación de la economía real-productiva. Y como
corolario de esta línea de actuación se procedió a intervenir sobre las bases
neoliberales ya conocidas: ajustes fiscales que descansan en la reducción de
presupuestos para las políticas sociales, privatizaciones de servicios públicos
básicos, menores impuestos a sociedades y grandes fortunas. Extensión de la
precariedad laboral, reducción de la capacidad adquisitiva del salario,
incremento de tarifas de servicios vitales, aumento de las edades de
jubilación. Todo ello al interior de los estados capitalistas en continuada
disputa por acceder, monitoreados por el capital internacional concentrado, a
nichos de materias primas y mercados en mejores condiciones. Un escenario que
se dibuja mediáticamente como el único posible en el mundo actual, en clave de
ser percibido con la mayor resignación.
3.- Los representantes y
gobiernos como agentes políticos del capital han actuado conforme a estas
directrices en sus diferentes espacios de poder nacional-estatal. Prácticamente
sin fisuras o sin contradicciones de orden mayor. En estas condiciones habría
que relativizar las contradicciones entre los llamados “globalistas y los nacionalistas”
en función de la internacionalización de las Cadenas de Valor actuales y la
ausencia de una fracción significativa del capital que abogue por una
recuperación de las políticas keynesianas en el orden de un hipotético rescate
o retorno del llamado Estado del Bienestar. El paraguas de las políticas duras
neoliberales suena bien para ellos en primera instancia (estancamiento
salarial, precariedad, menos impuestos…) aunque a largo plazo estos sectores
caben su fosa en la dinámica de concentración del capital. Se percibe como
elemento de cohesión y de utilidad cortoplacista para las diferentes fracciones
del capital. En el marco de la consolidación de este diseño global las
tendencias apuntan hacia la reactivación del “capitalismo por desposesión” (David
Harvey) dibujado por formulas contractuales en el mundo laboral de
semi-esclavitud, apropiación-robo de materias primas y trasvase naturalizado de
rentas a las clases superiores. Apuntan también a la prevalencia de fracciones
del capital financiero-especulativo en el contexto de la financiarización del
capital y el dominio de los sectores con inclinación a la rentabilidad
cortoplacista para mayor escarnio incluso de las teorías de mercado de Adam
Smith. Sin embargo los ritmos y alcance de estas directrices pueden ser
ajustados a la correlación de fuerzas y al nivel de resistencia de las clases
sobre quienes se impone. Es por ello que en el contexto del estancamiento de la
economía mundial y con la advertencia (esta vez sí) del riesgo de una nueva crisis
(sobre la que se percibe un cierto “consenso” con los economistas del capital)
se aprecia una suerte de radicalización hacia la derecha en los
políticos-gestores del capital concentrado. Bajo el epígrafe o denominación de
“populistas de derechas”, “out-siders”, “neo-fascistas”, el mundo asiste
perplejo a la irrupción con acceso a niveles decisivos de poder de una variada
gama de agentes políticos portadores de discursos explícitos o implícitos que
se creían desterrados por la historia. Xenofobia, misoginia, homofobia,
supremacismo, darwinismo social, anti-comunismo de guerra fría, se articulan en
diferentes discursos cuya puesta en acción tiene varios denominadores comunes:
sembrar la división entre las clases populares, reforzar los relatos simplistas
y crear las condiciones desde los estados para reprimir las protestas
populares, incluida la neutralización por diferentes métodos de quienes
cuestionen su nuevo orden. La disidencia ya no se mide por el apego o la
perspectiva de enfoque “socialista” o de “izquierda”, ser crítico es en su
visión alinearse con los peores enemigos. Cuentan para ello con el soporte de
los grandes medios cartelizados en sintonía con su relato y la maquinaria de
las llamadas redes sociales y sus fábricas de mentiras o “fake-news” lanzadas
desde empresas ad-hoc con datos y capacidad para acceder a millones de
usuarios.
4.- La derecha tradicional ha
sido la primera víctima de este tsunami político forzando su práctica
desaparición o su reacomodo con tesis y discursos más a la derecha. Pero no la
única: la socialdemocracia histórica vive sus horas más bajas hasta reducirse
en algunos espacios a la nimiedad. Su reciente Congreso de la Internacional
Socialdemócrata de 2019 en República Dominicana ni ha existido para los grandes
medios y ha transitado sin pena ni gloria. Bien por el abandono de los ejes
vertebradores de su identidad política o por su defensa de las políticas
neoliberales (de ahí su caracterización como “socioliberales”), terceras vías
cogobernando con la derecha tradicional, el resultado final es su camino al
testimonialismo. Los intentos más creíbles de regeneración desde el interior de
sus filas como Jeremy Corbyn en Reino Unido desde el Partido Laborista y en
otro orden Bernie Sanders desde el Partido Demócrata en EEUU, sufren el
desgaste de su aparato tradicional, combinado con la línea de acoso y derribo
mediática. Su base electoral huérfana y desorientada ha optado por otros
proyectos a derecha e izquierda. Esta orfandad es el reflejo de la extrema
polarización social que induce la larga crisis actual y la ausencia de sectores
del capital como potenciales aliados que alienten la reedición de los pactos
sociales de postguerra que alumbraron el Estado del Bienestar.
5.-El desarrollo de la crisis
a lo largo de la década última no ha sido plácido ni mucho menos. En los países
del centro capitalista occidental en los que el impacto en su primera fase fue
directo, aun partiendo de la realidad de un movimiento obrero y popular
desarticulado por las consecuencias de una etapa neoliberal previa hegemónica
(décadas de 80’S y 90’s, con la caída de la URSS) y la deslocalización del
proceso productivo, sumado a la extensión de la precariedad y nuevos
instrumentos de control social, la resistencia popular irrumpió. El deterioro
de las condiciones de vida de las llamadas “clases medias” generadas a base del
endeudamiento familiar hipotecario y las tarjetas de crédito, junto con el
descaro de los llamados rescates bancarios unido a los ajustes neoliberales
sobre las clases populares, originaron múltiples resistencias de natural
indignación. Nuevos sujetos políticos capitalizaron el descontento. Desde
posiciones anticapitalistas que partían del cuestionamiento general del
sistema, hasta posiciones que sencillamente aspiraban a ocupar el lugar
abandonado por la socialdemocracia. Tras significativas movilizaciones
populares en diferentes espacios, con mayor o menor fortuna, llegan a ocupar
lugares señalados de importancia y poder político e institucional. Se abrían
ventanas a la esperanza de cambios reales, en un ciclo que no se puede dar por
concluido. De las expectativas iniciales al estado actual de bloqueo y hasta
retroceso, cabe establecer un primer balance considerando elementos críticos y
autocríticos. Mención de honor merece el efecto desolador del giro de 180° de
Tsipras-Syriza en Grecia (y en otro orden Lenin Moreno en Ecuador) capitulando
a modo de estafa de los principios programáticos defendidos.
Partiendo de factores como la
heterogénea composición de estos movimientos y sujetos políticos, la brutal
ofensiva y su arrope mediático que reubica más a la derecha a los agentes
políticos del actual sistema de poder, el efecto final se observa como una
suerte de búsqueda de la “centralidad política” a la izquierda. Afloran de este
modo ingredientes que caracterizan lo más genuino de la socialdemocracia con
todas sus limitaciones y frustraciones a la hora de desarrollar una línea de
actuación auténticamente transformadora, con impacto real y alcance sobre las
clases populares. De este modo:
-La lucha electoral adquiere
una primacía y relevancia casi absoluta, convirtiendo los llamados
partidos-movimiento en máquinas de guerra electorales centralizadas y
escasamente participativas. Atrás quedan las consideraciones de que constituye
una forma de lucha más que se articula con otras hacia un objetivo global. Los
contenidos programáticos pasan a un segundo plano en el que prevalecen las
figuras o nombres que encabezan las listas electorales. Se minimiza la
formación y el debate cultural e ideológico al que se antepone la defensa de
eslóganes publicitarios de campaña. Los personalismos cohesionan grupos de
presión interna más allá de las implicaciones de sus diferentes líneas de
actuación.
-Ocupados los espacios en las
instituciones y los resortes del aparato de estado, significativos militantes
que despuntaron por su actividad social, pasan a ser cooptados en cargos
públicos o labores internas de apoyo. Todo ello sin que medie un debate,
control o seguimiento de su labor y la de otros cargos públicos en función de
los objetivos y programas marcados. Tanto a lo interno como en la sociedad en
general.
-Se acentúa y consolida la
tendencia al desenraizamiento de los militantes-afiliados de estas formaciones
en su territorio y en los movimientos sociales. Su actividad presencial en
barrios, comunidades, pueblos y movimientos sociales es reemplazada por el
fetichismo de las redes sociales, evidentemente un campo de batalla necesario
pero complementario y que no puede sustituir a la actividad directa, como manera
de recoger el estado de ánimo y problemática de las clases populares. Este
contacto permanente es la “antena” necesaria para hacerse eco de las auténticas
inquietudes y proyecciones socio-políticas sustituidas por las encuestas de
opinión al uso, claramente mediatizadas. Su aporte es fundamental en términos
de organización y clarificación de objetivos en el entorno inmediato.
Obviamente la línea de
actuación viene determinada por el diagnóstico de la crisis y la situación del
sistema-mundo actual, frente a lo cual se establece una estrategia y un
programa en el corto plazo. Si en el marco mundial presente, tienen cabida
paliativos que atemperen sus facetas más salvajes o por el contrario, la
multiplicidad de factores presentes en la crisis capitalista (económica,
ecológica, militarista, de valores culturales) demanda la necesidad de un
sistema alternativo. En este contexto de reordenación de las fuerzas políticas
del capital mundial concentrado en el que exhiben sin pudor alguno sus signos y
señas de identidad más retardatarias, la primera opción contemporizadora se ve
abocada a reordenar sus discursos renunciando a aquellas metas que chocan con
los intereses más inmediatos del capital, relegando a un plano futurista
objetivos que integraban los ejes de su propuesta (reformas fiscales
progresivas, sector público que englobe las áreas estratégicas, gratuidad de
servicios públicos básicos…). Les queda entonces la opción minimalista de
amortiguar en lo posible el impacto de la agenda neoliberal dura y abocarse a
realizar una buena gestión de sus espacios de poder en los límites que la misma
fija. Neoliberalismo con vaselina. Muy a pesar de estas concesiones, abocadas a
hacer más digeribles las directrices neoliberales y en aspiración de
“transversalidad” electoral, la beligerancia y presión mediática dominante
seguirá caracterizando a estos sectores con el anatema de “socialistas o comunistas”
camuflados. Desde la otra perspectiva transformadora no cabe sino enmarcar las
luchas de resistencia actuales e incluso los objetivos socialdemócratas
anteriores en una estrategia de transformación profunda, en donde los pilares
básicos son la organización, la movilización, la participación y un discurso
claro que advierta de las dificultades y resistencia del poder capitalista a
alcanzar estos objetivos. La lucha electoral es un ingrediente más y llegado el
caso de acceder a niveles de poder, la defensa popular de los programas y
objetivos marcados una garantía necesaria.
El campo de batalla de
Latinoamérica
6.-La victoria electoral de
Hugo Chávez en Venezuela en 1998 marcó un punto de inflexión y aliento en
positivo sobre la izquierda Latinoamericana y mundial, tras el violento final
de la experiencia de Salvador Allende en Chile, hacia las potencialidades de la
lucha electoral-institucional. Con un programa democrático radical y reformista
en lo social, inicialmente inspirado por las “terceras vías” socialdemócratas.
El capital local e internacional no concedieron tregua alguna y desde sus
inicios el proceso bolivariano se ha visto confrontado a presiones, intentos de
Golpe de Estado (2002), paro petrolero y empresarial (2003) a pesar de la actitud
reconciliadora del propio Hugo Chávez. Maniobras desestabilizadoras
excediéndose de las formas democráticas que se mantendrían constantes a lo
largo de toda la gestión chavista. Se abrió paso en Latinoamérica el acceso por
esta vía electoral a diferentes gobiernos y naciones de corrientes progresistas
conocidas también como “post-neoliberales”, cuyo referente común consistió en
la aplicación de políticas sociales, encaminadas a dar acceso a las clases
populares a bienes y servicios, aumentar su capacidad adquisitiva y atender a
los sectores más desfavorecidos. Su gestión en general, con diferentes matices,
chocaba con las formulaciones neoliberales ortodoxas en una perspectiva
integradora de sus economías en el espacio común de Latinoamérica, con la expresión
más avanzada de este fenómeno en el rechazo del ALCA tutelado por EEUU en 2005.
A modo de sucinto balance de estas políticas cabe considerar que tuvieron un
impacto positivo en la mejora de los indicadores sociales, incrementaron la
capacidad de consumo de las clases populares incluido el rescate de las clases
medias hundidas por la anterior “década perdida” neoliberal y ralentizaron el
efecto inmediato de la crisis global financiera. Sin embargo adolecieron de la
falta determinación para afrontar la modificación de sus respectivas
estructuras económicas de poder (reformas fiscales progresivas sobre las rentas
y sociedades más altas, control sobre la banca privada y los entramados
financieros, nacionalización y control democrático sobre sectores económicos
estratégicos, cambio del modelo productivo mono-exportador, auditorias y
límites al endeudamiento…) con el fin de sustentar y hacer sostenibles las
políticas sociales. Bajo estos gobiernos del llamado “ciclo progresista” en
general el poder del capital tradicional e internacional se mantuvo e incluso
se incrementó en este periodo al calor de la potenciación de los mercados
internos y exportadores. El impacto final de la crisis en virtud de la caída
(real y también inducida) de los valores de los commodities (materias primas,
energía, alimentos) dejaron sin sustento al equilibrio de las políticas
sociales. Y en ausencia de una profundización mayor de las transformaciones,
limitaron su margen de maniobra político.
7.- Los intentos de hacerse
de nuevo con el control pleno de esta parte del mundo por parte de los
capitales locales y trasnacionales concentrados sobre la base de los parámetros
del llamado “Consenso de Washington” nunca cesaron. En virtud de la
confrontación, aunque ya se ha visto que limitada a lo interno de las políticas
económicas desplegadas y su voluntad de integración expresada en la creación
del ALBA, MERCOSUR, UNASUR, CELAC y la mayor activa presencia inversora de
China y en menor medida de Rusia, En este periodo a los fracasados intentos golpistas
en Venezuela siguieron los de Ecuador, Bolivia y los exitosos de Honduras y
Paraguay. La modalidad de “golpe suave” e intervención en diferentes ámbitos
desde los centros operativos de EEUU-UE se sustenta en la presión mediática de
sus cárteles, la ofensiva de las redes sociales, la cooptación de elementos de
la judicatura respectiva (magnificando y parcializando casos de corrupción,
para luego ellos legalizar y legitimar la suya) y potenciando una pléyade de
ONG’S a modo de movimientos de la llamada “sociedad civil” que actúan a modo de
caja de resonancia de la línea anterior. Se crean así las condiciones para
desacreditar los “populismos” adversos a sus intereses y facilitar la victoria
electoral las derechas de nuevo ropaje (Macri-Argentina, Piñera-Chile,
Duque-Colombia, Bolsonaro-Brasil) alzándose con el triunfo sin mostrar su
auténtica agenda económica y social a desarrollar. La intervención sobre estas
bases no deriva de una hipotética radicalización o “giro a la izquierda” de sus
adversarios a batir y desplazar del poder. Ni Dilma en Brasil dio muestras de
aventurarse en experiencias socializantes, al contrario en su corto periodo de
gobierno las concesiones al capital fueron numerosas con ajustes de corte
neoliberal. Ni Venezuela y Nicaragua de otro modo están de la mano de sus
gobiernos en la antesala de decretar la abolición siquiera de alguna forma de
propiedad privada. Por el contrario, son objeto de numerosas críticas desde la
izquierda por sus concesiones y condescendencia con el capital local e
internacional. En ambos casos se pone de relieve la ausencia de voluntad de
diálogo o negociación por parte de los representantes delegados del capital
concentrado, más allá de concesiones, en una apuesta al todo o nada que implica
de una vez borrar de un plumazo toda estela de otra economía o mundo posible
que no sea la del poder global del capital en su versión más salvaje y
disciplinaria. ¿Hay en la actualidad otra versión?.
8.- El campo de actuación que
deja el capitalismo global en crisis se ha reducido a sus límites más
estrechos. La ostensible prevalencia de las tendencias depredadoras,
especulativas y cortoplacistas bajo la hegemonía en el bloque de poder del
capital financiarizado (encaja aquí correctamente el término de
“lumpenburguesía” de Jorge Beinstein) no deja mucho margen de maniobra para las
políticas reformistas, esto es aquellas que abogan por la continuidad del
sistema sin cuestionar sus fundamentos. O la defensa de legítimos objetivos de
resistencia que no se inscriban en una estrategia de ruptura con la lógica del
capital. De ahí el agotamiento y el escaso recorrido a futuro de las opciones
reformistas que terminan por aplicarse a la tarea de depurar y limar aristas de
sus objetivos para conservar su espacio electoral, en tanto que el adversario
se pertrecha y retroalimenta de los discursos y valores consagrados de su
patrimonio conservador más simplistas y viscerales. Mientras el reformismo se
repliega en su ensimismamiento, las derechas duras se dan alas y emprenden
vuelo. Obviamente no se trata de competir en su terreno enarbolando banderas
históricas (aunque sin renunciar a ellas por decoro de lo “políticamente
correcto”), sino adaptando su fuerza conceptual transformadora al momento
presente. Las fuerzas políticas y sociales que abogan por la superación y el
auténtico cambio transformador del actual sistema global en sus formulaciones
de “Socialismo del Siglo XXI”, “Ecosocialismo”, “Comunitarismo, etc también son
merecedoras de su apartado crítico y autocrítico en tanto que se han mostrado
incapaces de alcanzar una relevancia a modo de referentes de peso en sus
ámbitos de actuación, bien sea en el interior de los partidos-movimiento de
centro-izquierda o llegado el caso de manera autónoma. En este orden cabe
considerar: cierta contaminación del electoralismo-institucionalismo que aboca
al sectarismo de viejo cuño, el narcisismo de liderazgos y siglas, a los
debates interminables para afinar comas y conceptos, a la incapacidad para
dotarse de un programa de transformación con alcance popular y unificador de
tácticas y estrategias, en suma también al desenraizamiento de los vínculos
sociales y territoriales apegados a la realidad.
9.-La República Bolivariana
de Venezuela en el punto de mira. A poc@s lector@s se les escapará que buena
parte de lo que se describe y analiza hasta aquí, desde esta acogedora tierra
donde se escriben estas líneas, ocupa un lugar central en la dialéctica
descrita. Sin por ello necesariamente considerarse el ombligo de la lucha de
clases mundial. A manera de metáfora y narrativa estamos cerca de una cierta
lectura del film “AVATAR”. A diferencia de otras intervenciones anteriores se
explicita ahora la opción de una intervención militar llegado el caso.
Evidentemente están en juego el destino de los amplios recursos de este país
pero también el efecto disuasorio para quienes pretendan aventurarse en un
modelo de sociedad que no esté debidamente monitoreado por quienes se erigen en
rectores y capitalizadores de los recursos. Tal es el caso de la experiencia
chavista galvanizadora y dinamizadora del continente con efectos
ejemplarizantes en el mundo. Debidamente elaborada su realidad por los grandes
medios, Venezuela ocupa un lugar homologable al de la extinta URSS en la guerra
fría como modelo a contrastar y emplazar a las fuerzas transformadoras. ¿Eso
quieres aquí preguntan? como si nada en su “sentido común”, haciendo tabla rasa
e ignorando los efectos de unas medidas de bloqueo, sanciones económicas y
financieras internacionales a los que pocos países del mundo sobrevivirían.
Estas medidas no dan cuenta de todas las dificultades evidentemente. Se puede
abrir todo un catálogo de críticas pre y post Hugo Chávez en cuanto a los
errores de gestión, burocratismo, ingredientes de corrupción (micro y macro),
concesiones al capital importador vía otorgar divisas sin control de precios ni
contrapartidas para el diseño de una economía productiva, a lo que no pocos
añaden el ingrediente del “autoritarismo” bajo un sistema político que pocas de
las llamadas democracias en el mundo occidental soportarían exhibiciones de
oposición de la naturaleza que se practica en Venezuela. Todo ello minimizando
el efecto de las medidas internacionales restrictivas y la labor saboteadora y
especulativa del capital interior tradicional. Según el manual al uso por los
estrategas del imperio cercano “así se hace chirriar una economía”. Las
críticas y autocríticas de carácter constructivo en la línea de enriquecer el
proceso abierto son necesarias. El entramado de organizaciones productivas y comunales
chavistas no cesa en ello, al igual que destacadas personalidades de la
izquierda chavista a las que se debe una obligada atención. Sin embargo ciertas
líneas de posicionamiento “crítico” pueden alumbrar un entramado de “compañeros
de viaje” a los fines restauradores de la derecha más retrograda y
ultra-neoliberal. Su destino y marco final no contemplan las opciones o nichos
electorales a tono con el espíritu de los autodenominados y configurados como
“chavismo crítico” (se entiende por la naturaleza y práctica de su precursor
que el chavismo es, al igual que el marxismo, crítico per se). Su ideal es
desterrar al olvido cualquier atisbo que evoque el pasado a eliminar. Defender
críticamente el proceso actual frente a toda forma de injerencia no implica una
ciega aprobación de la gestión y conducción presente y pasada. Sin embargo
reconocer a modo de interlocución a piezas claves del entramado
intervencionista es sencillamente suicida y desacreditado aunque gane espacios
mediáticos. Finalmente, el desenlace y las lecciones de este pulso apuntan
también a colocar en su lugar en el contexto actual la lucha
electoral-institucional en exclusiva pero carente de capacidad de organización
de las clases populares, frente a un poderoso enemigo de cualquier modelo de
sociedad que no colme sus intereses. La solidaridad explícita con Venezuela con
todos los matices adecuados es importante en la batalla actual, sin olvidar que
la mejor forma de activarla es desplegando la lucha por la agenda propia y la
problemática específica (que no es poca) en los países que constituyen los
pilares y la avanzada de esta agresión intervencionista: Argentina, Brasil,
Colombia, Chile, EEUU, Francia, Reino de España…
*Miembro de la organización
internacionalista en Venezuela Fundación Pakito Arriarán