Por Daniel Ríos Rocha
Rebelión
En
Venezuela se está jugando el futuro geopolítico de América Latina. Esta afirmación, a primera
vista cargada de fatalismo, es verdadera en la medida que seamos capaces de
leer los acontecimientos de manera histórica.
La
andanada golpista contra el gobierno democráticamente electo de Nicolás Maduro
pareciera ser el plan más acabado de los Estados Unidos desde que Hugo Chávez
llegó a la presidencia de Venezuela en 1998 -Golpe de Estado de febrero de
2002; sabotaje y paro petrolero de 2002-2003; Guarimbas estudiantiles de 2006 y
las guarimbas de 2015 a 2017; y el intento de magnicidio de agosto del año
pasado contra el propio Maduro-. Y digo gobierno democráticamente electo,
porque no hay que olvidar que el presidente Maduro fue elegido por el
67% de venezolanos que acudieron a las urnas el pasado 20 de mayo de 2018, poco
más de 6 millones de ciudadanos venezolanos dieron su respaldo a la gestión de
Nicolas Maduro.
Juan Guaidó y la Asamblea Nacional en desacato que preside
desconocen esta elección, pero omiten decir que son producto de ese mismo
sistema electoral donde fueron elegidos en 2015, también omiten que el sistema
electoral venezolano es uno de los más modernos y confiables del mundo según
múltiples organismos internacionales como el Centro Carter y figuras políticas
respetadas con el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez
Zapatero.
La actual
crisis política desatada por la autoproclamación (23 de enero) como “presidente
encargado” en una concentración callejera de la derecha venezolana, del hasta
entonces desconocido presidente de una Asamblea Nacional en desacato, Juan
Guaidó, no es más que el último plan de las agencias de inteligencia gringas
para retomar el control de la riqueza petrolera venezolana -el país concentra
la mayor cantidad de reservas probadas de crudo en el mundo, superando a Arabia
Saudita-.
Juan
Guaidó está hecho a la medida del Departamento de Estado norteamericano
No es
casualidad que un día antes de la autoproclamación callejera de Guaidó, el 22
de enero, el propio Vicepresidente de Estados Unidos Mike Pence, hiciera
un llamado a los venezolanos a salir a las calles a protestar contra el
gobierno de Nicolás Maduro: “como buen pueblo de Venezuela, hagan oír
sus voces mañana, en nombre del pueblo estadounidense, decimos: estamos con
ustedes.” Tampoco sorprende que, a primera hora del 24 de enero, Donald
Trump reconociera, sin cortapisas, a Juan Guaidó como “presidente interino” de
Venezuela. Para reforzar el escenario golpista, John Bolton, asesor de
seguridad nacional del presidente Trump, advirtió el 1 de febrero a Nicolás
Maduro, de que si no abandona pronto el poder, podría acabar en Guantánamo:
“le deseo un retiro largo y tranquilo (a Maduro) en una bonita playa lejos
de Venezuela. Y cuanto antes aproveche esta oportunidad, más probable será que
tenga un retiro agradable y tranquilo en una playa bonita en lugar de estar en
otra zona playera como la de Guantánamo”.
En los
hechos se corrobora que EU no está detrás del golpe, sino que está a la
vanguardia del mismo. Juan Guaidó es creación norteamericana, es
producto de millones de dólares invertidos en Venezuela por parte de
fundaciones y ONG´s norteamericanas para “promover la democracia” en aquel
país.
En
agradecimiento por la ayuda “democrática” otorgada por EU al inexistente
gobierno de Guaidó, éste ha declarado (Ver The Wall Street Journal en
su edición del 31 de enero de 2019) su pretensión de entregar a corporaciones
extranjeras la inmensa riqueza petrolera que tiene Venezuela, y privatizar los
activos en poder de empresas estales. Juan Guaidó entregara PDVSA a las
grandes petroleras norteamericanas, pretende revertir las políticas económicas
y de soberanía energética iniciadas por Chávez y continuadas por Maduro.
Sin proyecto político alguno más que la desaparición irracional del
chavismo, el golpista Guaidó piensa reeditar e imponer a sangre y
fuego, la terapia de choque neoliberal que se impuso en América Latina hasta
finales de los años noventa. Una cosa queda clara, a los Estados
Unidos les interesa muy poco la democracia venezolana, y si mucho los millones
de barriles de petróleo que pueden saquear de Venezuela.
América latina entre la tiranía neoliberal y la soberanía nacional popular
A la vanguardia de Trump, no tardaron en reconocer a Guaidó los gobiernos títeres de la región: Brasil del militar derechista Jair Bolsonaro, Argentina y el impresentable Macri, y el Grupo de Lima con Colombia y Ecuador a la cabeza, con una honrosa excepción, México.
El mapa
latinoamericano se divide entre los que, con gobiernos a todas luces
antipopulares, hablan de defensa de la democracia, mientras hacia dentro son
los primeros en violaciones a los derechos humanos, laborales y económicos,
Colombia, Brasil y Argentina son los casos más paradigmáticos. Países que
tienen relaciones amigables y de solidaridad absoluta con el gobierno
venezolano como Cuba, Bolivia y Nicaragua, Y aquellos gobiernos más mesurados
que abogan por el dialogo entre las partes para la resolución del conflicto, es
la postura del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. Y a última
hora, Uruguay se suma a la posición de que el gobierno de Nicolás Maduro, debe
llamar a elecciones presidenciales con certezas democráticas para todos los
actores.
Los
tambores de guerra norteamericanos están listos para entrar en el escenario.
Pero es claro que como la historia de América Latina lo señala, un
conflicto bélico en cualquier país nuestroamericano, se vuelve un
conflicto regional. Así lo demuestran los cientos de miles de refugiados
colombianos producto de décadas de conflicto armado; el éxodo centroamericano
de los años 70 y 80; los cientos de miles de refugiados y exiliados
sudamericanos durante las Dictaduras de Seguridad Nacional en la región de los
años 70´s; el reciente proceso de expulsión de miles de centroamericanos al
norte del hemisferio, producto de gobiernos fallidos como el de Honduras o
Guatemala.
Si el
Comando Sur invade Venezuela, se topará con un pueblo arrecho y
digno, dispuesto a defender su soberanía y el gobierno que ellos mismo se han
dado. La unión cívico-militar, el pueblo bolivariano y la Fuerza Armada
Nacional Bolivariana, es lo que posibilita que el pueblo y gobierno bolivariano
resistan y derroten el golpe. La alta politización del pueblo, que se
traduce en Consejos Comunales, Comunas, Comités locales de abastecimiento,
Mercados comunales, Consejos campesinos, Milicias bolivarianas, entre otras
experiencias, le dan al gobierno bolivariano una dimensión territorial real y
un fuerte lazo identitario. La derecha cipaya carece de esto.
La
pretensión de un mundo unipolar de EU en América Latina se topa con pared, ya
que Venezuela tiene el respaldo de Rusia y China (actores geopolíticos de
primer orden), la ONU solo reconoce como presidente legítimo de Venezuela a
Nicolás Maduro y en la OEA, no hay conceso para reconocer a Guaidó como
presidente interino -muy a pesar de las declaraciones de su Secretario General,
el traidor Luis Almagro-.
Si la
Unión Europea, y gobiernos social-reformistas como el español o el alemán, le
siguen el paso a Trump en su aventura injerencista, están pasando por alto la
historia reciente de fracasos y las carnicerías que EU he sembrado allá donde
ha ido. Como en Afganistán, Siria, Egipto o Libia, la tarea de llevar la
“democracia norteamericana” a resultado infructuosa, pues han dejado gobiernos
títeres, militaristas y/o fundamentalistas allá donde ha invadido. Maduro
ha dicho que Venezuela se convertirá en la Vietnam del siglo XXI para los
Estados Unidos.
En el
peor escenario, si el gobierno de Nicolás Maduro cae, por las armas, no
por un proceso democrático, es predecible pensar que además de apoderarse de la
riqueza petrolera y los recursos naturales venezolanos, los norteamericanos
irán por el litio y el gas bolivianos, del mismo modo, para darle gusto a la
gusanera cubana en Miami y al oscuro Senador Marco Rubio, aceleren el proceso
contra la Revolución Cubana, y por último, limpiar de gobiernos opositores a
Centroamérica, profundizando el plan para derrocar al gobierno sandinista de
Daniel Ortega en Nicaragua. A nadie conviene un conflicto armando de esta
envergadura. América latina involucionaría políticamente 50 años en el tiempo,
el Plan Condor 2.0 seria realidad, y nos esperarían años aciagos y de una lenta
acumulación de fuerzas en condiciones desfavorables para los pueblos de Nuestra
América.
La nación latinoamericana, en Venezuela, está en la hora de defender su soberanía y su dignidad como pueblo libre.