“Al Llegar a una fase determinada de desarrollo las
fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones
de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto,
con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta
allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se
convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al
cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la
inmensa superestructura erigida sobre ella.”
Carlos Marx. Prólogo a la
Contribución a la crítica de la economía política
“La Crisis Histórica de la humanidad se reduce a la
crisis de su dirección revolucionaria”
León Trotsky. El Programa de
Transición.
Por José Jesús Díaz
Acosta
Reconstruyendo la Memoria
Histórica.
Se cumplen 30 años del estallido social del 27 de
febrero de 1989, conocido en el imaginario colectivo como “El Caracazo”. La
juventud y los trabajadores que no cesan en sus convicciones y luchas por un
mundo mejor deben estudiar la historia como fuente infinita de lecciones, so
pena de repetir los errores de las generaciones pasadas. La memoria
colectiva es un patrimonio que debe atenderse con cuidado y persistencia desde
nuestras organizaciones políticas. Ésta siempre será una labor militante
indispensable en el frente ideológico. De allí la importancia de volver la
mirada a los acontecimientos de febrero y marzo del año 1989. No solo para
rendir tributo a todos los caídos en manos del régimen asesino de Carlos Andrés
Pérez (CAP), sino también para demostrar que la crisis en Venezuela no es
nueva, existía ya desde los años 80 y que las masas venezolanas han intentado
superarla por medio de su heroica intervención, a pesar de no contar con una
dirección política independiente y un programa que guie sus pasos
acertadamente.
Ninguna formación social es permanente, así como
nada en la naturaleza es eterno. La historia de la humanidad es impulsada
por el desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando éstas se estancan se
desatan las contradicciones, el tipo de sociedad en donde se albergaban
terminará desapareciendo tarde o temprano. Lo viejo y lo nuevo entrarán en un
conflicto hasta que uno de los dos termine de imponerse. Todo el siglo XX fue
un período de ebullición. Las Guerras Mundiales, La Revolución Bolchevique de
1917, La Guerra Civil Española, La Revolución China, los movimientos
independistas del viejo mundo colonial, el triunfo de la Guerrilla en Cuba y la
experiencia de la Unidad Popular Chilena son una demostración del callejón sin
salida del capitalismo como sistema económico. Venezuela, en su condición de
exportadora de hidrocarburos, no era ajena a las fluctuaciones que el planeta
experimentaba.
Hoy los medios de comunicación, los partidos a
sueldo, la academia burguesa, los curas y demás meretrices al servicio de los
opresores buscan borran la memoria de los oprimidos, alienarlos, entretenerlos
y dominarlos por las vías más económicas posibles. Sin embargo, en Venezuela la
resistencia del pueblo es a prueba de balas. El caracazo desmitificó toda
una serie de creencias sobre los partidos tradicionales y su aparente control
sobre las masas. Una vez éstas se levantaron, la correlación de fuerzas cambió
sustancialmente, provocando de forma inexorable la muerte del régimen
Puntofijista. Las masas, aunque no muy claras de lo que querían, demostraron de
lo que ya estaban hartas. Su conciencia, capacidad de lucha, su papel
imprescindible en la trasformación radical del país quedó demostrado, aunque
hoy burócratas gatopardistas y políticos demagogos nieguen en provecho
propio la absoluta posibilidad de que los de abajo, los comunes, los
obreros, tomen las riendas de su destino en sus propias manos.
De la Venezuela “Saudí” a la
endeudada…
La historia puede conocer todo tipo de
trasformaciones. Entre los años 70 y 80 del siglo XX Venezuela pasó de un boom
petrolero descomunal a un agotamiento trágico de su modelo rentista. Pronto los
efectos del inmenso endeudamiento y la caída de los ingresos petroleros
afectarían significativamente la calidad de vida de la población venezolana.
El viernes 14 de febrero de 1984 el gobierno de Luis Herrera Camping
(LHC) tomó medidas neoliberales para ralentizar la economía. Impondría un nuevo
control cambiario y aplicaría una devaluación monetaria del 74%. La época
dorada del puntofijsimo, tan añorada por los adecos y copeyanos de hoy, llegaba
a su fin. Los venezolanos sufrirían una rápida degradación en su calidad de
vida. La ruina apareció, cual espectro, en la vida de la clase media o pequeña
burguesía venezolana. Mientras que en los sectores populares, los niveles de
pobreza crecieron de forma alarmante. Las protestas y sus consecuentes
represiones se hicieron algo rutinario en la confrontación política del país.
Los niveles inflacionarios y la fuga de capitales presionaban a la economía
venezolana de manera agobiante.
De esta forma surgió en la subjetividad de los
sectores populares el rechazo a las élites políticas y económicas del Pacto de
Puntofijo. La bonanza de la “Venezuela saudita” creó un crecimiento
artificial. Al margen de las grandes obras de infraestructura construidas en este
período, supuestos baluartes modernizadores, crecían la marginalidad y la
pobreza típica del subdesarrollo. Las hondas desigualdades se expresarían en la
acumulación de riquezas en cada vez menos manos, mientras la pobreza se
socializaba a un ritmo vertiginoso. La situación imperante a finales de
los años 80 es señalada por Maza Zavala en los siguientes términos:
“Ha aumentado el índice de
pobreza crítica que se estima en un 35% y el de la pobreza en general que se
estima en un 75%. El anverso de la medalla, es la mayor concentración de la
riqueza y el ingreso; el aumento del bienestar de la minoría de la población
que no pasa de un 20%; dentro de la cual la capa absolutamente privilegiada no
llega a significar ni el 5% de la población”
De esta manera era inevitable que se incubara un
profundo odio de clase en los sectores más depauperados de la sociedad
venezolana, odio acumulado que tarde o temprano explotaría. Los habitantes de
los barrios eran vejados por la policía metropolitana, sometidos a todo tipo de
privaciones, engañados una y otra vez por las promesas desmesuradas de los
gobiernos de turno.
Sin embargo, en los años previos a la crisis de los
80, diversas coyunturas favorables en el mercado de hidrocarburos, entre las
que destacan los altos ingresos fiscales del boom petrolero de 1974, crearon
una sostenida mejora en las condiciones de vida del pueblo trabajador. Estas
concesiones, entregadas en tiempos de florecimiento económico, permitirían que
acción democrática (AD) y COPEI monopolizaran el poder político del país bajo
una relativa estabilidad.
Antes de 1974, el Puntofijismo asignó al Estado el
papel de agente distribuidor de la renta petrolera por vías presupuestarias,
además de reservarle el monopolio legal de la violencia, la coerción y la
represión, como todo tipo de Estado. Su rol en materia productiva era bastante
limitado. El gasto público se orientaba fundamentalmente a las actividades
dirigidas a la reproducción de la fuerza de trabajo, el fomento del sector
privado con protecciones, créditos, obras de infraestructura y el suministro de
ciertos insumos por debajo de los costos de producción.
Con la Primera asunción de CAP al poder se pondría
en marcha un gigantesco plan de inversión en las industrias básicas conocido
como “La Gran Venezuela”. El también llamado “Plan Tinoco”, era el
proyecto “desarrollista” de la afamada burguesía emergente, un sector no
tradicional de la clase dominante venezolana. Su misión, en apariencia,
consistía en abandonar la vieja distribución rentista del petróleo para darle
un carácter reproductivo y exportador a la economía venezolana, redimensionando
el papel del estado burgués y reinsertando nuestra producción en los circuitos
del capitalismo mundial. Los extraordinarios ingresos petroleros y la capacidad
de endeudamiento que poseía Venezuela para aquel entonces le brindaron a este
esfuerzo “desarrollista” la base financiera necesaria para intentar dirigirlo
hasta “buen puerto”.
Para satisfacer el voraz apetito de la burguesía
emergente CAP redujo el gasto público para redirigir los ingresos estatales
hacia la consumación del plan. En materia laboral se aplicaron decretos y
medidas legales para reprimir al movimiento obrero y a las organizaciones
sindicales independientes a la CTV Adeca. Ya para aquel entonces amplios
sectores de la población calificaban las políticas de esta nueva administración
como “antinacionales” y “antipopulares”, dado los grandes beneficios que
atajaban las trasnacionales con las buenas indemnizaciones que percibieron y el
control que aun mantendrían de la comercialización del crudo venezolano, Todo
esto después de la supuesta “nacionalización” del Petróleo.
Con todo y los buenos vientos, el proyecto de “la
Gran Venezuela” terminó en el más estrepitoso fracaso. Su derrota no la
hallaremos en el campo económico, pues sus resultados en términos cuantitativos
fueron más que favorables. El revés se originó en la lucha política suscitada
por este proyecto en el seno mismo de la clase dominante. La vieja burguesía
parásita temía perder su histórica hegemonía frente a los avances de la
burguesía emergente, organizada en el grupo de los 12 Apóstoles*. Incluso la
misma estructura económica y política heredada del pacto de punto fijo estaba
en juego por las reformas meritocráticas y empresariales planteadas por Tinoco.
Por esta razón el conservadurismo adeco-copeyano, en alianza con la burguesía
rentista, abanderaron candidatos para las elecciones presidenciales de 1978 que
prometieran el desmantelamiento de este megaproyecto, como en efecto sucedió.
Este hecho demuestra la naturaleza reaccionaria de
la burguesía venezolana. Este grupo de empresarios y comerciantes son
timadores de cuello blanco. Siempre chupando de la renta para obtener el máximo
de los beneficios posibles. Siempre temerosos del más mínimo cambio, incluso si
ese viraje se plantea en líneas capitalistas. Tal y como era el caso de la
agenda Venezuela. Se desprende de este hecho la incapacidad absoluta de
conducir un proceso de diversificación industrial contándolos como principales
“Motores” productivo. Lejos de eso, lo que representan es un freno absoluto
para el desarrollo nacional. El devenir de la burguesía venezolana refuta mil y
una veces la tesis de los “empresarios Patriotas”, tan esgrimida por el
reformismo de izquierda en los últimos tiempos.
Sin embargo, el mal ya estaba hecho, el carácter
superlativo de las inversiones realizadas en ese período superó la capacidad de
ahorro del estado venezolano. El endeudamiento sería inevitable y sus
consecuencias futuras determinantes para el futuro del régimen puntofijista.
Una expresión de esto último sería la frase de LHC en su toma de
posesión: “Recibo un país Hipotecado”. El principio del fin
estaba cerca, como veremos más adelante, la paciencia de las masas venezolanas
sería puesta a prueba.
Como mencionamos anteriormente, la presidencia de
LHC se dedicó a “enfriar” la economía con políticas recesivas. Este ajuste
lejos de solventar el problema de fondo lo empeoró con consecuencias funestas
para el desarrollo industrial del país y las exportaciones no petroleras.
“Desde
una perspectiva macroeconómica, la estrategia generaba efectos recesivos, pero
no corregía la indisciplina fiscal ni restablecía una sana política monetaria,
por lo que no detenía la inflación; desde un punto de vista productivo, ella
generó un “enfriamiento” exagerado de la economía que dio inicio a una
desindustrialización prematura de la misma y a un proceso de destrucción de
capacidades que condujo a una caída cercana al 30 % de la productividad en las
actividades no petroleras.” 1
La deuda pública externa de 1984 superaba los
126.000 millones de bolívares. La descapitalización monetaria aplicada por el
gobierno como una salida “antiinflacionaria” provocó una fuga de divisas por el
orden de los 25.000 millones de dólares entre 1978 y 1983.
Desde ese momento la inestabilidad social iría en
ascenso. De hecho, la aplicación del Ajuste Macroeconómico del gobierno de LHC
no fue tarea fácil, aunque contara con la complicidad de la CTV y con buena
parte de la izquierda. En los inicios de los años 80 el movimiento popular
continuaba en movimiento, ganando experiencia, demostrando su fuerzas y
limitaciones:
“El
triunfo de Luís Herrera no varió el ascenso de las luchas, siendo su punto más
importante octubre de 1979, con una de las mayores movilizaciones obreras
ocurridas en Caracas, que terminó en un fuerte enfrentamiento con la policía,
lo cual se repitió en varias ciudades del país y luego siguieron paros
regionales, los cuales terminaron por imponerle al recién estrenado gobierno
una Ley General de Aumento Salarial. Este período de movilizaciones, con varios
triunfos importantes, se cerró en los años 80-81, cuando el gobierno logró
imponer su política económica, gracias a la actitud entreguista de la izquierda
y la burocracia sindical, que hicieron coro al discurso de “crisis” y el
“necesario sacrificio” que pronunciaba el gobierno. Por un lado, el gobierno y
la patronal imponían despidos, liberación de precios, congelación salarial y
por otro, las bandas armadas de la burocracia sindical intervenían y desmantelaban
direcciones sindicales no disciplinadas a la CTV. La derrota de la huelga
general textil en 1980, la imposición del presupuesto equilibrado que quebró la
huelga nacional universitaria y la intervención adeca (con el apoyo de COPEI) a
la directiva de SUTISS en 1981, cerraron el período de luchas iniciado en la
década de los 70.
A partir
de allí, los planes económicos de la burguesía venezolana encontraron muy poca
resistencia. El nivel de vida del venezolano fue reduciéndose mientras
desaparecían prácticamente las organizaciones sindicales clasistas, la
izquierda reformista se acomodó al juego parlamentario y el movimiento
estudiantil se sumergió en el limbo bajo la dirección del MAS, MIR y PCV, la
cual formaba parte orgánica de las políticas y planes de las autoridades
universitarias”2
Para el marxismo una de las
principales leyes de la dialéctica materialista es que una suma cuantitativa de
elementos termina de provocar cambios cualitativos. Con una deuda externa
considerablemente alta, un escalda inflacionario indetenible y un proceso de
recesión cada vez mayor, las relaciones de producción establecidas por el débil
capitalismo venezolano terminarían rebeladas contra el vejo aparato
puntofijista. Su base rentista-clientelar estaba agotada. Las sucesivas
manifestaciones populares, de los estudiantes universitarios, de la clase
obrera, significaron un fiel reflejo de ello. Se abría un período largo
de crisis y revolución que hasta hoy no hemos superado. Las protestas de los
años 80, el progresivo desabastecimiento de productos básicos, la represión de
los órganos de seguridad, la corrupción, acumularían un malestar de tal
magnitud que despertarían a un gigante dormido bajo la superficie de la
sociedad.
“El Beso Mortal del FMI”
Con el Gobierno de Jaime Lusinchi (JL) la crisis
social seguiría en desarrollo. Los hospitales y la educación languidecían por
falta de asignaciones presupuestarias. Pero la burguesía no tenía problemas,
era financiada con créditos y dólares preferenciales. Bajo la consigna “Venezuela
pagará todo lo que debe, hasta el último centavo” el 50 % de los ingresos
petroleros se dirigían al pago de la deuda contraída con los organismos
multilaterales. Era tal la instrumentalización del estado en manos de las
élites que asumió el financiamiento de la deuda exterior privada. En la
práctica la clase trabajadora era quien en última instancia asumía el pago de
la deuda de un grupo de empresarios, comerciantes y banqueros vinculados al
gobierno. Sin embargo, por más bondadosos que resultara el gobierno de Lusinchi
con los empresarios las inversiones privadas comienzan a disminuir en esta
administración (1984-1985: 2.19%. 1985-1986: 6.34%)
Las censuras contra los medios de comunicación se
acrecentaban y los casos de corrupción llegaron a niveles escandalosos, como
más tarde se demostraría con el caso de “los peces gordos” de RECADI.
Paralelamente las luchas populares se irían extendiendo, pasando de los
estudiantes y obreros a sectores de la clase media:
“Pero
no es sino hasta febrero de 1987 que el triunfo de la huelga de maestros marcó
el camino de los enfrentamientos a los planes económicos de Lusinchi. Fue la
primera huelga nacional desde 1980, cuando la huelga nacional textil, con la
incorporación masiva de 230.000 trabajadores de la educación preescolar,
primaria y media. Se mantuvo durante 17 días y arrancó las reivindicaciones más
importantes planteadas durante la huelga.
Las
primeras luchas hicieron retroceder a medias al gobierno, quien decretó el
“Bono Compensatorio” para recuperar en parte el poder adquisitivo de la
población y conjurar el creciente malestar social. Pero los propios empresarios
se negaron a cumplir el decreto, lo que generó nuevos conflictos en
innumerables fábricas manufactureras del centro del país y que movilizó, por
primera vez en muchos años, al obrero petrolero. El gobierno se vio obligado a
cancelar el pago del bono y más tarde reconocerlo como parte del salario; aun
así, muchas empresas pequeñas siguieron negándose a cancelarlo. Sin embargo,
estas luchas episódicas fueron aisladas.”3
De todos estos hechos son destacables El Marzo
Navideño (1987) y la masacre del Amparo (1988). Estos sucesos demostraban la
intensidad de la represión asesina del gobierno, la corrupción inherente al
régimen puntofijista y el carácter cada vez más insurreccional que tomaba la
lucha de clases en Venezuela.
En la cima de su popularidad arriba por segunda vez
al poder CAP con la promesa de corregir los desequilibrios macroeconómicos
palpables en el sistema. Todo eso en medio de una situación cada vez más
inflamable, de desabastecimiento y altos precios de los productos básicos que
contrastaba con la bonanza de su primer gobierno. Las reservas internacionales
bajaron a tal punto que en 1989 las reservas operativas se encontraban en 300 millones
de dólares.
La realidad social de entonces se diferenciaba
irónicamente con la fastuosa y lujosa toma de posesión en el Teresa Carreño.
Todos los medios internacionales y presidentes asistentes a la ceremonia (Entre
los que destacaban Fidel Castro y Daniel Ortega) elogiaban al presidente como
el hombre que salvaría a Venezuela de la catástrofe inminente. En su discurso
de investidura, CAP persistía en mostrarse como un líder del “tercer mundo”,
hablo demagógicamente sobre la caída salarial, el autoritarismo del FMI y la
necesidad de aplicar políticas que sinceraran la economía.
No obstante, lo que preparaba CAP era una verdadera
Bomba contra los intereses de la clase trabajadora y los barrios venezolanos.
Usando las mismas fórmulas aplicadas en varios países de América Latina, se
arreglaban medidas de ajuste macroeconómicas de procedencia fondomonetaristas,
el cual perseguía una mayor intervención del sector privado en la economía, la
reducción del consumo interno y un aumento de las exportaciones. Todo esto
a costa del sacrificio de la cada vez más arruinada calidad de vida del pueblo.
Este grupo de medidas se conoció popularmente con el apelativo del “Paquetazo”.
Tendrían un carácter de shock agresivo. Las medidas tendrían una aplicación
progresiva, pero en períodos de tiempo casi inmediatos.
Las decisiones económicas, anunciadas por el propio
presidente el 16 de febrero, tocaban los ámbitos fiscales, deuda externa,
sistema financiero, comercio exterior, política cambiaria y gasto público, aquí
las más resaltantes:
En materia financiera se preveía la firma de una
“Carta de Intenciones” con organismos Multilaterales con el fin de acrecentar
la deuda venezolana. Se solicitaba un monto de US$ 4.500.000.000. Se
privatizarían las empresas no estratégicas en manos del Estado. También se
liberaría hasta un 30% la tasa de intereses activas y pasivas de todo el
sistema financiero.
Se decidía una unificación cambiaria con la
eliminación de la tasa de cambio preferencial. La tasa cambiaria pasaría a
estar determinada en el mercado libre de divisas y la realización de todas las
transacciones con el exterior a la nueva tasa flotante.
Los comerciantes tampoco saldrían mal parados. En
cuanto al mercado interno se decidió una liberación de todos los productos a
excepto de 18 rubros de la cesta básica. Los servicios públicos como el
teléfono, agua, electricidad, transporte público y gas doméstico sufrirían un
incremento gradual en sus tarifas. Esto también sería vinculante para los
productos derivados del petróleo, con un inicial aumento de la gasolina del
100%.
La burguesía parasitaria ganaría concesiones en
todos los terrenos. En comercio exterior, por ejemplo, se eliminaría
progresivamente los aranceles de importación, así la industria interna se
dejaba en el total desamparo.
El carácter autoritario e inconsulto de estas
medidas generó malestar en diferentes tendencias políticas de aquel entonces.
Algunos partidarios de COPEI mostraban su desacuerdo con el ajuste de CAP,
alegando los impactos que podría tener sobre la población. El CEN de AD, más
alarmados por las próximas elecciones regionales, también expresaría su
preocupación por el capital político en riesgo. La izquierda reformista
representada en el MAS, pensaba que era un despropósito lo inconsulto de la
medida, sin embargo, pensaban que eran necesarias.
CAP y sus epígonos hablaban repetidamente de la
necesidad de hacer sacrificios, que era momento de ajustarse los pantalones
para un mejor mañana. Convocaba a la comprensión y a la serenidad. Pero esos
sacrificios tenían que realizarlo los sectores populares, eran ellos los que
tendrían que pasar hambre, privaciones, violencia, necesidad, mientras que los
sectores acomodados continuarían más ricos cada día. Del CAP retórico y crítico
de la campaña electoral, no quedaba nada.
Las medidas comenzarían a aplicarse de forma
inmediata. A partir del 26 de febrero se haría efectivo el aumento de la
gasolina con una subida generalizada en las tarifas del trasporte público. En
un destartalado terminal de Guarenas irrumpiría el relámpago que encendería
todo el bosque.
El caracazo o Tomando “Caracas”
por Asalto.
Los eventos del 27 y 28 de febrero son conocidos
como el Caracazo, debido a su magnitud arrasadora en la ciudad de Caracas, pero
su foco inicial fue la ciudad-dormitorio de Guarenas. Todo comenzó con el
gremio de transportistas. Estos no estaban satisfechos con el aumento del 30% de
los pasajes decretado por el gobierno. Alegaban que era insuficiente para
cubrir los incrementos de los costos por la elevación de los precios de la
gasolina, el aumento de precios de los repuestos y servicios automotrices. De
manera que los transportistas procedieron a un aumento arbitrario del 100% de
las tarifas, desconociendo además el beneficio del pasaje estudiantil.
Esta movida sería la chispa del detonante. Los
usuarios, molestos, se negaban a pagar más de lo aprobado por el gobierno,
considerando que ese monto ya era bastante elevado. Los transportistas
amenazaban a la gente con expulsarlas de las unidades o no prestarles el
servicio si no pagaban el monto aprobado por el gremio, que según ellos contaba
con el respaldo del ministerio de transporte. Las tensiones se fueron
incrementando, derivando en protestas violentas. Los usuarios
responderían con quemas de unidades de trasporte público y trancas de
calle. La situación se desbordó ante la vista impotente de los efectivos
de seguridad. 20 autobuses serían quemados solo en los disturbios de Guarenas.
Pronto el movimiento se extendería a las ciudades
más importantes del país, principalmente en los sectores populares de la ciudad
de Caracas; Caricuao, Nuevo Circo, La hoyada, Catia, 23 de enero y el Valle. En
el interior del país la candela también se extendía: Maracay, Valencia,
Barquisimeto, Mérida, Barcelona, y ciudad Guayana. Las bases del Régimen
Puntofijista comenzarían a tambalearse. Muy pronto las calles de Caracas
habrían sido ganadas por el pueblo.
Las situaciones revolucionarias no son el fruto
maduro de la conciencia del pueblo. Tal cosa no puede existir, salvo en la
cabeza de los reformistas y en los prejuicios de la pequeña burguesía. El
pensamiento humano es muy conservador, en su interior tiende a un fuerte
rechazo hacia lo nuevo, el miedo a los cambios lo mantiene encerrado solo en
aquello que conoce. Aun cuando la cultura, las ciencias, las artes, la
producción y la técnica estén muy avanzadas, los seres humanos tendemos a estar
muy por detrás de estos desarrollos. Solo en momentos de profunda crisis,
inestabilidad, pérdida material, incertidumbre, conflictos de gran intensidad,
somos capaces de anular el letargo y cuestionar todo aquello que hasta ayer
considerábamos como algo natural, rígido e inmutable.
“A la
vista de acontecimientos de esta naturaleza contemplamos verdaderamente con
nuestros ojos cómo la insurrección de todo un pueblo (…) va madurando no sólo
como idea en las mentes (…) sino también como el paso siguiente, inevitable y
prácticamente inevitable del mismo movimiento, resultado de la creciente
indignación.” (Lenin)
En Caracas los acontecimientos estallarían
alrededor del terminal de Nuevo circo, en este caso con protestas estudiantiles
en defensa del pasaje estudiantil. La gente poco a poco se fue uniendo. Pronto
la avenida Lecuna, Bolívar y Parque Central serían tomadas por jóvenes,
estudiantes, trabajadores y habitantes de los barrios adyacentes. Se
vociferaban consignas contra “El Paquetazo Hambreador” y se solicitaba a los agentes
de seguridad no atacar a sus hermanos de clase.
“A las 4:30 p.m. comenzaron los incendios de
cauchos y autobuses que servían de barricadas en las avenidas Bolívar, Fuerzas
Armadas, Lecuna, Sucre, la Plaza O’Leary, La Hoyada, Catia, el 23 de Enero, en
todo el casco central, Chacaíto y Petare (…) Luego comenzaron los disparos (…)
se habló de varios muertos. Pero la policía, que evidentemente no controlaba la
situación también estaba incapacitada para informar detalladamente; lo único
que respondían cuando se les consultaba era que la situación estaba crítica en
toda la ciudad”.
(El Nacional 29/02/89)
“Después
de la primera sorpresa, el pánico y la incomprensión de lo que se había
desatado fue creando una parálisis progresiva de todas las instituciones del
régimen. Ni los sindicatos adecos, la CTV, la Iglesia, el Congreso, ni ninguno
de los partidos del Parlamento, de derecha o de izquierda, estaban ligados a la
calle, ni eran capaces de liderizar el proceso. Y menos aún controlarlo. Las
miles de llamadas que solicitaban información terminaron por saturar las líneas
telefónicas, creando un caos semejante al que en el tráfico caraqueño estaban
creando las protestas.”4
Las manifestaciones pacíficas, dieron lugar a
saqueos masivos y destrucción de locales, desde pequeños abastos hasta
supermercados. En la gran mayoría de estos lugares se encontraban acaparados
los productos de la dieta del venezolano, que no podían conseguir en los
anaqueles: Leche, Azúcar, café, harina, pasta, entre otras. Los barrios comenzaron
a bajar de manera incontenible. No asaltaban joyerías, Bancos, o casas de
Cambios, sus atenciones eran dirigidas hacia las tiendas de comida, ropa,
calzados, electrodomésticos, línea blanca, mueblerías, entre otros. Buscaban de
esta manera satisfacer su derecho a la calidad de vida, que después de tanto
tiempo se le había negado. El pueblo salió a recuperar aquello que los
expropiadores de su fuerza de trabajo le habían quitado. Ahora el
pueblo, ese populacho desalmado que no dejaba piedra sobre piedad, era el
expropiador de sus acaparadores. Solo los moralismos pequeños burgueses pueden
indignarse por estos hechos.
“A los
conservadores la revolución les parece un estado de demencia colectiva, sólo
porque exalta hasta la culminación la “locura normal” de las contradicciones
sociales. Hay muchos que se niegan a reconocer su retrato si se les presenta
una atrevida caricatura. Todo el proceso social moderno nutre, intensifica,
agudiza hasta lo intolerable las contradicciones y así va gestándose, poco a
poco, una situación en que la mayoría “se vuelve loca”. En tales trances, suele
ser la mayoría demente la que pone la camisa de fuerza a la minoría que no ha
perdido la cordura. Es así como avanza la historia.” 5
Muy pronto los policías fueron superados por la fuerza
de este espontáneo movimiento. Toda la basura ideológica introducida por la
clase dominante; la subordinación, la disciplina, el mantenimiento del orden,
comenzó a resquebrajarse ante la empatía sentida por muchos funcionarios con
los manifestantes, dado que ellos conocían en carne propia la situación
venezolana, al final se trataba de gente del pueblo con “uniforme”. Es
importarte resaltar que los policías, en su doble situación de garantes del
orden y asalariados, sufrían de retrasos en sus pagos. Evidentemente la
escalada inflacionaria también impactaba negativamente en sus condiciones de
vida.
Incluso existieron casos de policías que ayudaban
estableciendo un tipo de orden en los saqueos. Permitían que niños, mujeres y
hombres entraran en los locales a tomar las mercancías que necesitaran, pero
con orden y cordura.
“La
vacilación de las tropas, que en realidad es un hecho inevitable en presencia
de todo movimiento verdaderamente popular, conduce al agudizarse la lucha
revolucionaria, a una verdadera lucha por ganarse el ejército” V.I. Lenin
No obstante, salvo algunas iniciales muestras de
afinidad de ciertos efectivos, el grueso de los policías y militares
respondieron con fuego a los manifestantes. No basta con tener una precedencia
de clase para que la policía y los militares depongan las armas o apuntes los
fusiles contra los opresores, es necesario que la clase obrera demuestre su
capacidad orgánica para conducir la lucha y vencer.
La Represión comienza en horas de la tarde del 27
de febrero. La primera víctima cae en Parque Central, se trata de Yulimar
Reyes, una estudiante de letras de la universidad central de Venezuela. Estas
acciones no amedrentaban al movimiento, lo espoliaban como la gasolina al
fuego. De todos lados salían botellas y piedras que eran arrojadas a la
policía. Pronto estas se encontraban atomizadas y abandonadas de sus mandos, el
repliegue era inminente.
Las masas eufóricas por este triunfo montaneo
arrasarían con los saqueos. Todos los órganos de seguridad del estado estaban bajo
el más absoluto desconcierto. DISIP, PTJ, Guardias nacionales, PM, paralizados,
desaparecían de escena momentáneamente, otros pocos se mantenían en ella al
lado de la insurrección.
Una Insurrección sin dirección
política.
Rebosados los cauces de la institucionalidad
puntofijista las masas tenía hasta cierto punto el control sobre el terreno.
Para el 28 de febrero, ni las instituciones políticas, ni los órganos de
represión eran capaces de poner orden, se encontraban paralizados. Era tal la
división y la perplejidad de la clase dominante que CAP diría pasada la
tormenta “Fue una acción de los pobres contra los ricos y no contra el
gobierno”. No obstante, ni los patrones representados por FEDECAMARAS, ni el
gobierno se hacían responsables de lo sucedido.
“A
nosotros nos parece que lo que verdaderamente desorganiza al gobierno son
aquellos y solamente aquellos casos en que las amplias masas verdaderamente
organizadas por la misma lucha hacen que el gobierno se desconcierte, en que la
gente de la calle comprende la legitimidad de las reivindicaciones presentadas
(…) en que comienzan a comprenderla incluso una parte de las tropas llamadas a
“pacificar” (…) en que las acciones de guerra contra decenas de miles de gentes
del pueblo van precedidas de vacilaciones de las autoridades, que no disponen
de la posibilidad real alguna para saber a dónde conducirán aquellas acciones
militares, en que la masa ve y siente en quienes caen en el campo de batalla, a
sus hermanos y camaradas y acumulan nuevas reservas de odio y anhela nuevos y
más decisivos encuentros con el enemigo. Aquí ya no es un rufián determinado,
sino que es todo el régimen vigente el que aparece como enemigo del pueblo
contra el que se alzan armados de todas sus armas, autoridades locales,
policías, las tropas, para no hablar de la gendarmería y los tribunales, que
como siempre, complementan y coronan toda insurrección popular.” Lenin
Las calles les pertenecían a los barrios. El
cuestionamiento del poder estaba sobre la mesa. Lamentablemente no eran consciente
de ello. La espontaneidad de esta insurrección también era una de sus grandes
debilidades. Ninguno de los centros de poder fue tomado por el pueblo, ni
existían las estructuras de gobierno autónomos al estilo de los soviets. Los
órganos de mando con los cuales se podría sustituir a la vieja estructura
puntofijsita no existían. Los insurrectos no contaban con un programa, ni con
la voluntad de poder necesario para convertir la insurrección en una
revolución.
Por su parte los partidos de izquierda tradicionales,
en lugar de aprovechar la situación objetiva para conducir a las masas hacia la
toma del poder, estaban completamente desligadas de ellas. Acomodadas en la
lucha parlamentaria llamaban al orden, a la calma, al sosiego y a la vuelta
hacia los principios de la democracia, pero de la democracia burguesa claro
está. El MAS, solicitaba un paquete de medidas gradualistas, consensuado y con
el menor de los impactos posibles sobre la población. Para ellos no se trataba
de cancelar el pago de la deuda, sino de reestructurarla. Tampoco la Causa R se
opuso consecuentemente a las medidas de CAP, quienes hasta llegaron repudiar
las acciones vandálicas del populacho contra los comerciantes y propietarios.
La naturaleza aborrece el vacío. En ausencia de una
dirección clara y consecuente con los intereses de las clases trabajadoras, que
aprovechara la victoria momentánea para pasar a la toma del poder, la dirección
de la insurrección fue asumida espontáneamente por los barrios caraqueños,
quien desplegaron toda su fuerza en los saqueos y disturbios.
En medio de esta parálisis de las instituciones del
régimen democrático-burgués la insurrección no se mostró lo suficiente
determinación como para demoler la maquinaria gubernamental del estado. De
haber procedido de esta manera hubiéramos asistido a una revolución. Para
ello habría sido necesario que el vacío de poder existente fuese llenado por
instituciones revolucionarias, sometidas a la democracia obrera, con absoluta
legitimidad entre las masas. Pero tales organizaciones no existían, ni tampoco
había una dirección que conscientemente brindara una orientación a las masas en
ese sentido. La insurrección logró paralizar al régimen y dejarlo herido de
muerte, allí uno de sus mayores méritos, pero no terminó de liquidarlo. Así las
cosas, era cuestión de tiempo para que el enemigo de clase se regenerara,
curara sus heridas y levantara cabeza.
El Genocidio.
Cuando las protestas en las ciudades del interior
del país fueron sofocadas, el gobierno concentró todo su esfuerzo en doblegar
la insurrección de la capital. Cuando las condiciones lo permitieron mandaron
refuerzos a caracas. 4.000 soldados de infantería fueron enviados en
apoyo a la policía metropolitana
El 28 de febrero el Gobierno de CAP pasa a la
ofensiva anunciando la suspensión de las garantías y un toque queda. El
régimen, pondría en marcha el plan Ávila , declarando la guerra a muerte contra
el pueblo alzado. Los organismos involucrados en la represión GN, PM, PTJ,
DISIP y el ejército ejecutarían una violencia desmedida. Las cifras oficiales
de muertos especificaban 300 personas. Sin embargo, estimaciones no oficiales
hablan de cifras mucho más elevadas: afirman que 2000 personas fueron abatidas
por los cuerpos de seguridad del estado o incidentes relacionados con la
represión.
A partir de ahora El talante “Democrático” del
Puntofijismo quedaría evidenciado. Los barrios fueron sometidos brutalmente con
rifles y armas automáticas. Las faldas de los cerros fueron tomadas por las
unidades militares para abrir fuego indiscriminadamente contra todo lo que se
movía. Decenas de víctimas morían, muchas de ellas por no poder llegar a los
centros de atención médica ante el bloqueo de las fuerzas de seguridad.
Los bloques del 23 de enero eran barridos por
ráfagas de fuego de calibre punto 50. Madres y niños morían dentro de sus casas
por balazos perdidos. La magnitud de la represión fue verdaderamente sádica. Gente
que se entregaba era ajusticiada en el suelo. Heridos eran atrapados para luego
hacerles correr y dispararles por la espalda. Se generan detenciones
arbitrarias y allanamientos forzosos. Los barrios estaban pagando con el precio
de la sangre la osadía de mirar hacia adelante y perseguir una vida con
significado, digna y con suficientes razones para valorar.
Las clases fueron suspendidas por el ministerio de
educación, el ausentismo laboral llego a un 80% y el sistema de trasporte
público solo funcionaba a un 50%. Caracas estaba estremecida de arriba hasta
abajo.
Para el 1 de marzo CAP anuncia la aplicación
del paquete y para el 7 del mismo mes decide ordenar al ministro de defensa,
Italo del Valle Alliegro el levantamiento del toque de queda. La reacción
terminaría imponiéndose sobre la insurrección. Sin embargo, todo habría
cambiado a partir de ahora. Mejor preparado militarmente, con recursos
económicos y medios de comunicación a su disposición el gobierno de CAP
superaría este inesperado suceso. Pero saber encajar las derrotas también es
vencer. Los barrios derrumbaron mitos. Los pobres se dieron cuenta de todo lo
que podían hacer cuando los de abajo se ponen en movimiento. El sacrificio de
cientos de caídos no sería en vano, toda la sociedad venezolana, incluyendo los
cuarteles se conmovieron por estos acontecimientos. La correlación de fuerzas
cambió y desde entonces acompañaría a las masas venezolanas en su anhelo de
trasformación social. 10 años después de estos acontecimientos la revolución
bolivariana despojó del poder político a los viejos representantes del
puntofijismo y abriría la posibilidad de una superación radical del atrasado
capitalismo venezolano.
Hoy esta historia no ha terminado. La
revolución bolivariana se ha quedado a medias y con ella desato sus
contradicciones. Si deseamos salvarla Tenemos prohibido olvidar. El debate
sobre lo sucedido el 27 de febrero de 1989 sigue vigente, porque los viejos
problemas continúan sin resolverse.
¡Honor y gloria a los Caídos!
¡Ni un minuto de silencio, Toda
una vida de combate!
¡Únete a la Corriente lucha de
clases y reconstruyamos la memoria histórica!
Notas:
*La burguesía emergente o el
Grupo de los 12 Apóstoles estaba conformada por: Pedro Tinoco, Arturo Briceño,
Siro Febres Cordero, Edgar Espejo, Enrique Delfino, Gustavo Cisneros, Julio
Pocattera, Jesús Muchacho Bertoni, Concepción Quijada, Aníbal Santeliz, Ignacio
Moreno, Gumersindo Rodríguez, Armando Tamayo Suarez, Carmelo Lauria, Diego
Arria Salicetti y Luis Jigo Amador
1. Corrales Werner, “Venezuela,
Vértigo y futuro”. Año 2018
2. Colmenarez Elio, “La
Insurrección de Febrero, un análisis para la lucha revolucionaria” Ediciones la
Chispa. Caracas, 1989.
3. Ibidem
4. Ibidem
5. Trotsky León, “Mi vida”.
Fundación Federico Engels. 2010
Tomado de: Lucha de Clases