Por Adriana
Lopez
La gestión de
residuos sólidos nos afecta a todos. Sin embargo, los más perjudicados por el
impacto negativo de la basura mal administrada son los ciudadanos de los países
que resultan más vulnerables: pierden sus casas y, en los peores casos, incluso
sus vidas, debido a desprendimientos de vertederos situados cerca de sus
viviendas, a las condiciones laborales poco seguras de las personas que
trabajan en recogida de basura y a las repercusiones en la salud que acarrea.
El
medioambiente es el otro gran perjudicado por esta situación. Según datos de un
informe del Grupo del Banco Mundial, en el que varios de sus miembros realizan
una instantánea mundial de la gestión de restos sólidos hasta 2050, en 2016 se
generaron 2,01 billones de toneladas de residuos y para 2050 la cifra puede
crecer hasta los 3,4 billones. De estos, 242 millones de toneladas son
plástico, lo que supone un 12% de toda la basura producida.
Emisiones
Los países y
sus ciudades continúan con su evolución sin previamente desarrollar sistemas adecuados
que permitan manejar los hábitos de consumo de desechos de las personas.
El pobre
tratamiento de estos restos ocasionó que se generasen aproximadamente 1,6
billones de toneladas de carbono dióxido en 2016. Esto supone cerca de un 5% de
las emisiones globales. Si no se producen mejoras en este sector, las cifras
aumentarán hasta alcanzar los 2,6 billones de toneladas en 2050.
Más de 80
países se comprometieron en el Acuerdo de París suscrito en 2017 a adoptar
medidas que redujesen estas emisiones, por lo que está por ver si podrán
cumplir su objetivo.
Conforme los
países evolucionan, su planteamiento en cuanto a la gestión de la basura que
producen también lo hace. El crecimiento de la prosperidad y los traslados
hacia áreas urbanas están estrechamente ligados al incremento per cápita de la
generación de desechos. Además, el crecimiento de la población supone que la
recogida de restos y la obtención de tierra para su tratamiento y eliminación
sea más difícil.
Todos estos
factores hacen que la gestión urbana de basura resulte cara. Los distritos de
países de bajos ingresos están gastando cerca de un 20% de su presupuesto en
esta tarea.
Realizar una
adecuada distribución es esencial para poder mantener unas comunidades limpias
y unos ciudadanos saludables. Sin embargo, debido a la desmedida cantidad de
basura que se produce, una correcta administración resulta un hecho complicado,
y es por esto que los océanos están altamente contaminados, los desagües se
atascan a menudo, ocurren inundaciones con más facilidad, aumentan los
problemas respiratorios causados por las partículas que se propagan tras la
quema de restos, el crecimiento económico no es el deseado y los animales se
ven afectados debido al consumo inconsciente de desechos.
Los países del
primer mundo se libran de gran cantidad de material residual debido a las
importaciones de los países en desarrollo, que reciben aquella basura que los
países occidentales envían. O, por lo menos, así era hasta hace un tiempo, ya
que actualmente la situación está cambiando. Entre todos los restos, hay
numerosos que están contaminados y que no pueden ser reciclados tan fácilmente.
Por ello, los países asiáticos, principales importadores, han dicho basta.
China fue la primera en tomar la decisión. En enero de 2018 prohibió la
importación de desechos de plástico, papel y electrónicos. Hasta entonces,
había recibido hasta el 56% de los desperdicios plásticos del mundo.
Efecto dominó
Esta medida
adoptada por el gigante asiático causó un efecto colateral por el que los envíos
fueron desviados a los países del sudeste asiático, que pronto se vieron
colapsados debido a las enormes cantidades de basura con las que no podían
lidiar. Malasia, por ejemplo, triplicó sus importaciones de plástico.
La situación
se tornó complicada de gestionar y comenzó un efecto dominó que complicaría la
estabilidad de los países exportadores. En julio de 2018, Vietnam aplicó
medidas enérgicas a las importaciones ilegales de desechos de plástico, papel y
metal. En octubre, Tailandia decidió dejar de conceder licencias de importación
para restos de plástico y Malasia prohibió su importación. India hizo más de lo
mismo en marzo de este mismo año, y en junio fue Filipinas la que, cansada de
residuos contaminantes, mandó de vuelta a Canadá 69 contenedores. Indonesia,
por su parte, optó por endurecer las reglas de importación al hallar desechos
tóxicos no declarados provenientes de EEUU.
Antes de esta
espiral de prohibiciones y restricciones de residuos, la situación era
beneficiosa para ambas partes. Los países ricos se libraban de sus desechos y,
además, recibían dinero a cambio. Mientras tanto, los países en desarrollo los
reciclaban para darles uso con diferentes fines.
Sin embargo,
este intercambio pronto dejó de ser favorable para todos. Muchos residuos
requerían tratamiento extra por llegar sucios, mal ordenados o ser tóxicos y,
como consecuencia, resultaban demasiado caros para el reciclaje. Esto provocaba
que tuviesen que ser quemados, en la mayoría de los casos en operaciones
ilegales, y resultasen así potencialmente tóxicos para los ciudadanos.
Entre enero y
noviembre de 2018, cerca de 5,8 millones de toneladas fueron exportadas al sur
de Asia. Una cifra que, a pesar de ya ser elevada, continuaba creciendo. De
acuerdo con las medidas que han adoptado, el mensaje que han querido mandar los
países del sudeste asiático ha sido claro: que cada país se ocupe de su propia
basura.
¿Qué hacer con los residuos?
Pero, para los
países exportadores esta es una tarea complicada. El mundo se había vuelto
completamente dependiente de los países asiáticos en cuanto al manejo de la
basura, y ahora que no pueden contar con ellos, no les queda más remedio que
hacer frente a la crisis global de qué hacer con semejante cantidad y, sobre
todo, qué hacer con los residuos tóxicos que no pueden ser reciclados. Por lo
tanto, si la situación ya era difícil de abordar antes, hoy en día lo es aún
más.
Teniendo en
cuenta que ocuparse de todo lo que producen supone un esfuerzo, tanto económico
como social que difícilmente pueden permitirse, todo apunta a que los países
ricos fijarán ahora la mirada en algún otro lugar que les sirva como
«vertedero».
Acabar con
esta crisis es prácticamente imposible, por lo menos a corto plazo. Pero hay
ciertas medidas que pueden atenuarla. La plataforma digital estadounidense
Bloomberg recoge en uno de sus artículos las diferentes maneras en las que
autoridades locales y empresas de todo el mundo están abordando el problema:
darles uso a los desperdicios es una de ellas.
En países como
India o Indonesia, aquellas personas que viven cerca de los basureros
aprovechan estos materiales para venderlos y ganarse así la vida. Algunas
empresas también sacan provecho, pues succionan el gas metano producido por
desechos en descomposición y lo usan para generar electricidad.
Procesos de automatización
Otra forma de
empleo es la que llevan a cabo artistas de todo el mundo que utilizan la basura
con fines artísticos. El francés Joseph-Francis Sumegne, por ejemplo, rastreó
numerosos vertederos en la década de los 90 para crear una escultura de doce
metros en Douala, Camerún.
Ordenar los
residuos es otra posible opción para paliar la crisis global. Puede resultar
una labor desagradable y costosa, pero la tecnología está haciendo que aumente
la automatización de la misma y resulte así más eficiente.
ZenRobotics
Ltd, una compañía de Helsinki, ha creado robots que detectan y cogen la madera
y el metal de cintas transportadoras de basura. En Angelholm, Suecia, la
empresa NSR AB ha desarrollado rayos infrarrojos que permiten identificar
diferentes tipos de plástico. Según Pernilla Ringstrom, manager de NSR, «los
robots pueden ser una interesante alternativa de futuro si aprenden a
identificar materiales y a ordenar lo suficientemente rápido».
La sustitución
del plástico es otra de las medidas que se han adoptado. La producción de este
material supera con creces la de cualquier otro y necesita una solución
urgente. Cada vez son más los países que han prohibido las bolsas de plástico,
por lo que ahora deben encontrar nuevas alternativas. En Vietnam, por ejemplo,
los supermercados están empleando hojas de banana para envolver la carne y las
verduras.
La producción
de otros objetos como las cajas de comida o de la cubertería fabricadas con
plástico se está llevando a cabo con la utilización de otros materiales como
pueden ser los granos o desechos de caña de azúcar. Aunque estas medidas sean
importantes y resulten útiles, hay una que, con creces, es la más eficaz: dejar
de producir restos contaminantes que dificulten el reciclaje.
Existen, por
lo tanto, numerosas maneras para frenar la crisis de la acumulación de residuos
y de la producción de aquellos que resultan tóxicos.
Con la ayuda
de la tecnología, el empleo de nuevos materiales y la voluntad de las
autoridades, la situación actual puede mejorar. Habrá que ver cómo afrontan los
países esta crisis que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos.
Contaminación plástica, una de las mayores y principales amenazas para
los océanos
La
contaminación plástica es una de las mayores amenazas para la salud de los
océanos. Debido a la desmedida producción de plástico, la pobre gestión de
residuos y el bajo nivel de reciclaje, cada año entre 4 y 12 millones de
toneladas de este material acaban en los océanos. Por si fuese poco, en los
próximos diez años está previsto que la cantidad se duplique.
La contaminación
causada por el plástico afecta a numerosas especies marinas que ven cómo su
hábitat va deteriorándose poco a poco.
La gravedad
reside en que, como el plástico es para siempre, el problema no se acaba nunca.
El
vicepresidente de Oceanic Society, Brian Hutchinson, explica en la página web
de la organización siete maneras para reducir la cantidad de plástico que entra
en los océanos: reducir el consumo propio de plástico (bolsas de plástico,
pajitas, etc.), reciclar debidamente, participar u organizar recogidas de
residuos en playas y ríos, respetar las prohibiciones establecidas por las
autoridades, evitar productos que contengan microesferas, difundir el problema
y sus respectivas soluciones y apoyar a las organizaciones que abordan la
crisis del plástico en los océanos.
Con estas
siete medidas fáciles y asequibles para cualquier ciudadano, se puede
contribuir a mantener nuestros océanos limpios y saludables.