Pensar y
actuar desde el marxismo hoy
Por Michel
Husson
¿Es razonable reivindicar
a un autor cuya obra principal se publicó hace 150 años? Este artículo busca
primero responder a esta pregunta perfectamente legítima y luego mostrar cómo
la referencia a la teoría marxista puede ayudar a interpretar el capitalismo
contemporáneo e imaginar alternativas.
Marx, ¿un economista del pasado?
Es necesario
responder a las diferentes acusaciones de arcaísmo dogmático: desde El
Capital, la ciencia económica ha hecho un progreso inmenso y el capitalismo
de hoy no tiene nada que ver con el que Marx estudió. Comencemos con este
último argumento: obviamente sería absurdo negar que el capitalismo ha
evolucionado durante dos siglos y que sus formas concretas de encarnación
pueden ser muy diferentes de un país a otro. No se trata de negar estas transformaciones,
sino de mostrar que se han desarrollado dentro de relaciones fundamentalmente
invariables. Es más, podría argumentarse que las condiciones actuales de
explotación laboral en China son, en muchos aspectos, comparables a las que
prevalecían en la Inglaterra del siglo XIX.
La referencia
al marxismo tiene la virtud de protegerse contra el vaivén de las últimas
teorías a la moda que van sucediéndose para demostrar que todo ha cambiado y
que se deben abandonar las antiguas representaciones del mundo. Pero
ciertamente existe el riesgo inverso del dogmatismo que consiste en aplicar a
ciegas los mismos patrones a una realidad en movimiento. Por lo tanto, el
marxismo vivo debe moverse entre estos dos escollos a través de estudios y
debates. Sin duda, una de las cuestiones metodológicas más importantes es
distinguir los niveles de análisis: la teoría marxista del valor no permite,
por ejemplo, comprender directamente la crisis de la zona euro. Se deben
establecer mediaciones entre la realidad concreta y los marcos conceptuales más
abstractos. La guía más clara sigue siendo (desde nuestro punto de vista) el
libro del filósofo checo Karel Kosík (1967), donde resumió este método:
“1)
Asimilación minuciosa de la materia, pleno dominio del material incluyendo
todos los detalles históricos posibles.
2) Análisis de
las diversas formas de desarrollo del material mismo.
3) Indagación
de coherencia interna, es decir, determinación de la unidad de esas diversas
formas de desarrollo”.
Marx sería un
hombre del siglo XIX: esta es la tesis defendida por un biógrafo reciente
(Husson, 2017). Otro crítico lo calificó de posricardiano menor (Brewer, 1995).
Pero la ciencia económica, aun admitiendo que es una ciencia,
ciertamente no es una ciencia que progresa lineal y periódicamente unificada.
Por ejemplo, a diferencia de la física, diferentes paradigmas económicos
continúan coexistiendo de manera conflictiva.
La economía
dominante actual, llamada neoclásica, se basa en un paradigma que no difiere
fundamentalmente del de las escuelas premarxistas o incluso preclásicas. En
gran parte, el debate triangular entre la economía clásica (Ricardo),
la economía vulgar (Say o Malthus) y la crítica de la economía
política (Marx) continúa hoy en los mismos términos. Las relaciones de poder
que existen entre estos tres polos han evolucionado, pero no según un esquema
de eliminación de paradigmas obsoletos. En resumen, la economía dominante no
domina debido a sus propios efectos de conocimiento, sino en función de
relaciones de poder ideológicas y políticas más generales.
Por tomar solo
un ejemplo, las teorías contemporáneas del desempleo retoman, bajo una forma
modernizada, los viejos análisis sobre los pobres. El debate en Inglaterra en
torno a las leyes sobre los pobres se encuentra hoy en las denuncias sobre las
ayudas sociales: en lugar de aceptar los puestos de trabajo ofrecidos, la gente
desempleada preferiría no hacer el esfuerzo de trabajar y vivir cómodamente de
las prestaciones sociales (Husson, 2018a).
Pero el
argumento de que la teoría marxista está obsoleta debido al progreso de la
economía busca el efecto de eliminar al mismo tiempo cualquier referencia a la
teoría del valor.
¿Un capitalismo sin teoría?
En última
instancia, la pregunta a la que debe responder la teoría del valor es: ¿de
dónde proviene la ganancia? En los libros de texto contemporáneos encontramos
la definición de ganancia: es la diferencia entre el precio de venta y el coste
de producción. Pero el misterio de la fuente del beneficio permanece intacto.
Es alrededor de esta cuestión absolutamente fundamental con la que Marx abre su
análisis del capitalismo en El Capital.
Antes de él,
los grandes clásicos de la economía política, como Smith o Ricardo, partían de
una pregunta ligeramente diferente, la del precio relativo de los bienes: ¿por
qué, por ejemplo, una mesa vale el precio de cinco pantalones? Muy rápidamente,
la respuesta que se impuso es que esta proporción de 1 a 5 refleja el tiempo
requerido para producir un pantalón o una mesa. Esto es lo que podría llamarse
la versión básica del valor-trabajo.
A
continuación, estos economistas clásicos intentaron
descomponer el precio de una mercancía. Además del precio de las materias
primas, este precio incorpora tres categorías principales: renta, ganancias y
salario. Esta fórmula trinitaria parece muy simétrica: la
renta es el precio de la tierra, la ganancia es el precio del capital y los
salarios son el precio del trabajo. De ahí la siguiente contradicción: por un
lado, el valor de una mercancía depende de la cantidad de mano de obra
requerida para su producción; pero, por otro lado, esta no solo comprende el
salario.
La teoría
marxista, llamada del valor-trabajo, busca escapar de esta aparente
contradicción. No está de más recordar muy brevemente cómo procede Marx. El
principio esencial es que el trabajo humano es la única fuente de creación de
valor. Valor significa aquí el valor monetario de los bienes. Entonces nos
enfrentamos a este verdadero enigma que las transformaciones del capitalismo
obviamente no han hecho desaparecer: el de un sistema económico en el que las y
los trabajadores producen todo el valor pero solo reciben una fracción de él en
forma de salario, mientras que el resto se va a las ganancias.
Los
capitalistas compran medios de producción (maquinaria, materias primas,
energía, etc.) y fuerza de trabajo; producen bienes que venden y terminan con
más dinero del que originalmente invirtieron.
Marx ofrece su
solución, que es a la vez genial y simple (al menos a posteriori).
Aplica a la fuerza de trabajo, esta mercancía un tanto peculiar, la distinción
clásica que hace entre valor de uso y valor de cambio.
El salario es
el precio de la fuerza del trabajo socialmente reconocido en un momento dado
como necesario para su reproducción. En este sentido, el intercambio entre el
asalariado que vende su fuerza de trabajo y el capitalista es, en general, una
relación igual. Pero la fuerza de trabajo tiene una propiedad especial, su
valor de uso, la de producir valor. El capitalista se apropia de la totalidad
de este valor producido, pero restituye solo una parte de él, porque el
desarrollo de la empresa hace que las y los asalariados puedan producir durante
su tiempo de trabajo un valor mayor que el que recuperarán bajo la forma de
salario.
Hagamos como
Marx, en las primeras líneas de El Capital, y observemos a la
sociedad como una “inmensa acumulación de mercancías” producidas por el trabajo
humano. Podemos hacer dos pilas: la primera consiste en bienes y
servicios que corresponden al consumo de los trabajadores y trabajadoras; la
segunda pila incluye los llamados bienes de lujo y
bienes de inversión, y corresponde a la plusvalía. El tiempo de trabajo de toda
la sociedad puede a su vez dividirse en dos partes: el tiempo dedicado a
producir la primera pila Marx lo denomina trabajo necesario, y
el que se dedica a la producción de la segunda pila es el
trabajo excedente. En el fondo, esta representación es bastante simple, pero,
obviamente, para lograrla es necesario dar un paso atrás y adoptar un punto de
vista social.
El análisis se
complica aún más cuando se observa que el capitalismo se caracteriza por la
formación de una tasa general de ganancia, en otras palabras, que el capital
tiende a tener la misma rentabilidad independientemente de la rama en la que se
invierte. Ricardo no logrará resolver esta dificultad. Este es el problema de
la transformación (de valores en precio) que Marx resuelve al
mostrar que la plusvalía se distribuye en proporción al capital comprometido.
Muchos críticos han detectado aquí un error de Marx que desaparece, sin
embargo, si hacemos intervenir una sucesión de períodos de producción 1/.
La gran bifurcación
La teoría
marxista del valor es una extensión de las teorías de los clásicos (Smith y
Ricardo) en la que resuelve sus contradicciones internas. Pero introduce una
dimensión crítica fundamental: la apropiación de ganancias por parte de los
capitalistas descansa en última instancia en relaciones sociales que no son ni naturales
ni eternas.
Las
implicaciones revolucionarias de esta teoría fueron claramente percibidas por
los defensores del orden establecido. Por lo tanto, era necesario oponerle otra
teoría, y esta sería la teoría marginalista o neoclásica. Uno de sus fundadores,
John Bates Clark, expresó claramente la necesidad de responder a la teoría de
la explotación: “Los trabajadores, se nos dice, son permanentemente desposeídos
de lo que producen [...]. Si esta acusación tuviera fundamento, cualquier
persona dotada de razón debería hacerse socialista, y su voluntad de
transformar el sistema económico expresaría su sentido de la justicia”. Para
responder a esta acusación es necesario, explica Clark: “Descomponer el
producto de la actividad económica en sus elementos constitutivos, para ver si
el juego natural de la competencia lleva o no a atribuir a cada productor la
parte exacta de riquezas que contribuye a crear” (Clark, 1899: 7).
Piero Sraffa,
situado en la tradición de Ricardo, sacó una amarga conclusión de lo que llamó
la degeneración de la teoría del valor. Las razones
político-ideológicas para el derrocamiento de la economía clásica eran obvias
para él:
“Con el ataque
frontal de Marx, el surgimiento de la Internacional y la Comuna de París, se
necesitaba una línea de defensa mucho más decidida (...) era necesario pasar a
la utilidad, de ahí el éxito de Jevons, Menger y Walras. La economía clásica en
su conjunto se estaba volviendo demasiado peligrosa: tenía que ser desechada
como tal. La casa estaba en llamas y amenazaba con prender fuego a toda la
estructura y los cimientos de la sociedad capitalista: la economía clásica fue
inmediatamente expulsada” 2/.
Así pues,
actualmente hay dos teorías del valor. Para la teoría neoclásica prevaleciente,
que se enseña en todas partes, el beneficio es la remuneración de la
productividad marginal del capital, de una manera simétrica al salario que
premia la productividad marginal de los salarios. Para la teoría marxista el
beneficio se deriva de la explotación de la fuerza de trabajo. Muchos trabajos,
que rara vez se discuten hoy, han mostrado la incoherencia de la teoría
dominante. Recientemente, un brillante artículo (Eatwell, 2019), que adopta una
lógica poskeynesiana, concluye así: “No existe una teoría
neoclásica de la tasa de ganancia”. Pero este tipo de crítica tiene problemas
para abandonar el campo académico. Quizás sea más interesante mostrar cómo la
referencia a la teoría del valor conduce a un análisis efectivo de los
desarrollos recientes en el capitalismo.
Las ilusiones de las finanzas
La
financiarización del capitalismo llevó, antes de la crisis, a una especie de
euforia basada en la impresión de que las finanzas se habían convertido en una
fuente autónoma de valor. Incluso entre algunos economistas heterodoxos encontramos
el razonamiento según el cual los capitalistas tienen la opción de invertir ya
sea en la esfera productiva o real, o en la esfera financiera. Y
como las finanzas proporcionarían mayores rendimientos, esta sería la causa de
una debilidad relativa en la inversión.
Estas
fantasías no tienen nada de original y en Marx, especialmente en su análisis
del Libro 3 de El Capital dedicado a la distribución de
ganancias entre intereses y ganancias corporativas, encontramos todos los
elementos para criticarlas. Marx escribe, por ejemplo: “En la idea popular, al
capital dinerario, el capital que devenga interés, se lo considera aún como
capital en cuanto tal, como capital por excelencia” 3/.
Ciertamente, el capital financiero parece capaz de proporcionar un ingreso
independientemente de la explotación de la fuerza de trabajo. Por eso, añade
Marx: “Para la economía vulgar, que pretende presentar al capital como fuente
autónoma del valor, de la creación de valor, esta forma le viene a pedir de
boca: una forma en la cual la fuente de la ganancia ya no resulta reconocible,
y en la cual el resultado del proceso capitalista de producción –separado del
propio proceso– adquiere una existencia autónoma” 4/.
Este tipo de
ilusión solo es posible si uno se basa en una teoría aditiva del
valor, donde el ingreso nacional se construye como la suma de las
remuneraciones de los diferentes factores de producción. Por el
contrario, la teoría marxista es sustractiva: las formas
particulares de ganancia (intereses, dividendos, rentas, etc.) son puntuaciones
en una plusvalía global cuyo volumen está predeterminado. Uno puede
“enriquecerse mientras duerme” solo en base a ese pinchazo operado sobre la
plusvalía global, de modo que el mecanismo admite límites, los de la
explotación, que es el verdadero fundamento de la bolsa de
valores. La crisis marca el regreso de lo real, como un recordatorio al orden
de esta dura ley del valor.
La ley del valor como brújula
La referencia
a la ley del valor, si se realiza de manera crítica, no dogmática, hace
posible filtrar teorías frágiles, se podría decir
oportunistas, que aparecen ante nuevos fenómenos. Nos limitaremos a mencionar
brevemente algunos ejemplos.
Hubo un tiempo
en que algunos autores que se reclamaban del marxismo pretendían que la ley del
valor estaba superada debido a las mayores tasas de ganancia para los
monopolios. Sin embargo, las contrapartes tuvieron tasas de ganancia más bajas
en otros sectores. Resulta gracioso que el reciente descubrimiento de este
fenómeno por parte de los economistas de la corriente dominante los lleve hoy a
revelar las inconsistencias de su teoría de ganancias (Husson, 2018b).
De la misma
manera, tampoco es posible argumentar que podemos producir valor tecleando,
como afirman algunos autores que afirman ser marxistas (Husson, 2018c). En
cuanto a la llamada economía colaborativa, solo crea valor, en el sentido
capitalista del término, si está sujeta a la apropiación privada que conduce a
la producción de bienes. La economía de la plataforma está en la vanguardia de
la modernidad, pero a menudo vuelve a los primitivos modos de extracción de la
plusvalía.
El
conocimiento como tal no crea valor, contrariamente a la tesis del
capitalismo cognitivo (Husson, 2003). O, para usar la fórmula
de Jean-Marie Harribey (2017), “no podemos pensar en el ingreso básico sin una
teoría del valor”.
Finalmente, la
distinción entre valor de uso y valor de cambio es fundamental para arrojar luz
sobre uno de los enigmas a los que se enfrenta la economía dominante actual:
las innovaciones tecnológicas no conducen a los aumentos de productividad
esperados. En un artículo anterior presentamos esta explicación: “Tal vez sea
esa la clave del estancamiento secular: desde luego, las innovaciones
tecnológicas aumentan el bienestar de los consumidores, pero este aumento no
está ligado a una producción mercantil”. He aquí, pues, unos cuantos espacios
contemporáneos en los que la teoría del valor permite trabajar en un marco
coherente (Husson, 2018d).
El lujo de elegir lo que no es lo más rentable
Marx avanzó
esta hermosa fórmula inspirada en un panfleto anónimo: “Una nación es
verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6” 5/. No
hay una forma más clara de distinguir entre valor y riqueza. Es cierto que
ahora existe un consenso bastante amplio de que el PIB no mide la felicidad,
pero no se han sacado todas las consecuencias de esta perogrullada.
De hecho, la
economía dominante ha contribuido a desdibujar esta distinción elemental al
rechazar la teoría del valor-trabajo y reemplazarla por la del valor-utilidad.
Para justificar una organización social impulsada por la maximización de la
ganancia, fue necesario hacer aceptar la idea de que la ganancia es un
indicador sintético del bienestar humano. Este es el supuesto necesario, lo que
significa que, al perseguir el objetivo de maximizar el beneficio, se persigue
al mismo tiempo el objetivo de maximizar el bienestar. Todo lo que pretende la
economía neoclásica cuando trata de establecer que el equilibrio es lo óptimo,
es lo siguiente: la ganancia es una cuantificación operativa del bienestar.
Es alrededor
de la distinción entre valor y riqueza como se puede hacer emerger lo que
separa al capitalismo del socialismo. Inspirándonos en el economista ruso
Kantorovich, se podría decir que el programa (en el sentido de
programación lineal) del capitalismo es maximizar el beneficio, mientras que el
del socialismo es maximizar el bienestar, o la utilidad social. Pero esta
última es multidimensional y hace falta una institución para poder definir y
arbitrar las prioridades de la sociedad. Sin duda, esta democracia social es lo
que ha faltado trágicamente en los llamados países del socialismo real.
De hecho, por
ejemplo, en Engels encontramos una vieja teorización de la planificación
socialista en un breve pasaje del Anti-Dühring, donde esboza los
principios de otra forma de cálculo económico:
“Cierto que la
sociedad tendrá también que saber entonces cuánto trabajo requiere la
producción de cada objeto de uso. Pues tendrá que establecer el plan de
producción atendiendo a los medios de producción, entre los cuales se
encuentran señaladamente las fuerzas de trabajo. El plan quedará finalmente
determinado por la comparación de los efectos útiles de los diversos objetos de
uso entre ellos y con las cantidades de trabajo necesarias para su producción.
La gente hace todo esto muy sencillamente en su casa, sin necesidad de meter de
por medio el célebre valor” (Engels, 2014: 409).
También
encontramos las intuiciones de un Preobrazhensky en el estrechamiento de la
esfera de la economía que se limitaría rigurosamente a una función de ajuste de
medios para propósitos definidos a priori:
“Con la
desaparición de la ley del valor en el dominio de la realidad económica
desaparece igualmente la vieja economía política. Una nueva ciencia ocupa ahora
su lugar, la ciencia de la previsión de la necesidad económica en economía
organizada, la ciencia que apunta –en materia de producción u otra– a obtener
lo que es necesario de la manera más racional. Es una ciencia muy otra, es la
tecnología social, la ciencia de la producción organizada, del trabajo
organizado; la ciencia de un sistema de relaciones de producción en que las
regulaciones de la vida económica se manifiestan bajo nuevas formas, en que no
hay ya ‘objetivación’ de las relaciones humanas, en que el fetichismo de la
mercancía desaparece con la mercancía” (Preobrazhenski, 1970: 78).
Este enfoque
adquiere hoy, cuando se introducen restricciones ecológicas, una legitimidad
adicional. Podríamos utilizar aquí los términos de la programación lineal para
decir que el criterio de maximización de la ganancia lleva a determinados
valores más allá del respeto de ciertas normas. El capitalismo pretende
tenerlos en cuenta formando seudomercados o modificando los precios referencia.
Esta seudomonetarización del medio ambiente puede modular en el margen del
principio de la maximización de la ganancia, pero sin ninguna relación con la
escala de las reducciones de emisiones a realizar.
Por un marxismo vivo
No hemos
tratado todas las cuestiones a las que puede responder la teoría marxista.
Entre ellas está, obviamente, el análisis de la crisis. El campo del marxismo,
sin embargo, se ve debilitado por un uso dogmático de la ley de la tendencia a
la baja de la tasa de ganancia, propuesto como la causa última y única de la
crisis. Esto dificulta una lectura más compleja inspirada por la lógica de los
patrones de distribución mediante la combinación de las condiciones de
producción de la plusvalía y las de su realización.
En la
configuración actual del capitalismo, la pregunta esencial es probablemente
esta: ¿cómo mantener o restablecer la tasa de ganancia aun cuando la
productividad se ralentiza? Si ahondamos en esta pregunta, nos parece que el
análisis muestra que la crisis cuestiona al capitalismo de forma más profunda
que las fluctuaciones de la tasa de ganancia. Revela que este sistema económico
y social ha entrado en la zona de los rendimientos decrecientes, que muestra su
incapacidad para satisfacer las necesidades sociales y revela su ineficacia
frente al desafío del cambio climático.
Por último, es
difícil sostener una línea entre dogmatismo y pragmatismo.
Sin duda, es necesario combinar ambas, en un movimiento que yo llamaría
dialéctico (ya que uno es marxista). El pragmatismo es ir rascando sobre los
discursos dominantes o alternativos para confrontarlos a los hechos y a las
cifras, poner en cuestión las certezas, exponerse a la contradicción y la duda.
Acto seguido, si logramos construir una representación adecuada y consistente,
hay que atenerse a ella con una convicción al borde del... dogmatismo.
Con este
razonamiento, uno podría decir paradójicamente (o dialécticamente) que el
marxismo es más útil si se está dispuesto a distanciarse de él. Al final, la
tarea de un o una marxista no es defender el marxismo, sino buscar cambiar el
mundo, comenzando por entenderlo.
Traducción: viento sur
Notas
1/ Véase una contribución ya antigua a esta
lectura temporalista en Michel Husson [Manuel Pérez], “Valeur
et prix : un essai de critique des propositions néo-ricardiennes”, Critiques
de l’économie politique n°10, 1980 ; “Value and price: a critique of
neo-Ricardian claims”, Capital and Class, Vol. 42, n° 3, 2018.
2/ Piero Sraffa, “La dégénérescence de la
théorie de la valeur selon Sraffa”, note hussonet n°108, 13
octobre 2017.
3/ El Capital, Capítulo 23, p. 481,
Ediciones Siglo XXI.
4/ Ibidem, p. 501.
5/ Karl Marx, Elementos fundamentales
para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Siglo
XXI, 2007, volumen 2, p. 229. Marx parafrasea el corto ensayo The
Source and Remedy of the National Difficulties, del cual se sabrá más tarde
que el autor es Charles Wentworth Dilke.
Referencias
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Marx as an Economist”, History of Political Economy, 27, 1.
Disponible en http://digamoo.free.fr/brewer1995.pdf
Clark, John Bates (1899) The Distribution
of Wealth. A Theory of Wages, Interest and Profit, 1899. Diponible en
Eatwell, John (2019) “Cost of Production and the Theory of the Rate
of Profit”, Contributions to Political Economy. Disponible en http://tankona.free.fr/eatwell19.pdf
Engels,
Federico (2014 [1878]) Anti-Dühring. La revolución de la ciencia por el
señor Eugen Dühring. Madrid: Fundación Federico Engels.
Harribey,
Jean-Marie (2017) “Le revenu d’existence. Un remède ou un piège?”, en Revenu
universel. L’état du débat, OFCE, 2017. Disponible en http://tankona.free.fr/jmhofce17.pdf
Husson, Michel
(2003) “¿Hemos entrado en el capitalismo cognitivo?”, Panorama
Internacional. Disponible en http://hussonet.free.fr/cognitic.pdf
(2017) “Marx,
¿un economista del siglo XIX?”, viento sur, disponible en https://www.vientosur.info/spip.php?article13140
(2018a) “Des
lois anglaises sur les pauvres à la dénonciation moderne de l’assistanat” I.
“D’Elisabeth à Bentham : assister ou enfermer ?” II. “De Speenhamland à la loi
de 1834”, disponibles en http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonciation-moderne-de-lassistanat-i.html y http://alencontre.org/societe/des-lois-anglaises-sur-les-pauvres-a-la-denonciation-moderne-de-lassistanat-ii.html
(2018b) “Les
économistes néo-classiques (re)découvrent le profit”, disponible en I- http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-le-profit.html;
II- http://alencontre.org/economie/les-economistes-neo-classiques-redecouvrent-le-profit-ii.html
(2018c)
“Produire de la valeur en cliquant ?”, Alternatives économiques.
(2018d)
“Pensar y medir el estancamiento secular”, disponible en www.vientosur.info/spip.php?article13626
Kosik, Karol
(1967 [1963]) Dialéctica de lo concreto. México: Grijalbo.
Preobrazhenski,
Eugen (1979 [1926]) La nueva economía. Barcelona: Ediciones Ariel.