Pensar y
actuar desde el marxismo hoy
Por Jaime
Vindel
El elemento
común a las aportaciones más ambiciosas de la teoría ecosocialista reciente es
su deseo de deshacerse del complejo de culpa que habría atravesado a
generaciones anteriores de esa tradición de pensamiento crítico. En la
interpretación propuesta por autores como John Bellamy Foster o Paul Burkett
(2017), el surgimiento del ecosocialismo habría consistido en una rectificación de
las inercias productivistas que atravesaban la obra de Marx. Las primeras
formulaciones del ecosocialismo intentaron generar una síntesis virtuosa entre
la crítica de la economía política y la ecología política. Pero el hecho de que
se tratara de una síntesis evidenciaba de partida la relación de relativa
ajenidad entre el marxismo y la ecología. El materialismo histórico debía pasar
por un colador verde que retuviera sus grumos productivistas, así como su
pretensión de dominar las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Por
el contrario, Foster y Burkett, así como el académico japonés Kohei Saito,
cuyos trabajos han sido difundidos en el espacio editorial de la Monthly
Review, apuestan por situar la ecología en el corazón de la crítica
marxiana. Esto supone, sin duda, realizar un recorte parcial de la obra de
Marx 1/. Pero, como señala César Rendueles, toda reconstrucción de
su legado tiende a constituirse como una antología.
La
reivindicación de un Marx ecologista no es una novedad histórica absoluta. De
hecho, la tesis de la fractura metabólica(metabolic rift),
popularizada por Foster (2000), ya había sido avanzada en nuestro contexto por
Manuel Sacristán. En una serie de conferencias, el filósofo español destacó que
el capítulo XIII del libro I de El Capital establecía un
paralelismo entre las presiones padecidas por la fuerza de trabajo y la tierra
como consecuencia del despliegue histórico de la ley del valor (Sacristán,
2005: 136 y ss.). La conversión formal del trabajo y la tierra en mercancías
(una ficción jurídica que pasaba por alto que inicialmente no son producidas
para ser objeto de intercambio –Polanyi, 2017–) tenía como efecto la tendencia
decreciente de la fertilidad de los suelos y los síntomas de la fatiga en el
cuerpo de los trabajadores. Interesado por la ecología humana, Sacristán
sugería con agudeza la necesidad de reorientar en un sentido ecologista las
luchas obreras. Marx habría deslizado la posibilidad de enlazar las
reclamaciones por la reducción de la jornada laboral, descritas en el volumen I
de El Capital, con la sostenibilidad de las actividades
agroindustriales. Los ciclos de reproducción de la fuerza de trabajo y de la
fertilidad de la tierra solo podían ser regulados de modo racional por la libre
asociación de los productores.
Foster
profundiza y sistematiza en su trabajo estas inquietudes intelectuales, cuya
traducción política en el contexto de la crisis ecosocial aún se encuentra en
un estadio tentativo. En concreto, el marxista norteamericano ha dotado de
contenido a dos conceptos que acreditan el perfil naturalista de la obra del
último Marx: metabolismo social y fractura metabólica.
El metabolismo social describe la dinámica de las transformaciones energéticas
que atraviesan la producción social de riqueza, destacando su dependencia en
última instancia respecto a la naturaleza. La fractura metabólica, por su parte,
alude a cómo las relaciones de producción capitalistas abren un abismo entre
dicha producción social (desde la actividad agrícola a la industrial, pasando
por los circuitos de distribución y consumo de mercancías) y su sostenibilidad
en términos ecosistémicos.
Ante los
diagnósticos de la crisis ecosocial, Foster recurre a figuras de las ciencias
sociales y naturales que habrían actualizado esta pulsión ecológica marxiana.
Esos referentes abarcan desde la sensibilidad naturalista de exponentes de la
historia social y el materialismo cultural, como E. P. Thompson o Raymond
Williams, a las aportaciones de la biología dialéctica de Richard Levins y
Richard Lewontin o el neodarwinismo de Stephen Jay Gould. La obra de estos dos
autores permite a Foster imaginar una adaptación activa del metabolismo
socioambiental a los retos de la crisis ecológica. En ella, el trabajo y la
política de clase juegan un papel mediador decisivo. Foster desea distanciarse
tanto de las soluciones de corte tecnofílico como de la pesadumbre de los
diagnósticos más catastrofistas o proclives al determinismo energético en la
evaluación del desarrollo y las consecuencias del colapso civilizacional.
En la obra de
Marx el recurso a conceptos procedentes de las ciencias naturales evidencia que
la formación intelectual de los fundadores del materialismo histórico se nutrió
de un número mayor de fuentes de las identificadas tradicionalmente. A la
filosofía idealista alemana (en particular, los escritos de Hegel), el
socialismo utópico francés (que, lejos de ser superado por el socialismo
científico, dejó su huella en la imaginación política de Marx y Engels) y la
economía política británica (de la que Marx retomaría la teoría del
valor-trabajo, con el objeto de teorizarla como una crítica de la explotación)
habría que sumar tanto la influencia del materialismo clásico como del
materialismo científico del siglo XIX.
La concepción
energética del cosmos estaba ya anunciada en el atomismo de Demócrito y
Epicuro, que ocuparon a Marx (2012) durante su investigación doctoral. En
relación al materialismo científico, aunque el filósofo de Tréveris rechazaba
la fisicalización de las relaciones sociales practicada por personajes como
Ludwig Büchner 2/, algunos de los conceptos fundamentales de su
crítica de la economía política fueron rescatados de las ciencias naturales.
Así, la noción de fuerza de trabajo (Arbeitskraft)
había sido acuñada y difundida por Hermann von Helmholtz en su conferencia
“Über Die Erhaltung der Kraft” (Sobre la conservación de la energía, 1847),
centrada en la primera ley de la termodinámica, relativa a la conversión de la
energía. Esta conferencia sentaría las bases para la extensión de una
cosmovisión utópica de las sociedades modernas basada en las síntesis entre las
máquinas y el trabajo humano. Marx se haría eco del concepto por primera vez en
los Grundrisse, redactados diez años después de la charla de
Helmholtz. Por su parte, la composición orgánica del capital,
esto es, la relación entre la inversión en capital fijo (medios de producción)
y en capital variable (fuerza de trabajo) en una determinada fase o en un
contexto específico de la producción capitalista, remitía a los estudios en
química agrícola de Justus von Liebig 3/, otro de los científicos
más importantes de la época.
Por lo demás,
Marx y Engels eran conscientes, gracias a su conocimiento de las
investigaciones en geografía física de Karl Nikolas Fraas (pioneras en la
atribución de un origen antropocénico al cambio climático), de que la brecha en
el metabolismo socioambiental era anterior a la extensión del modo de
producción capitalista. Habían detectado signos del vínculo entre civilización
e hybris (desmesura) que caracterizaría la historia humana
desde, al menos, el período neolítico. La invención de la agricultura y la
aparición de las sociedades excedentarias implementaron una reorganización de
la división social del trabajo y de los usos del suelo que infligían un daño
ecosistémico estructural. Sin embargo, eso no les hacía perder de vista la
novedad radical que el capitalismo entrañaba en relación con esa dinámica
histórica. En contraposición a la celebración del desarrollo de las fuerzas
productivas derivado de la alianza entre el capitalismo y la burguesía, que
había tamizado las páginas del Manifiesto comunista (1848), el
Marx de El Capital (1867) y el Engels de El papel del
trabajo en la transformación del mono en hombre (1876) entreveían la
cara B de ese proceso histórico, el modo en que amenazaba los equilibrios
socioambientales.
El hecho de
que Marx y Engels no extrajeran las consecuencias últimas de esos hallazgos
científicos pudo deberse, entre otros motivos, a la prudencia política que
manifestaron ante la posibilidad de que esos estudios pudieran alimentar las
hipótesis malthusianas sobre el colapso civilizacional (Vindel, 2018). Este
aspecto ha retornado en los debates actuales sobre la crisis de civilización.
Una parte del ecologismo contemporáneo insiste en subrayar que el crecimiento
de la población mundial es incompatible con la sostenibilidad medioambiental.
Esta afirmación es verdadera. Lo que es más discutible son las inferencias
políticas que se hacen a partir de ella. Así, por ejemplo, se ha extendido una
comprensión del Antropoceno 4/ según la cual no cabría
distinguir entre víctimas y verdugos de la crisis climática. Todos seríamos
(ir)responsables de las inercias de la petromodernidad en la medida en que nos
habríamos beneficiado de ella gracias a los aumentos generalizados de los
niveles de consumo y bienestar. Esto ha llevado a que filósofos vinculados al
pensamiento poscolonial, como Dipesh Chakrabarty (2009), aboguen por recomponer
la subjetividad histórica al margen de los antagonismos clásicos. La humanidad
en su conjunto (y no una fracción de ella) estaría llamada a protagonizar una
empresa humilde y común de reparación de los daños medioambientales que ha
ocasionado. Tampoco parece casual que Paul Crutzen, el científico que acuñó el
concepto de Antropoceno en el umbral del nuevo siglo, sea uno de los
partidarios de encontrar soluciones de tipo geoingenieril al calentamiento
global, que tienden a dejar intacta la dimensión social de la crisis ecológica.
Esto explica
que la crítica ecosocialista se haya mostrado mucho más proclive a emplear el
concepto de Capitaloceno. Por varios motivos. En primer lugar, porque sin
necesidad de negar la hybris de cualquier civilización, con
frecuencia el concepto de Antropoceno queda asociado a un telos histórico
inevitable. Los ambientes conservadores alimentan una interpretación resignada
de la crisis ecosocial, según la cual la historia humana habría estado
condicionada desde el principio por el despliegue de una esencia maldita. El
hallazgo de la fuerza energética de los combustibles fósiles solo habría
multiplicado hasta el espasmo la tendencia antropológica a la extralimitación
biofísica del metabolismo socioambiental. Esto pasa por alto la singularidad
del modo de producción capitalista. En un gesto sin precedentes, la humanidad
traspasó su destino a la reproducción autónoma y ampliada de la esfera económica.
Tal y como ha señalado la crítica del valor desde Robert Kurz (2016) hasta
Anselm Jappe (2016), lo que mueve el capitalismo no es la voluntad humana, sino
el sujeto automático (el capital) descrito por Marx en torno a la crítica del
fetichismo de la mercancía y la consecuente abstracción de las relaciones
sociales. Hablar de Antropoceno es una forma, como otra cualquiera, de negar la
historicidad concreta de ese delirio cósmico de la especie.
Pero aún hay
más. Las investigaciones recientes de Andreas Malm (2016) han tratado de
demostrar no solo que el business as usual de la historia
del capitalismo fósil ha repartido de manera crecientemente
desigual sus beneficios, sino que, en origen, las formas de vida subalternas se
resistieron a asumir ese dispositivo de poder. Malm, cuyos trabajos se sitúan
en el ámbito de la historia ecológica, destaca la ambivalencia que el concepto
de poder (power) posee en inglés. Este remite tanto a
la fuerza que permite activar los procesos de transformación energética como a
la dominación política. Como es sabido, la historia de la Revolución industrial
se encuentra ligada a la máquina de vapor. En realidad, sus fundamentos
tecnocientíficos eran conocidos desde épocas anteriores 5/. Solo la
desposesión de las comunidades de vida tradicionales, derivada de los
cercamientos de los terrenos comunales y de la concentración urbana de
crecientes masas de trabajadores fabriles, hizo posible el encuentro entre la
nueva división social del trabajo y la aplicación de la energía fósil a la
industria textil. Ambos factores habrían actuado como condiciones de partida
para establecer los ritmos de crecimiento exponencial requeridos por la
economía capitalista.
Malm recuerda
que los sujetos antagonistas que darían lugar a la conformación del primer
movimiento obrero (la historia de luditas, partidarios del Capitán Swing y de
las huelgas mineras de 1842 6/) se resistieron a ser absorbidos por
el dispositivo fosilista de producción de valor. Para Malm, somos herederos de
esa derrota histórica. El cambio climático sería su consecuencia fatal; o por
decirlo de manera jocosa con McKenzie Wark (2015), la constatación de la
victoria del Frente de Liberación del Carbono (Carbon Liberation Front), el
único grupúsculo radical que ha obtenido un éxito sin paliativos en la historia
de la modernidad. Si Kohei Saito (2018), implicado en el proyecto de reedición
de los MEGA, ha sugerido la posibilidad de interpretar la obra tardía de Marx
como un intento inconcluso de crítica ecológica de la economía política, la
apuesta de Malm podría describirse como una crítica climática del capitalismo
fósil.
En cualquier
caso, en estas aportaciones quedan pendientes dos aspectos ineludibles para la
ecología política contemporánea. Por una parte, la cuestión del sujeto. Por otra,
la cuestión de los tiempos. En relación a la primera de ellas, es necesario
articular una posición crítica tanto con el realismo cortoplacista de quienes
ven en el cosmopolitismo verde del Green New Deal una
superación ecológica del internacionalismo proletario 7/, como con
soluciones de corte mesiánico que, al modo de Sacristán o Malm, convocan una
reacción milagrosa a la escalada de la crisis ecosocial que no se detiene a
valorar cómo puede ser propiciada de acuerdo a la composición sociológica y subjetiva
específica de las sociedades contemporáneas. Esto es lo Wark describe como “el
reto de construir la perspectiva del trabajo sobre las tareas
históricas de nuestra época”. Al fin y al cabo, es la política de clase la que
puede atacar la producción socioambiental de la plusvalía, basada en la
subsunción del trabajo vivo 8/.
En relación
con la discusión sobre los tiempos, recientemente se ha suscitado un debate
dentro del marxismo ecológico entre los partidarios del ecosocialismo y quienes
se sitúan en la órbita del marxismo colapsista 9/. Los segundos
acusan a los primeros de no incorporar en sus valoraciones la crudeza de los
informes científicos más recientes respecto a la evolución de la multiplicidad
de factores que configuran la crisis ecológica: cambio climático, descalabro de
la biodiversidad, alteración en los usos de los suelos, acidificación de los
océanos, ciclos del nitrógeno y el fósforo, reservas de agua dulce, declive
energético, etc. El marxismo ecosocialista estaría alimentando las promesas de
un socialismo verde que sigue anclado en el paradigma de la sostenibilidad, y
que no acepta que el único horizonte posible es el de aminorar los daños de un
colapso ecosocial ya irreversible y hasta inminente. Bajo esta óptica, el
ecosocialismo sería una destilación marxista de las falsas esperanzas que, en
clave reformista, presentan programas como el greenwashing del
capitalismo verde o las políticas neokeynesianas del Green New Deal.
La posición
colapsista presenta un punto fuerte y una serie de ángulos ciegos. El punto
fuerte reside en la necesidad de desactivar la psicopatología cotidiana en
torno a la crisis sistémica, que oscila entre el optimismo y el pesimismo con
que se encajan los diagnósticos ecológicos. Poner el acento en esa disposición subjetiva
es similar a suponer que elegir una corbata de tonos alegres en un día de
lluvia tendrá alguna incidencia sobre las precipitaciones. Lo que requerimos es
más bien una síntesis política de realismo e imaginación, de prudencia y
determinación, de humildad y camaradería. Organizar el pesimismo, que diría
Walter Benjamin.
Los ángulos
ciegos se relacionan con, al menos, tres elementos. El primero de ellos es el
relativo a las fechas. Como ha señalado Emilio Santiago Muíño, la insistencia
en fijar plazos concretos para el desencadenamiento de fenómenos como la
abrupta contracción energética derivada del pico de los combustibles fósiles,
se ha demostrado como una estrategia comunicativa errada, en la medida en que
expone al activismo ecologista a ser socialmente desacreditado cuando no se
cumplen sus proyecciones 10/. El segundo aspecto se relaciona
íntimamente con el anterior. Aunque el sustrato natural de los procesos
económicos presenta un límite absoluto que no puede ser obviado, resulta
aventurado presuponer que la mediación social, cultural y (geo)política de la
dinámica extractivista no puede alterar los márgenes que manejamos respecto a
la evolución de la crisis ecológica. Pese a que el recurso al fracking de
la administración Trump tiene un recorrido probablemente corto, su repercusión
sobre el precio del petróleo a nivel global muestra que la temporalidad del
colapso civilizacional está expuesta a cambios de ritmo que pueden acelerar o
demorar sus efectos.
Finalmente,
las tesis colapsistas tienen algo de hipótesis autocumplidas, presentando
resonancias de la imaginación escatológica marxiana. Me refiero al modo en que
alimentan la presunción de una crisis total que abrirá un tiempo político
radicalmente nuevo. Los deseos de hacer tabula rasa generan la
ilusión según la cual el colapso permitirá reconstruir desde cero los cimientos
de la civilización. Lamentablemente, se trata de una visión muy poco
materialista. En primer lugar, porque el colapso no será un acontecimiento
fulgurante, sino una densa marea histórica cuyo influjo se extenderá
gradualmente. Algo similar podría decirse sobre la temporalidad de las
transformaciones infraestructurales y culturales requeridas por la transición
ecológica. En segundo lugar, porque la historia nos enseña que, incluso (o
especialmente) tras las insurrecciones más tumultuosas y las revoluciones
triunfantes, el verdadero trabajo político consiste en reconstruir las
sociedades desde las ruinas del pasado y aceptando que los conflictos
sociopolíticos (y, cabría añadir, socioecológicos) nunca adoptan una resolución
definitiva. Antes, durante y después del colapso ecosocial, la política
emancipadora más audaz deberá ser consciente de su carácter tentativo y
provisional.
Notas
1/ Una interpretación más mesurada del legado
ecológico marxiano es la proporcionada por ecosocialistas como Michael Löwy o
Daniel Tanuro (“Colapsología: todas las derivas ideológicas son
posibles”, viento sur, 02/07/2019, www.vientosur.info/spip.php?article14953 ).
2/ Büchner establecía un correlato lógico entre
la energía como fuerza que atravesaba el conjunto del universo y la república
como forma democrática de gobierno, o presuponía que el cambio en la dieta de
una persona podía variar sus ideas políticas.
3/ Sobre la relación entre materialismo
histórico y materialismo científico: Rabinbach (1990) y Wendling (2009).
4/ El concepto de Antropoceno alude al período
geológico que, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, con la denominada Gran
Aceleración, habría reemplazado al Holoceno. El Antropoceno se caracteriza por
el modo en que la acción humana ha adquirido el rango de una fuerza
biogeoquímica de superficie, que altera la biosfera con consecuencias
desastrosas para la sostenibilidad ecosistémica y amenazando la propia
supervivencia de la especie.
5/ Así lo recordaba, por ejemplo, Kropotkin en
su relectura cooperativista de la biología evolutiva de Darwin en El
apoyo mutuo. Un factor de evolución, Logroño, Pepitas de Calabaza, 2016, p.
349.
6/ Conocida como Plug Plot Riots, la
sucesión de huelgas, incentivada por el cartismo, se inició en Staffordshire
para extenderse posteriormente a Lancashire, Yorkshire y las minas de carbón
galesas.
7/ Esta es la posición defendida por Santiago
Muíño y Tejero (2019). Con todo, el manifiesto no es ingenuo respecto a las
contradicciones y los límites que esa construcción subjetiva puede implicar en
un contexto de acentuación de la crisis ecológica. Ambos autores proponen
soluciones que no se adecuan a los imaginarios clasemedianistas de la
transición ecológica, como la apuesta por un sindicalismo verde que conciba en
términos ecológicos la reducción de la jornada laboral. Paradójicamente, el
libro podría ser leído como una corrección materialista del programa del
populismo de izquierdas.
8/ Debo este apunte, así como otros comentarios
de utilidad, a Juanjo Álvarez.
9/ El debate
ha tenido eco en el portal de la revista Sin permiso: http://www.sinpermiso.info/textos/ecosocialismo-versus-marxismo-colapsista-i-y-ii
10/ Emilio Santiago Muíño, “Futuro pospuesto:
notas sobre el problema de los plazos en la divulgación del Peak Oil”,
en: https://www.15-15-15.org/webzine/2019/03/02/futuro-pospuesto-notas-sobre-el-problema-de-los-plazos-en-la-divulgacion-del-peak-oil/
Referencias
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History: Four Theses”, Critical Inquiry, 35, 2, pp. 197-222.
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Barcelona: El Viejo Topo.
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Jappe, Anselm
(2016) Las aventuras de la mercancía. Logroño: Pepitas de Calabaza.
Kurz, Robert
(2016) El colapso de la modernización. Buenos Aires: Marat.
Malm, Andreas (2016) Fossil capital. The
Rise of Steam Power and the Roots of Global Warming. Londres: Verso.
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Epicuro. Madrid: Biblioteca Nueva.
Polanyi, Karl
(2017) La gran transformación. México: Fondo de Cultura
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Rabinbach, Anson (1990) The Human Motor.
Energy, fatigue and the origins of modernity. Berkeley/ Los Angeles: University of California Press.
Sacristán,
Manuel (2005) Seis conferencias. Sobre la tradición marxista y los
nuevos problemas. Barcelona: El Viejo Topo, 2005.
Saito, Kohei
(2018) Karl Marx´s ecosocialism. Capital, nature and the unfinished critique of
political economy. Nueva Delhi: Dev Publishers.
Santiago,
Emilio y Tejero, Héctor (2019) ¿Qué hacer en caso de incendio?
Manifiesto por el Green New Deal. Madrid: Capitán Swing.
Vindel, Jaime
(2019) “Entropía, capital y malestar: una historia cultural”, en VV. AA., Comunismos
por venir, Barcelona, Icaria, pp. 157-188.
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Wendling, Amy (2009) Karl Marx on
technology and alienation. Hampshire: Palgrave
MacMillan.