Por Clara Weiss
El portón en Auschwitz con la inscripción, "El trabajo te libra" |
El 27 de
enero, durante el 74º aniversario de la liberación del campo de exterminio de
Auschwitz por parte del Ejército Rojo soviético, entre 50 y 100 fascistas
polacos marcharon por los portones del campo, donde los nazis mataron a más de
un millón de judíos europeos con gas durante la Segunda Guerra Mundial. Los
fascistas cantaron el himno nacional polaco y gritaron consignas antisemitas.
El líder de la manifestación, Piotr Rybak, quien obtuvo fama por quemar una
efigie que representaba a un judío en 2015, declaró, “¡Es hora de luchar contra
los judíos y librar a Polonia de ellos!”.
Tal muestra de antisemitismo
ultraderechista en el sitio conmemorativo de Auschwitz, el cual es visto
universalmente como un símbolo de los horrendos crímenes perpetrados por el
fascismo, no tiene precedente histórico. Este indignante evento es el resultado
de procesos políticos que se han desarrollado en Polonia y toda Europa del Este
desde la disolución de los regímenes estalinistas y la restauración del
capitalismo.
Este año será el 30º
aniversario de la disolución de los regímenes de Europa del Este por parte de
sus burocracias estalinistas en 1989. Poco después, en diciembre de 1991, la
burocracia estalinista destruiría la Unión Soviética y restauraría
completamente el capitalismo en Rusia.
La destrucción de los Estados
obreros deformados en Europa del Este, los cuales fueron establecidos en las
secuelas de la Segunda Guerra Mundial, y la disolución de la URSS fueron
posibles por las décadas de estalinismo, el cual traicionó los principios
internacionalistas y socialistas de la Revolución de Octubre y desorientó a la
clase obrera. Como lo advirtió León Trotsky, a menos que fueran derrocadas por
medio de una revolución política de la clase obrera, las burocracias
estalinistas se transformarían en una clase gobernante. Eso es exactamente lo
que ocurrió.
Este proceso
contrarrevolucionario fue celebrado y justificado por los ideólogos burgueses,
retratándolo como una “revolución democrática”. Su resultado, les dijeron a los
trabajadores, sería democracia, paz y prosperidad para todos. Ocurrió lo
contrario.
La restauración del
capitalismo dio lugar a niveles obscenos de desigualdad social por toda Europa
del Este y la antigua Unión Soviética y condiciones miserables para decenas de millones
de trabajadores. También transformó la región en un foco de los preparativos
sistemáticos del imperialismo para otra guerra mundial. Prácticamente todos
estos países están siendo ahora gobernados por regímenes rabiosamente
nacionalistas que se preparan para la guerra, promoviendo el antisemitismo e
implementando medidas policiales-estatales.
Los manifestantes fascistas
reflejan la política oficial del Estado polaco. A principios de 2018, el
Gobierno polaco, encabezado por el ultraderechista Partido Ley y Justicia (PiS,
por sus siglas en polaco), hizo ilegal cualquier mención de los crímenes
perpetrados por polacos contra los judíos durante el Holocausto. Desde
entonces, muchos historiadores que investigan el antisemitismo y los pogromos
antijudíos en Polonia han sido despedidos de sus trabajos.
En noviembre, varios altos
oficiales estatales, incluido el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki,
quien participó en la ceremonia conmemorativa oficial en Auschwitz el 27 de
enero, marcharon junto a fascistas de Polonia y otros países europeos durante
el día de independencia de Polonia.
El resurgimiento del fascismo
en Polonia y otros países de Europa del Este es una expresión particularmente
marcada de lo que constituye un proceso internacional.
En Alemania, la Gran
Coalición oficialista ha convertido calculadamente a Alternativa para Alemania
(AfD, por sus siglas en alemán), el principal partido de oposición y ha
adoptado partes clave de sus políticas y retórica. Mientras que cientos de
miles se han manifestado contra la ultraderecha durante el último año, Jörg
Baberowski, el académico de la Universidad Humboldt que declaró públicamente
que “Hitler no era vicioso” puede relativizar los crímenes del nazismo con el
respaldo de los principales partidos políticos y la prensa en esta prestigiosa
universidad de Berlín.
En Francia, el presidente
Emmanuel Macron, quien ha presidido una violenta represión del movimiento de
los chalecos amarillos, recientemente rindió homenaje al dictador fascista,
Philippe Pétain, llamándolo un “gran soldado”.
En Ucrania, la celebración
del líder fascista ucraniano, Stepan Bandera y su movimiento, el cual participó
en el asesinato masivo de ciudadanos polacos, judíos y ucranianos durante la
Segunda Guerra Mundial, se ha vuelto la política estatal oficial desde el golpe
de Estado ultraderechista respaldado por Estado en febrero de 2014.
En Estados Unidos, el
Gobierno de Trump ha realizado agitaciones fascistizantes, una política que ya
resultó en el mayor ataque contra judíos en suelo estadounidense —el tiroteo en
la sinagoga en Pittsburgh en octubre del año pasado—.
La promoción estatal de las
fuerzas fascistas es la respuesta de la burguesía a la crisis del capitalismo
mundial. Al enfrentarse a una crisis económica y la creciente militancia en la
clase obrera internacional, los Gobiernos burgueses en todas partes están
recurriendo a la promoción del nacionalismo y de la extrema derecha para
dividir a la clase obrera y preparar las condiciones y las fuerzas para la
guerra y la contrarrevolución. Históricamente, la promoción del antisemitismo
en particular ha sido la herramienta ideológica central de la burguesía para
contrarrestar el surgimiento del movimiento socialista obrero.
El hecho de que la marcha
fascista en Auschwitz, así como la rehabilitación de Hitler por parte de
académicos líderes y el crecimiento de la ultraderecha en Alemania reciban una
cobertura casi nula refleja la complicidad de la prensa capitalista en este
proceso.
El
Comité Internacional de la Cuarta Internacional advirtió en su reciente
documento de perspectivas, “La estrategia de la lucha de clases internacional y la batalla política contra la reacción capitalista en 2019”:
A diferencia de los años treinta, el
fascismo todavía no es un movimiento de masas. Pero ignorar el creciente
peligro sería políticamente irresponsable. Con el apoyo de secciones de la
clase gobernante y el Estado, los movimientos derechistas han podido explotar
demagógicamente la frustración y el enojo sentidos por amplias capas de la
población. En esta situación, la lucha contra el resurgimiento de movimientos
ultraderechistas y fascistizantes es una tarea política urgente.
La imagen de una muchedumbre
de basura nazi profanando la memoria de los fallecidos en Auschwitz es enfermo
y merece una respuesta. Pero debe ser una respuesta que conlleve un
entendimiento del vínculo inseparable entre el capitalismo, la crisis de la
democracia burguesa y la reacción fascista. El fascismo no puede ser derrotado
a través de denuncias meramente morales o apelaciones a los partidos políticos
capitalistas para que defiendan la democracia. La lucha contra el fascismo es
una lucha política que exige la movilización de la clase obrera con base en un
programa inflexiblemente internacionalista y socialista.
La base social para dicha
lucha está emergiendo: en Matamoros, México, 70.000 trabajadores automotores
están realizando la mayor huelga en el continente norteamericano en dos décadas.
También han emergido huelgas
de trabajadores automotores en Hungría. Los maestros en Estados Unidos han
realizado varios paros contra los ataques a la educación pública, desafiando a
los sindicatos. En India, decenas de millones de trabajadores participaron en
una huelga general de dos días y decenas de miles siguen en huelga en Tamil
Nadu. Estas luchas necesitan ser expandidas, aunadas y armadas con un programa
marxista para convertirlas en un movimiento revolucionario consciente de la
clase obrera contra la reacción capitalista. Esto es por lo que el Comité
Internacional de la Cuarta Internacional lucha.