Australia
Por Pip Hinman
El horror de
los devastadores incendios apocalípticos en los Estados de Nueva Gales del Sur
y Victoria (Australia) no solo ha aguado los ánimos festivos de Año Nuevo, sino
que ha avivado la indignación por la evidente incapacidad del gobierno para
responder a la emergencia climática. La peineta dedicada por el cantante Tex
Perkins al primer ministro durante el concierto de Nochevieja fue un fiel
reflejo de lo que pensaba la gente en aquel momento. Sin embargo, la clase
gobernante está decidida a librar la guerra climática en nombre de las empresas
de combustibles fósiles.
El mensaje de
Año Nuevo del primer ministro Scott Morrison de que Australia es “el país más
asombroso de la Tierra” se refirió a la manifestación de buena voluntad que
mostró la gente durante los incendios. Era un intento desesperado de calmar los
ánimos, pero si cree que esto le permitirá encubrir la inacción de su gobierno
con respecto a la emergencia climática, mejor que se lo replantee. Es cierto
que si no fuera por los esfuerzos heroicos, sobre todo, de la gente voluntaria
que fue a combatir el fuego, del personal de emergencia y de otros esfuerzos
comunitarios, habrían perdido la vida más personas y habrían sido destruidas
más casas en Nueva Gales del Sur y Victoria.
¿Qué clase de
sistema es este que tiene que recurrir al voluntariado para llevar a cabo
tareas peligrosas de primera línea en situaciones de crisis? ¿Qué clase de
sistema fracasa de modo tan espectacular a la hora de movilizar los recursos
urgentemente necesarios para responder con rapidez a lo que constituye sin duda
un estado de emergencia sin precedentes? La respuesta es: un sistema en crisis.
Conocemos los
peligros que comporta la emergencia climática desde hace décadas. Los bomberos
vienen advirtiendo desde hace meses, por no decir años, que el calentamiento
del planeta causa muchos más problemas que simplemente un verano más caluroso.
A pesar de todo ello, la planificación de cara a esta temporada de
incendios ha sido desastrosa; la gente voluntaria ha evitado que todo
fuera peor; hasta hace poco no se ha movilizado al ejército. Claro que después
de años de recortes presupuestarios, no hay gente suficiente ni equipos
suficientes. Las comunidades se han visto forzadas a aportar fondos para un
servicio que nunca habían consentido en cercenar.
Hasta este
momento, la temporada de incendios se ha cobrado, en toda
Australia, la vida de 18 personas, bomberos incluidos, y ha destruido más de
1.200 viviendas. Por otro lado, se han salvado más de 16.000 hogares. En
Victoria, hasta 4.000 personas han tenido que refugiarse en la playa,
perseguidas por el fuego. Los focos han generado microclimas que han provocado
nuevos incendios. El coste devastador en animales salvajes, incluidas muchas
especies en peligro de extinción, ni siquiera ha empezado a contabilizarse.
Los gobiernos
estatales y el gobierno federal cuentan con recursos significativos que no han
movilizado, o lo han hecho demasiado tarde. El sector empresarial dispone de
recursos suplementarios que también podrían haberse socializado para hacer
frente a la catástrofe. Cediendo a los intereses empresariales, el ayuntamiento
de Sidney y el gobierno del Estado de Nueva Gales del Sur decidieron mantener
el espectáculo de fuegos artificiales de la Nochevieja, perdiendo así una gran
oportunidad para alimentar el nuevo debate nacional sobre la naturaleza de las
acciones reales necesarias para afrontar la emergencia climática.
La incapacidad
del sistema de responder está generando muchos debates. Cada vez más personas
concluyen que cualquier sistema de prioriza los beneficios por encima de las
personas y del medioambiente será incapaz de responder como es preciso. Por
otro lado, intervienen importantes medios que defienden el status quo –incluidos
los que dicen que necesitamos bomberos voluntarios y que los
incendios acabarán cuando caiga algo de lluvia– y tratan de frenar esta
tendencia.
Para evitar la
pérdida de confianza del público en el sistema fallido se alegarán toda clase
de excusas y se proferirán falsas disculpas para parar lo que realmente hace
falta: foros de emergencia en todo el país para debatir sobre soluciones
reales. El debate nacional sobre las causas de la incapacidad del Estado de
proteger a las comunidades frente a los incendios favorecidos por el cambio
climático abre la puerta a un debate más profundo sobre las medidas necesarias
para abordar seriamente el problema de la emergencia climática.
El movimiento
de defensa del clima ha crecido rápidamente durante el año pasado, y podemos
confiar en que seguirá creciendo en la medida en que la temporada de
incendios continúa alargándose. Quienes ya forman parte de este movimiento han
de ser receptivas a nuevas iniciativas y buscar la unidad de componentes
dispersos en intersecciones cruciales en torno a soluciones concretas, como por
ejemplo la retribución de los bomberos rurales, un fuerte aumento del
presupuesto para combatir los incendios y la rápida descarbonización de nuestra
energía.
El movimiento
organizado de defensa del clima todavía es demasiado débil. Es preciso que se
expanda rápidamente, y para ello necesita nuevos y nuevas activistas, jóvenes y
mayores, que ayuden a la gente a juntarse para la acción. Es preciso que
construyamos una respuesta a la emergencia climática sobre la base del espíritu
práctico y generoso que se ha puesto de manifiesto durante semanas a raíz de
estos incendios catastróficos. Vivimos en una época de guerra climática, fruto
de un sistema capitalista tóxico en el que priman los beneficios privados. La
única esperanza que tenemos de sobrevivir a la larga en este planeta pasa por
parar los pies a la pequeña elite negacionista y restablecer el control social
colectivo sobre los recursos de la sociedad.
Pip Hinman es
activista del movimiento contrario a la extracción de gas metano de carbón y
miembra de Socialist Alliance.