El
Instituto Marx-Engels fue creado por la naciente Revolución Rusa para promover
la edición de la obra de Marx. Stalin decidió poner fin a esa imprescindible
tarea.
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Por Juan Manuel Aragües
Estraques
El Salto
En
las páginas de su monumental Crítica de la razón dialéctica, J.P.
Sartre se aplica a un análisis de los procesos grupales en los que subraya la
tendencia a lo que él denomina institucionalización, esto es, el
olvido de los objetivos que habían dado lugar al nacimiento del grupo, y del
proceso que le acompaña, para centrarse, de manera exclusiva, en su propia
permanencia como colectivo. Los grupos, los procesos sociales, tienden a perder
de vista el proyecto que les impulsó en su origen convirtiéndose en un fin en
sí mismos, en una institución, en terminología sartriana. Si
utilizáramos la terminología de Negri, podríamos decir que el poder
constituyente, propio de los procesos revolucionarios, tiende, históricamente,
a declinar en poder constituido.
En
la mencionada obra de Sartre, este aplica su análisis a la Revolución Rusa y, a
pesar del apoyo a la misma que había manifestado a lo largo de los años 50,
entiende que el estalinismo acaba por convertirse en la expresión más acabada
de un proceso de institucionalización en el que todo horizonte revolucionario
había desaparecido. Sartre entiende que el estalinismo es la tumba de la
Revolución. De modo paralelo, otro intelectual de enorme prestigio dentro del
marxismo, G. Lukács, en las páginas de su Ontología del ser social,
casi paralela cronológicamente a la Crítica de la razón dialéctica,
denuncia el hiperracionalismo estalinista como una nueva forma de idealismo. Es
decir, dos autores que habían polemizado entre sí de forma tremendamente
virulenta a finales de los años 40, acaban por coincidir en su acerada crítica
del estalinismo. Ciertamente, la revisión de los textos estalinistas, tarea que
excede el propósito de estas páginas, pone de manifiesto la adulteración
idealista de Marx que supone el engendro teórico conocido como
marxismo-leninismo que, lejos de desarrollar los planteamientos de Marx o
Lenin, los disuelve en una baño de ácido sulfúrico.
Durante
aproximadamente diez años, Riazanov se lanza a una titánica tarea que tiene por
objetivo no solo la edición y difusión de la obra de Marx y Engels, sino la
creación de una enorme biblioteca del materialismo, del pensamiento crítico.
RIAZANOV Y EL INSTITUTO MARX-ENGELS
No
cabe duda de que la triunfante Revolución Rusa, que se reclamaba,
evidentemente, heredera del pensamiento de Marx, manifestó un enorme interés en
la difusión, edición y conocimiento de su obra. Una obra poco conocida y menos
difundida, incluso entre las elites partidarias marxistas. Encontrar libros de
Marx y, sobre todo, editar la enorme cantidad de obras que quedaron sin ver la
luz, se antojaba una tarea repleta de problemas. Por ello, en 1921,
inmediatamente después de la finalización de la Guerra Civil, el Comité Central
del Partido Comunista Ruso decide la creación del Instituto Marx-Engels (IME),
a cuyo frente coloca a un reputadísimo intelectual del partido, David Riazanov.
Durante aproximadamente diez años, Riazanov se lanza a una titánica tarea que
tiene por objetivo no solo la edición y difusión de la obra de Marx y Engels,
sino la creación de una enorme biblioteca del materialismo, del pensamiento
crítico. En dicha biblioteca, recopilada a lo largo y ancho del mundo,
mediante, en ocasiones, la compra de bibliotecas particulares, para lo que el
Estado soviético proporcionó a Riazanov, a pesar de la grave crisis económica
del país, considerables sumas de dinero, es posible encontrar buena parte de la
obra del socialismo y el anarquismo decimonónico. Lenin mostró un gran interés
en el desarrollo de este proyecto, una de cuyas primeras iniciativas consistió
en el inicio de la edición de las obras completas de Marx y Engels, la conocida
MEGA (Marx-Engels Gesamtausgabe), en Alemania y en Rusia.
Durante
los años 20, Riazanov se aplica a una labor de edición de textos inéditos de
Marx y Engels, en especial de La ideología alemana, por la que Riazanov
manifestó especial interés, pues en ella, en el capítulo dedicado a Feuerbach,
es posible encontrar los primeros mimbres para la construcción de una teoría
materialista de la historia, así como una clara delimitación del materialismo
ontológico. La exigente labor de Riazanov verá sus frutos en la edición
de La ideología alemana, los Manuscritos de París de 1844 (o Manuscritos
de economía y filosofía) y, algo más adelante, con Riazanov ya fuera del
IME, de los prolíficos Grundrisse.
Riazanov, un intelectual
independiente que había alzado su voz en defensa de las causas que consideraba
justas ―por ejemplo, Victor Serge señala que siempre se manifestó en contra de
la pena de muerte, incluso en los momentos más difíciles―, gozaba de un enorme
prestigio, como lo muestra el hecho, tal como subraya Nicolás González Varela,
de que en 1930, con ocasión de su sexagésimo cumpleaños, recibió muy diversos
galardones y reconocimientos, entre ellos la Orden de la Bandera Roja del
Trabajo, y fue ampliamente elogiado por la prensa soviética. Sin embargo, los
acontecimientos se tuercen de manera súbita y Riazanov se verá en una de las
purgas llevadas a cabo por Stalin en los años 30. El mismo año, 1930, en que su
trabajo es reconocido y su nombre honrado, en diciembre, es detenido acusado de
pertenecer a un fantasmal Centro Menchevique y comienza una historia de prisión
y destierro que culminará con su ejecución en enero de 1938, acusado de
pertenecer a una “organización terrorista trotskista”.
OLVIDAR A MARX
La
suerte de Riazanov es la de muchos intelectuales soviéticos bajo el
estalinismo. Podríamos considerarla una trágica anécdota si no fuera por la
relevancia que adquirió en la deriva del estudio y edición de Marx en la URSS.
En efecto, la desaparición de Riazanov no es solo la desaparición de un
intelectual, sino una estrategia para acabar con una labor que puede entenderse
incomodaba al estalinismo. Cesado Riazanov, es sustituido por Adoratskii, bajo
cuya dirección el IME pasa a añadir el nombre de Lenin, ―recordemos que estamos
en la época en la que el estalinismo inventa el concepto de marxismo-leninismo―
pero, lo que es tremendamente significativo, abandona toda labor de edición de
los textos inéditos de Marx en 1936. Solo verán la luz aquellos textos que ya
habían sido preparados bajo la dirección de Riazanov. Es decir, la nueva
dirección del IMEL abdica de la tarea para la que había surgido el Instituto,
impulsado, recordémoslo, por Lenin. Como señala con cierta sorna Albert Camus,
en su El hombre rebelde, “el Instituto Marx-Engels de Moscú
interrumpió en 1935 la publicación de las obras completas de Marx cuando aún
quedaban por publicar más de treinta volúmenes; el contenido de esos volúmenes
no era, sin duda, bastante «marxista»”.
El
«marxismo» soviético, sobre todo a partir de la llegada de Stalin, y con la
ayuda de un Bujarin puesto en tela de juicio por Gramsci precisamente por su
economicismo mecanicista, se convierte en un dogma cerrado, alérgico a
cualquier novedad teórica.
Resulta
bastante evidente que las tres grandes obras publicadas a instancias de
Riazanov, La ideología alemana, los Manuscritos del 44 y
los Grundrisse, no encajan en los perfiles de la ortodoxia
marxista-leninista. Y no, como sugiriera Adoratskii en una intervención ante el
IMEL en abril de 1931, porque estemos ante textos de juventud en los que Marx
es todavía un pequeño burgués no comunista. Nos atrevemos a sugerir más bien lo
contrario, que en un momento de deriva idealista de la ideología soviética, en
la que se recupera buena parte del arsenal teórico del idealismo, textos del
rigor materialista como los mencionados, de los que se puede extraer una
lectura alejada del Marx economicista, mecanicista y dogmático del interés de
la oficialidad soviética, pudieran resultar tremendamente molestos. Qué decir
del amplio epistolario inédito, que pudiera reservar algunas sorpresas, como ya
lo había hecho con el intercambio entre Marx y la populista Vera Zasulich.
El
«marxismo» soviético, sobre todo a partir de la llegada de Stalin, y con la
ayuda de un Bujarin puesto en tela de juicio por Gramsci precisamente por su
economicismo mecanicista, se convierte en un dogma cerrado, alérgico a
cualquier novedad teórica. No es de extrañar el recelo con el que comenzó a
mirarse el magnífico trabajo del IME, que bien pudiera convertirse en una caja
de, desagradables, sorpresas. En los años 30 Stalin realiza toda una serie de
movimientos para colocar bajo su control el conjunto de las artes, acabando de
ese modo con la efervescencia cultural que había caracterizado a los años 20.
No es de extrañar que esa ola represiva alcanzara a la filosofía y, más en
concreto, al IME. Como decíamos al principio echando mano de Sartre, olvidado
el proyecto es preciso borrar los textos que nos lo recuerdan. Ya solo restaba
la santificación de los nombres, Engels, Marx, Lenin, vaciados de toda carga
revolucionaria.