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El marxismo es la ciencia de las humanidades (y II)



Por Luís Carlos Muñoz Sarmiento y Luís Eustáquio Soares


1. El marxismo es la ciencia de la posibilidad de la ciencia para todos

El médico puede errar un diagnóstico. Puede actuar de mala fe, al inventar enfermedades con fin de lucro. Esto ocurre, sobre todo, porque la salud en el capitalismo es una mercancía y, como tal, necesita ser manipulada, debilitada y enferma, para obtener ganancias. La medicina mercantil, nunca puede prescindir de la enfermedad puesto que se beneficia de ella. Entre la vida y la muerte, ella prefiere el término medio, ni plenamente vivo, ni plenamente muerto, porque vida plena o muerte plena no traen ganancia. Y sin ganancia pues no hay salud, dice el capitalismo, ese sistema parásito que hoy vive de vomitar porquería sobre la gente.

A pesar de todo esto, nadie en sano juicio acusaría a la medicina de ser autoritaria por detectar un cáncer en una persona. Nadie, mínimamente lúcido, cuestionaría la importancia de la relación entre verdad y objetividad, para el diagnóstico de enfermedades y su tratamiento. Nadie querría un cuidado médico subjetivo. Todos aceptamos que la medicina es una ciencia impersonal y universal. No cuestionamos su estatuto científico ni, en consecuencia, la autoridad del médico como su representante profesional. Aceptamos tácitamente el diktat de las transnacionales de las drogas, junto a las guerras producidas por EEUU, quizás el mayor verdugo de la Humanidad en el presente y tal vez por los próximos 50 años: sin importar, incluso, que en un siglo la cantinela se haya repetido por la otra mitad de ese lapso.

¿Por qué, en el campo de las humanidades, una ciencia ontopositiva, sin ser positivista, que objetive la totalidad dinámica del ser social, de forma impersonal y verdadera, suena como improbable, absurda, autoritaria e incluso ridícula? Solo hay una respuesta para esta cuestión: por motivos ideológicos y por procesos de alienación que pueden y deben ser descritos de forma científica, objetivamente, pues, independientemente de lo que pensamos, la realidad histórica humana existe y puede/debe ser descrita científicamente, como una verdad universalmente válida en sí misma. Aunque, claro, muchas veces la historia no la escriban los hombres, salvo en sus páginas negras, y/o esté moldeada muchas veces por imponderables: los que no necesariamente, se aclara, tienen una base religiosa, como muchos ingenuos creen al creer, pero olvidan algo: “La fe es una creencia en la falta de evidencias”, como señalaba el siempre lúcido Carl Sagan, ser que siempre conservó la fe, más en los ateos que en los (ingenuos) creyentes, muchas veces incapaces de creer siquiera en lo que creen.

Si fuese posible retirar de nuestros ojos las cortinas de humo ideológicas, desalienándonos, seríamos nosotros mismos los científicos de las humanidades, puesto que somos, al mismo tiempo, el objeto y el sujeto de la historia: bueno, no siempre el hombre es objeto/sujeto de la historia en simultánea, aunque quizás sea lo más sano presentarlo de ese modo, para no alborotar el avispero del Sistema-(in)Mundo capitalista, con sus sectas evangélicas/pentecostales que ponen/deponen presidentes por doquier, salvo cuando se trata de poner/deponer presidentes que no sean de su órbita alienada/corrupta/podrida. Desalienados, de forma impersonal y universal, objetivaríamos las relaciones sociales que establecemos y vivimos; y las designaríamos sin recelos, con precisión y universalidad; como son y no como suponemos que sea, de manera prejuiciosa, en el doble sentido del término.

¿Y por qué, todos, sin excepción, somos alienados? ¿Por qué no somos todos los científicos de la sociedad en que vivimos, si lo que está en juego es siempre nuestra propia supervivencia y nuestra propia vida? Porque vivimos en una sociedad escindida, marcada estructuralmente por la polaridad entre opresores y oprimidos. En ese sentido, una ciencia de las humanidades, de la sociedad, debe al mismo tiempo proporcionar las categorías universales y objetivas que expliquen la alienación humana, presentando el “diagnóstico” preciso para la desalienación individual y colectiva. Pero, ese diagnóstico nadie lo va a dar gratis, hay que establecerlo.

Esa ciencia de las humanidades existe. Es el marxismo y como cualquier ciencia que se respete, es desafiada a ser objetiva, universalmente válida. Su objetivo es la sociedad en que vivimos, históricamente constituida. Su verdad nunca es ella misma, sino la realidad social humana sobre la cual no cabe teorizar de forma especulativa, puesto que es preciso describirla como es y no como deseamos o suponemos que sea. La objetividad del marxismo solo es puesta en duda por el capitalismo, pero para servirse de ella y pretendiendo, al mismo tiempo, que el marxismo no note la realidad social que ha parido, para poder seguir usufructuándola.

Por eso el marxismo es una ciencia ontosociopositiva, porque es al ser social realmente existente (y no ese monstruo virtual creado por la deformación tecnológica del capitalismo) que ella es retada a describir, objetivamente, sin prejuicios y de forma absolutamente antiespeculativa. Es igualmente por eso que el marxismo es la ciencia de la potencia democrática científica (como método y no dogma, como perversamente imagina/desvirtúa el capitalismo), porque en su haber todas y cada una de las personas pueden objetivar la realidad en que viven, sin mistificaciones, sin engaños, sin alienación, desde que estén preparadas o formadas para objetivar, en el momento en que viven, las formas objetivas de alienación, mistificación y autoengaño producidas por el capital, con el fin de explotar/someter el trabajo.

2. El estatuto ontológico del marxismo: imperialismo, fase final del capitalismo

El marxismo, como la ciencia de las humanidades, es, en ese sentido, la ciencia del ser social, en su totalidad dinámica. Su estatuto, por lo tanto, es ontológico; jamás epistemológico, porque, para dialogar con un conocido fragmento de Karl Marx en Contribución a la crítica de la economía política (1859): “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (MARX: 58). (1) Y el ser del hombre no es el hombre como tal, sino la sociedad en que mujeres y hombres viven, en su totalidad de relaciones de producción, incluso culturales, que moldea dinámicamente la estructura económica/cultural/subjetiva y, claro, política, de la sociedad.

El marxismo es una ciencia porque su objeto es la realidad social y es esta la que debe ser objetivada, perspectiva que Karl Marx y Friedrich Engels tenían como un axioma científico a partir de La ideología alemana (1846), obra en la cual ya se podía visualizar la siguiente objetividad del ser social del modo de producción capitalista: es mundial.

Esta verdad científica, que es independiente de nuestras conciencias, adquiere la siguiente dimensión al inicio del siglo XX, evidenciada por Vladimir Lenin, en Imperialismo: fase final del capitalismo (1916): el capitalismo se volvió capitalismo imperialista a partir de la amalgama entre el capital industrial y el capital bancario, formando el capital financiero.

Cuatro años antes del citado libro de Lenin, Rosa Luxemburgo puso de manifiesto las razones objetivas de este rápido cambio del modo de producción capitalista a un modo de producción capitalista imperialista. En La acumulación del capital, llegó a la siguiente conclusión, sobre el modo de producción capitalista: el capital históricamente acumulado, como capital constante, no funciona por sus categorías inmanentes; y el capital variable, el trabajo asalariado, es, como tal, explotado.  

Para Rosa Luxemburgo, el proceso de reproducción expandida en el capitalismo, necesita otro vector, además del capital constante y variable, para que sea efectivo: el mercado externo, traducido como saqueo/pillaje de los pueblos. El capitalismo no existe, pues, sin el imperialismo y este es el eterno retorno de los imperios y del precedente sistema colonialista de la expansión mercantilista europea, que se ha impuesto a lo largo/ancho del planeta.

Pero esto, de ningún modo, significa que el imperialismo sea una imitación de los imperios y del sistema colonialista, porque, siendo imperialismo capitalista, universaliza las relaciones mercantiles como forma de dominación; universaliza, pues, el capitalismo, entendido como flujos desnudos de trabajo y de dinero; y desnudos porque todo, en el capitalismo, puede ser trabajo, incluso la esclavitud, incluso el trabajo infantil, incluso golpes y guerra; y dinero desnudo porque este no hace distinción respecto a los tipos de trabajo: es desnudo para comprar trabajo desnudo y es aún más desnudo cuando el trabajo así lo sea.

El imperialismo impone el capitalismo como forma de expansión y dominación de los pueblos y sus riquezas. Esto no significa, en modo alguno, que el imperialismo “democratice” el capitalismo porque su lógica mercantilista de expansión colonial está respaldada por una estricta división del trabajo: la que habla con respecto a la relación entre la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa. La primera habla con respecto a la explotación directa del trabajo humano; la segunda se relaciona con el desarrollo técnico/científico, segmento en el que ocurre realmente el proceso de competencia en el ámbito del capitalismo, razón por la cual el sistema domina la fuerza que se convierte en vanguardia tecnológico/científica.

En este contexto, el imperialismo puede ser definido, como el capital soberano que impone la división del trabajo entre plusvalía absoluta y relativa, controlando esta e imponiendo la segunda como forma de reproducción expandida del capital. Esta es, pues, la razón objetiva de los golpes y de las guerras realizadas por el imperialismo yanqui: condenar 4/5 partes de la humanidad al ámbito de las relaciones mercantiles de la plusvalía absoluta, a la vez que domina la plusvalía relativa, incluso y ante todo bajo el punto de vista del complejo militar industrial y carcelario. Al que se refirió Angela Davis en sept/2010 de visita a Colombia, además de señalar algo obvio: “El racismo en Colombia se parece al de Estados Unidos”. (2)

En este contexto, el gran evento de la historia humana reciente, es la aparición de Rusia y China, con el primer país superando a EEUU en el ámbito de la plusvalía relativa industrial/tecnológica y el segundo rebasando la plusvalía relativa militar yanqui. Subestimar esta ruptura en el Sistema-Mundo actual es ignorar la importancia de la división social del trabajo entre plusvalía absoluta y relativa, protegida por el imperialismo yanqui occidental; y, sobre todo, obviar el infierno que esta división ha significado para los pueblos del mundo.

3. El capitalismo imperialista yanqui y las quijotescas izquierdas occidentales

En todo caso, si el marxismo es la ciencia de las humanidades, lo es porque su desafío es objetivar la realidad social realmente existente, la del imperialismo capitalista, hoy aún bajo el dominio yanqui. No hay cómo realizar cualquier análisis social, sobre cualquier tema, el del racismo o el del machismo, por ejemplo, sin partir de esta verdad objetiva: la estructura mundial de las relaciones sociales es construida en la actualidad por el imperialismo capitalista gringo, mundialmente, teniendo al dólar como el dinero desnudo que compra e impone el trabajo desnudo a los pueblos del mundo: en realidad, el reino de la neoesclavitud.

En el ensayo Sobre los fundamentos del leninismo (1924), Josef Stalin objetivaba esta cuestión sin rodeos, designando el periodo histórico no como capitalista, sino imperialista. Designar con objetividad la realidad social es en absoluto indispensable, si no queremos actuar como Don Quijote, luchando contra molinos de viento y vestidos como caballeros medievales, en un contexto histórico en que la sociedad feudal del Medioevo ya no dominaba, porque el mercantilismo estaba a pleno vapor imponiéndose en Europa y en el mundo. (3)

Es este factor que vuelve a la novela Don Quijote (1605) una narrativa ejemplar, bajo el punto de vista de la sátira, pues es la ficción del anacronismo de un modo de producción precedente persistiendo en el modo de producción emergente, asunto que el Manifiesto Comunista (1848), de Marx y Engels, formuló, de modo científico, de la siguiente manera: las fuerzas productivas emergentes revolucionarias anulan los precedentes en el sentido económico, cultural, subjetivo; además de registrar nuevas formas de alienación, aún no designadas.

Es igualmente por esto que también en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels señalaron que el mejor producto del capitalismo es el trabajo revolucionario. Con ello querían decir que los trabajadores, en el capitalismo, para superar el modelo que los explota, envilece y deshumaniza, están retados a ser tan revolucionarios como las revolucionarias y crecientes formas productivas del capitalismo. De lo contrario, serán trabajadores quijotescos, luchando, si lucharen, contra los molinos de viento de los precedentes modos de producción, mientras las nuevas formas productivas revolucionarias los convierten en objeto de sátira, en parodias de sí mismos. Una vez obtenido esto, el camino a la alienación ha quedado abierto.

Desde el fin de la II GM el imperialismo yanqui se convirtió en el modo de producción ascendente y revolucionario, en relación con el entonces dominante, el europeo. Impuso el dólar como moneda mundial de referencia, dinero desnudo, apto para comprar el trabajo desnudo de la humanidad. Esto, no sin razones objetivas: al final de la década de 1940, EEUU controlaba el 75% de las reservas de oro del mundo. En 1950, “reconstruyó” a Europa con sus multinacionales, y específicamente a Alemania, cerrándole al tiempo más de 1.500 de sus fábricas productoras de hierro, acero y cemento, para obligarla a quedar hipotecada a los gringos que, al filo del tiempo, devinieron “salvadores” y, más tarde, “productores” indirectos del (llamado) Milagro Económico, de Adenauer. Por eso, no en vano, en el filme alemán Im Lauf der Zeit (1974/75) o En el curso del tiempo, de Wim Wenders, uno de los protagonistas dice: “Los americanos [bueno, gringos] colonizaron nuestro subconsciente a punta de chicles y polaroids” y, claro, el subconsciente es no solo el de los alemanes. (4) Y esa supuesta “reconstrucción”, en realidad deuda a futuro, se hizo a través del Plan Marshall, extendido a Japón y a Corea del Sur. Como ya en 1926, con posterioridad a la República de Weimar (1919/26), con el Tratado Dawes, Alemania adquirió otra deuda, impagable, con EEUU, qué curioso, que la llevó a tener cuatro millones de parados, como lo muestra otro filme, Kuhle Wampe (1932) o Vientres helados, de Slatan Dudow, con guion de Brecht. (5)

Esto es, la misma Alemania ex nazi de la que EEUU despotricó durante décadas pero con la que, según Errol Morris en The Fog of the War La niebla de la guerra, hizo un acuerdo, firmado por el mismísimo Adolf Hitler y, óigase bien, Thomas J. Watson, presidente de la IBM (1936), para dividirse, mediante las tarjetas perforadas de entonces, las ganancias que dejarían los millones de muertos ya convertidos en cifras, primero, y, luego, en jabones, tapetes y demás “útiles caseros” (6); como lo muestra otro documental: Nuit et Brouillard Noche y niebla (1955), del francés Alain Resnais, cuyo título, justo, hace referencia al decreto nazi Nacht und Nebel, firmado el 7/dic/1941 por el mariscal Wilhelm Keitel y que se remitía a las “Directivas para la persecución de las infracciones cometidas contra el Tercer Reich o las Fuerzas de Ocupación en los Territorios Ocupados”; como si esto fuera poco, el filme repasa con ironía, crudeza y, paradójicamente, con extrema delicadeza y poesía, el exterminio sistemático puesto en acción por el Tercer Reich. En él se muestra, por vez primera, el material que los nazis acumularon sobre el exterminio organizado. Su mayor virtud quizás radique en haber puesto el dedo en la llaga de lo que aún hoy pocos se atreven a tocar: la responsabilidad colectiva, no solo de la sociedad alemana en su conjunto, sino de Europa y, más allá, de la Humanidad, con respecto a los horrores/desafueros del nazismo (1933/45). (7)

Pero, el asunto no para ahí: con el paso del tiempo, el Decreto Nacht und Nebel dará origen al fenómeno de la desaparición forzada en América Latina pues, ya se dijo, buena parte de los mayores (i)responsables del terrorismo de Estado, travestido de antisubversión, se trasladó a Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y, luego, claro, Colombia: la Colombia del otro Innombrable, Julio César Turbay, quien, sin decirlo jamás, fue responsable de las secuelas de la Triple A argentina en el país, bajo el nombre de Alianza Americana Anticomunista, entre 1978 y 80. (8) brazo armado clandestino/oficial que desapareció/torturó a miles de personas, cometió asesinatos selectivos individuales y en serie, puso bombas, siempre bajo el eufemismo Estatuto de Seguridad, creado para diezmar cualquier foco rebelde surgido en la década de 1960. Hubo torturas, desapariciones forzadas y demás violaciones a los DDHH, que llevaron al exilio a numerosos intelectuales, entre ellos a García Márquez. Uno de los aspectos más polémicos del Estatuto fue el de establecer que los acusados por extorsión y alzamiento en armas los juzgaría la justicia penal militar, en consejos de guerra: es decir, así como hoy, por contraste, el capitán del ESMAD, Manuel Cubillos Rodríguez, quien mató al estudiante Dylan Cruz Medina, será juzgado por un tribunal militar y no, como corresponde, por la justicia penal ordinaria, al tratarse no de un “accidente” sino de un alevoso asesinato.

El general Miguel Vega U., comandante de la Brigada de Institutos Militares y futuro Jefe de las FFAA de Colombia, y el Tte. Cor. Harold Bedoya, Comandante del Batallón de Inteligencia y Contrainteligencia Charry Solano, profesor de la Escuela de las Américas (1979) y varios años más tarde Comandante en Jefe del Ejército, eran por entonces los máximos responsables de la inteligencia militar del ejército, por lo que se les acusa de ser los fundadores y responsables al mando de dicha organización clandestina/oficial; en especial Bedoya, ya que sería el autor/ejecutor del plan bajo la orden del entonces Comandante de las FFMM de Colombia, general Jorge Robledo Pulido. Desde los cuarteles en Bogotá del Charry Solano y las poco gratas Cuevas del Sacromonte, al mando directo de Bedoya, la inteligencia militar (ese perfecto oxímoron) le brindaba a tal estructura dinero/información y armamento, según confesión que cinco exagentes de tal inteligencia na(z)ional revelaron al periódico mexicano El Día: pero, claro, sin que se haya investigado la acusación hasta ahora.

Volviendo al caso europeo/asiático y, en particular, a Alemania, Japón y Corea del Sur, hay que decir: pensar que ese financiamiento yanqui fue un acto de caridad es ser, cuando menos, en extremo ingenuo. Él evidencia la subordinación del imperialismo europeo y japonés al gringo y el uso de relaciones mercantiles como forma de dominación, producidas por el imperialismo yanqui. Como el capitalismo no funciona sin el saqueo de los pueblos, de ahí imperialismo, el Tío Sam no se fue por las ramas e impuso a Europa y Asia (Japón, aquí) la siguiente cláusula, para financiarlos: “Abandonen sus colonias en África, Asia, Oceanía, América Latina. Ellas ahora nos pertenecen”. E hizo más: financió, con su dólar desnudo, grupos insurgentes en tales colonias para que se rebelaran contra sus antiguos verdugos.

En este sentido, el campo de estudio conocido como pos-colonialismo es, en sí, un campo de estudio quijotesco. Fue producido para luchar contra las fuerzas productivas descendentes y para ignorar las ascendentes, porque esencialmente tiene como referencia criticar negativamente el anterior sistema de dominación europeo. Y hay más: una de las formas de dominio del imperialismo yanqui es: la producción de campos teóricos sin relación con la realidad histórica concreta, en los cuales la epistemología precede a la ontología; la conciencia especula sin objetivar al ser social realmente existente.

Cualquier campo teórico que no parta del análisis objetivo de la fuerza productiva revolucionaria y ascendente, después de la II GM, para establecer sus parámetros de investigación, es quijotesco. Si fuéramos a analizar los campos teóricos dominantes, al menos en Occidente, en las academias, veremos que la única realidad social que buscaban objetivar, cuando lo hacían, es la del periodo de dominación de la expansión capitalista imperialista europea, ignorando a plenitud la totalidad de las relaciones sociales del imperialismo yanqui.

Este es un problema muy serio, sobre todo porque es el mayor problema de las izquierdas anacrónicas, incapaces de designar al ser social realmente existente. Incapaces, por tanto, de la ciencia, del rigor científico, porque no visualizan objetivamente el modelo inmanente, subjetivo, así como tampoco las nuevas formas de alienación del imperialismo gringo, que es mundial y está omnipresente en las vidas de los pueblos: he ahí un motor para la lucha.
Decir, entonces, que el marxismo es la ciencia de las humanidades, significa, hoy, que todos los campos teóricos, así como las luchas en las calles por las manifestaciones (no solo) de los jóvenes en América Latina y en el mundo, en general, en contra de una abierta pero obtusa remilitarización, debida a la reactivación del fascismo, están en la obligación de objetar las formas de dominación del imperialismo estadounidense; y esto también vale para el arte: el arte no está libre para especular, si quiere estar comprometido con la vida, con la Humanidad. Porque el arte comprometido con la vida, con la Humanidad y con la vida de la Humanidad, es al tiempo un arte que rechaza la muerte, el oprobio y lo que entrañe deshumanizar la vida. (9)


Referencias:
CERVANTES, Miguel de. Dom Quixote. Trad.: Almir de Andrade e Milton Amado. São Paulo: Publifolha, 1998.
ENGELS, Friedrich, MARX, Karl. A ideologia alemã. Trad.: Rubens Enderle. São Paulo: Boitempo, 2007.
­­­­­­­­­­­­­­­­_________, Manifiesto Comunista. Trad.: Álvaro Pina e Ivana Jinkings. São Paulo: Boitempo, 2010.
LENIN, Vladimir Ilytch. Imperialismo, etapa superior do capitalismo. São Paulo: Global, 1979.
LUXEMBURGO, Rosa. A acumulação do capital: estudo sobre a interpretação económica do imperialismo. Trad.: Moniz Bandeira. Rio de Janeiro: Zahar Editores, 1970.
MARX, Karl. Contribuição à crítica da economía política. Trad.: Florestan Fernandes. São Paulo: Expressão Popular, 2008.

Notas: