Por Irene
Vigil Noguerol
“Hoy, nuestra
única certeza es la incertidumbre” dice Bauman para referirse a la falta de
utopías en estos tiempos de modernidad líquida. Pero ni faltan utopías ni
estamos abocadas a las incertidumbres. Este breve ensayo trata de abordar el
paulatino rearme teórico y estratégico que están llevando a cabo movimientos
sociales emancipatorios a lo largo y ancho del globo.
No estamos encaramadas a
la incertidumbre, sino que hemos pasado a concebir la política como incerteza,
abandonando los lugares de llegada. Porque el cielo tendrá que ser cultivado
bajo los escombros 1/. Los dos objetivos fundamentales de
los próximos párrafos serán, por tanto, 1) esbozar, humildemente, las líneas
principales para ese rearme teórico y estratégico de las propuestas
emancipadoras, poniendo especial atención a los horizontes que abren las
aportaciones ecologistas, con el fin de abordar mejor el desafío de la crisis
civilizatoria en la estamos inmersas y 2) defender que la emancipación no es un
lugar de llegada, una utopía con contornos definidos a priori, sino que la
política es incerteza, construcción colectiva dinámica y democrática: la
emancipación para vivir vidas que merezcan la alegría será un tránsito, un
viaje, una creación continua, sin soluciones magnánimas ni propuestas mágicas.
1. El “mundo grande y terrible”: la humanidad ante el Siglo de la Gran
Prueba.
El siglo XX
fue trágico: el de un “mundo grande y terrible”, como Gramsci lo describió.
Pero el siglo XXI lo será multiplicadamente. En palabras de Jorge Riechmann,
estamos cruzando el umbral del Siglo de la Gran Prueba 2/. Y lo es porque nos encontramos en
una situación de extralimitación ecológica: llevamos más de tres décadas, desde
los ochenta, viviendo por encima de nuestras posibilidades ecológicas, es
decir, habiendo sobrepasado la capacidad de carga del planeta. La Gran
Aceleración de crecimientos exponenciales desbocados en la producción, la
extracción y el consumo podemos conceptualizarla como un giro histórico tras la
Segunda Guerra Mundial, siendo posible gracias a la gran cantidad de energía
disponible por la quema de combustibles fósiles. Desde la década de los
ochenta, estamos comiéndonos el futuro en una especie de tiempo de descuento
civilizatorio. La realidad es de emergencia histórica: hemos llegado al cénit
del petróleo en 2005, llegaremos pronto al pico conjunto del resto de
combustibles fósiles (gas, uranio y carbón), los acuíferos y las pesquerías
mundiales están en proceso de esquilmación, llegarán también los picos de
metales y minerales esenciales para las sociedades industriales en las que
habitamos (cobre, fósforo, galio, litio…), asistimos a una degradación
aberrante de los ecosistemas y a la Sexta Gran Extinción y todo ello envuelto
en un exponencial calentamiento global.
Como describe
Emilio Santiago “el sobrepasamiento ecológico es sólo un síntoma de una
metabolopatía cuyas causas hay que buscarlas en otros planos: una civilización
como la capitalista, empotrada en un proceso de reproducción expansivo
delirante, que exige un crecimiento exponencial sin precedentes, cuya condición
de viabilidad consiste en triturar sistemáticamente las condiciones mismas de
la sociabilidad humana, y cuya dirección política se halla sometida
al poder de la economía de un modo inédito” 3/. No podemos reducir el desafío que
arrastramos: una encrucijada civilizatoria que afecta en lo económico, social,
ambiental y energético; y que arraiga sus razones en la tensión estructural
entre una forma de organización material, cultural, social y económica que da
la espalda a los límites físicos del planeta y a la vulnerabilidad de los seres
humanos que la conforman. Es decir, a las bases materiales que sostienen la
vida, que Yayo Herrero conceptualiza como una doble dependencia: la
ecodependencia (de la naturaleza y sus bienes fondo) y la interdependencia (de
los cuidados de otros seres humanos).
La Modernidad
capitalista – ajena a ambas dependencias– y su idea de Progreso – como
emancipación de la naturaleza a través de la tecnociencia – han configurado un
sujeto abstracto mantenido en el espacio público y desvinculado de la dimensión
material. Un modelo de guerra contra la vida que la desgarra a desigualdades,
colapsos y barbaries.
A partir de
estos análisis, es necesario rearmarnos teórica y estratégicamente. El brutal
choque del capitalismo contra los confines biofísicos del planeta y de la vida
determina nuestro presente. Por lo tanto, hay que ampliar nuestra concepción
emancipatoria del capitalismo y tener en cuenta una segunda contradicción
estructural, además de la de capital-trabajo: la existente entre la lógica del
capital y las condiciones de reproducción de las fuerzas productivas 4/. O, como aclara Yayo Herrero, la
contradicción capital-vida. El capitalismo sería, entonces, un patrón
civilizatorio bajo el que todo el esfuerzo social se debe orientar hacia el
crecimiento perpetuo – desarrollando infinitamente las fuerzas productivas en
busca de una reproducción constantemente ampliada – para que la rueda del valor
y la acumulación siga girando, esquilmando los bienes fondo de la naturaleza
sin tener en cuenta su finitud material y subordinando e invisibilizando los
trabajos de cuidados que hacen posible la reproducción de la fuerza de trabajo
y de la propia rueda en sí misma. Esas dos cuestiones, los límites y la
ampliación teórica a conflicto capital-vida, deben ser la brújula que guíe
nuestra acción emancipadora.
2. “Cultivar el cielo bajo los escombros”: nuestra lucha es de amor.
La crisis
ecológica está cobrando centralidad política porque sus efectos inmediatos
empiezan a evidenciarse de manera alarmante. Esto no implica caer en el
determinismo y pensar que el colapso por sí solo posibilitará la revolución. El
cierto que la hecatombe hacia la que avanzamos inexorablemente provocará
transformaciones estructurales poco asimilables a escala de tiempo humana, pero
ya empiezan a surgir propuestas políticas que tratan de abonar el terreno para
una futura lucha encarnizada por los recursos: las élites fortificarán
archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria5/ y los neofascismos articulan
ya lo político en torno al no hay para todos. Sin embargo, esta crisis alarmante
se presenta también como una oportunidad histórica para formular propuestas
ambiciosas de transformación ecosocial que conformen un marco político deseable
para las mayorías6/.
Ciertamente,
podemos afirmar que el movimiento ecologista, convertido en masivo por la
centralidad dada a la emergencia climática, ha entrado en una fase ofensiva:
ampliando su base social, configurando alianzas entre los diferentes espacios
del propio movimiento y a nivel internacional y estableciendo puentes con otros
actores políticos (sindicatos, partidos, movimientos sociales, organizaciones y
espacios diversos…). Daniel Bensaïd hablaba de saltos para referirse a los
momentos en los que una serie de movimientos correctos consiguen que las
correlaciones de fuerzas se modifiquen 7/. El movimiento ecologista ha
abierto un nuevo horizonte en lo emancipatorio. Pese al pesimismo de la
inteligencia – la certeza del colapso –, desborda el optimismo de la voluntad.
El rearme
teórico y estratégico lo están construyendo y poniendo en práctica
paulatinamente los diferentes movimientos de la sociedad civil articulados en
torno a la comprensión del conflicto capital-vida: las resistencias
contrahegemónicas de las mujeres campesinas e indígenas, las insurrecciones
antineoliberales que manan a lo ancho y largo del globo, el movimiento
feminista internacional que resiste a la ofensiva conservadora y, ahora, la
ofensiva de un robustecido movimiento ecologista que germina cual semilla
internacionalista. Todos ellos son conscientes de su potencialidad política y,
partiendo de su diversidad y autonomía, construyen alianzas poderosas en torno
a una idea: no volveremos a la normalidad hasta que vivir valga la alegría. No
son simples movilizaciones sectoriales, sino procesos de radicalización de
mayorías y de actualización de las propias concepciones sobre el capitalismo.
Surge, por acabar, un interrogante implacable: cómo constituir la
transformación. La estructura económica en la que se ha convertido la sociedad
moderna se fundamenta en lo que Marx llamaba la autovalorización del valor: el
valor constantemente dinamizado en el juego inversión-beneficio. Ésta no es una
confusión o un dispositivo ideológico, sino una presión coercitiva
multilateral, socialmente definidora 8/. Por eso, podemos hablar del
capitalismo como un sonambulismo histórico sin control, lo que nos hace
repensar nuestro horizonte emancipador. La política anticapitalista desde el
Estado sigue siendo irrenunciable, a pesar de caracterizarlos críticamente en
el sistema-mundo capitalista y de entender la subordinación de lo político a lo
económico en él. Sin embargo, no es suficiente asaltar los cielos para
despertar de esta narcosis. Podemos inclinarnos por dos vías necesariamente
combinadas para repensar el concepto de revolución: es necesaria una
articulación y acción social acelerada de contestación anticapitalista y de
carácter internacional que sirva de barrera de contención al “golpe de estado
ecológico” del capital; y también es inexorable una mutación antropológica
radical, que no podrá ser en ningún caso acelerada, para redefinir concepciones
sobre las identidades, los arraigos, el buen vivir y el modelo de organización
social. Tenemos que cuestionar las bases del proyecto civilizatorio occidental
y construir, con paciencia y por vías democráticas, otros imaginarios de lo que
significa el vivir bien bajo el paradigma del decrecimiento: conseguir que
vivir con menos sea vivir mejor. Y, simultáneamente, reconfigurar la producción
y el consumo, erigiendo otro modelo económico que se centre en satisfacer las
necesidades de las comunidades y que sea un modelo de proximidad, acoplado a
los ciclos naturales, de trabajos necesarios para sostener las vidas y
repartiendo las responsabilidades de esos trabajos. La revolución permanente
del siglo XXI.
La política es
incerteza porque no consiste en respuestas cerradas o absolutas. Tampoco en
llegar a un lugar concreto. Asumir, estratégicamente, que la abundancia y la
ausencia de conflicto son concepciones equivocadas del marxismo es fundamental
para hacer política en este Siglo de la Gran Prueba. Tendremos que cultivar el
cielo bajo los escombros. Pero, no cabe duda, nuestra lucha es de amor. Y la
vida es demasiado valiosa como para no intentarlo.
Bibliografía
Álvarez, J. (8
de Diciembre de 2019). Saltar con Bensaïd: una lección ecologista . Viento
Sur.
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& Álvarez, J. (2019). No Deal: apuntes estratégicos para una revolución
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Riechmann, J.
(Febrero de 2017). Ecosocialismo descalzo en el Siglo de la Gran Prueba. Viento
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Santiago
Muiño, E. (2017). Releyendo a Marx en el Siglo de la Gran Prueba: fetichismo,
termodinámica y crisis socioecológica. Constelaciones. Revista de
teoría crítica, 389-418.
VVAA. (2017). CAMBIO
CLIMÁTICO S.A. FUHEM.
Notas
1/ Santiago Muiño, E. (2017). Releyendo a Marx en el Siglo de la Gran
Prueba: fetichismo, termodinámica y crisis socioecológica. Constelaciones.
Revista de teoría crítica, 389-418. Página 418.
2/ Riechmann, J. (Febrero de 2017). Ecosocialismo descalzo en el
Siglo de la Gran Prueba. Viento Sur(150), 49-58.
3/ Santiago Muiño, E. (2017). Releyendo a Marx en el Siglo de la Gran
Prueba: fetichismo, termodinámica y crisis socioecológica. Constelaciones.
Revista de teoría crítica, 389-418. Página 392.
5/ Álvarez Cantalapiedra, Santiago (2017). Prólogo de VVAA.
(2017). CAMBIO CLIMÁTICO S.A. FUHEM. Página 21
6/ Lallana, M., & Álvarez, J. (2019). No Deal: apuntes
estratégicos para una revolución ecosocial. Viento Sur(165). Página
101.
8/ Santiago Muiño, E. (2017). Releyendo a Marx en el Siglo de la Gran
Prueba: fetichismo, termodinámica y crisis socioecológica. Constelaciones.
Revista de teoría crítica, 389-418. Página 404.