Por Rosa Guevara Landa
Luis
Carlos Muñoz Sarmiento y Luis Eustáquio Soares han publicado en rebelión, en
dos entregas (sábado, 11, y lunes, 13 de enero), un trabajo titulado: “El
marxismo es una ciencia“[1]. Pretendo en esta nota hacer algunas observaciones
(diez en total) sobre su afirmación, la que da título a su escrito. No entro en
otras consideraciones y reflexiones complementarias de los autores, algunas de
las cuales, no todas, comparto.
Arrojamos por la borda una herramienta fundamental,
señalan Muñoz Sarmiento y Eustáquio Soares, cuando rechazamos el marxismo, y
más cuando no aceptamos que el marxismo es “la ciencia de las humanidades”. Y
por qué, se preguntan, no aceptamos que el marxismo sea la ciencia de las
humanidades. Por diversas razones. La principal de ellas: “el revisionismo
teórico y con él las calumnias y descalificaciones realizadas contra el
marxismo e intensificadas después de la II GM, en el contexto de la guerra fría
yanqui contra el socialismo”.
De las descalificaciones injustificadas e
interesadas vertidas contra el marxismo después de la II Guerra Mundial
(también antes), en el contexto de la muy caliente guerra fría del siglo XX, no
hay atisbo para ninguna duda. Sí sobre lo demás.
1. No basta con afirmar que el marxismo sea una
ciencia para que lo sea. Los autores, si así lo piensan, deberían argumentar su
posición. No lo hacen, en mi opinión, o no lo hacen con cuidado. Este paso, por
ejemplo, no es propiamente un argumento, en una afirmación (con pasos
desorientadores indicados en cursiva en el texto):
Esa ciencia de las humanidades existe. Es el
marxismo y como cualquier ciencia que se respete, es desafiada a ser objetiva,
universalmente válida. Su objetivo es la sociedad en que vivimos,
históricamente constituida. Su verdad nunca es ella misma, sino
la realidad social humana sobre la cual no cabe teorizar de forma especulativa,
puesto que es preciso describirla como es y no como deseamos o suponemos que
sea. La objetividad del marxismo solo es puesta en duda por el
capitalismo, pero para servirse de ella y pretendiendo, al mismo tiempo,
que el marxismo no note la realidad social que ha parido, para poder seguir
usufructuándola.
Como es evidente, la objetividad (veracidad,
corrección) del marxismo no es sólo puesta en duda por el
capitalismo (¿qué significa de hecho esa afirmación?) sino por muchos
pensadores y ciudadanos (en absoluto antimarxistas o anticomunistas, nada que
ver con los apologetas fanatizados del capitalismo) que son escépticos de esa
supuesta objetividad. Por lo demás, parecería lógico acotar o limitar la
afirmación de que el objetivo del marxismo sea (¡nada menos!) la sociedad en
que vivimos, la históricamente constituida. ¿Puede una disciplina científica
abarcar, como señalan los autores, un objeto de investigación de esas
características? Puede haber dudas gnoseológicas razonables sobre ello.
2. Señalan también Muñoz Sarmiento y Eustáquio
Soares que cualquier campo teórico que no parta del análisis objetivo de la
fuerza productiva revolucionaria y ascendente, después de la II GM, para
establecer sus parámetros de investigación, es quijotesco. Añaden que “si
fuéramos a analizar los campos teóricos dominantes, al menos en Occidente, en
las academias, veremos que la única realidad social que buscaban objetivar,
cuando lo hacían, es la del periodo de dominación de la expansión capitalista
imperialista europea, ignorando a plenitud la totalidad de las relaciones
sociales del imperialismo yanqui”.
No trato de hacer una apología cegada de la
Academia y de sus miembros, pero es evidente que son muchos los autores de la
denostada Academia (citarlos aquí es tarea imposible) que no han ignorado (muy
lejos de ello) la totalidad de esas relaciones sociales del Imperio. ¿Harvey,
Davis, Fernández Buey, Domènech, entre mil nombres posibles, ha ignorado esas
relaciones sociales imperiales?
3. El marxismo, la tradición marxista, no es una
ciencia (ni pretende serlo) sino una tradición de política revolucionaria
socialista que en su lucha por sus finalidades, incorpora todo el conocimiento
científico que está a su alcance (y no sólo en de las ciencias sociales),
aportado o no por autores de la propia tradición. La conocida undécima tesis
sobre Feuerbach del Marx joven puede venir en nuestra ayuda como formulación
(básica e inicial) del programa marxiano.
4. Si pensamos en los grandes clásicos de la
tradición, Marx y Engels, es evidente que una gran parte de su obra no es
ciencia. No lo es el Manifiesto Comunista, no lo son los Manuscritos
económico-filosóficos de París, no lo es la Crítica al
programa de Gotha y no es ciencia todo El Capital. En el
caso de Engels, no es ciencia, por ejemplo, el Anti-Dühring y
no es ciencia La situación de la clase obrera en Inglaterra. Basta
haber ojeado los Elementos de Euclides, los Principia de
Newton, Sobre la teoría de la relatividad especial y general de
Einstein, o cualquier libro de buena divulgación científica sobre epigenética,
cosmología, historia, sociología o economía para observar la diferencia.
Que los ensayos citados no sean ciencia no
significa que sean ideología, en el sentido de falsa conciencia, o que carezcan
de interés o de valor epistémico. Lo contrario es lo verdadero.
5. La crítica al revisionismo teórico es también
otro elemento, mal elemento en mi opinión, de algunas tendencias de la
tradición (los propios autores, Muñoz Sarmiento y Eustáquio Soares, están aquí
incluidos). Cualquier teoría que se precie, sea o no científica, debe tener a
gala revisar todo aquello que deba ser revisable (que son todas sus hipótesis,
conjeturas, axiomas, postulados y conceptos). “De omnibus dubitandum” (sin
excluir lo propio) era aforismo preferido por Marx.
Una teoría puede mantener principios y finalidades
(que, por supuesto, también conviene discutir y actualizar y, en algunos casos,
abandonar: por ejemplo, la aspiración a un comunismo de la abundancia), pero
sería puro dogmatismo, absurdo y contrario al espíritu de la tradición,
mantener erre que erre, y en toda circunstancia, conjeturas, hipótesis y leyes
sea cual sea la situación del mundo, las los nuevos conocimientos o la
potencial deficiencia o inconsistencia de los planteamientos iniciales. Nada de
eso encaja con el verdadero espíritu científico, nada de eso es consistente con
el ejemplo de los grandes clásicos de la tradición. No se es más roja (o rojo)
por transitar por el sostenella y no enmendalla. Se ha confundido, en muchas
ocasiones, revisionismo teórico con reformismo político o claudicación. Y no es
uno ni lo mismo.
6. Por qué, preguntan los autores, en el campo de
las humanidades, “una ciencia ontopositiva, sin ser positivista, que objetive
la totalidad dinámica del ser social, de forma impersonal y verdadera, suena
como improbable, absurda, autoritaria e incluso ridícula”. Solo hay una
respuesta, en su opinión, para esta cuestión: “por motivos ideológicos y por
procesos de alienación que pueden y deben ser descritos de forma científica,
objetivamente, pues, independientemente de lo que pensamos, la realidad
histórica humana existe y puede/debe ser descrita científicamente, como una
verdad universalmente válida en sí misma.” Desconozco el significado exacto de
la expresión “una verdad universalmente válida en sí misma” (que suena a axioma
o postulado o algo así) y está por ver que ese objeto que señalan -la realidad
histórica humana- puede ser descrita y explicada por una sola disciplina
científica, pero en cualquier hay otras respuestas posibles que conviene no
perder de vista. Por ejemplo, la prudencia epistémica, el recuerdo de magníficos
aforismos del saber popular como aquel que nos avisa de que “el que mucho
abarca, poco aprieta.”
7. Una de
las categorías científicas del marxismo, señalan también los autores, es “el
materialismo histórico/dialéctico, cuya premisa reza, en modo laico, jejeje: es
preciso, siempre, contextualizar la lucha de clases”. Es en este sentido,
añaden, “que el marxismo no es una doctrina o un dogma fijo, en el tiempo ni en
el espacio, y tampoco una teoría europea. Es por eso que los marxistas
africanos produjeron ciencia marxista contextualizada dentro de la realidad
africana; y así el marxismo latinoamericano y asiático”. Más allá de la
divergencia sobre el estatus del marxismo, es evidente que cualquier ciudadano
o grupo social, independientemente de su origen geográfico, puede hacer
aportaciones a la tradición. Sería un puro desvarío pensar lo contrario. Y es
también evidente que el materialismo histórico/dialéctico (según su propia
expresión) no son categorías científicas del marxismo. Son otra cosa: partes o
componentes de la totalidad. La lucha de clases, las fuerzas
productivo-destructivas, las relaciones sociales de producción, fuerza de
trabajo, capital constante, capital variable,… esas sí son (interesantes)
categorías teóricas del marxismo.
8. Hay en el artículo dos referencias a Stalin.
Ninguna de ellas en sentido crítico. Sin afirmar que los autores mantengan
determinadas posiciones en este ámbito de alta tensión poliética, convendría
evitar toda nostalgia del estalinismo y cualquier abandono de la crítica (tarea
que no debería interrumpirse) de ese período histórico, cuyos aspectos
autoritarios y criminales son, a día de hoy, más que evidentes.
9. He escrito afortunadamente y debería justificar
el adverbio: si el marxismo fuera estrictamente una ciencia, no podría ir
acompañado de valores y finalidades (más allá de las estrictamente epistémicas).
Pero es evidente que el marxismo hace y debe hacer valoraciones sobre nuestra
injusta e inadmisible realidad social y debe seguir aspirando a una sociedad de
los (y las!) iguales, asunto en el que el feminismo juega y debe jugar
crecimiento- un papel fundamental. Luego, por tanto, no puede ser estrictamente
una ciencia.
10. Un profesor de Metodología de las ciencias
sociales, uno de los pensadores españoles que más ayudó al giro ecomunista de
la tradición, Manuel Sacristán (1925-1985), comentando al final de sus días un
texto de Lucio Coletti (entonces un “marxista en transición” hacia el berlusconismo),
anotó en sus materiales de trabajo un aforismo-reflexión que merece ser
recordado porque da pistas en apenas dos líneas sobre cómo entender
correctamente la tradición en que muchas ciudadanas y pensadoras (también con
os) nos seguimos reconociendo: “No se debe ser marxista
(Marx); lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de
una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el
de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan.”
Esa decisión es moral, política, no científica…
aunque la ciencia pueda echarnos una mano para avanzar en esa confluencia
cernudiana que tantas (y tantos) deseamos.