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El lugar de Rosa Luxemburgo en la historia

Por Tony Cliff
Franz Mehring, el biógrafo de Marx, no exageraba cuando llamaba a Rosa el mejor cerebro después de Marx. Pero ella no sólo aportó su cerebro al movimiento de la clase trabajadora: dio todo lo que tenía -su corazón, su pasión, su fuerte voluntad, su vida misma-.
Rosa fue, sobre todo, una socialista revolucionaria. Y entre los grandes líderes y maestros socialistas revolucionarios tiene un lugar histórico propio.

Cuando el reformismo degradó al movimiento socialista al aspirar meramente al «Estado de bienestar», regateando con el capitalismo, se tornó de fundamental importancia hacer una crítica revolucionaria de este servidor del capitalismo. Es verdad que otros maestros del marxismo -Lenin, Trotsky, Bujarin, etc.- también llevaron adelante una lucha revolucionaria contra el reformismo. Pero tenían un frente limitado contra el cual luchar. En Rusia, su país, las raíces de esta mala hierba eran tan débiles y delgadas, que podían arrancarse de un tirón. Donde a la vista de cada socialista o demócrata estaba Siberia o la horca, ¿quién podía oponerse, en principio, al uso de la violencia por parte del movimiento obrero? ¿Quién, en la Rusia zarista, hubiera podido soñar con una vía parlamentaria hacia el socialismo? ¿Quién podía abogar por una política de gobierno de coalición, ya que no había con quién hacerla? Donde apenas existían sindicatos, ¿Quién podía pensar en considerarlos la panacea del movimiento obrero? Lenin, Trotsky y los demás líderes bolcheviques rusos no necesitaban contradecir los argumentos del reformismo con un análisis esmerado y preciso. Todo lo que necesitaban era una escoba para barrerlo al estercolero de la historia.
En Europa Central y Occidental, el reformismo conservador tenía raíces mucho más profundas, una influencia mucho más amplia sobre los pensamientos y manera de ser de los trabajadores. Los argumentos de los reformistas tenían que ser contestados por otros mejores, y en esto Rosa fue excelente. En estos países su escalpelo es un arma mucho más útil que el mazo de Lenin.
En la Rusia zarista, los trabajadores no estaban organizados en partidos o sindicatos. Allí no había tal amenaza de que se construyeran poderosos imperios por una burocracia ascendente de la clase trabajadora, como en los movimientos obreros bien organizados de Alemania, y era natural que Rosa tuviera una visión más temprana y clara del papel de la burocracia obrera que Lenin o Trotsky. Comprendió mucho antes que la única fuerza que podía abrirse paso en la maraña de la burocracia era la iniciativa de los trabajadores. Sus escritos sobre este asunto pueden servir de inspiración a los trabajadores de los países industriales avanzados, y son una contribución más valiosa a la lucha por liberar a los trabajadores de la perniciosa ideología del reformismo burgués que los de cualquier otro marxista.
En Rusia, donde los bolcheviques siempre fueron una parte grande e importante de los socialistas organizados -aun cuando no siempre fueran, como su nombre indica, la mayoría- nunca surgió verdaderamente como problema la cuestión de la actividad de una pequeña minoría marxista hacia una organización de masas conducida de forma conservadora. Le demandó mucho tiempo a Rosa desarrollar la correcta aproximación a esta cuestión vital. El principio que la guiaba era: estar con las masas en todos sus afanes, y tratar de ayudarlas. Por eso se opuso al abandono de la corriente principal del movimiento obrero, cualquiera que fuera su grado de desarrollo. Su lucha contra el sectarismo es sumamente importante para el movimiento obrero de Occidente, especialmente hoy, cuando la sociedad de bienestar constituye un sentimiento tan penetrante. El movimiento obrero británico en particular, que ha sufrido el sectarismo de Hyndman y el SDF, más tarde el BSP y el SLP, luego el CPGB (especialmente en su «tercer período») y ahora otras sectas, puede inspirarse en Rosa Luxemburg para establecer una lucha escrupulosa contra el reformismo que no degenere en una huida de él. Ella enseñó que un revolucionario no debe nadar con la corriente del reformismo, ni sentarse a la orilla y mirar en la dirección opuesta, sino nadar en su contra.
La concepción de Rosa Luxemburg, acerca de las estructuras de las organizaciones revolucionarias -que debían construirse de abajo hacia arriba, sobre una base consistentemente democrática-, se adapta a las necesidades de los movimientos de los trabajadores en los países avanzados mucho más estrechamente que la concepción de Lenin de 1902 a 1904, que los estalinistas de todo el mundo copiaron, agregando un toque burocrático.
Ella comprendió más claramente que nadie que la estructura del partido revolucionario y las relaciones mutuas entre el partido y la clase tendrían gran influencia, no sólo en la lucha contra el capitalismo y para el poder de los trabajadores sino también sobre el propio destino de este poder. Estableció proféticamente que sin la más amplia democracia de los trabajadores, «funcionarios detrás de su escritorio» tomarían el poder político de manos de los trabajadores. Dijo: «el socialismo no se puede otorgar o implantar por medio de un decreto».
Su combinación de espíritu revolucionario y clara comprensión de la naturaleza del movimiento obrero en Europa Occidental y Central estaba relacionada, de alguna manera, con su particular marco de nacimiento en el Imperio Zarista, su larga residencia en Alemania y su plena actividad en los movimientos obreros polaco y alemán. Cualquiera de menor estatura se hubiera asimilado a uno de ambos ambientes, pero no Rosa Luxemburg. A Alemania llevó el espíritu «ruso», el espíritu de la acción revolucionaria. A Polonia y Rusia llevó el espíritu «occidental» de confianza, democracia y autoemancipación de los trabajadores.
La acumulación de capital es una importantísima contribución al marxismo. Al ocuparse de las mutuas relaciones entre los países industriales avanzados y los países agrarios atrasados, puso de relieve la importante idea de que el imperialismo, al mismo tiempo que estabiliza al capitalismo por un largo período, amenaza enterrar a la humanidad bajo sus ruinas.

Su interpretación de la historia -que ella concebía como el fruto de la actividad humana- era vital, dinámica y no fatalista, y al mismo tiempo ponía al desnudo las profundas contradicciones del capitalismo, así que Rosa no consideraba que la victoria del socialismo fuera inevitable. Pensaba que el capitalismo podía ser tanto la antesala del socialismo como de la barbarie. Quienes vivimos a la sombra de la bomba H debemos interpretar esta advertencia y usarla como acicate para la acción.
A fines del siglo diecinueve y principios del veinte, el movimiento obrero alemán, con décadas de paz tras de sí, se dejó estancar bajo una ilusión de perenne continuación de esta situación. Quienes presenciamos las negociaciones acerca del desarme controlado, la ONU, las Conferencias Cumbre…, lo mejor que podemos hacer es aprender del claro análisis de Rosa sobre los inquebrantables lazos entre la guerra y el capitalismo, y su insistencia en que la lucha por la paz es inseparable de la lucha por el socialismo.
Su pasión por la verdad, hizo que Rosa apartara con repugnancia cualquier pensamiento dogmático. En el período en que el estalinismo ha transformado en gran parte al marxismo en su dogma, extendiendo la desolación en el campo de las ideas, los escritos de Rosa son vigorizantes y vitalizadores. Para ella no había nada más intolerable que inclinarse ante las «autoridades infalibles». Como verdadera discípula de Marx, era capaz de pensar y actuar independientemente de su maestro. Aunque se apoderó del espíritu de sus enseñanzas, Rosa no perdió sus propias facultades críticas en una simple repetición de las palabras de Marx, se ajustaran o no a la distinta situación, fueran correctas o equivocadas. La independencia de criterio de Rosa es la más grande inspiración para todos los socialistas, en cualquier lugar y momento. En consecuencia, nadie censuraría con mayor fuerza que ella misma cualquier intento de canonizarla, de convertirla en una «autoridad infalible», en conductora de una escuela de pensamiento o acción. Rosa gustaba mucho de los conflictos de ideas como medios de aproximación a la verdad.
En un período en que tantos que se consideran a sí mismos marxistas privan al marxismo de su profundo contenido humanístico, nadie puede hacer más que Rosa Luxemburg para liberarnos de las cadenas del exánime materialismo mecanicista. Para Marx, el comunismo (o socialismo) era un «verdadero humanismo», «una sociedad en la que el pleno y libre desarrollo de cada individuo es el principio gobernante» (El Capital). Rosa Luxemburg fue la personificación de estas pasiones humanistas. La principal razón de su vida fue la simpatía hacia los humildes y oprimidos. Su profunda emoción y sentimientos para con los sufrimientos del pueblo y de todos lo seres vivos están expresados en todo lo que ella dijo o escribió, tanto en sus cartas desde la prisión como en los escritos más profundos de su investigación teórica.
Rosa sabía muy bien que allí donde la tragedia humana se da en escala épica, las lágrimas no ayudan. Su lema, como el de Spinoza, podría haber sido: «No llores, no rías, sino comprende», aunque ella misma tuvo su parte de lágrimas y de risas. Su método fue revelar las tendencias del desarrollo de la vida social, con el fin de ayudar a la clase trabajadora a usar su potencialidad de la mejor manera posible, en conjunción con el desarrollo objetivo. Apeló a la razón del hombre, más que a su emoción.
En Rosa Luxemburg se unieron una profunda simpatía humana y un serio anhelo por la verdad, un desatado denuedo y un cerebro de primera línea, para hacer de ella una revolucionaria socialista. Como expresó Clara Zetkin, su íntima amiga en su despedida fúnebre: «En Rosa Luxemburg la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. La principal tarea y la ambición dominante de esta sorprendente mujer, fue preparar el camino para la revolución social, desbrozar la senda de la historia para el socialismo. Su máxima felicidad fue experimentar la revolución, luchar en todas sus batallas. Consagró toda su vida y todo su ser al socialismo con una voluntad, determinación, desprendimiento y fervor que no pueden expresar las palabras. Se entregó plenamente a la causa del socialismo, no sólo con su trágica muerte, sino durante toda su vida, diariamente y a cada minuto, a través de las luchas de muchos años… Fue la afilada espada, la llama viviente de la revolución».