EE UU. Irán.
Irak
Por Leila
Nachawati
El reciente
asesinato en Bagdad del general iraní Qasem Suleimani, responsable de una
unidad de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, ha generado numerosos
análisis, muchos de ellos centrados en dicotomías en torno a su figura: ¿Era
Suleimani el azote de ISIS o una amenaza para la paz en la región? ¿Debemos
lamentar el asesinato del hombre fuerte de Irán o celebrar el fin de un
terrorista peligroso?
En lo que
respecta a Oriente Próximo, los análisis suelen girar en torno a intereses
geopolíticos que obvian las dinámicas internas de cada contexto y sus
consecuencias sobre la población. Visiones de tablero de ajedrez, de guerras
proxy o por intermediación, en las que suelen estar ausentes las víctimas
civiles de los conflictos. Sus verdaderos protagonistas. Quienes siempre
pierden y siempre pueden perder más en los juegos de las grandes potencias.
¿Qué supone
para las poblaciones de la región el asesinato de Suleimani? ¿Y qué implica que
sea la administración estadounidense quien, unilateralmente y sin juicio, lo
haya asesinado?
Condenar a Suleimani, honrar a sus víctimas
Muchos
atribuyen a Suleimani el haber contribuido a la derrota militar de ISIS en la
región. Sin desestimar su participación en una lucha en la que tuvieron un
papel clave las fuerzas kurdas, la presencia del general en la región es muy
anterior al surgimiento del grupo y se encuadra en la política expansionista
iraní, de búsqueda de hegemonía chií en Oriente Medio, frente a la agenda de
hegemonía suní de Arabia Saudí.
Uno de los
principales objetivos del general, en el marco de esa agenda, fue reprimir
desde el inicio con todas las medidas a su alcance el descontento popular
contra los Gobiernos y regímenes que forman parte del eje iraní en la región.
En Siria, su
papel fue clave en dar forma a una guerra en la que todas las líneas rojas se
han traspasado, los mecanismos de protección de civiles brillan por su ausencia
y la impunidad ha llegado al punto de normalizar los ataques a hospitales,
colegios y otras instalaciones civiles. Physicians for Human Rights (PHR), un
grupo de derechos humanos que monitorea los ataques a instalaciones médicas en
Siria, ha documentado cientos de estos ataques desde 2011. PHS denuncia también
el asesinato de cientos de trabajadores sanitarios y la tortura sistemática de
personal médico.
Es difícil
imaginar el devenir del conflicto sirio sin el papel clave de Irán en su apoyo
al régimen sirio y sus violaciones de derechos humanos, entre ellas las medidas
de "cambio demográfico o sectario", reubicaciones forzosas de grupos
de población basados en su confesión religiosa. Según el portal de noticias
sirio AlJumhuriya, "pocos individuos han causado en Siria el nivel de
sufrimiento que ha causado Suleimani, el poderoso señor de la guerra
iraní". Entre sus tácticas más infames está el uso del asedio y la
hambruna, conocidas popularmente por las fuerzas del general como al-joo’ aw
al-rukoo’ ("morir de hambre o someterse"). Unas tácticas, ilegales
según el derecho internacional, responsables de aterrorizar a grupos de población
siria aislándolos e impidiendo su acceso a alimentos y medicinas en barrios
como Yarmouk, Ghouta, Qusair y Muaddamia.
No es
sorprendente por tanto que en Idlib, el último reducto fuera del control
directo del Gobierno de Asad y sus aliados rusos e iraníes, la muerte de
Suleimani fuese recibida con alivio, entre protestas contra las masacres por
parte de las fuerzas de Irán, Rusia y Asad y el rechazo de autoritarismos
locales como el que ostenta el grupo HTS (Hayat Tahrir al-Sham, escición de
Al-Qaeda) en la región.
"En Irán sabemos cómo lidiar con las protestas"
También en
Irak ha dejado su huella Suleimani, responsable de la represión de
manifestaciones que desde hace meses sacuden el país, en protesta tanto contra
la corrupción y la pésima gestión de las autoridades como de la injerencia
extranjera en el país. Más de 500 manifestantes han sido asesinados sólo en los
últimos meses. Pese a todo, las manifestaciones no han cesado.
El 5 de enero,
poco después del asesinato del general, cientos de jóvenes iraquíes tomaron las
calles para expresar su condena tanto a la injerencia estadounidense como a la
iraní.
Suleimani ya
era célebre por su brutalidad en la represión de manifestantes en su propio
terreno, Irán. "En Irán sabemos cómo lidiar con las protestas",
afirmaba unos meses antes de morir jactándose de la represión por la que eran
conocidos los cuerpos de la Guardia Revolucionaria. El general replicó sus
tácticas en Bagdad.
Ya a finales
de los años 90 del siglo pasado, durante la revolución estudiantil que estalló
en Teherán, el general destacó como uno de los firmantes de una carta en la que
se exigía al presidente Jatami que "aplastase la rebelión
estudiantil", y que de no hacerlo, el propio Suleimani se encargaría de
sofocarla, amenazando también la propia permanencia en el poder de Jatami.
Desde
entonces, y hasta las protestas más recientes, la represión no ha cesado.
Amnistía Internacional denunciaba en diciembre la "masacre de
manifestantes desarmados", el asesinato de más de 300 personas, la desaparición
forzosa y tortura de manifestantes, algunos de ellos menores de 15 años. Entre
ellos, periodistas como Mohammad Massa’ed, el activista kurdo por los derechos
de los trabajadores Bakhtiar Rahimi, la estudiante Soha Mortezaei y defensores
de los derechos de las minorías como Akbar Mohajeri, Ayoub Shiri, Davoud Shiri,
Babak Hosseini Moghadam, Mohammad Mahmoudi, Shahin Barzegar y Yashar Piri.
Las consecuencias de la política belicista de Trump
El debido
honor a las víctimas no debe eclipsar la amenaza que supone también Trump para
la región, y sobre todo para quienes siempre pierden en las guerras que dirigen
las grandes potencias. Su belicismo desenfrenado, su empleo de la táctica de
"asesinatos selectivos" que popularizó la ocupación israelí tras el
estallido de la Segunda Intifada y su amenaza a bienes culturales y
arqueológicos iraníes y de la humanidad.
El presidente
Trump, como recuerda la relatora para ejecuciones extrajudiciales de Naciones
Unidas, Agnes Callamard, ha violado probablemente la legalidad internacional
con la operación contra Suleimani.
El presidente
de EEUU ha declarado una guerra abierta a Irán que con toda probabilidad se
librará, como lleva décadas ocurriendo, en la región de Oriente Medio y con
consecuencias impredecibles. Y sufrirán quienes siempre sufren en las guerras
que deciden otros: la población siria, asediada desde hace años por los
ejércitos de Asad, Irán y Rusia; la población iraquí, atrapada entre la
injerencia estadounidense y la iraní; la población kurda, rehén de Erdogán y de
peligrosas alianzas con Estados Unidos y Rusia; y la población palestina, que
suele pagar el precio de cualquier estallido en la región, entre otros.
Como señala el
medio egipcio Al Shorouk en su artículo ’Los tres criminales: EEUU, Irán y
Sadam’, en el que analiza las reacciones al asesinato en Irak, parece seguro
que la muerte de Suleimani derivará en un enfrentamiento global en la región,
en el que la única esperanza es la unión de la población para "expulsar de
una vez por todas a iraníes y estadounidenses, como los iraquíes llevan semanas
haciendo".
En palabras
del investigador libanés Gilbert Achcar en su artículo ’Ni EEUU ni Irán’:
"A la luz de los acontecimientos parece que al menos el movimiento iraquí
va a continuar. No deja de crecer el deseo de la mayoría de iraquíes,
independientemente de su confesión religiosa, de poner fin a la
instrumentalización que las distintas fuerzas hacen de su territorio como campo
de batalla, para controlarlos".
"La
situación del mundo árabe en los últimos años ha tocado fondo. Vive bajo una
férrea ocupación extranjera: sionista, estadounidense, rusa, iraní y turca.
Cada una de estas ocupaciones cuenta con sus propios agentes árabes",
señala el autor. "Esperemos que en esta nueva década que comienza veamos
el renacimiento popular en la región que comenzó en la década pasada en Túnez y
que continuó recientemente en los movimientos populares de Irak y Líbano. Y que
logremos la libertad y soberanía que tanto anhelan nuestros pueblos, sin las
cuales será imposible alcanzar nuestras aspiraciones democráticas y
sociales", añade.