Por Eszter Wirth
Los ciudadanos japoneses son mundialmente conocidos
por su lealtad y diligencia, dos cualidades aparentemente positivas pero que
esconden un lado perverso si se llevan al extremo.
Sus efectos fatales son conocidos como karoshi,
que significa “muerte por exceso de trabajo”, y karo-jisatsu, los
suicidios causados por el entorno laboral.
La gravedad de este fenómeno es tal que los
gobiernos nipones publican estadísticas de los decesos y se ven obligados a
diseñar políticas para reducir sus cifras, hasta ahora con poco éxito.
Las raíces de la obsesión con el trabajo
Para comprender la importancia del trabajo en el
país del sol naciente hay que retroceder a los siglos V y VI, cuando se
introdujeron las ideas budistas en la sociedad japonesa sintoísta.
Según la doctrina, la colectividad prima frente al
individuo. Pero fue Shozan Suzuki, un samurái convertido en
monje budista, quien puso los cimientos del culto al trabajo en el siglo XVII.
Decía que la autorrealización personal sólo se
podía obtener a partir del trabajo duro y contribuyendo a la comunidad. De esta
forma, el trabajo se transformó en el fin último de la vida, no sólo en una
actividad para ganarse la vida. Y esto resultó crucial a la hora de reconstruir
el país tras la Segunda Guerra Mundial en un tiempo récord y convirtiéndolo en
una de las tres potencias económicas mundiales.
Al igual que los samuráis juraron fidelidad a servir
al señor feudal (shogun), los japoneses de la sociedad moderna consagran su
vida a la empresa que los contrata y donde esperan trabajar hasta la
jubilación.
Según la percepción social, a más horas trabajadas,
mayor lealtad a la compañía y mayor probabilidad de obtener una promoción.
Abandonar la oficina antes del jefe está mal visto, por lo que muchos
empleados permanecen en la oficina hasta la
noche aunque no realicen ninguna labor productiva.
Además, es de esperar que los asalariados acudan a
las actividades afterwork, como karaokes o partidas de minigolf
tras la jornada laboral para reforzar el sentimiento de pertenecer a la familia
de la gran empresa y tomarse todos los días de las vacaciones pagadas es
considerado síntoma del empleado desmotivado y los trabajadores deciden
disfrutar sólo de la mitad.
Efectos nocivos de la cultura del trabajo
El resultado del presentismo excesivo, la
acumulación de horas extra y el rechazo a coger vacaciones es la falta de
descanso entre la población nipona.
Según la OCDE, los japoneses son los que menos duermen de media
entre los países avanzados: casi la mitad de la población de 40 años duerme
menos de seis horas diarias.
Según un estudio de Rand Corporation, la falta de
sueño restó 138.000 de millones de dólares al PIB japonés, un 2,92% del total, debido
a la baja productividad laboral, que es de las más bajas entre los
países desarrollados.
Pero el exceso de trabajo y la falta de sueño
acumulado a largo plazo pueden
matar mediante
ataques cardíacos o derrames cerebrales, incluso entre los más jóvenes (karoshi).
El estrés por no cumplir objetivos marcados por los
jefes, por el miedo de perder el puesto de trabajo o por el acoso por parte de
los colegas lleva a decenas de asalariados a quitarse la vida cada año. Estas
muertes afectan a casi todos los sectores, pero son más frecuentes entre los
trabajadores de cuello blanco.
El primer caso de karoshi fue
registrado en 1969 y el fenómeno se intensificó en los años 80, aunque el
Gobierno sólo comenzó a publicar estadísticas a partir de 1987.
Los casos más sonados fueron los de dos jóvenes
niponas.
Miwa Sado fue una joven periodista de
31 años que murió por un paro cardíaco en 2013 tras haber encadenado 159 horas
extras al mes para la empresa estatal de radiodifusión NHK.
Yukimi Takahashi se suicidó en 2015
con 25 años tras haber trabajado 105 horas extras al mes para Dentsu, una
prestigiosa empresa publicitaria, mientras su jefe sólo había declarado 70
horas.
Las
últimas propuestas del Gobierno
En
los últimos años, el Gobierno de Shinzo Abe ha puesto en marcha nuevas medidas
para luchar contra el karoshi y promocionar el descanso entre
los ciudadanos.
Entre
ellas figura la introducción de un nuevo día festivo (el “Día de las Montañas”) en el calendario laboral nipón desde
2016, y obligar a los empleados a coger por lo menos cinco días de vacaciones
anuales.
En
2017 se introdujo el Premium
Friday, invitando a los trabajadores a abandonar la oficina a las
tres de la tarde el último viernes de cada mes e ir de compras o de bares para
revitalizar el consumo privado. No obstante, dicho proyecto sólo tuvo un 11% de
seguimiento en sus primeros años de vida.
En
2019 tuvo lugar una reforma de la ley laboral que limitó
las horas extras a 45 mensuales y 360 anuales. Sin embargo, esta nueva
normativa meramente afecta a las grandes empresas y durante los períodos de
mayor actividad pueden extenderse a 100 horas mensuales.
La
economía nipona tiene pleno empleo, lo que dificulta la contratación de
más personas en épocas de intensa actividad, y en lugar de abrir el país a los
inmigrantes se ha castigado a los nipones con jornadas excesivamente largas.
Sin embargo, en 2019 el Gobierno aprobó un programa de visados para
atraer a empleados de cuello azul durante cinco años en los sectores más
necesitados de mano de obra.