Por Eduardo Camín
Si la Cuarta Revolución Industrial ha de
ser un motor de cambios positivos, como se pretende, debería sin lugar a dudas
trabajar a favor de los sectores más vulnerables de la sociedad. Esto incluye,
entre otros, a los trabajadores que confeccionan la ropa que vestimos, quienes
aún no disfrutan de los derechos fundamentales en el trabajo.
Por lo tanto, al hablar sobre la Cuarta Revolución Industrial puede
fácilmente convertirse en algo abstracto. Ya que las discusiones viajan a la
velocidad de la luz hacia un mundo de realidad aumentada de robots, cadena de
bloques y biotecnología.
Hace un tiempo atrás, en la cuna del capitalismo global, el Foro
Mundial Económico de Davos, se presentó con cierto tono apocalíptico, e
igualmente inquietante, un estudio donde se anunciaban ciertas consecuencias de
la denominada Cuarta Revolución Industrial en el ámbito del empleo.
Concretamente, el estudio hacía alusión a la eliminación de cinco
millones de puestos de trabajo en los quince países más industrializados. Es
decir, la interacción entre tecnología y economía actuaría en modo tal de hacer
desaparecer esta cantidad de puestos de trabajos, aunque fiando a un mediano o
largo plazo la creación de un número indeterminado de puestos de trabajo
siempre inferior a los previamente destruidos.
En contra de la retórica determinista sobre los robots tomando el
mando, un Informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sostenía
un enfoque de la tecnología “bajo el control humano”, dirigido a mejorar el
trabajo, en vez que ser controlado por él, es posible.
Los ordenadores (las computadoras), que la revolución digital del
siglo XX ha convertido en un elemento fundamental de nuestra economía y nuestra
vida cotidiana, son en esencia máquinas capaces de ejecutar órdenes
(operaciones lógicas y matemáticas) a gran velocidad. Los seres humanos hemos
aprendido a describir la realidad con ecuaciones matemáticas y los ordenadores
son las herramientas que hemos desarrollado para investigar y simular la
realidad usando estas ecuaciones.
En los últimos años hemos asistido a un renacer de la investigación
en inteligencia artificial en gran medida gracias al éxito demostrado por
algunos algoritmos de aprendizaje de máquinas como las redes neuronales
artificiales. Es un hecho inapelable ligado a la ciencia (no a la divinidad)
que como advertía Isaac Asimov "Estamos llegando al punto en el cual los
problemas que deberemos resolver serán irresolubles sin ordenadores".
No se aporta nada nuevo cuando se afirma que la digitalización es
un hecho que está transformando en su conjunto las relaciones sociales,
económicas y políticas. La conectividad, el acceso a mucha mayor cantidad de
información y la inmediatez en las comunicaciones, junto a un
redimensionamiento del espacio y el tiempo han generado una revolución en las
relaciones sociales capaz de desmaterializar procesos sociales.
No obstante, planea sobre la producción en la era de la Cuarta
Revolución Industrial una fuerte incertidumbre en el tipo de empleo y las
condiciones de trabajo y de vida de las actividades económicas digitalizadas.
Aquellos que hayan tenido oportunidad de visitar el museo de la
Ciencia y de la Industria de Manchester, en el Reino Unido, pudieron comprobar
como aún se conservan algunos telares mecánicos originales utilizados en las
primeras grandes fábricas textiles y fueron protagonistas de la Revolución
Industrial del siglo XIX.
Los visitantes pueden observar algunos de ellos en funcionamiento,
como un telar que produce intricados bordados con el método Jacquard, un
sistema de tarjetas perforadas del telar que actúan como una secuencia de
instrucciones, una especie de algoritmo primitivo, mediante él se ordena al
telar que haga una serie de operaciones y dibuje con el hilo sobre la tela una
imagen de la realidad.
La Cuarta Revolución Industrial parece querer aportar, entonces,
nuevas expectativas en las relaciones de producción de la mano de la
digitalización del conjunto de la economía. De esta forma se ponen en valor
determinadas características de los cambios introducidos de la mano de las
tecnologías de la (des) información y la comunicación que toman como objetivos
aspectos conflictivos que están causando una ruptura en la vida social y
laboral de los sujetos.
Por ello, no resulta extraño, por ejemplo, los intentos de asociar
el uso de la tecnología con determinados cambios como el destierro de una de
las ideas-fuerza más dramáticas para las sociedades ordenadas en torno al
trabajo como es la transferencia del riesgo empresarial a las condiciones de
trabajo y de vida de los trabajadores a través de la exclusiva consideración de
éstas como un mero factor de producción con el que asegurar un determinado
nivel de beneficios.
O lo que es lo mismo, la recuperación de un equilibrio entre
intereses económicos y sociales que encontraría en la tecnología su piedra
fundacional, sin la cual las relaciones de producción no podrán superar el
momento de degradación y banalización en el que se encuentran sumidas.
De este modo, se reitera una relación entre evolución de la tecnología
y empleo donde este último se ve seriamente amenazado en un sentido ya
anunciado desde el siglo pasado, aunque concediendo gran importancia a la
formación que permitiría afrontar dicho cambio de era evitando las
consecuencias dramáticas del desempleo.
Es decir, pese a las esperanzas depositadas en ese conjunto
desigual que conforma hoy en día la economía digitalizada a nivel mundial, los
documentos internacionales emanados al respecto advierten indirectamente de la
incapacidad -o el fracaso- de esta economía de contribuir a una sociedad de
pleno empleo.
Pero, se debe considerar que, por un lado, la cultura empresarial
(eufemismo de explotación) imperante en los últimos tiempos se debe revisar
necesariamente para pasar de una relación entre capital y trabajo donde el
beneficio empresarial que se conforma a través del ajuste del costo laboral, a
una relación donde aquél encuentre su origen en la mejora de la calidad del
bien o servicio que se coloca u ofrece en el mercado.
La economía en la Cuarta Revolución Industrial se presenta como una
alternativa posible a la crisis en la que se encuentra la economía actual. La
investigación más reciente de la OIT, sobre el terreno, sugiere que mientras
algunos segmentos de la industria textil se están adaptando rápidamente a las
nuevas tecnologías, las partes de la manufactura más intensivas en mano de obra
– cortar telas, coser, controlar y empacar – no lo están haciendo.
Esto sugiere una oportunidad enorme, según el organismo ya que, en
la próxima década, la industria de la confección creará millones de empleos en
lugares donde las personas los necesitan con urgencia. La mayoría de estas
personas serán mujeres jóvenes, muchas migrantes y casi todas formarán parte
del 40% de los más pobres del mundo. Si estos empleos son seguros y protegidos,
pueden ser transformadores.
La industria de la moda puede sacar de la pobreza a millones de
personas a través del trabajo decente y el empoderamiento de las mujeres, y
puede impulsar el crecimiento económico inclusivo.
Asimismo, se llama la atención sobre la importancia de la formación
como inversión necesaria para asegurar una transición lo menos traumática
posible en términos de destrucción de empleo. No resulta extraño a este relato
relacionar un determinado uso de las tecnologías como requisito sine qua non
para alcanzar una eficiencia económica que consienta un crecimiento económico
sostenible que se nutra de un empleo de calidad.
Pero, en el marco de un sistema tributario de la rentabilidad
sabemos que en su esencia no concibe otra utilización que no produzca
ganancias, y en materia de empleo hasta ahora es la precariedad, y la baja
calidad del mismo quien marca la tendencia. No deberíamos perder de vista que
estos avances comienzan a tener su peso de consecuencias sobre el mundo del
trabajo.
Las nuevas tecnologías, en concreto derivadas del aumento de la
automatización y del avance de la inteligencia artificial, están sustituyendo
empleos a mayor ritmo que los que somos capaces de crear. Sólo este año van a
desaparecer, de forma neta, 3,4 millones de empleos en todo el mundo. Es un
aumento del desempleo mundial del 5.7 al 5.8%.
Para muchos el optimismo es de rigor, para otros, las dudas
prevalecen y muchos expertos de diversos ámbitos están en alerta ante la falta
de capacidad de reinvención del mercado laboral.