Por E.P. Milligan
Un informe publicado esta semana por la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) indica que más de 820 millones de
personas en todo el mundo sufrieron de hambre en 2018. El informe anual arroja
dudas sobre el objetivo de la ONU de acabar con el hambre en el mundo para
2030, describiéndolo como “un inmenso desafío”. El año pasado marcó el tercer
año consecutivo en el cual los niveles de hambre aumentaron con aproximadamente
una de cada nueve personas en el mundo que pasaban hambre.
El aumento del hambre y la inseguridad alimentaria
está vinculada indisolublemente al aumento de la desigualdad social, el
estallido de nuevas guerras y conflictos y los efectos desastrosos del cambio
climático. Contrariamente a los argumentos neomaltusianos que el hambre, como la
degradación ambiental, provienen de la “superpoblación”, cualquier análisis
serio de los hallazgos del informe apunta en última instancia a la crisis del
capitalismo y la distribución irracional de los recursos del mundo.
Los propios autores señalan tendencias económicas
peligrosas, como las políticas comerciales nacionalistas, las cuales han
contribuido al hambre en el mundo y continúan amenazando cualquier capacidad
para revertir tales procesos. “Esta perspectiva sombría”, dice el informe,
“refleja riesgos crecientes relacionados con el aumento de las tensiones
comerciales, el debilitamiento de las inversiones, el aumento de la deudas
gubernamental y corporativa y el aumento de los costos de endeudamiento”.
Tales cifras
trágicas apuntan a una sociedad y a un sistema económico global en retroceso.
El crecimiento del hambre en el mundo durante los últimos tres años — en
sí mismo una desviación de aproximadamente una década del llamado “progreso” la
cual involucra un aumento lamentablemente marginal en los estándares de vida
mundiales — ha surgido de condiciones históricas concretas.
Tal fenómeno
solo es posible en un mundo donde 26 billonarios controlan tanta riqueza como
la mitad más pobre de la humanidad. Las guerras neocoloniales de poder cada vez
más sangrientas — como la guerra en Yemen, uno de los mayores
desastres humanitarios en la historia de humana — privan a
millones de necesidades básicas como alimentos, agua y suministros médicos. El
cambio climático, producto de la mala gestión capitalista de los recursos del
mundo, ha llevado a condiciones climáticas cada vez más extremas, sequías,
inundaciones y tormentas, creando condiciones de hambruna para millones más.
El informe, titulado “El Estado de la Inseguridad
Alimentaria y la Nutrición en el Mundo: Salvaguardando contra las
Desaceleraciones Económicas y Contracciones”, fue presentado por la
Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas. Los
investigadores de las Naciones Unidas elaboraron el documento conjuntamente con
el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, el Fondo de las Naciones
Unidas para la Infancia (UNICEF, siglas en inglés), el Programa Mundial de
Alimentos y la Organización Mundial de la Salud.
Un desglose de las estadísticas por región muestra
que el hambre ha aumentado casi un 20 por ciento en las subregiones de África.
En África oriental, cerca de un tercio de la población (30,8%) está desnutrida.
Si bien los niveles de hambre en América Latina y el Caribe aún se mantienen
por debajo del siete por ciento, están aumentando lentamente. En Asia, el 11
por ciento de la población está desnutrida.
La ONU descubrió que el hambre está aumentando
principalmente en los países donde el crecimiento económico se está quedando a
la zaga, particularmente en los países que dependen en gran medida del comercio
internacional de productos primarios, es decir, alimentos, materias primas,
combustibles y metales básicos. También encontró que la desigualdad de ingresos
está aumentando en muchos de estos países, un proceso que conducirá a la
exacerbación el problema. “La desigualdad de ingresos aumenta la probabilidad
de una grave inseguridad alimentaria”, señala el informe.
En otras palabras, el problema del hambre es más
grave en los países más vulnerables a las depredaciones del imperialismo
mundial. El informe identifica a los países de “ingresos medios” entre los más
afectados por el aumento del hambre. Estas son naciones con vastas cantidades
de recursos naturales y plataformas de mano de obra barata que son explotadas rutinariamente
por los bancos y grandes corporaciones de los centros del imperialismo mundial
—sobre todo de las potencias de Estados Unidos y Europa.
Por primera vez desde la creación de este informe
anual, los investigadores optaron por analizar de manera más amplia la
inseguridad alimentaria. El informe presentó un segundo indicador, distinto del
hambre, el cual encontró que el 17,2 por ciento de la población mundial —1.300
millones de personas— carece de acceso regular a “alimentos nutritivos y
suficientes”.
“Incluso si no estuvieran necesariamente padeciendo
hambre”, dice el informe, “corren un mayor riesgo de sufrir diversas formas de
malnutrición y mala salud”. Cuando estas cifras se combinan con las de las
personas que padecen hambre, el informe estima que 2 mil millones de personas
se ven afectadas por la inseguridad alimentaria moderada a severa.
El informe presta especial atención a las
condiciones de los niños, una vara para medir la salud relativa de la sociedad
en su conjunto. Encontró que desde 2012, no se ha avanzado en la reducción del
bajo peso al nacer. También descubrió que si bien el número de niños menores de
cinco años afectados por el crecimiento atrofiado ha disminuido en los últimos
seis años, el ritmo del progreso es demasiado lento para alcanzar las metas
establecidas para 2030. En el sur de Asia y el África subsahariana, uno de cada
tres niños está atrofiado. Finalmente, el sobrepeso y la obesidad —indicadores
de malnutrición— continúan aumentando a nivel mundial, especialmente entre niños
en edad escolar y adultos. Señala que estos problemas inevitablemente
interrumpirán otros patrones de desarrollo en una amplia gama de índices.
Como era de esperar, el informe no proporciona
soluciones realistas a la crisis. Pese a las implicaciones de largo alcance de
los hallazgos del informe, sus autores se encuentran en un punto muerto.
“Nuestras acciones para enfrentar estas tendencias preocupantes tendrán que ser
más audaces”, declara el informe. “Debemos fomentar una transformación
estructural inclusiva y en favor de los pobres, centrándonos en la gente y
ubicando las comunidades en el centro para reducir las vulnerabilidades
económicas y encaminarnos nosotros mismos para acabar con el hambre, la
inseguridad alimentaria y todas las formas de desnutrición”.
Incapaz de sacar conclusiones más profundas sobre
el fracaso del capitalismo mundial, el informe en el mejor de los casos solo
puede ofrecer propuestas poco realistas de reforma. Por encima de todo, los
autores del informe desaconsejan nuevos recortes a los programas sociales o
políticas comerciales que podrían amenazar la desaceleración económica. Sin
embargo, a medida que las clases dominantes del mundo se desplazan cada vez más
hacia la derecha, se basarán cada vez más en estas mismas políticas en un
intento por contrarrestar las crecientes contradicciones económicas internas de
sus diversos estados nacionales.