Por Eduardo Carmín
En 2017, el crecimiento mundial de los
salarios cayó a su nivel más bajo desde 2008, muy por debajo de los niveles
anteriores a la crisis financiera mundial, destacaba un informe de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT). Posteriormente un nuevo Informe
Mundial sobre Salarios 2018-19 constata que en términos reales (ajustados a la
inflación) el crecimiento mundial del salario se desaceleró: pasó de 2,4 en
2016 a 1,8 por ciento en 2017.
Al analizar el crecimiento del salario, el informe destacaba que en
los países avanzados del G20 el crecimiento real del salario disminuyó de 0,9
por ciento en 2016 a 0,4 por ciento en 2017. Por el contrario, en los países
emergentes y los en desarrollo del G20, el crecimiento de los salarios reales
fluctuó entre 4,9 por ciento en 2016 a 4,3 por ciento en 2017.
“Es desconcertante observar que en las economías de altos ingresos
el lento crecimiento de los salarios está acompañado por una recuperación del
crecimiento del PIB y una disminución del desempleo. Además, las primeras
indicaciones sugieren que este lento crecimiento del salario continuará en
2018”, declaraba el Director General de la OIT, Guy Ryder.
“Este estancamiento de los salarios constituye un obstáculo para el
crecimiento económico y la mejora de los niveles de vida. Los países deberían
analizar, junto a sus interlocutores sociales, las maneras de lograr un
crecimiento del salario sostenible desde el punto de vista económico y social”,
añadía.
Ahora, una nueva evaluación de la OIT presenta la primera
estimación de la distribución del ingreso laboral, y muestra que la desigualdad
salarial sigue siendo un problema extendido en el mundo del trabajo. Estas
conclusiones se derivan de una nueva base de datos que incluye datos
nacionales, regionales y mundiales:
Diez por ciento de los trabajadores perciben 48,9 por ciento de la
remuneración mundial, mientras que los trabajadores de salarios más bajos
reciben sólo 6,4 por ciento, revela una nueva serie de datos de la OIT. Además,
el 20 por ciento de los trabajadores con ingresos más bajos – cerca 650
millones de personas – perciben menos de uno por ciento del ingreso laboral
mundial, una cifra que apenas ha cambiado a lo largo de los últimos 13 años.
Estos nuevos datos muestran que en general la desigualdad de los
ingresos laborales a escala mundial ha disminuido desde 2004. Sin embargo, esto
no se debe a una reducción de la desigualdad en los países; en realidad la
desigualdad de remuneración a nivel nacional está aumentando.
Más bien, es consecuencia de la creciente prosperidad en las
economías emergentes, específicamente China e India. En general, señalan las
conclusiones, la desigualdad del ingreso sigue siendo un problema extendido en
el mundo del trabajo.
El Conjunto de datos relativos a la proporción del ingreso laboral
y su distribución, elaborado por el Departamento de Estadística de la OIT,
contiene datos provenientes de 189 países y se basa en la mayor colección
mundial de datos armonizados procedentes de estudios sobre la fuerza de
trabajo.
Presenta además dos nuevos indicadores para evaluar las principales
tendencias en el mundo del trabajo, a nivel nacional, regional y mundial. El
primer indicador ofrece, por primera vez, cifras comparables a escala
internacional del porcentaje del PIB que va a los trabajadores – en vez que al
capital – a través de los salarios y las ganancias. El segundo analiza la
manera en que el ingreso laboral está distribuido.
El informe constata que a nivel mundial la proporción del ingreso
nacional que va a los trabajadores está disminuyendo, pasando de 53,7 por
ciento en 2004 a 51,4 por ciento en 2017.
“Los datos muestran que, en términos relativos, el incremento de
los salarios laborales más altos está asociados con pérdidas para todos los
demás, ambos, los trabajadores de la clase media y los que perciben los
ingresos más bajos, están viendo disminuir parte de sus ingresos", sugiere
Steven Kapsos, jefe de la Unidad de producción y análisis de datos de la OIT.
Al analizar la distribución del salario medio entre los países,
constata que la parte recibida por la clase media (el 60% de los trabajadores
de nivel medio) descendió entre 2004 y 2017, pasando de 44,8 a 43 por ciento).
Al mismo tiempo, la proporción recibida por el 20% de las personas mejor
remuneradas aumentó, de 51,3 a 53,5 por ciento. Los países donde las personas
de rentas más altas vieron su parte del salario nacional aumentar de al menos
un punto porcentual incluyen a Alemania, Indonesia, Italia, Pakistán, el Reino
Unido y EEUU.
Los países más pobres tienden a registrar niveles de desigualdad de
los salarios mucho más altos, lo cual exacerba las dificultades de las
poblaciones más vulnerables. En el África subsahariana, el 50 por ciento los
trabajadores en el nivel más bajo de la escala reciben sólo 3,3 por ciento de
los ingresos laborales, mientras que en la Unión Europea reciben 22,9 por
ciento del ingreso total pagado a los trabajadores.
Por otra parte, Roger Gomis, economista del Departamento de
Estadística de la OIT, señaló que “La mayoría de los trabajadores del mundo
subsiste con un salario notablemente bajo y para muchos tener un empleo no
significa ganar lo suficiente para vivir. A nivel mundial, el salario promedio
de los trabajadores en la mitad inferior de la distribución de los ingresos es
de apenas 198 dólares mensuales y el 10 por ciento más pobre tendría que
trabajar tres siglos para ganar lo mismo que gana el 10 por ciento más rico en
un año”.
La publicación de esta nueva serie de datos cumple con una
recomendación del Informe de la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo de
la OIT, que puso de manifiesto la necesidad de crear nuevos indicadores para
medir de manera más precisa los progresos en materia de bienestar,
sostenibilidad del medioambiente e igualdad y de adoptar un enfoque centrado en
las personas. Los nuevos datos serán utilizados para seguir los progresos hacia
la realización de los Objeticos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones
Unidas.
Aquellas promesas, y una sobrada realidad
Apenas acallados los ecos de la Conferencia del Centenario y su
declaración de buenas intenciones, la realidad del sistema nos pone de
manifiesto la dificultad de avanzar en los desafíos impostergables de la
justicia social. Estas dos palabras juntas -“justicia social”- es algo
indiscutido, e impostergable.
El sentido legítimo y controlable de la expresión “justicia social”
es el que sobreviene a la justicia cuando se tiene en cuenta que el hombre no
es solo individual, sino que la vida humana es a la vez social y colectiva. Es
decir, que no se trata del individuo aislado, sino en un sistema de usos
sociales que ejercen la presión sobre cada uno.
Por lo tanto, la injusticia sobreviene cuando una fracción pequeña
de la sociedad dispone de la mayoría de los recursos y no permite el acceso a
ellos a una mayoría de seres o no se aumenta la riqueza todo lo posible porque
los dirigentes se obstinan en mantener un sistema económico ineficaz y de esta
forma se mantiene a la mayoría en un nivel de pobreza innecesario que podría
superarse.
No se debe perder de vista que el nervio de la justicia social
consiste en las posibilidades de la vida. Lo injusto es encontrarse desde el
comienzo de la vida, por haber nacido en un lugar u otro de la sociedad
predestinado a un destino personal más o menos favorable.
En realidad, asistimos día tras día al vergonzoso espectáculo del
capitalismo neoliberal, comprobamos como el sacrosanto mercado es incapaz de
sobrevivir por sí solo y necesita del Estado y los bancos centrales para
sobrevivir. Fondos públicos, al rescate de los trapicheos de los ejecutivos
financieros.
Peor aún: más allá de las declaraciones en el marco de la OIT, las
soluciones reales que aplicaran, los gobernantes del planeta prolongan, en
cualquier caso, la lógica inmanente del beneficio ampliado como condición de
supervivencia estructural; privatización de fondos públicos, prolongación de la
jornada laboral, despido libre, disminución del gasto social, desgravación
fiscal a los empresarios y los fondos buitres.
La dependencia, el subdesarrollo, el desempleo, la marginalidad, el
analfabetismo y la pobreza no son lacras del pasado, como algunos dirigentes
pretenden soslayar; en realidad la fragilidad de sus economías sometidas a los
vaivenes del gran capital, continúan amenazando una gran parte de los pueblos
Las políticas neoliberales con sus efectos alienantes dominan
prácticamente todo el escenario mundial. Entonces la tan pregonada “justicia
social” no es más que un marco teórico de buenas intenciones, cuya retórica
sirve para aliviar algunas de sus promesas estampadas en los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
-Eduardo
Camín es analista uruguayo, acreditado en la ONU-Ginebra, asociado al Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la )