Por Manuel Sutherland
Nueva Sociedad
El
gobierno bolivariano se ha caracterizado por un verbo «antiyanqui» inusualmente
encendido. En los últimos tres años, los vituperios contra todo lo que
representa Estados Unidos han sido más que recurrentes, debido al franco apoyo
de Donald Trump a la oposición más beligerante. Por todo ello y por las
espinosas sanciones económicas impuestas desde Washington, ha sido muy fácil
lanzar permanentemente acusaciones de «sabotaje» y de «guerra económica». Para
los seguidores más entusiastas del gobierno, el dólar estadounidense representa
así el cúmulo de todos los males económicos de una nación sacudida por el
colapso macroeconómico más profundo de su historia.
Para los «guerreros económicos» de Nicolás Maduro,
todos los males se achacan a la nefanda influencia del dólar en la economía venezolana,
que de manera consuetudinaria ataca a la moneda nacional hasta depreciarla por
completo. Esta pérdida de valor del bolívar sería la culpable de la
hiperinflación, la baja de salarios y la crisis en general. Así las cosas, en
2018 aseguraban que el aumento en 42.000% de la base monetaria, exclusivamente
emitida por el Banco Central de Venezuela (BCV), no tenía nada que ver con la
hiperinflación; es decir, no importa cuánto dinero se lance a la calle, su
influencia en los niveles de precios sería cero.
De tal forma, se vendió la tesis de que el dólar es
la punta de lanza del ataque imperial contra la Patria. Que el gobierno haya
aumentado la base monetaria en más de 2.400.000% en los dos últimos años sería
irrelevante. Blandiendo esta tesis, parte de la izquierda se ha volcado a
justificar todos los problemas de la economía local con el argumento de que el
dólar ahoga y enajena a la población venezolana. Este es, precisamente, el
caballito de batalla ideológico de los gobiernos cuya inestabilidad económica
es objeto de estudio y chanza.
El petro y la criptomoneda estatal que derrotaría
al dólar
Hasta hace poco el mismo presidente Maduro hablaba
del «narcodólar», «dólar criminal» y «dólar golpista». Con ahínco firmó
decretos en favor de eliminar el dólar como moneda de cambio en el país e
invirtió ingentes recursos en lanzar una criptomoneda, el petro. El petro
estaría atado a las cotizaciones de varios commodities de exportación y no se
iba a poder «minar» como una criptomoneda normal, porque estaría respaldado en
las reservas de petróleo del país. La idea es que el petro fuera un medio de
pago confiable y estable, aunque estuviera atado a un bien de precio muy
volátil: el petróleo, cuyo valor, dicho sea de paso, disminuyó en más de 50% en
el periodo 2008-2019.
El petro es una idea llamativa pero con una pésima
ejecución y diseño. Desde un principio pareció ser otro de los planes mágicos
de salvación económica (como el plan de cría de «conejos urbanos») y que haría
recuperar el salario mínimo en el país, que entre 2001 y 2019 pasó de 401
dólares a 7 dólares mensuales. Luego de ese inusual devenir crematístico, casi
nada nuevo ha pasado en ese ámbito.
Un viraje radical: el dólar como «bendición»
A contrapelo de los sesudos análisis de economistas
ortodoxos que aseguraban que Venezuela iba a terminar en una suerte de
comunismo norcoreano, el gobierno ha experimentado desde agosto de 2018 un
serio, aunque vergonzante, viraje «liberal». En el marco de la segunda
reconversión monetaria del chavismo, cuando se le quitaron cinco ceros al
bolívar (hace diez años se le habían quitado tres ceros), se lanzó el nuevo
«bolívar soberano» y se prometió una ortodoxia presupuestaria severa. Déficit
cero y disciplina fiscal emergieron de pronto en el discurso de Maduro, aunque
poco después haría exactamente lo contrario, incrementando en 3.600% el ingreso
mínimo legal, con un aumento sideral de la emisión de dinero sin respaldo.
Pocos meses más tarde procedería a decretar la libre convertibilidad de la
moneda, la importación sin mayores requisitos y la plena legalidad del comercio
en divisas extranjeras.
Sin duda alguna, hubo tres sucesos que empujaron a
Maduro a esta apertura. El primero es la radical hecatombe de la economía. En
sus manos, el PIB cayó 50% entre 2013 y 2018, y más grave aún fue la caída
interanual reflejada en el primer trimestre de 2019: -26 %. En segundo lugar,
el apagón de marzo de 2019 dejó a millones de personas sin poder comprar, ya
que el dinero en efectivo (bolívares) es extremadamente escaso, y sin electricidad
era imposible comprar en comercios habilitados con puntos de venta
electrónicos. Esto impulsó a los comercios a recibir casi cualquier forma de
pago. En tercer lugar, el gobierno sufrió los fuertes embates de las sanciones
económicas y la insurrección continua del ala más radical de la oposición. Todo
ello aceleró los cambios fundamentales hacia una apertura que venía gestándose
poco a poco, contradiciendo a un ala de la izquierda que esperaba (ahora sí) la
«profundización de la revolución».
Lo que comenzó como una «medida de emergencia» fue
mutando en una cotidianidad dolarizada, que llegó al paroxismo con las
afirmaciones de Maduro en una entrevista en televisión nacional, en la que
enunció sin ambages: «Yo no lo veo mal, no lo veo mal (...). Me declaro pecador
(...) es autorregulación necesaria de una economía que se niega a rendirse.
(...) Hay que evaluar cómo ese proceso de lo que llaman 'dolarización' puede
servir para la recuperación y el despliegue de las fuerzas productivas del país
y el funcionamiento de la economía. Es una válvula de escape».
Luego de 15 años de férreo control cambiario, de
infinidad de convenios cambiarios y de múltiples organismos de gestión (CADIVI,
SITME, SICAD, SIMADI I, SIMADI II, DIPRO, DICOM, etc.), ahora el gobierno
bolivariano «descubría» que la creciente dolarización informal del país es una
bendición. Y el «dólar criminal» pasó a ser un elemento positivo para la
economía.
La tremebunda escasez que todos pensaban que
aumentaría, por la crisis o por las sanciones, ha disminuido considerablemente.
Poco a poco se observa un importante crecimiento en la oferta de bienes y
servicios. Muchos empresarios ven en la oportunidad de emprender o rescatar
viejos negocios que tenían mercados potenciales. La veloz carrera por posicionarse
en ellos ha impulsado a muchos a arriesgarse con cierto éxito. El vigoroso
incremento de «bodegones» repletos de mercancías importadas parece reflejar una
demanda capaz de comprarlos en dólares. Ello ha llamado la atención a
empresarios nacionales, que saben que producir en el país es mucho más
económico que importar, debido a los bajos salarios, la energía barata, etc. Ni
hablar de los bajos impuestos y la nulidad total en cuanto a tributos y normas
relativas a la cuestión ecológica. Esto se articula con la paulatina apertura
económica del gobierno, lo que, de conjunto, augura una leve recuperación
económica o rebote luego de la histórica caída del PIB en el primer trimestre
de 2019.
La dolarización esconde la destrucción del bolívar
El júbilo de Maduro y de sus más cercanos
colaboradores con la dolarización informal y desreglamentada no deja de ser
sorprendente. Los más connotados patriotas no se preocupan ahora por la pérdida
de soberanía monetaria y de libertad económica que implica una dolarización.
Parece que no se dan cuenta de que la destrucción del bolívar no es sino la
forma monetaria que toma la devastación económica: la ruina del poder
adquisitivo, de la precaria seguridad social, de los ahorros y de los fondos
que millones guardaban para su vejez. Evidentemente, la hiperinflación como
expresión de la pérdida total del valor de la moneda ha empobrecido a millones,
destruido hogares y empujado a más de cuatro millones de personas a la
emigración. Estamos hablando de casi un sexto de la población total.
Los números de la aniquilación dineraria son
realmente impresionantes. En estos días, apenas se posee como circulante en
bolívares un equivalente de 700 millones de dólares (a la cotización del dólar
oficial). Hace ocho años esa misma liquidez monetaria en bolívares equivalía a
44.000 millones de dólares. Si se mide per cápita, la liquidez monetaria por
habitante ronda los 22 dólares. Países como Trinidad y Tobago tienen cerca de
11.000 dólares en ese indicador. La escasez de bolívares asfixia terriblemente
a la economía. Sin suficientes medios de pago, la recuperación estructural,
torpedeada por las sanciones económicas de Estados Unidos, es completamente
imposible.
Algunos datos del colapso
La depreciación del bolívar con respecto al dólar
compete al gobierno central, que con mano de hierro dirige el BCV. El
desastroso resultado de los indicadores no puede ser achacado a las sanciones
de Trump ni al «bloqueo». Países como Cuba, Corea del Norte o Irán, fuertemente
sancionados, no tienen ni 1% de la inflación que tiene Venezuela. Así la
responsabilidad por el caos monetario es enteramente interna.
Siendo sucintos, la inflación acumulada en los
últimos 24 meses (de septiembre de 2017 a septiembre de 2019) alcanza la cifra
de 17.665.911,53%. Estos números, que reflejan el incremento de los precios en
más de 17.000.000%, son oficiales ya que surgen del BCV. Si observamos la
inflación desde septiembre de 2013 hasta septiembre de 2019 (la última disponible
el 11 de diciembre de 2019), notamos que la inflación acumulada alcanzó la
cifra de 1.195.117.764,02%. Si, más de 1.100.000.000% (BCV).
Aterrizando en el tipo de cambio, no es difícil ver
cómo el bolívar se ha depreciado en casi 100%, con respecto al dólar. En los
dos últimos años (de diciembre de 2017 a diciembre de 2019), el tipo de cambio
ha aumentado 4.140.709,75%. Si hacemos la medición desde 2013 hasta 2019
(diciembre a diciembre), el tipo de cambio ha aumentado en 7.208.437.400,34%.
Lumpencapitalismo
La voraz hiperinflación que destruyó el bolívar
(que es plenamente recuperable) impuso esta dolarización anárquica. Según casi
todas las estimaciones, la cantidad de dólares es quizás unas ocho veces más
grande que la cantidad de bolívares. Las entradas de divisas por remesas,
narcotráfico, corrupción (por las sanciones ya no se fugan tantas divisas) y
contrabando de gasolina y minería ilegal han hecho que frecuentemente se pague
hasta lo más mínimo en dólares. Esta nueva realidad ha horadado la autoestima
de muchas personas que perciben salarios de alrededor de 15 dólares mensuales,
mucho más alto que el mínimo, y que ven cómo una pequeña parte de la sociedad
compra carros de 200.000 dólares, come caviar y paga oficinas de lujo.
Las clases que magistralmente bosquejó Karl Marx
según sus atributos productivos parecen reducirse en el imaginario venezolano a
dos: los que ganan en divisas y los que reciben bolívares (los pobres). Florece
la importación de lujo y la producción nacional desfallece. Un lumpencapitalismo
se erige así entre la mar de ilegalidades, evasiones y bandas armadas
extractivistas que se han hecho «empresarias» a fuerza de crímenes de todo
tipo. El Estado se ausenta y se retrae. Los controles absurdos se abandonan de
facto, pero con ellos las regulaciones necesarias también desaparecen. Reina el
descontrol y se profundiza la desigualdad del ingreso en niveles nunca antes
conocidos.
Aun así, podría haber alternativas a la debacle.
Urge un programa de emergencia económica alejado de los intereses inmediatos de
los bandos en pugna. Sindicatos, ONG, universidades y algunos partidos podrían
trabajar en un plan que ordene y coloque en el centro a los trabajadores y las
trabajadoras venezolanos y sus condiciones de vida, para luego impulsar un plan
alternativo de mayor envergadura que reordene la vida económica y social del
país.