La lógica del capitalismo es incompatible con la justicia social. El sistema exige acumulación; la justicia, compartir.
Por
Frei Betto
Pertenezco a la generación que tuvo el privilegio de cumplir 20
años en los años 60: la Revolución Cubana, el Che, los Beatles, El rey de
la vela (1), manifestaciones estudiantiles, Alegría, Alegría (2), Gláuber
Rocha, McLuhan, la revista Realidade (3), Marcuse, mayo del 68, Juan XXIII,
naves espaciales, etc.
Era la generación de los sueños. «Soñar es despertarse por dentro»,
nos recuerda Mário Quintana. Estábamos permanentemente despiertos. Nuestras
quimeras no eran nutridas por drogas, sino por utopías.
Según la teoría sicoanalítica, todo sueño es proyección de un
deseo. Nuestra generación deseaba ardientemente cambiar el mundo, instaurar la
justicia social, derribar el viejo orden.
El sueño se hizo pedazos al chocar contra la realidad. La dictadura
militar (1964-1985) declaró que nuestras protestas eran subversivas, y enfrentó
nuestras marchas con porras y tiros. Nuestros congresos estudiantiles
terminaron en las prisiones, y forzados a la clandestinidad, no nos quedó más
alternativa que el exilio o la resistencia. Los verdugos laceraron nuestras
utopías y colgaron nuestros ideales del pau-de-arara (4). Lo que era canto se
convirtió en dolor; lo que era encanto, en cadáver. La roda viva se llenó de
miedo, y nuestro cáliz de «vino tinto de sangre».(5)
Nuestros paradigmas se derrumbaron bajo los escombros del Muro de
Berlín. No era el socialismo de las masas ni de los proletarios en el poder.
Era el socialismo de Estado, padre y patrón, atrapado en la paradoja de
agigantarse en nombre del fin inminente de la lucha de clases. El economicismo,
la carencia de una teoría del Estado y de una sociedad civil fuerte y
movilizada, llevaron al río de las fantasías colectivas a desbordarse por sobre
los puentes de hierro de los ingenieros del sistema. El socialismo real saciaba
el hambre de pan, pero no el apetito de belleza. Compartía los bienes
materiales y privatizaba el sueño. Todo sueño ajeno a la ortodoxia se
consideraba diversionista, amenazador.
El capitalismo, astuto, socializa la belleza para camuflar la cruel
privatización del pan. Aquí todos son libres para hablar, no para comer. Libres
para viajar, no para comprar los pasajes. Libres para votar, no para interferir
con el poder. El Muro de Berlín cayó y todavía hoy la polvareda que levantó
ofusca nuestra mirada.
Despojada de paradigmas, la izquierda es una doncella perpleja que,
terminada la fiesta, no logra encontrar el camino de regreso a casa. Hay muchos
pretendientes dispuestos a acompañarla, pero ella teme que la conduzcan al
lecho de la violación. Ansiosa, se enrumba por el laberinto del electoralismo y
se pierde en el juego de espejos que exacerban el narcicismo de quienes se
maquillan en el reflejo de las urnas. Se deja arrastrar por la alternancia
electoral, en la que la caza de votos y cargos atropella los ideales y los
programas. Y mientras más se aproxima a las estructuras de poder, más se
distancia de los movimientos populares.
Es cierto que, al asumir la administración pública, invierte en
programas sociales, perfecciona el acceso a la salud, la educación, la vivienda
y la cesta básica. Pero desprovista de andamios, no hace de esa masa un nuevo
edificio teórico, alternativo a la globocolonización neoliberal que execra la
ciudadanía y exalta el consumismo, repudia los derechos sociales e idolatra el
mercado.
La marea sube –Ecuador, Chile, Argentina– pero en la playa,
acostumbrados a seleccionar los peces, los pescadores están cegados por el
reflejo del Sol. ¿La historia llegó a su fin?
Fuera de la izquierda no hay salida para la miseria que asola el
planeta (1300 millones de personas). La lógica del capitalismo es incompatible con
la justicia social. El sistema exige acumulación; la justicia, compartir. Y no
hay futuro para la izquierda sin ética, utopía, vínculos con los pobres y valor
para dar la vida por el sueño.
Hoy, el socialismo ya no es solo una cuestión ideológica o política.
Es también aritmética: sin compartir los bienes de la Tierra y los frutos del
trabajo humanos, la mayoría de los casi 8000 millones de pasajeros de esta nave
espacial llamada Tierra, estarán condenados a una muerte precoz, sin el derecho
a disfrutar lo que la vida requiere como más esencial para ser feliz: pan, paz
y placer.
Le resta ahora a la izquierda despertar al sueño.
.
(1)El rey de la vela (O rei da vela) es una obra de teatro de
Oswald de Andrade, uno de los principales nombres del modernismo brasileño.
(2)Canción de Caetano Veloso.
(3)Realidade fue una revista
brasileña lanzada en 1966 que circuló hasta enero de 1976. Presentaba
características innovadoras para la época: materiales en primera persona, fotos
que dejaban ver al fotógrafo y un diseño gráfico poco tradicional.
(4) Método de tortura
consistente en una estructura de la cual se cuelga a la víctima.
(5)Obra de teatro y verso de
una canción de Chico Buarque.