Por Antonio Lorca Siero
Rebelión
Los tiempos han cambiado en el mundo libre y
la izquierda ya no quiere hacer la revolución. La época de la lucha
contra el capitalismo ha pasado a la historia, porque ahora
hay entendimiento entre ambas partes. Uno ha tragado con los postulados
sociales extraídos de la época de la revolución burguesa y la otra ha aceptado
los términos de la moderna sociedad de consumo. A lo más que aspiran ambos es
al cambio, como requisito básico para que nada cambie, salvo el
paso del tiempo.
Es natural que los ánimos se sosieguen, visto que
el capitalismo ha ilusionado a los individuos con el bienestar.
Aunque apegadas a las viejas utopías, las aspiraciones de la muchedumbre, apunta
hacia la consecución del bien-estar. Y es conocedora que esto se puede alcanzar
o cuanto menos acercar a través el consumo. Soñar con ser rico no se le va de
la cabeza a casi nadie, pero para ir tirando basta con disponer de
ciertos caprichos que procura la sociedad actual a cambio de
un poco de dinero, lo que permite calmar los ánimos revolucionarios.
Por su parte, la elite de izquierdas está en lo
mismo, pero a más alto nivel. Han aprobado el examen para ejercer el poder y
asoman la cabeza en centros señalados. El que más o el que menos se ha
procurado un cargo, ya no vive en los suburbios y ocupa plaza en el centro de
la ciudad, con un chalet en urbanización de lujo a las afueras para los fines
de semana, dispone de coches de marcas sonadas, buenos sueldos y alguna que
otra cuenta en el extranjero por si las cosas vienen mal dadas.
A tenor del nivel de vida actual, ¿quién
puede pensar ahora en eso de la revolución? . Está claro que la
mayoría autoseñalada como de izquierdas no está en disposición de realizar
experimentos serios.
Hay algo fundamental en la nueva situación y es que
a la izquierda se le ha agotado la imaginación. Para subsistir con lo poco que
queda basta con pensar en cambios. Un parche aquí y otro
allá, aventados por la propaganda, al objeto de obtener réditos en términos de
poder y construir un discurso minimalista para ganar seguidores y poder
desempeñar algunos el papel de elites. Hay que mantener actualizada la
ideología. Inicialmente basada en aquellas cosas de libertad, igualdad y
fraternidad, ahora se trata de enunciar derechos y libertades sin cuento dentro
de la jaula, defender principios de justicia social que barren
para casa o de una solidaridad, en la que algunos creen, y otros practican
porque da prestigio. Muchas palabras y pocos hechos, pero basta para no
desalentar del todo ese viejo espíritu rebelde.
Causa del fracaso de la idea de revolución no es
tanto el arraigo del buen-vivir y el agotamiento de las ideologías como la
fuerza dominante del capitalismo, que ha impuesto su modelo de orden
ante el que no caben revoluciones. En todo caso, el argumento que postula el
sistema es convincente, y lo será en tanto haya consumo y bien-estar
garantizado entre las gentes. De ahí que la ruta a seguir sea acercarse al
capitalismo, porque circulando en sentido contrario no hay futuro.
La izquierda capitalista de ahora, esa que ha acabado
dando la espalda a la revolución como principio y se conforma
con abordar ciertos cambios, ya es una realidad. No solo
porque se ha entregado al consumo y al bien-vivir como sucedáneos del bienestar
propuesto por el capitalismo, lo que demuestra la sensatez de sus miembros,
sino que aspira a mejorar ambos. En definitiva, se ha quedado sin
argumentos diferenciales. Incluso ya flirtea con la derecha,
llegando a encontrar intereses comunes, y empieza a asumir el riesgo de tener
que aproximar discursos. Y no hay que olvidar que la derecha siempre ha
procurado ser políticamente fiel a los postulados del capitalismo.
Visto así el panorama y los principios de la
izquierda actual, como entrega al sistema, bien-vivir, consumo, derechos y
libertades para todos, la afinidad con los planteamientos de la doctrina
capitalista es evidente. Con lo que cabe entender que ya caminan de la mano.