Por Claudio
Katz
[Conferencia
expuesta por Claudio Katz en la recepción del XII Premio Libertador al
Pensamiento Crítico 2019 por el libro La Teoría de la
Dependencia, 50 años después. Caracas, 17 de diciembre de 2019]
Muchas gracias
a todos los amigos y compañeros que crearon y sostienen el Premio Libertador,
con tanta tenacidad y esfuerzo[1].
Gracias por su trabajo, por su convicción y por su tesón, Este premio sólo
existe por esa voluntad y esa decisión. Y felicitaciones a los organizadores
por valorar el pensamiento emancipador y las concepciones críticas. Por jerarquizar
las investigaciones que clarifican las raíces de la injusticia y por ponderar
los estudios que esclarecen cómo opera el neoliberalismo, el imperialismo y el
capitalismo.
Por estas
razones me enorgullece recibir este galardón, que es un reconocimiento al
compromiso social de los investigadores, que toman de partido por el bienestar
de las mayorías populares. Muy pocos países e instituciones se atreven a
impulsar premios de este tipo. Convocar, organizar y otorgar esta distinción es
un acto de valentía y un desafío al aparato cultural, mediático y académico de
las clases dominantes.
Y también los
felicito por retomar el otorgamiento del premio, lidiando con dificultades
gigantescas, en un momento de tanta disputa política en América Latina.
Atravesamos un momento decisivo. O avanza la derecha con sus golpistas, para
sostener el ajuste neoliberal y la dominación imperial estadounidense. O se
afianza el polo opuesto de luchas masivas, progresistas y de izquierda. O ganan
los fascistas y sus represores o se imponen los pueblos, que resisten en las
calles de todo el continente.
Por eso quiero
dedicar este premio a los compañeros asesinados en El Alto de Bolivia, a los
jóvenes que perdieron los ojos en Chile, a los manifestantes golpeados en
Colombia y Haití. A Marielle Franco de Brasil, a Berta Cáceres de Honduras, a
Santiago Maldonado de Argentina. Este premio es para ellos.
Los efectos del neoliberalismo
El libro que
presento forma parte de la gran batalla de ideas en curso contra los grupos
dominantes. Con esa motivación me interesó revisitar la Teoría de la
Dependencia, que en los años 60 y 70 fue una escuela muy original y fructífera
del pensamiento latinoamericano.
La Teoría
Marxista de la Dependencia fue desarrollada por Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos
Santos y Vania Bambirra y alcanzó gran predicamento en los años 70. Explicaba
el subdesarrollo de América Latina por la pérdida de recursos, que impone la
inserción internacional subordinada de nuestra región. Subrayaba especialmente
las enormes transferencias de valor al exterior que genera la dependencia
comercial, financiera, tecnológica.
En las últimas
décadas el neoliberalismo actualizó en forma dramática esos pilares de la
Teoría de la Dependencia. Antes, la especialización en exportaciones básicas era
grave, pero ahora la primarización es agobiante. Consolidó el predominio de
cultivos de exportación en desmedro del abastecimiento local, afianzó la
minería a cielo abierto, multiplicando las calamidades ambientales e
intensificó la succión de todas las variantes del petróleo.
Ese perfil de
actividades centradas en la agricultura, la minería y los combustibles acentuó
la vulnerabilidad de América Latina, frente al vaivén internacional de los
precios de las materias primas. Por esa razón, en los últimos años padecimos
nuevamente las consecuencias del estancamiento de las cotizaciones del
petróleo, el cobre y la soja.
El
neoliberalismo reforzó, además, el retroceso de la industria, en una región
afectada por la nueva geografía de la globalización y por el desplazamiento de
la producción fabril hacia Oriente. Se reforzó una “desindustrialización
precoz”, mucho más severa que la deslocalización afrontada por las principales
economías de Occidente.
En Sudamérica,
la industria tradicional se encuentra en franco retroceso y el aparato
industrial de Brasil perdió la dimensión de los años 80. En Argentina, la
cirugía fue brutalmente implementada con la eliminación masiva de puestos de
trabajo. En Centroamérica rige una especialización en los eslabones básicos de la
cadena global de valor. Esta ubicación desmiente la expectativa de participar
en las actividades más complejas de esa estructura.
Por estas
razones, América Latina ocupa un lugar marginal en la revolución tecnológica.
No puede participar de esa transformación digital con un sector fabril en pleno
repliegue. Los neoliberales silencian esa adversidad y muchos heterodoxos se
limitan a elogiar en forma genérica la nueva economía del conocimiento,
olvidando que ese universo requiere industrias, servicios y crecimiento. Frente
a tantos lugares comunes, la Teoría de la Dependencia nos recuerda, que si
continuamos reproduciendo la inserción periférica dependiente, seguiremos
marginados de la revolución informática.
El
neoliberalismo ha recreado también la vieja pesadilla de la deuda. Tuvimos un
alivio en la década pasada por la apreciación de las materias primas y el
consiguiente ingreso de dólares. Pero ese respiro se agotó y nuevamente
afrontamos el flagelo del endeudamiento, bajo la opresiva supervisión del FMI y
los fondos de inversión.
En Argentina,
Macri nos ha dejó en virtual cesación de pagos y en Ecuador, el movimiento
indígena se rebeló contra el ajuste que exigen los banqueros. En Puerto Rico,
el agobio de la deuda fue determinante de la gran movilización popular que
tumbó al gobernador. En Chile, el drama de la deuda se verifica en la vida
cotidiana de todas las familias, que afrontan créditos impagables para
financiar la educación, la salud o la jubilación.
Por ese combo
de asfixias financieras las crisis son tan agudas en América Latina. Obedecen
al estrangulamiento del sector externo, a los desequilibrios comerciales y a la
fuga de capital. Derivan del gran impacto de la sobreproducción sobre los
precios materias primas, que precipitan dramáticas situaciones de inflación o
devaluación. Además, acentúan la retracción del poder adquisitivo y el bajo
nivel de ingresos de la población.
La gravedad de
la dependencia latinoamericana actual se verifica también en el terrible
deterioro de los indicadores sociales. El neoliberalismo multiplicó el
desempleo, la informalidad laboral y la pauperización de la clase media y
desgarró el tejido social de la región. Por esa razón aumenta la emigración
masiva hacia el Norte, se deteriora la pequeña propiedad agraria y se expande
la criminalidad.
Este
desmembramiento social es un resultado del terrible incremento de la
desigualdad. Por eso estalló Chile, demoliendo todos los mitos del modelo más
elogiado por los capitalistas. Ahora se puede ver que ese país no es un paraíso
de crecimiento, sino un infierno de inequidad social.
Por lo tanto,
es evidente que el neoliberalismo ha potenciado todos los desequilibrios del
pasado que estudiaba la Teoría de la Dependencia. Esa concepción nos permite
entender la realidad latinoamericana.
Explotación y drenaje de valos
En el libro
intento no sólo actualizar, sino también renovar una concepción clave de
nuestra historia cultural. Salta a la vista que el capitalismo globalizado,
digital, financiarizado y precarizador de nuestros tiempos es muy diferente a
su equivalente del pasado. Y esos cambios pueden estudiarse con dos legados del
dependentismo.
Hay una
tradición que destaca la gravitación de la explotación en la gran mutación
registrada en el sistema. Describe la ofensiva del capital sobre los
trabajadores para debilitar sindicatos y demoler conquistas obreras. Subraya
cómo las empresas transnacionales aprovechan las grandes reservas de fuerza de
trabajo barata y disciplinada de la región asiática, para reforzar la división
entre trabajadores formales e informales. Ese enfoque analiza de qué forma se
generalizó la segmentación de los asalariados y cómo se extendió a las
economías desarrolladas, la remuneración de un sector laboral por debajo del
valor de su fuerza de trabajo.
Otra vertiente
más significativa estudia el gran drenaje de recursos que padecen las economías
dependientes. Indaga cómo se reforzó el ciclo industrial dependiente,
obstruyendo los procesos de acumulación y contrapone lo ocurrido en América
Latina con lo sucedido en la región asiática. Mi trabajo profundiza esta línea
y explica por qué razón, a diferencia de la región asiática América Latina
padece agudos drenajes del valor generado en la región. Esa disparidad explica,
por ejemplo, las trayectorias contrapuestas que han seguido Corea del Sur y
Brasil.
La pérdida de
recursos es particularmente intensa en el sector agro-minero por el uso de
métodos extractivistas, que deterioran el medio ambiente, erosionan los suelos,
afectan la provisión de agua, envenenan los ríos y destruyen comunidades. Esos
procesos de acumulación por desposesión conducen, por ejemplo, a incendiar el
Amazonas para cultivar la soja y expandir el ganado.
Como la enorme
renta generada en esas actividades es transferida al exterior, nuestra región
despilfarra sus recursos. América Latina nunca aprovecha los momentos de vacas
gordas y altos precios de las materias primas. E invariablemente padece los
períodos de vacas flacas con bajos precios de las exportaciones.
La
globalización agravó esa adversidad, al modificar la estructura fabril mundial
acentuando nuestra inserción dependiente. Nuevamente quedaron refutadas las
ingenuas creencias en un camino al desarrollo capitalista próspero y electivo,
a disposición de cualquier país, en cualquier momento.
La economía
latinoamericana sobrevivía en el viejo modelo keynesiano de sustitución de
importaciones y fuertes mercados internos. Pero ha quedado desplazada por una
internacionalización capitalista, que jerarquiza la disponibilidad y baratura
asiática de la fuerza de trabajo.
Por estos
severos condicionamientos, los tres modelos de manejo de la renta generada con
América Latina, han afrontado agudas limitaciones. Las políticas económicas
neoliberales -guiadas por fantasías de ventajas comparativas y libre
circulación del capital-simplemente acentuaron la erosión de ese excedente.
Los
neo-desarrollistas pretendieron capturar parcialmente la renta con modelos de
regulación estatal. Pero concertaron alianzas con el agro-negocio y las altas
finanzas, que frustraron la utilización de ese excedente para la
reindustrialización.
Un tercer tipo
de estrategias más radicales -con mayor control estatal y mayor redistribución
de los ingresos- fue muy hostilizada por el capital concentrado. En algunos
casos se cometieron graves errores de política económica y en otros se logró
crear trabajo, aumentar el consumo y reducir la pobreza. Pero ahí no supieron
forjar las bases políticas requeridas para sostener el modelo. Yo creo que la
Teoría de la Dependencia nos permite entender esta variedad de escenarios
económicos, en el marco común del capitalismo subdesarrollado.
Imperialismo a pleno
El
dependentismo ha sido es muy fructífero también en campos complementarios de la
economía. Nos señala especialmente la preeminencia geopolítica del
imperialismo, recordando cómo las grandes potencias dominan con el uso de la
fuerza. En América Latina hemos padecido muchas veces esa intervención
imperial, que en las últimas décadas tuvo dramáticas manifestaciones en Medio
Oriente o África.
Es cierto que
las clases capitalistas sostienen su hegemonía mediante otros mecanismos, como
la ideología, el consentimiento, la tradición o el engaño. Y también es muy
oportuna la evaluación actual de las relaciones internacionales, en términos de
unipolaridad, bipolaridad o multipolaridad. Pero el imperialismo persiste como
un dato dominante, puesto que el capitalismo no podría subsistir sin ejércitos,
bases militares y guerras informáticas.
La Teoría de
la Dependencia resalta esa evidencia, en contraposición al pensamiento político
convencional, que invariablemente oculta el cimiento coercitivo de la
preponderancia geopolítico-militar norteamericana.
La tradición
dependentista también estudió el subimperialismo, para evaluar el papel
opresivo de ciertas potencias regionales. Yo creo que es un concepto importante
para ciertos lugares de Asia y Medio Oriente, pero tiene poco significado
actual en el escenario latinoamericano.
En cambio es
muy relevante observar cómo se ha reforzado la incidencia del imperialismo
estadounidense en nuestra región. Como Estados Unidos perdió posiciones en el
tablero mundial -luego de haber comandado el debut de la globalización- Trump
busca recuperar terreno con exigencias bilaterales, insultos y agresiones de
todo tipo.
No sabemos si
utilizará el Pentágono y los marines para reconquistar primacía económica.
Trump emite muchas amenazas, sin adoptar decisiones militares equivalentes y
por momentos parece consciente de los límites del imperio que comanda. Hasta
ahora no logró ninguno de sus objetivos frente a otras potencias y afronta una
enorme oposición interna de legisladores, jueces o afroamericanos.
Para lidiar
con ese escenario Trump es muy agresivo con América Latina. Busca exhibir poder
imperial en el hemisferio, para comenzar la recuperación de la preeminencia
perdida a escala global. Por eso acrecienta la presencia del Pentágono,
mantiene el acoso contra Venezuela, reanuda el embargo contra Cuba y conspiró
contra Bolivia, para capturar las reservas del litio. También impuso nuevas
exigencias de patentes, en la renovación en el tratado de libre comercio con
México. Recientemente aumentó los aranceles a las exportaciones de Brasil por
el simple rumor de un eventual tratado de libre comercio de ese país con China.
Yo creo que
debemos encender todas las alertas, cuando Trump emite algún mensaje imperial,
despreciando a los caribeños, insultando a los mexicanos o construyendo el
muro. Tenemos que llamar la atención cuando elogia la intervención del ejército
en Bolivia, refuerza las bases de Colombia, pondera el Comando Sur o se apropia
de un filial de PDEVESA.
Pero lo más
importante es la respuesta en la práctica. Y en ese terreno hemos visto cómo el
pueblo de Venezuela ha sabido desbaratar todas las conspiraciones. Ha
demostrado que es posible detener los atropellos del imperialismo con decisión,
coraje y valentía.
La derecha y el fascismo
Otro terreno
de gran pertinencia actual de la Teoría de la Dependencia es el análisis de los
regímenes autoritarios de América Latina. En los años 60 y 70, esa concepción
estudiaba las peculiaridades de las dictaduras y los modelos de
contra-insurgencia, evaluando familiaridades y diferencias con el fascismo.
Con ese
abordaje, clarificaron el viejo error de las tesis que descalifican la
posibilidad del fascismo en la periferia. Esa mirada olvidaba que en lugar del
fascismo clásico, América Latina padeció ciertas las modalidades del fascismo
dependiente, que alcanzaron su apogeo en la guerra fría y no en los años 30.
Esas vertientes se proyectaron al Pinochetismo y al Uribismo. En la actualidad
Bolsonaro encarna muchos rasgos potenciales de esa vertiente, que en mi opinión
tiene poca viabilidad inmediata.
Pero más allá
de estas evaluaciones, es evidente que la derecha ha irrumpido nuevamente en
América Latina. Lidera una restauración conservadora que intenta la gran
revancha contra el ciclo progresista. Repite el libreto clásico de todos los
reaccionarios, que odian a la izquierda e imaginan burdas conspiraciones
continentales diseñadas por Cuba o Venezuela.
A diferencia
de Europa, los derechistas latinoamericanos no diabolizan tanto a la
emigración. Se calzan un disfraz de justicieros y recurren a la demagogia
punitiva, para prometer soluciones mágicas al flagelo de la delincuencia.
Despliegan discursos hipócritas sobre la corrupción e inundan las redes
sociales con intrigas y falsas noticias. Pero son tan serviles del
neoliberalismo que hasta olvidan su vieja verborragia nacionalista.
Como hemos
visto en Bolivia, Honduras, Paraguay y Brasil, esa derecha es descaradamente
golpista. Sostiene los golpes institucionales y utiliza las operaciones
judiciales para proscribir a los líderes progresistas. Además, propaga las
calumnias de los medios de comunicación, que elaboran los servicios de
inteligencia y suele apoyarse en el fanatismo religioso, para crear miedos y
destruir solidaridades.
Como esa
derecha -que opera través de la OEA y del Grupo de Lima- carece de autonomía y
simplemente obedece órdenes de Washington, la lucha antifascista en América
Latina es una batalla antiimperialista. Estas dos caras de una misma
resistencia popular contra los enemigos de nuestros pueblos es otro mensaje
perdurable de los teóricos de la dependencia.
Enlaces teóricos
Una
observación final sobre el lugar de la teoría marxista de la dependencia en el
pensamiento crítico. Recordemos que se ubicó en las antípodas de la versión
convencional de Fernando Henrique Cardoso, un pensador que primero rechazó la
contraposición entre dependencia y desarrollo, que luego postuló un
desenvolvimiento asociado con las empresas transnacionales y que finalmente
asumió todos los dogmas del neoliberalismo.
Yo creo que
Marini, Dos Santos y Bambirra siempre buscaron extender su concepción, más allá
de América Latina. Y esa generalidad quedó confirmada en aplicaciones
recientes, como el uso de modelos dependentistas para interpretar la crisis de
la deuda en Grecia. También ha sido utilizada para explicar de qué forma el
euro es una asociación monetaria, que impone transferencias de valor de la
periferia hacia el centro de Europa.
Me parece que esa
generalidad de la Teoría de la Dependencia se inspira en las elaboraciones del
Marx maduro, que revalorizó la lucha nacional imaginando transiciones al
socialismo desde formas comunales. También se apoya en los análisis posteriores
de los marxistas clásicos (y de posguerra), sobre los mecanismos de drenaje y
apropiación del excedente de la periferia.
Hay que
registrar, además, las sintonías con pensadores contemporáneos, que razonaron
la lógica de la dependencia desde Asia y África. O el empalme con autores que
en los últimos años han teorizado la dinámica de la acumulación por desposesión
y la nueva lógica imperial dictada por la sobreproducción global itinerante.
En todos los
casos podemos notar cómo el dependentismo maduró siempre en fructíferos
encuentros conceptuales. Un caso importante fue el empalme con la teoría del
sistema-mundo, para comprender cómo se recrea el subdesarrollo con las
estratificaciones impuestas por la división internacional del trabajo.
Ese mismo tipo
de confluencia con el marxismo endogenista permitió complementar el análisis de
la succión externa de los recursos, con estudios de obstrucciones internas al
desarrollo.
En síntesis:
yo creo que si persistimos en esta tradición enriquecedora de empalmes
teóricos, podremos superar la condición de simples cultores del dependentismo.
Y por esa vía podremos madurar y corregir errores en forma colectiva,
afrontando los desafíos de un contexto político muy distinto al imperante en
los años 70. Este nuevo escenario nos debe impulsar a revisar concepciones, a
la luz de los problemas reales del movimiento popular y la izquierda.
Perfiles y homenajes
Concluyo esta
presentación con un homenaje a tres figuras de la teoría de la dependencia
recientemente fallecidas: Samir Amin, Theotonio Dos Santos e Inmanuel
Wallerstein. Los tres compartían el perfil del intelectual, que aspira a
reunificar las ciencias sociales, sin imponer la primacía de una disciplina
sobre otra. Los tres propiciaban un pensamiento totalizador y buscaban
distintos caminos para evitar el encierro académico.
Por estas
razones este premio es también para ellos. Es un reconocimiento a la memoria y
al gran trabajo de los gestores de la Teoría de la Dependencia. Yo estoy seguro
que estarían muy contentos en notar, cómo su obra es leída y estudiada como un
instrumento de lucha, en la universidad, en la calle y en la militancia junto al
pueblo.
Ellos
aspiraban a construir un futuro de igualdad y justicia, propiciaban una
sociedad sin explotadores, ni explotados y nosotros tenemos la responsabilidad
de concretar ese ideal. Así que nuevamente: muchas gracias a todos ustedes por
haber concurrido a esta presentación de pensadores, compañeros y amigos.
Claudio Katz es economista, investigador del CONICET,
profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz