Por Manuel
Desviat
Confundimos libertad con “libre mercado”. Así desconocíamos nuestra
implacable condena como mercancías.
Francisco Pereña (Pereña, 2014)

Como anunciaba
Joaquín Estefanía en Estos años bárbaros (2015) la salida de
la Gran Recesión ha convertido en estructural lo que durante la gestión de la
crisis financiera se vendía como secuelas transitorias: el incremento de la
desigualdad, la precariedad laboral, la desregulación de los mercados, la
privatización de los bienes públicos, arrasando con los antaño derechos constitucionales
en educación, sanidad, pensiones, prestaciones sociales. El neoliberalismo
completa la revolución conservadora iniciada con Reagan y Thatcher en los años
ochenta del pasado siglo con la conquista del Estado en beneficio de unos
pocos. Para el fundamentalismo neoliberal, una vez dueños del mundo tras la
caída del muro de Berlín, las leyes sociales surgidas tras la crisis de 1929 y
la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, son un obstáculo, un residuo a
suprimir, como lo son las políticas sociales de algunos Estados
latinoamericanos (Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela…) iniciadas a
contracorriente.