Las formas de explotación han crecido en la
última década al ritmo de la economía basada en herramientas digitales. Varios
sectores se han transformado en este tiempo, a la vez que se desconectaba a las
personas trabajadoras de las formas clásicas de conflicto.
España
es el país con el mayor porcentaje de trabajadores pobres de la UE. Lo dicen
los informes de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), partiendo de datos de
2015. El 14% de los hogares en los que hay al menos una persona trabajadora
viven bajo el umbral de la pobreza. En la Comunidad de Madrid, un 13,2% de la
población asalariada está en riesgo de pobreza y exclusión social,
y 400.000 hogares viven con menos de mil euros al mes, según un estudio de
Comisiones Obreras. Desde 2009, la renta media ha caído desde los 36.401 euros
hasta 32.451.
La fina lluvia de la
recuperación económica ha llegado a través de empleos de baja calidad: la
externalización, las subcontratas, los falsos autónomos, los contratos temporales,
los turnos partidos, las jornadas polivalentes o directamente contratos en
fraude de ley han reducido las brutales cifras de paro con las que se comenzó
la década. A estos modelos se ha unido la expansión de un tipo de economía
llamada “colaborativa”. En la práctica, un tipo de empleo que pide, de partida,
que los trabajadores tengan que pagar para empezar a trabajar, aportando sus
propias herramientas laborales y asumiendo los riesgos inherentes al modelo.
El 14 de diciembre el
sindicato CGT convocaba una concentración en la Puerta del Sol, en Madrid,
contra las nuevas fórmulas de explotación laboral. Su principal objetivo era
que trabajadores de Amazon, Deliveroo, Inditex o Uber y Cabify se conociesen y
se pusieran en contacto para organizarse, “para luchar contra la explotación
laboral que estamos sufriendo, cuestión nada sencilla si tu puesto de trabajo
es un coche, una bici o cualquier sitio conectado a internet”, decía Julio
Fuentes, secretario de Organización de la Federación de transportes y comunicaciones
del sindicato CGT.
EL VIEJO NUEVO
MODELO
Algoritmos, aplicaciones y
plataformas en internet están sustituyendo a los despachos de recursos humanos
y a los modelos de consumo tradicionales, pero se mantienen dos constantes: el
interés de las multinacionales en maximizar sus beneficios y que, al final de
la cadena, los seres humanos siguen siendo necesarios. El telemárketing es el
más veterano dentro del campo de las tecnologías de la información creadas a
partir de los años 90. Hoy, las teleoperadoras que atienden los pedidos y
servicios de estos modelos empresariales cobran de media menos de 800 euros al
mes. A pesar de que pueden atender en un día cientos de llamadas, en turnos
partidos de cuatro a ocho horas.
“Teleoperadoras, porque es un
sector feminizado, y por eso de los más precarios”. Lo explica para El Salto Madrid, Rocio Camacho, representante
de Telemarketing de CGT. “Más del 80% somos mujeres, sufrimos mucho estrés
cogiendo llamadas constantemente, sin parar, sin tiempo para respirar”.
Trabajan para multinacionales como el
Santander, ING, Orange, Vodafone, pero también para órganos de la
administración como la Agencia Tributaria o el teléfono de Atención al
Ciudadano 010. “Hacemos lo mismo que los trabajadores de los bancos digitales, pero
por menos de la mitad. En un banco puedes cobrar más de 2.000 euros y nosotras
unos 800 por el mismo trabajo, con el mismo programa informático que los del
banco. Sacamos adelante el trabajo de las multinacionales y nos parten la vida
con turnos partidos y sueldos de miseria”, dice Camacho. Más de 80.000 personas
trabajan en telemárketing en España, casi la mitad en Madrid. Solo la empresa
Konecta, del grupo Santander, la más grande de España, tiene a 25.000
trabajadoras.
Es difícil calcular el número
de riders que trabajan para las
empresas no convencionales de mensajería, pero las fuentes consultadas
coinciden en que no bajan de cuatro millares. En Madrid, mensajeros de
Deliveroo o Glovo han llevado comida a domicilio o paquetes con contenidos
comprados en internet a decenas de miles de hogares en las fechas navideñas.
Cobran por pedalear hasta sus destinos una media de cuatro euros por entrega.
“Deberíamos ser asalariados.
Hemos presentado varias denuncias por despido improcedente, la empresa lo llama
‘desconexión’”, explica Martini Correggiari, de Riders en Lucha. Pero las
formas de pelea en los tiempos del algoritmo tienen modos de castigo
empresarial nuevos: “Nos desconectan de la plataforma, y ya está”. El primer
juicio en España tras una denuncia colectiva contra Deliveroo comenzó
el 17 de diciembre, con más de 500 personas citadas. Correggiari insiste en que
van a seguir denunciando que son falsos autónomos.
AMAZON
El gigante Amazon es
quizá el mejor reflejo de la innovación en la explotación laboral y es, sin
duda, pionero de este modelo, que puso en marcha a través de la mecanización de
su sistema logístico en 2005. “Amazon es una multinacional que se ha hecho con
el negocio de internet y cada día gana más dinero, pero en sus nuevos almacenes
trabajan falsos autónomos. Les pagan 14 euros por repartir con su coche privado
algunos paquetes, solo un par de días por semana, con su pareja al lado porque
les hacen responsables de la mercancía”, denuncia Moisés Fernández, del comité
de empresa del almacén de Amazon de San Fernando de Henares.
“Es un nuevo modelo que cambia la relación laboral con los
trabajadores, controlan los ritmos de trabajo exhaustivamente; no negocia con
sus trabajadores, impone. No se sienta a negociar, deja pasar el tiempo”. Así
define la situación Fernández. El pasado 23 de noviembre, la huelga de sus
trabajadores provocó un “viernes negro” en el centro de Amazon de San Fernando,
coincidiendo con el día de las compras conocido como Black Friday.
La empresa simboliza un nuevo tiempo en
la protesta en los centros logísticos, pero también una vieja constante: la
dimensión de su modelo de negocio permite que la multinacional haya amenazado
en varias ocasiones con que sus centros europeos pueden cubrir la demanda en
caso de que Madrid aumente la conflictividad.
Los modelos más implantados
han seguido la tendencia. EnInditex, el gigante textil del
gallego Amancio Ortega, “también se introducen las nuevas tecnologías en
detrimento de los trabajadores”, explica Aníbal Maestro, de CGT Zara Madrid.
“Es un sector muy precario, y el avance de los nuevos sistemas de
digitalización hace que los trabajadores estorbemos y apuesten por las
máquinas, que ni protestan, ni se ponen enfermas”. En Navidad, la multinacional
gallega ha introducido cajas automáticas de autopago en su tienda de Bravo
Murillo: “La fórmula es clara, más beneficios para la empresa, menos esperas
para el cliente, pero el dependiente sobra. Así hacen sus cuentas, sus
matemáticas”, apunta Maestro, que se pregunta: “¿Sobramos los 2.500 empleados
de los 52 establecimientos de Madrid?”.
En Primark también faltan dependientes y
también consideran a sus trabajadores “colaboradores”. Del 10 al 16 de
diciembre, en la cuarta planta de Gran Vía 32, las trabajadoras de atención al
cliente recibieron algunas reclamaciones de consumidores pidiendo a la
multinacional “que se contrate más personal durante el periodo navideño por la
excesiva carga de trabajo a la que se enfrentan los empleados”.
Algunos trabajadores
confirmaron a El Salto Madrid que
había recibido esas quejas. La multinacional respondió a la petición de
información de El Salto con un
correo electrónico, sin responder específicamente sobre la tienda de Gran Vía,
y con estas palabras: “Primark promueve la igualdad de oportunidades y ofrece
diferentes tipos de contratos para que nuestros colaboradores puedan conciliar
su vida profesional y personal”.
Algo parecido ocurre por
Navidad en Carrefour. “Por estas fechas en algunos comercios regalan a sus
empleados descuentos en sus productos. Van en un sobre dirigido a sus
colaboradores”. Lo cuenta Natacha Sánchez, de CGT y trabajadora de Carrefour
Leganés. “A los que están contratados por 20 horas, a lo mejor les hacen
trabajar 30 horas. Te mandan por WhatsApp los turnos de la semana, pero el
mando intermedio te lo cambian de un día para otro, cuando tendrían que ser
calendarios de trabajo trimestrales”, denuncia.
Han desarrollando fórmulas de
negocio 2.0 basadas en técnicas para esquivar la normativa laboral y minimizar
sus obligaciones con la Seguridad Social. El modelo sigue persiguiendo el de
los trabajadores “interruptor”, cuya vinculación con la empresa depende solo de
la conveniencia de esta última. Entre enero y noviembre de 2018, el 81,9% de
los contratos firmados en la Comunidad de Madrid fueron de carácter temporal.
La llamada “economía colaborativa” o, de forma más precisa, gig economy(economía de “bolos”) ha creado un
tipo de empleo en el que no se cobra —mientras se está pendiente de una
aplicación— y que pretende romper el poder de negociación de los sindicatos.
“Todos estamos siendo
amenazados por estas nuevas formas de explotación laboral. Cada vez más
empresas se están inspirando en ellas”, explicaban desde CGT durante la
concentración del 14 de diciembre. 30 años antes, la mayor huelga general desde
la restauración de la democracia conseguía que el PSOE de Felipe González
aparcase un Plan de Empleo Juvenil que iba a abrir las puertas de la
temporalidad, la inseguridad laboral y el trabajo precario. Las nuevas fórmulas
de explotación laboral suenan con la misma música que se consiguió interrumpir
aquel día del invierno de 1988.