Por Silvia Ribeiro
La Jornada
Conejos y ovejas modificados con
edición genéticaen China sufrieron efectos secundarios totalmente inesperados, como tener lenguas más largas y vértebras demás. Terneros modificados con este tipo de técnicas en Brasil y Nueva Zelanda enfermaron y murieron prematuramente. Crece la lista de impactos imprevistos de esas tecnologías de ingeniería genética.
La industria biotecnológica y
científicos afines nos quiere convencer de que la llamada edición genética es
una forma de manipulación de los genomas mucho más precisa, barata y eficaz que
los transgénicos anteriores, que permitiría resolver el hambre, las
enfermedades y hasta hacer seres humanos que resistirán virus y mucho más.
Hasta ahora lo único cierto
de todos esos dichos es que los transgénicos de primera generación –los que
están en campo, como maíz y soya transgénicos– son producto de técnicas nada
precisas, sobre las que no existe control de dónde intervienen en los genomas
ni qué efectos secundarios generan en los organismos modificados o en su
interacción con el medio u otros organismos, animales o humanos alimentados con
esos granos.
Pero tampoco en las técnicas
de la llamada
edición genética–donde se incluyen tecnologías como Crispr, Talen y mutagénesis dirigida– existe control de sus efectos secundarios.
Un reciente artículo
publicado en el Wall
Street Journal, de Estados Unidos, lista varios ejemplos de
efectos imprevistos de la edición genética de animales de cría ( WSJ, P. Rana y L. Craymer,
14/12/2018 https://tinyurl.com/y6u29a62)
Por ejemplo, el equipo de Kui
Li, en la Academia de Ciencias Agrícolas de China, suprimió un gen para lograr
cerdos con menos grasa. Se trata del MSTN, que participa en la regulación del
crecimiento de los músculos en mamíferos. Hicieron la modificación en células
de cerdo, las insertaron en embriones y éstos, a su vez, en úteros de cerdas.
La carne de las crías que nacieron es 12 por ciento más magra que los animales
de control. Pero una de cada cinco ¡tiene una vértebra extra en el tórax! Es un
fenómeno que los científicos no pueden explicar. Aseguran, sin embargo, que la
carne de esos cerdos manipulados tiene el mismo contenido nutricional.
Otro equipo de científicos
chinos, de la Universidad Agrícola de Nanjing, modificó con Crispr el gen MSTN
en conejos para que tuvieran más carne. Pero 14 de 34 crías que nacieron tenían
la lengua anormalmente grande. Nuevamente, los científicos no saben qué
sucedió. En el artículo que dan cuenta del experimento advirtieron que
hay cuestiones de inocuidad que deben atenderse en futuros estudios antes de la tecnología se pueda usar en agricultura.
En
otro experimento con corderos, suprimiendo el gen MSTN con Crispr, tuvieron que
practicar cesárea a las ovejas, porque los fetos habían crecido demasiado para
parir normalmente.
Se-Jin Lee, investigador de
la Universidad John Hopkins, Estados Unidos, es uno de los científicos que
descubrió el gen MSTN en 1997. Comentó sobre esos efectos que,
aún sobre los genes que creemos conocer muy bien, hay mucho para aprender
Odd-Gunnar Wikmark,
biotecnólogo del instituto noruego GenØk, quien investiga impactos potenciales
de la ingeniería genética, afirma que
se ha extendido la creencia de que los científicos sabemos cómo funciona la edición genética todo el tiempo y en todas las condiciones. Por supuesto, esto no es así.
Tres estudios científicos
publicados en 2018 mostraron que hay graves efectos secundarios de las
modificaciones con Crispr-Cas9, incluyendo que pueden causar cáncer y alterar o
borrar accidentalmente largas secciones del ADN (https://tinyurl.com/y9otz6pc).
No obstante, hay furor por el
uso de estas nuevas biotecnologías, especialmente Crispr. Además del conocido
experimento con bebés en China, se están realizando docenas en laboratorios con
animales y plantas, para la producción agropecuaria industrial y la industria
farmacéutica, incluso en varios países de América Latina, como Argentina,
Brasil y México. La industria ha tratado agresivamente de que no se consideren
los productos de estas tecnologías como transgénicos, porque en algunos casos
el producto final no necesariamente contiene material genético foráneo, aunque
su genoma haya sido manipulado. Este absurdo intento de la industria
biotecnológica y de los agronegocios tuvo un revés significativo cuando el
Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó este año que los productos
de las nuevas biotecnologías son organismos genéticamente modificados y deben
seguir las regulaciones de bioseguridad.
Paradójicamente, los
gobiernos de Brasil y Argentina, comportándose como buenos lacayos de las
trasnacionales del agronegocio, emitieron normativas de bioseguridad sobre
edición genética que son más laxas aún que las regulaciones existentes sobre
transgénicos.
Los muchos efectos
imprevistos del uso de Crispr y otras biotecnologías con animales, así como los
experimentos con células humanas que revelan toxicidad y potencial
carcinogénico, muestran que se necesita lo contrario. Para empezar, no se debe
liberar ningún producto derivado de éstas. Además, urge establecer un nuevo
marco para la evaluación de los nuevos riesgos que presentan.