Por
Jorge Magasich*.
Utilizando un sorprendente
estilo, el escritor Ariel Dorfman tomó hace unos días la iniciativa de redactar
una “carta imaginaria” de Salvador Allende al Señor Presidente Nicolás
Maduro.[1] El autor de Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y
colonialismo (con Armand Mattelart) y de La muerte y la doncella, afirma sentir
la obligación de imaginar los consejos que el Presidente de Chile (1970-1973)
habría podido prodigar a su actual colega venezolano, quien considera Allende
un héroe y un modelo.
Tal método suscita una
interrogante de índole ética. ¿Es aceptable atribuir al Presidente mártir una
opinión sobre el actual gobierno de Venezuela, incluso si ésta es presentada
como “imaginaria”?
Antes de intentar una
respuesta, examinemos su contenido.
A diferencia de los que se
ensañan contra Nicolás Maduro negando toda similitud entre Chile de 1973 y
Venezuela de 2019, Ariel Dorfman reconoce semejanzas entre la destabilización
del gobierno chileno y la que está actualmente en curso contra el gobierno
venezolano.
En 1973 –explica– Nixon,
Kissinger y las multinacionales estadounidenses conspiraron contra Chile. Hoy,
Trump, Pence, Pompeo et Elliot Abrams, dirigen la maniobra. Pero con un
objetivo bastante limitado: “expulsarlo a Ud., el Presidente constitucional de
Venezuela, por la fuerza de las armas”. La “Carta” no dice que los
conspiradores quieren destruir el proyecto redistributivo chavista para permitir
que sus multinacionales se apoderen del petróleo (esta palabra no figura).
Enseguida, sin mucha
imaginación, la “Carta” restituye las acusaciones habituales, sin argumentos:
fuertes tendencias autoritarias; limitación de la libertad de asociación de los
opositores y de la libertad de prensa; prisioneros de opinión, torturados, y retoma
la afirmación –discutible– que hay una “catástrofe humanitaria” en Venezuela.
Más o menos los mismos
anatemas fueron lanzados, hace cuatro décadas, contra Salvador Allende. Salvo
el último: las intervenciones “humanitarias” son una creatura del siglo XXI.
En efecto, el 22 de agosto
1973, la oposición chilena, financiada por la CIA y mayoritaria en la Cámara,
votó un acuerdo en una sesión express, casi sin debate, afirmando que el
gobierno de Allende “desde sus inicios está empeñado en conquistar el poder
total” para “instaurar un sistema totalitario”. Para eso ampara “la creación de
poderes paralelos, ilegítimos”; ha “usurpado” facultades del Parlamento y de la
Justicia; “ha atentado gravemente contra la libertad de expresión”, de reunión,
de enseñanza, y la de salir del país. Y en fin, “infiltró” las fuerzas armadas.
Conclusión: los militares deben “poner inmediato término a todas las
situaciones de hecho referidas”.
Hoy tales afirmaciones son
consideradas absurdas e incluso vergonzosas. Salvo para los que aún reivindican
el golpe de Estado a través de este acuerdo de la Cámara. Pero en 1973 eran
difundidas machaconamente por la prensa de oposición, que dominaba el paisaje
mediático, sin dejar de gritar que no había libertad de prensa. Para muchos, las
falsas acusaciones lanzadas contra Allende se transformaron en “verdades”
exentas de demostración. Una parte significativa de la población creyó entonces
que Allende era un personaje abyecto que preparaba secretamente una siniestra
dictadura. Y aplaudió su derrocamiento.
Como Chile de 1973, la
Venezuela de 2019 está cargada de falsas informaciones sobre “exacciones”
fabricadas para diabolizar al gobierno y justificar también su derrocamiento.
Conviene verificarlas con mucho rigor antes de difundirlas.
El autor de la “Carta”
desgraciadamente no verificó las fuentes cuando hace “decir” a Allende que
Nicolás Maduro cuenta con el apoyo de Rusia y China, mientras que cuando “yo
pedí” ayuda a la Unión Soviética “no recibí un peso”. Las fuentes sobre la
visita de Allende a la URSS en diciembre 1972 indican que Moscú acordó un
préstamo a Chile por un monto considerable. Cierto, menor a los U$80 millones
solicitados por el Gobierno chileno. El ministro de la Planificación, Gonzalo
Martner, que formó parte de la delegación, habla de U$45 millones; el consejero
de Allende Joan Garcés afirma que la URSS prestó U$27 millones en materias
primas y alimentos y añadió U$20 millones a un crédito anterior de U$ 80
millones.
Finalmente, el Allende
imaginario reprocha a Nicolás Maduro “la manera irresponsable con la que Ud. ha
mal dirigido su país» y le da un consejo: « yo decidí organizar un referéndum
que permitiría al pueblo determinar la vía que el país debería tomar”.
No obstante, los referéndums
y las elecciones no faltan en Venezuela. Entre 1999 y 2019 el país ha tenido la
ocasión de escoger su vía en seis elecciones de gobernadores, seis referéndums,
tres elecciones municipales, dos elecciones de asamblea constituyente, cuatro
parlamentarias y cinco presidenciales. En todos los casos, salvo dos, el
chavismo llegó primero.
Pero lo esencial es que dar
ese tipo de consejos a otros países no formaba parte de los métodos utilizados
por la Unidad Popular. Su política internacional consistió en remplazar las
“fronteras ideológicas” de la Guerra Fría, por el “pluralismo ideológico” y a
promover los principios de la autodeterminación de los pueblos y de la no
intervención.
Allende defendió el derecho
de cada país a escoger su vía, sin inmiscuirse en la política interna. Pero sí,
su gobierno fue solidario con Vietnam, entonces bajo una lluvia de bombas, y
condenó sin ambigüedad el bloqueo a Cuba, entonces bajo los fuegos de una
campaña de desinformación y de una guerra económica similar a las que hoy sufre
Venezuela.
Hace unos días, un grupo de
intelectuales, algunos de ellos próximos al gobierno de Allende, basándose en
sus experiencias, redactaron una carta abierta a la Alta comisionada para los
Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet[2]. Alarmados por el efecto de
las “sanciones económicas” impuestas por Estados Unidos a Venezuela, que han
ocasionado pérdidas por U$23 billones, le piden que intervenga.
El objetivo de esas
“sanciones” –explican– es impedir la recuperación económica del país y someter
al hambre su población para “acelerar el colapso”, como lo dijo el ex embajador
de la Casa Blanca ante Venezuela, William Brownfield. Esta agresión contra la
población viola la Carta de la ONU, el Pacto de los Derechos Civiles y
Políticos y del Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Y
también el Derecho Internacional.
Volvamos a nuestra pregunta
inicial. ¿Corresponde aceptar que, en nombre de la libertad de creación,
alguien atribuya a un personaje palabras que nunca ha pronunciado ?
No es la primera vez que
Allende se ve atribuir gestos diferentes a los hechos históricos. En 2015,
miembros del gobierno chileno afirmaron que, ante la reivindicación marítima
boliviana, la política de Allende se limitó a pregonar el respeto a los
tratados, cuando, en 1971 envió un emisario a La Paz para negociar un acceso al
mar.[3]
Recientemente, en un filme de
reconstitución “imaginaria” el día del golpe de Estado, el realizador inventa
una disputa telefónica –inexistente– entre Allende y el jefe del Partido
Socialista, luego pone en escena una desautorización de Allende por los
partidos de su coalición –que nunca existió–, y finalmente hace decir al
Presidente, en pleno bombardeo de palacio, que su gestión fue un “fracaso”.
El español republicano
llegado a Chile como exiliado en 1939, Víctor Pey, estuvo concernido por un
asunto similar y, en nuestra opinión, respondió brillantemente. Próximo de
Allende y de Pablo Neruda, Pey fue presentado en el film Neruda de Pablo
Larraín como el que indicó a la policía como dar con el futuro premio Nobel.
Todo esto en clara oposición a los hechos: Pey estuvo entre los que ocultaron a
Neruda y le ayudaron a salir del país.
Antes de su muerte en 2018, a
los 103 años, Víctor Pey respondió a los que “imaginaron” su comportamiento en
1948: “Si bien la libertad en el arte es y debe ser infinita, no lo es cuando
hay datos que permiten vincular los hechos con personajes de carne y hueso”. En
efecto, nadie tiene derecho a travestir los hechos históricos ni a hacer decir
a los personajes lo que no han dicho.
Ariel Dorfman tiene todo el
derecho a escribir su punto de vista sobre el gobierno de Venezuela. Pero ¿por
qué presentarlo como si fuera el de Salvador Allende, alineándolo con los que
critican el gobierno de Nicolás Maduro? El escritor no puede ignorar que la utilización
de la figura del Presidente chileno, incluso bajo la forma de una “Carta
imaginaria” es cuestionable en el plano ético.
[1] Publicado en Estados Unidos
en The Nation el 2 de febrero:
www.thenation.com/article/venezuela-maduro-chile-allende/ y en Bélgica por el
sitio Barril.
[2]
https://radio.uchile.cl/2019/02/15/activistas-piden-a-michelle-bachelet-hacer-valer-la-carta-de-naciones-unidas-ante-bloqueo-a-venezuela/
[3]
https://radio.uchile.cl/2015/03/03/allende-bolivia-el-mar-y-la-historia/
*El autor es historiador y
Profesor en el Instituto de Altos Estudios de Comunicaciones Sociales (IHECS),
Bruselas.
Este texto ha recibido el
apoyo de:
Pablo Sepúlveda Allende,
médico en Venezuela, nieto de Salvador Allende
Atilio Borón, politólogo y
sociólogo argentino, profesor en la Universidad de Buenos Aires
Hugo Moldiz Mercado, abogado,
periodista y director del semanario La Época. Coordinador del capítulo
boliviano de la Red en Defensa de la Humanidad (REDH)
Maria Nela Prada Tejada,
diputada boliviana, integrante del capítulo boliviano de la REDH
Amzat Boukari, escritor,
doctor en Historia y civilizaciones africanas, autor de Africa Unite
Omar González, premio Casas
de las Américas
Alicia Jrapko,
estadounidense, coeditora de Resumen Latinoamericano
Ángel Guerra Cabrera,
profesor y periodista Cuba/México
Paul-Emile Dupret, jurista,
Parlemento europeo, grupo GUE/NGL
Jeremy Fox, escritor,
periodista, Reino Unido
Paula Polanco, presidenta de
INTAL, Bélgica
Ronnie Ramírez, cineasta,
Bélgica
Felisa Cereceda, nieta de
Violeta Parra
Chilenos de segunda y tercera
generación, Lieja, Bélgica