Por
Ricardo Natalichio
Director
http://www.ecoportal.net
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Hay
algunas preguntas de las que comúnmente llamamos “existenciales” cuyas
respuestas podrían ofrecernos mucha información respecto de cómo y por qué
hemos llegado, como especie, hasta este punto que pareciera no tener retorno, y
si seremos capaces de salir.
Nos
referimos a preguntas del tono de ¿El Hombre al nacer es bueno o malo? (no es
necesario para este análisis definir que es bueno y que es malo). ¿Nacemos con
características de solidaridad o de individualismo?, ¿En nuestra herencia
genética está compartir o somos egoístas por naturaleza?, ¿Somos
intrínsecamente ambiciosos o tendemos hacia el altruismo? Y así podríamos
seguir con algunas otras.
Para
comenzar este análisis, como primer término deberíamos poder distinguir con
bastante precisión, cuáles son las características de nuestra personalidad con
las que nacemos y cuáles nos van siendo inculcadas desde el nacimiento mismo, o
quizás un poco antes, a través de lo que perciben nuestros sentidos del
comportamiento de otros seres humanos.
Nuestro
patrimonio genético no sólo determina nuestras características físicas, sino
que además de eso contiene información que tiene que ver con nuestra
personalidad, aptitudes, etc.
Sin
embargo las experiencias y vivencias que vamos acumulando en nuestras vidas
según el medio en que vivimos, la educación que nos proporcionan, y lo que
perciben nuestros sentidos van forjando, en algunos casos acentuando y en otros
“olvidando” algunas de las características de personalidad con las que nacemos.
Tal
es así que por ejemplo un niño que ha sido abusado o golpeado de pequeño, al
crecer tiene muchas mas posibilidades de convertirse en un abusador o
golpeador. Quien se cría en un entorno violento, muy probablemente considere a
la violencia como algo natural e incorpore esa característica a su
comportamiento adulto. Por el contrario, quien durante su infancia esté rodeado
de seres solidarios y altruistas tendrá mayores chances también de serlo.
Entonces
podríamos inferir que, si bien nacemos con una gran cantidad de información
genética, la influencia del entorno, especialmente durante los primeros años de
nuestras vidas, tiene mucha importancia en las características de nuestra
personalidad futura. Esto no significa que dos niños criados en el mismo
ambiente tendrían la misma personalidad, ya que esta se va formando no solo por
la información genética que traemos y el ambiente que nos rodea, sino también
por una interrelación del niño con ese medio ambiente.
Vemos
de esta forma la verdadera importancia, para un cambio radical en la conducta
social y ambiental del ser humano, de la educación.
La
incorporación de valores ambientalistas en los niños, tanto por parte de las
instituciones educativas como de sus propios progenitores y todo aquel con el
que éste niño tenga contacto en su temprana edad, lo “convertirá” o al menos
aumentará en un alto grado las probabilidades, de que sea un ser con un gran
respeto por el cuidado del medio ambiente.
La
esperada evolución del ser humano hacia una visión mas altruista, punto de
partida obligado para transformar al mundo en un lugar mas justo y solidario,
con conciencia ambiental y social, depende entonces en gran medida de la
educación ambiental y social, tanto institucional como familiar que reciba.
Pongamos
entonces nuestro mayor empeño en este rubro, sembremos en nuestros niños esas
semillas y, más pronto que tarde, nos daremos cuenta de que el cambio es
posible y que ya está en marcha.