Por Claudio Katz
El debate suscitado por un capítulo de nuestro
libro sobre la dependencia (Katz 2018a) se desenvuelve por tres carriles. El
primero busca dirimir si los principales determinantes del subdesarrollo son
las transferencias de valor o la superexplotación. El segundo pretende
clarificar el contenido, alcance y actualidad de este último concepto. El
tercero intenta esclarecer las implicancias metodológicas y políticas de la
teoría marxista de la dependencia.
Como ya es habitual en la izquierda, los
cuestionamientos más duros provienen del propio palo. Los autores afines a la
concepción reivindicada en el texto consideran que mi enfoque “no tiene nada
que ver” con esa teoría. Consideran que “destruye sus cimientos” y conduce a la
“claudicación” (Osorio 2018a, 2018b, 2018c). Además, estiman que mi
interpretación desemboca en un “laberinto de confusiones y graves retrocesos”
(Sotelo, 2018).
La dudosa universalidad de un
modelo
En el libro retratamos cómo las transferencias de
valor originaron y recrearon el retraso de la periferia. Esos drenajes se
consumaron por senderos productivos (inversión extranjera), financieros (deuda
externa) y comerciales (deterioro de los términos de intercambio). Obstruyeron
en la periferia, la repetición de los sostenidos procesos de acumulación que
protagonizaron las metrópolis (Katz, 2008a: 289-337).
Esta visión es impugnada por prestar atención a los
síntomas ignorando las causas de ese proceso. Priorizaríamos lo secundario
omitiendo el papel central de la superexplotación (Osorio, 2018a).
Los críticos ratifican la total primacía de esa
tesis, Consideran que nuestro replanteo nos ubica en un terreno próximo al
neo-desarrollismo (Osorio 2018a). Pero partimos de una mirada semejante a la
adoptada por los principales teóricos del marxismo clásico y de posguerra.
Todos indagaron las distintas modalidades que asumió la hemorragia de recursos
de la periferia en los siglos XIX y XX. ¿O acaso Lenin, Trostky, Luxemburg,
Sweezy, Amin y Mandel permanecieron en la superficie de los problemas? En su
gran mayoría desconocían el concepto de superexplotación o le asignaban poca
relevancia, en la determinación del capitalismo dependiente.
Se afirma que la desconsideración de esa categoría
nos conduce a indagar los sucesos meramente temporales, en desmedro de los
determinantes estructurales del subdesarrollo (Osorio, 2018a). ¿Pero por qué
razón las transferencias de valor serían adversidades más transitorias que la
superexplotación? Nuestro objetor no explica la lógica de esa diferencia y
desconoce que históricamente se ha verificado lo contrario.
En los términos de Marini, la superexplotación
constituye un fenómeno peculiar de las economías periféricas, que alcanzaron un
significativo desenvolvimiento fabril. Ese fenómeno involucra a un proletariado
contemporáneo que cobra salarios inferiores a los requeridos para su propia
reproducción. Pero esa clase obrera no era preeminente en América Latina, Asia
o África durante el siglo XIX y gran parte del XX. ¿Cómo se explicaría el
subdesarrollo en esa multitud de países, en ausencia de la superexplotación? La
transferencia de valor al exterior aporta una respuesta sencilla y contundente
a ese interrogante.
Se podría contra-argumentar que los recursos
drenados siempre surgieron del trabajo expropiado a las clases oprimidas. Pero
en el pasado, esa confiscación se nutría del sobre-trabajo pre-capitalista,
campesino y artesanal, que precedió a la consolidación fabril. Además, la
industrialización brasileña posterior sólo se extendió a la periferia superior
y no introdujo un modelo predominante en el grueso de las economías subdesarrolladas.
Para dilucidar el origen del subdesarrollo, las
transferencias de valor aportan instrumentos más consistentes que la
supeerxplotación. ¿Esa ventaja analítica se extiende a la actualidad?
Respuesta a los grandes
interrogantes
Lo ocurrido en América Latina en las últimas cuatro
décadas no esclarece el debate en curso. Todos coincidimos en destacar el
agravamiento de la dependencia en incontables planos. La primarización, el
extractivismo, la regresión industrial de Sudamérica (o su remodelación en Centroamérica)
han acentuado la sumisión económica y el consiguiente subdesarrollo de la
región. Las transferencias de valor que desencadenaron esa regresión se
asientan en la degradación padecida por los trabajadores. La forma en que se
han combinado ambos procesos no clarifica demasiado nuestras divergencias.
Por el contrario, lo sucedido en Asia aporta un
interesante test para evaluar el contrapunto. La impresionante conversión de
esa región en el taller del mundo ha introducido un gigantesco cambio en la economía
mundial, que pone a prueba la consistencia de los enfoques discordantes.
Mientras que China se ha transformado en una
potencia central, la nueva distancia que separa a Corea del Sur de sus viejos
pares de Brasil o Argentina es contundente. ¿Cómo han incidido la
superexplotación y las transferencias de valor en esas enormes mutaciones?
El primer concepto podría esclarecer una dinámica
inicial. Los grandes capitalistas internacionales se desplazaron masivamente a
los países asiáticos, para lucrar con las elevadas tasas de ganancia que generó
el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Pero ese señalamiento
sólo echaría luz sobre el debut del proceso. ¿Cómo se explica la dinámica
posterior? ¿China se convirtió en la segunda economía del planeta
profundizando, manteniendo o abandonando la superexplotación?
La simple aplicación del modelo inicial de Marini
choca con lo ocurrido en ese país. En lugar de perpetuar el subdesarrollo,
China ha saltado varios escalones en la división global del trabajo. Quiénes
prefieren cerrar los ojos ante esa transformación, simplemente observan al
nuevo gigante como un miembro más del “Sur Global”. Pero esta imagen choca con
la abrumadora supremacía comercial y financiera de Beijing. No es un par de la
periferia. Es un gran acreedor e inversor externo de las economías africanas,
latinoamericanas y asiáticas.
En China tampoco se ha corroborado otro desemboque
clásico de la superexplotación. En lugar de la conocida retracción del mercado
interno por la primacía asignada a la exportación, se ha verificado una enorme
expansión del poder adquisitivo. La gigantesca masa de nuevos consumidores
ilustra aumentos en el valor de la fuerza de trabajo y no remuneraciones por
debajo ese nivel. ¿Cuál sería la explicación de estas transformaciones con un
modelo analítico centrado en la superexplotación? ¿Esa modalidad prevaleció el
principio y luego se extinguió? ¿Operó un misterioso modelo de superexplotación
sin deterioro de la demanda, ni restricción del poder de compra?
Esos interrogantes quedan resueltos si se recurre a
la hipótesis rival. La nueva potencia acumuló internamente los excedentes, que
a fines del siglo XIX y principios del siglo XX drenaba al exterior. La
revolución socialista -y el consiguiente desarrollo no capitalista- permitieron
sepultar primero el pasado semicolonial. Posteriormente, el país se amoldó a la
globalización -con un régimen capitalista diferenciado del neoliberalismo- que
evitó las hemorragias al exterior del valor generado internamente.
El evidente determinante de esa expansión ha sido
la reinversión local de los excedentes. Se verificó un proceso opuesto al
padecido por las economías dependientes que recrean el subdesarrollo. Ese
movimiento inverso explica la continuada expansión a tasas de crecimiento del
11% anual, que colocaron al país en el tope del ranking mundial.
Frecuentemente se elude esa conclusión expulsando a
China del debate. Pero si el modelo de la superexplotación no sirve para
evaluar el principal cambio de la época: ¿Cuál es su utilidad?
También se puede soslayar los problemas apelando al
expeditivo recurso de la “excepción”. Este auxilio es invocado para explicar la
expansión de Corea del Sur. Se atribuye su crecimiento a una inédita regulación
de la economía, implementada por un estado igualmente singular (Osorio, 2018a).
¿Pero entonces tampoco allí prevaleció la
superexplotación? ¿Los ministros interventores de una sanguinaria dictadura
militar atemperaron esa confiscación de los trabajadores? ¿Cómo se consumó
semejante excepción? ¿Y por qué se desviaron del sendero clásico del
dependentismo utilizando los excedentes para la acumulación local?
El cúmulo de preguntas sin respuestas, impide
arribar a algún resultado medianamente consistente.
Por el contrario, el énfasis en la dirección de las
transferencias de valor provee pistas más sólidas. Como Corea se transformó en
un importante eslabón de la industria contemporánea, las clases dominantes
captaron una parte significativa del excedente.
Una variedad de condiciones económicas y geopolíticas
determinaron la creciente reinversión de esos fondos, en lugar de su filtraje
al exterior. De esa forma, se consolidó la inserción del país en un segmento
intermedio de la división global del trabajo.
En resumen, la reducida transferencia de valor explica
el nuevo lugar de China en los estratos superiores de la economía mundial. Y la
dimensión acotada de esos mismos flujos determinó el distanciamiento de Corea
del Sur de Brasil o Argentina. La dinámica de las transferencias aporta las
respuestas que la tesis de la superexplotación no logra encontrar.
Desarrollismo y explotación
¿Nuestra insistencia en la centralidad de las
transferencias se contrapone con la atención prioritaria en la explotación? Los
críticos estiman que sí y por eso nos ubican el universo neo-desarrollista.
Pero al igual que todos los marxistas, postulamos
que los fondos drenados al exterior se basan en una apropiación del esfuerzo
laboral de los trabajadores. Esos recursos expatriados no surgen mágicamente
del aire, ni son gratuitamente provistos por la naturaleza. Se nutren del sudor
de millones de oprimidos. Nuestra gran divergencia con el desarrollismo radica
en esa puntualización. Ellos resaltan las pérdidas sufridas por los países
periféricos (observando tan sólo las desgracias nacionales) y nosotros
cuestionamos su omisión de los tormentos sociales subyacentes.
Osorio olvida esta distinción básica, al clasificar
mi enfoque en el casillero de la heterodoxia y al situar el suyo en el universo
del marxismo. Ignora que cualquier debate en torno a la superexplotación es
intrínsecamente ajeno al neo-desarrollismo, puesto que esa corriente
simplemente desconoce el proceso elemental de la plusvalía. Jamás podría
registrar la controvertida dinámica de pagos de la fuerza de trabajo por debajo
de su valor, si ignora la norma previa de remuneraciones acordes a esa
magnitud.
Nuestro fiscal podría confirmar la distancia
conceptual que nos separa del mundo desarrollista, neo-desarrollista,
social-desarrollista y pos-desarrollista, hojeando un libro reciente sobre esas
vertientes (Katz, 2015: 139-236). Pero en lugar de indagar esa lejanía,
corrobora sus sospechas observando parentescos idiomáticos. Estima que utilizo
las mismas denominaciones (economías atrasadas y avanzadas) y clasificaciones
(países desarrollados, intermedios, retrasados) que la rechazada corriente.
Considera que omito el fundamento de clase rector de esos ordenamientos
(Osorio, 2018a).
Pero él mismo viola esos principios de pureza
lingüística, con reiteradas menciones al capitalismo dependiente, la periferia
y el subdesarrollo. Ninguno de esos términos es patrimonio del marxismo. Forman
parte del vocabulario desplegado por distintas vertientes del pensamiento, para
describir la jerarquía imperante en la economía mundial. Ese retrato es el
punto de partida de los conceptos en disputa. La interpretación marxista se distingue
por su específica elaboración de esas nociones y no por el uso de términos
peculiares.
Los pensadores de esa tradición nunca buscaron
remodelar el diccionario. Recurrieron a las denominaciones habituales de cada
época, para esclarecer los problemas en debate.El mismo criterio debería regir
en la actualidad, para entender procesos sujetos a novedosas denominaciones
(emergentes) y metáforas (Norte-Sur).
Mi indisciplina terminológica es también objetada
en la caracterización de los valores internacionales altos, medios y bajos de
la fuerza de trabajo. Esos conceptos pecarían de sintonía con los utilizados
por organismos como la CEPAL o la ONU. Pero justamente esas categorías aluden a
una noción rigurosamente marxista (valor de la fuerza de trabajo), contrapuesta
a la diversidad de ingresos que describen esas instituciones.
Se cuestiona igualmente que mi esquema desconecta
los salarios del proceso subyacente de acumulación y restringe el análisis a la
esfera de la circulación (Sotelo, 2018). Pero nuestro planteo justamente
remarca los determinantes productivos de la diversidad salarial contemporánea.
Señalamos la preeminencia de distintos valores de
la fuerza de trabajo en las economías centrales, intermedias y periféricas,
para conectar los promedios salariales con el lugar que ocupa cada país, en la
jerarquía económica mundial. Con ese modelo intentamos facilitar la comprensión
del arbitraje salarial que realizan las empresas transnacionales, para definir
la localización de sus inversiones (Katz, 2018a: 263-289).
Mi cuestionador estima que ese razonamiento diluye
las diferencias cualitativas que separan al capitalismo central del dependiente
(Osorio, 2018a). Pero es evidente que nuestro enfoque resalta exactamente lo
contrario. Ilustra la concordancia de las brechas nacionales de salarios con la
inserción internacional de cada país.
Lejos de atribuir la estratificación global a las
divergencias de los salarios, conectamos esas remuneraciones a los procesos
históricos que configuran la jerarquía mundial. Quiénes interpretan que el
debate en curso no guarda ninguna relación con la globalización o el
neoliberalismo (Sotelo, 2018) deberían analizar con mayor atención el sentido
de nuestras clasificaciones.
Ese esquema destaca que las transferencias de valor
-determinantes de las brechas globales- no siguen rumbos arbitrarios. Están
sujetas a corrientes de inversión guiadas por la búsqueda de ganancias surgidas
de la explotación. Como esos beneficios dependen de los salarios y la
productividad imperantes en actividades del mismo tipo, las inversiones se
desplazan por el mundo tomando en cuenta los valores nacionales de la fuerza de
trabajo.
La explotación ofrece, por lo tanto, un criterio
comparativo para analizar ese proceso. Es un principio general que clarifica la
dinámica actual del capitalismo. La superexplotación no provee, en cambio, un
parámetro equivalente. Por su restrictivo alcance, involucra situaciones
fragmentarias por país, sector o conglomerado, que no incluyen a la mayoría de
los trabajadores. En esa diferencia se fundamenta nuestra preferencia analítica
por una noción de explotación, inscripta en el formato clásico del marxismo.
La exclusividad inicial de la
periferia
El segundo tema en debate es la peculiaridad de la
superexplotación. Nuestra mirada postula que esa forma de opresión se ha
generalizado y afecta a las franjas más vulnerables de los asalariados de todas
las economías. El pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo no
distingue a las regiones avanzadas de las subdesarrolladas. En todos los países
existen sectores explotados formales e informales y segmentos más vulnerables
sometidos a la superexplotación. Esa fractura es muy visible en la división que
separa a los asalariados estables y precarizados de todas las economías (Katz,
2018a: 263-288).
Nuestra formulación es nítida: la superexplotación
persiste en la actualidad, se ha extendido a todo el planeta, involucra a una
porción menor de la clase trabajadora y no constituye el elemento diferenciador
del centro y la periferia.
La caracterización de Osorio es por el contrario
muy vacilante. Intenta amalgamar tres diagnósticos incompatibles. Primero
afirma que la superexplotación continúa operando como la gran divisoria de las
economías desarrolladas y periféricas. Luego señala que con la globalización
esa desventura se ha extendido a la metrópolis y finalmente estima que la misma
adversidad se remonta a la época de Marx.
Los tres señalamientos son obviamente
contradictorios. Si la superexplotación persiste como especificidad de la
periferia, no puede generalizarse al centro. Si en las últimas décadas se
introdujo en los países desarrollados, no se remonta a los años de Marx. Y si
ya estaba presente en el XIX carece de especificidad contemporánea.
El crítico reafirma ante todo la primera tesis, que
remarca la presencia de la superexplotación en los países subdesarrollados.
Añade que esa preeminencia no es sinónimo de pauperización absoluta e
interpreta que nuestro enfoque contiene esa errónea identificación (Osorio,
2018a).
Pero no especifica dónde establecemos una semejanza
que explícitamente objetamos. Justamente porque a nuestro entender la vigencia
de la superexplotación en el grueso de la población laboral (del centro o la
periferia) implicaría su empobrecimiento absoluto, restringimos su alcance a
una minoría de los desposeídos.
Osorio coincide en cuestionar esa asociación, pero
contradictoriamente acepta la vigencia de ingresos por debajo del valor de la
fuerza de trabajo, para el grueso de los asalariados de la periferia. No
registra que esa situación amenazaría la subsistencia de los asalariados. Es lo
que ocurría con los esclavos y no sucede con el proletariado.
Es cierto que los capitalistas individuales buscan
exprimir al máximo a los trabajadores. Pero la misma dinámica de la acumulación
obstruye esa succión por encima de un límite e impone techos a la masificación
de la superexplotación. Por esa razón, los salarios nunca se divorcian por
completo del incremento de la productividad. Además, el propio estado burgués
protege la fuerza de trabajo de su potencial aniquilamiento. El capitalismo no
podría convalidar la destrucción de su fuente de lucro. Las tendencias
destructivas de la fuerza laboral afrontan contrapesos que garantizan su
preservación.
El crítico resalta la especificidad de la
superexplotación en la periferia, ilustrando cómo el pago de la fuerza de
trabajo por debajo de su valor, impide la adquisición de los bienes requeridos
para el desenvolvimiento normal de los asalariados (Osorio, 2018a). Estima que
la masa de consumos aumenta en menor medida que las necesidades de los
trabajadores. Se incrementa por ejemplo la compra de heladeras o celulares, a
costa de la salud y la educación. Por eso los afectados sobreviven en
condiciones muy penosas (Osorio, 2018b).
Pero esta acertada descripción -compartida por
muchos marxistas- constituye un simple retrato de la explotación. El
capitalismo -gobernado por la competencia y el beneficio- amplifica la
irracionalidad del consumo. En lugar de privilegiar la adquisición de bienes
esenciales incentiva los gastos superfluos.
El desbalance en la canasta de compras no es un
resultado singular de la superexplotación. Es una típica adversidad del
sistema. Presentaría esa especificidad si añadiera un agobio terminal a los
sufrimientos corrientes, que imposibilitara la reproducción del trabajador. La
superexplotación como norma en la periferia sólo regiría en las circunstancias
de pauperización total que Osorio ha descartado.
Los enredos de la extensión
En la segunda interpretación de la
superexplotación, nuestro objetor considera que el fenómeno se ha extendido en
las últimas décadas al centro (Osorio, 2008c). Retoma la misma sugerencia que
expuso Marini en su madurez. Pero el sentido de esa ampliación es justamente el
detonante de la controversia en curso. Si se acepta el nuevo dato, la
superexplotación ya no constituye un mecanismo exclusivo de las economías
industrializadas de la periferia. Si por el contrario se rechaza ese
ensanchamiento, queda inexplicada la creciente precarización laboral en los
países desarrollados.
Osorio se auto-exime de afrontar ese dilema.
Declara que “existen discrepancias sobre el alcance que presenta la ampliación
de la superexplotación” (Osorio, 2018c). Pero no especifica quiénes son los
protagonistas de esas divergencias y cuál es su contenido. Con frases
entrecortadas y misteriosos interrogantes elude el problema.
Podría evitar esa evasión, reconociendo que la
superexplotación se ha generalizado con impactos muy diferentes en cada región.
Pero como esa constatación chocaría con su primer planteo de exclusividad
periférica, desplaza el problema hacia diferencias en el terreno del consumo.
Señala que la flaqueza de los trabajadores como clientes del mercado interno,
convierte a la superexplotación en un “mecanismo fundamental” del capitalismo
dependiente. Esa estrechez -a su vez resultante de la sobrepoblación y del
modelo exportador- determinaría la existencia de un poder de compra muy
inferior a las metrópolis (Osorio 2018c, 2017).
Esa diferencia es ciertamente significativa y se
verifica en la vigencia de normas de consumo muy divergentes. Pero las brechas
en el poder adquisitivo -que Osorio atribuye localizaciones o magnitudes distintivas
de la superexplotación- obedecen, en realidad, a los valores divergentes de la
fuerza de trabajo en el centro y la periferia.
Es evidente, que todo el debate sobre la
remuneración de la fuerza de trabajo por debajo de su valor tiene relevancia,
si contribuye a esclarecer los procesos laborales contemporáneos. En este
terreno, el cambio más significativo es la generalizada segmentación entre
trabajadores formales e informales. La brecha que despuntaba en los años de
Marini se ha convertido en el rasgo dominante del siglo XXI. Se verifica en la
bipolarización de empleos que acompaña a la revolución digital y en la
creciente utilización política de la fractura laboral, para introducir
discriminaciones étnicas, raciales y religiosas.
Esta segmentación aceita un modelo acumulación
flexible, que requiere la simultánea reproducción de asalariados calificados y
degradados. El primer grupo garantiza la continuidad de los procesos complejos
de producción y el segundo la fabricación en masa.
¿Cuál de las dos caracterizaciones en disputa
facilita la interpretación de este nuevo escenario? Nuestra mirada de la
superexplotación como un fenómeno generalizado y al mismo tiempo acotado
permite el registro y análisis del problema. Destaca que esa reestructuración
del proceso de trabajo se asienta en la vigencia de dos modalidades de
explotados (formales e informales) y una de superexplotados en todo el mundo.
Señala, además, que con proporciones muy distintas al centro, una misma
dualización laboral se verifica en la periferia (Katz, 2018b).
Osorio no aporta ninguna reflexión sobre el tema.
Se limita a reafirmar la continuada vigencia del viejo formato de la
superexplotación, junto a su expansión a otras latitudes. La gran segmentación
del proceso laboral en el capitalismo del siglo XXI no tiene cabida en su
esquema analítico.
¿Una categoría desde Marx?
En la tercera interpretación de la superexplotación,
el crítico no circunscribe esa modalidad a la periferia, ni la extiende al
centro. Ahora la retrotrae al siglo XIX. Destaca que Marx concibió el pago de
la fuerza de trabajo por su valor como un supuesto provisional, para debatir
con otras escuelas el origen de la ganancia. Cumplida esa misión, habría
postulado que el capitalismo tiende en forma recurrente a sub-remunerar a los
asalariados (Osorio, 2018a).
Es evidente que esa interpretación socava la
centralidad de la plusvalía en todo el razonamiento de El Capital.
Ese excedente no obedece a la simple indefensión de los asalariados. Emerge de
un intercambio de mercancías por su valor. Como la fuerza de trabajo genera más
valor que el requerido para su reproducción, el capitalista obtiene una
diferencia que convierte en ganancia. En ese principio se sostiene el
funcionamiento del sistema.
Ese fundamento ha sido enunciado por incontables
generaciones de marxistas, para demostrar el pilar objetivo de la explotación.
Bajo el látigo de la competencia, tanto los capitalistas benévolos como sus
pares sanguinarios, quedan sujetos a las mismas reglas.
Los piadosos no pueden otorgar remuneraciones
excesivas y los negreros no logran pagar sumas insignificantes. La norma de la
explotación rige la conducta de los patrones, limitando los desvíos hacia
arriba y hacia abajo del valor de la fuerza de trabajo.
Marx remarcó reiteradamente esa tesis básica y
expuso distintas excepciones, para corroborar la generalidad de esa regla. La
superexplotación constituye justamente una anomalía de ese tipo. Ha existido
siempre, pero nunca como cimiento del capitalismo.
El trabajador debe cobrar habitualmente por el
valor de su fuerza de trabajo. Si pudiera sustraerse a ese parámetro
erradicaría su condición del asalariado. Y si cobrara por debajo de ese nivel,
no podría garantizar la continuidad de su actividad laboral.
Tradicionalmente se ha impugnado la plusvalía,
afirmando que los asalariados perciben ingresos equivalentes al trabajo que
realizan. El error simétrico radica en suponer que las remuneraciones no
guardan relación con el mantenimiento de la fuerza laboral. En ese equívoco
conceptual se basa la presentación de Marx como un teórico de la
superexplotación.
Nuestro objetor reconoce que su razonamiento
violenta los principios de la ley del valor (intercambio de equivalentes), que
inspira todo el edificio teórico de El Capital. Afirma que la
presencia de ese supuesto en la primera parte del texto queda anulada por
transgresiones posteriores (Osorio 2018c).
Pero semejante divorcio convertiría al libro de
Marx en un inconsistente armado de conceptos auto-desmentidos. Lo que se ha
discutido intensamente es la diferencia analítica entre las nociones expuestas
en términos de valor (Tomo I) y precio (Tomo III). Esa distinción metodológica
involucra sólo ciertas categorías y no supone la violación de lo expuesto
inicialmente.
Si dónde se dice pago de la fuerza de trabajo por
su valor hay que leer lo opuesto: ¿Por qué no extender esa misma negación a
otras nociones? La plusvalía por ejemplo: ¿Es un concepto abstracto o rige en
la realidad cotidiana? ¿El capitalismo expropia el trabajo ajeno o vulnera ese
principio?
La obra de Marx está asentada en la coherencia y no
en la auto-refutación. La plusvalía se plasma en la ganancia sin negar su condición
previa y lo mismo ocurre con el dinero transformado en capital. Esa lógica se
extiende al salario, que expresa el valor de la fuerza de trabajo y no su
negación. En cada país y circunstancia se modifica esa cuantía, sin ningún
divorcio de su fundamento.
Nuestro crítico expone varias citas de Marx, para
destacar la preeminencia de las sub-remuneraciones a los asalariados (Osorio,
2018c). Se podría responder con toda la biblioteca de referencias opuestas que
domina a El Capital. Pero el viejo recurso de invocar la autoridad
del maestro no esclarece nada. En última instancia, el propio Marx podría estar
equivocado o desactualizado. Lo importante es la coherencia y la consistencia
empírica de un razonamiento.
La presentación del pensador alemán como un teórico
de la superexplotación es tan forzada, que su propio vocero relativiza ese
retrato. Afirma que en El Capital hay una tensión permanente
entre el cumplimiento y la transgresión de la remuneración de la fuerza de
trabajo por su valor (Osorio, 2018c). Pero en ese caso no regiría ninguna
norma, sino violaciones sucesivas que imposibilitarían el funcionamiento del
sistema.
Al extender la superexplotación al origen del
capitalismo, Osorio anula su primera interpretación de esa categoría como
sustento del capitalismo dependiente. Pero no registra que si esa modalidad
debutó en el centro, habría que interpretar su llegada a la periferia como una
especie de super-superexplotación. Y siguiendo esa misma lógica, el episodio
más reciente de extensión al centro implicaría un tercer aditamento del
concepto inicial.
En esos enredos desembocan los razonamientos
forzados. Para evitar esa madeja conviene recurrir a un diagnóstico sencillo:
el capitalismo enlaza a todos los países con formas preeminentes de explotación
y modalidades sólo accesorias de superexplotación.
Otro concepto, otro debate
El segundo objetor ha denunciado desde el inicio
del debate mi grave capitulación ante los opresores. Considera que el replanteo
de la superexplotación diluye las formas más brutales del capitalismo y
embellece su funcionamiento (Sotelo, 2017).
Hemos señalado que la simple equiparación de la
superexplotación con el salvajismo fabril, distorsiona una controversia
centrada en el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. En lugar de
evaluar esa remuneración se dilucidan formas contemporáneas de despotismo
laboral (Katz, 2018b).
En su nuevo escrito, el crítico rechaza en forma
categórica la caracterización de la superexplotación centrada en el pago de la
fuerza de trabajo por debajo de su valor. Señala que ese concepto incluye un
elemento de expropiación de ese valor, sin explicar qué modificación introduce
con ese agregado o cuál es el cambio de interpretación que propone (Sotelo,
2018).
En el texto parecería enfatizar el creciente agobio
imperante en la actividad productiva, pero con enigmáticas reformulaciones. Por
ese camino oscurece el sentido de la polémica. En ese intercambio de ideas se
intenta discernir cuál es la actualidad, alcance o localización de la
sub-remuneración de los asalariados. Nuestro replanteo generaliza esa extensión
y al mismo tiempo acota su dimensión dentro de cada país, remarcando las
diferencias que mantiene con los sectores asalariados formales e informales. En
esa redefinición se basa nuestra continuada distinción entre explotados y
superexplotados.
Sotelo no aporta ningún argumento contra esta
mirada. Su énfasis en la expropiación -en lugar de la sub-remuneración -sólo
agregar una cuota adicional de confusión.
En su respuesta inicial también fue muy vago frente
al conflictivo dilema de la extensión de la superexplotación al centro. Afirmó
que esa modalidad era “constituyente” en la periferia y “operativa” en el
centro (Sotelo 2017). Nosotros señalamos que esa caracterización sólo describía
trayectorias (surgió en el primer segmento e irrumpió en el segundo), sin
definir tendencias o peculiaridades de las remuneraciones percibidas por los
trabajadores (Katz 2018 b).
En su nuevo artículo reitera los mismos conceptos,
pero profundizando la conexión de los dos términos que introdujo con la
intensidad de la explotación (Sotelo, 2018). Los tormentos laborales
“constitutivos” -que el capitalismo ensayó en la periferia- se habrían
extendido en forma “operativa” a las economías centrales. Con esa fórmula retrata
la ampliación de la precarización laboral a todos los rincones de la tierra.
Esa descripción es acertada, pero no aporta ninguna luz al debate de la
superexplotación.
En su ofuscado escrito termina polemizando con un
fantasma. Señala exactamente lo que postulamos desde el inicio: la
superexplotación se generaliza al centro y persiste en la periferia. En la
mejor tradición talmúdica, los chispazos verbales impiden entender lo que se
discute.
¿Irrelevancia de la renta?
El tercer plano del debate transita por clarificar
la utilidad de la teoría marxista de la dependencia en la actualidad. Osorio
aborda ese interrogante con otra descarga de municiones. Considera que nuestro enfoque
necesita el auxilio de otras concepciones para mantenerse en pie.
Compensaríamos la ausencia de explicaciones propias, con el auxilio de
interpretaciones hostiles al legado de Marini.
Esa mimetización no sólo incluiría la adopción del
enfoque de Iñigo Carrera sobre la adversa trayectoria de la renta agraria.
También contendría la ingenua expectativa de incorporarlo a la teoría marxista
de la dependencia (Osorio, 2018a).
Lo más asombroso de ese reproche es la sorprendente
incapacidad de lectura del crítico. Nuestros textos no sólo excluyen la
reivindicación del autor mencionado, sino que explicitan contundentes
objeciones a sus razonamientos. Osorio me atribuye opiniones que sólo describo
para subrayar de inmediato sus defectos.
Destaco que si Argentina capta una renta agraria
(generada en el exterior) y facilita su posterior salida del país (a través de
mecanismos financieros), el resultado final será el agravamiento de la
dependencia. Este argumento apunta a subrayar una contradicción interna de Iñigo
Carrera. Lejos de buscar su silenciosa cooptación señalo el contrasentido de su
planteo. Osorio no ha registrado este elemental recurso polémico.
Tampoco nota que la principal divergencia con el
autor mencionado se ubica en el terreno político. En los capítulos que
antecedieron al debate sobre la renta cuestioné la desconsideración de ese
pensador hacia el antiimperialismo y destaqué los problemas del
internacionalismo abstracto (Katz, 2018a: 196-216.).
En lugar de observar este cúmulo de objeciones,
Osorio dispara a diestra y siniestra. Esa ceguera le impide percibir sus
propios puntos de afinidad con el defenestrado autor. Ambos comparten la misma
valoración de la superexplotación como concepto rector. Esta similitud ilustra
hasta qué punto esa categoría no encarna una divisoria de aguas, en la
interpretación del escenario contemporáneo.
Tampoco la valoración de la renta define ese tipo
de posicionamientos. Pero es importante reconocer la gravitación contemporánea
de esa categoría, para superar una desatención del pasado. Ese señalamiento no
implica “sobredimensionar el papel de la renta en el subdesarrollo” (Osorio,
2018a). Al contrario, lo peligroso es despreciar la estratégica incidencia de
ese excedente, suponiendo que la depreciación relativa de los bienes primarios
acota significativamente su incidencia (Osorio, 2018b).
Durante la última década, el superciclo de las
materias primas indicó que el comportamiento de esas cotizaciones es mucho más
complejo. Está sujeto a una dinámica fluctuante, determinada por razones que
exploramos en nuestro libro (Katz, 2018a: 348-350). Por otra parte, la renta no
es una peculiaridad de Argentina que sólo interesa a los intelectuales del Cono
Sur (Osorio, 2018a). Su malgasto es determinante del subdesarrollo y del extractivismo
exportador que afecta a toda la región.
Cómo evaluar una concepción
El riguroso custodio del acervo dependentista
también objeta nuestra mirada de esa concepción, como un enfoque o paradigma.
Resalta con indignación, que esa teoría esclarece las leyes del capitalismo
dependiente. Por eso rechaza nuestro señalamiento de los cuestionamientos que
expuso Cueva, a la búsqueda de una legalidad específica de esas formaciones
(Osorio, 2018b).
Pero en ningún lado justifica el status
metodológico que reivindica. Dirimir si la superexplotación o el ciclo
dependiente constituyen leyes equivalentes al valor, la acumulación o la
plusvalía exigiría transitar por intrincadas reflexiones. ¿Los rasgos
peculiares de las economías subdesarrolladas detentan el mismo estatuto legal
que las reglas generales del sistema capitalista?
La respuesta involucra controversias
epistemológicas de gran porte. Pero esas consideraciones seguramente excluirían
a otras categorías introducidas por el crítico, como “los estados sub-soberanos”
o “los patrones de reproducción volcados al exterior” (Osorio, 2018b). Esos
procesos carecen de la universalidad requerida para integrar el paquete de
leyes del capitalismo. Cueva justamente alertaba contra ese tipo de
sobredimensionamientos, emparentados con la búsqueda de forzadas singularidades
latinoamericanas.
Pero el enfado de Osorio no obedece a resquemores
filosóficos, sino a nuestro rescate de una figura que mantuvo fuertes
divergencias con Marini. La fanática fidelidad a su maestro le impide evaluar
esas diferencias con alguna serenidad retrospectiva. El economista brasileño
confrontó seriamente con el sociólogo ecuatoriano en torno a la Unidad Popular
chilena. Defendió acertadamente los planteos del MIR frente a la estrategia del
Partido Comunista que apoyaba su adversario.
Posteriormente ambos pensadores convergieron en una
polémica común con los intelectuales pos-marxistas, encandilados por la
socialdemocracia. Ese empalme acompañó la reconsideración (también compartida)
de varios problemas de la dependencia. A partir de esa convergencia los dos
autores aproximaron sus opiniones sobre el antiimperialismo y el socialismo.
Ese encuentro político en la madurez de ambos
pensadores es mucho más relevante que el registro de las desinteligencias epistemológicas
previas. Resulta indispensable comprender esa primacía para mantener la brújula
del análisis. Si se ensaya por ejemplo un juicio de la relación entre Lenin y
Trotsky, corresponde priorizar sus posturas frente a la revolución rusa. Las
discordancias metodológicas anteriores, en torno a la lógica del desarrollo
desigual y la dinámica del desarrollo desigual y combinado son obviamente
secundarias.
El apego excluyente de Osorio a Marini se inspira
en la cerrada defensa de una sola tradición valedera del dependentismo. Con esa
óptica pretende excluir nuestro enfoque de ese privilegiado círculo (Osorio,
2018a). Pero el viejo procedimiento de aceptar o proscribir integrantes de una
vertiente del marxismo ya pasó de moda. Es mucho más sensato reconocer la
existencia de distintas corrientes al interior de una misma escuela de
pensamiento.
El enriquecimiento del dependentismo exige superar
la presentación de Marini, como el fundador de un enfoque excluyente y
divorciado de los otros marxistas que estudiaron el subdesarrollo (Sotelo,
2018). Con ese tipo de corte se quiebran las continuidades y se desconocen las
convergencias. Al final de tantas cirugías, la ponderada concepción queda
inutilizada como instrumento de comprensión del capitalismo contemporáneo.
La despolitización marea
En nuestra respuesta inicial señalamos por qué
razón el concepto de superexplotación era políticamente relevante en los años
60-70. Marini criticaba la estrategia de alianzas con las clases dominantes
locales (que propiciaban los sectores conservadores de la izquierda) y
desplegaba incansables críticas contra las burguesías nacionales. Por eso
señalaba cómo esos sectores compensaban sus desventajas internacionales con
mayor despojo de los asalariados. Apuntaba todos sus dardos a cuestionar
cualquier convergencia en un frente común contra la derecha y el imperialismo.
Ese estrecho nexo entre superexplotación y política
revolucionaria quedó posteriormente diluido. Por un lado, la ampliación del
concepto a las metrópolis disolvió su exclusiva identificación con las
burguesías latinoamericanas. Por otra parte, el carácter regresivo de ese
segmento quedó transparentado. En la actualidad, la noción de superexplotación
no mantiene ninguna conexión con algún problema significativo de la estrategia
anticapitalista (Katz, 2018b).
Estas caracterizaciones sobre el contexto del
debate no han motivado ningún comentario de los críticos. No aceptan, ni
rechazan una evaluación, que restringe la significación política de la
superexplotación a circunstancias ya extinguidas. Se enfatiza por lo tanto la
defensa del concepto, sin ninguna preocupación por su relevancia política
práctica. Esta actitud retrata una afinidad puramente académica hacia esa
noción.
Sólo las implicancias neo-desarrollistas de mi planteo
son aludidas como un efecto preocupante. Pero tampoco aquí se ofrece alguna
pista de las consecuencias políticas de adscripción. ¿Frente a qué problema de
la última década se verificó esa conexión? ¿En la evaluación del ciclo
progresista? ¿En las posturas ante los gobiernos de Lula o Kirchner?
Los críticos tampoco aclaran cuáles serían los
efectos del objetado pro-desarrollismo, en algún debate de la izquierda
contemporánea. ¿Incide por ejemplo en la actitud frente al chavismo, la
revolución cubana o el ALBA? Ninguno de esos interrogantes suscita respuestas.
En el mismo terreno, el segundo fiscal es más
categórico. Sugiere que mi enfoque contiene una sucesión de flaquezas,
estrechamente conectadas a la indefinición del sujeto proletario en los
procesos de emancipación (Sotelo, 2018). Pero tampoco conecta esas acusaciones
con algún acontecimiento político. Supone que las discusiones sobre la clase
obrera transitan por el mismo andarivel, que la evaluación de la plusvalía o la
tasa de ganancia. Flota en una nube de abstracciones que sorprendería a los
maestros del dependentismo.
En un libro anterior hemos analizado en forma
concreta, el rol jugado por distintos sectores populares en las rebeliones de
Ecuador, Argentina, Venezuela y Bolivia (Katz, 2008:19-38). Nuestro polemista
podría por ejemplo exponer cómo se reflejan mis desaprensiones hacia el
proletariado, en la caracterización de esos acontecimientos. También podría
realizar ese mismo ejercicio con otros escritos. De esa forma lograría
corroborar cómo se manifiesta mi inconducta política en algún ámbito terrenal.
Pero esa aproximación a la realidad desborda su horizonte.
Por esa actitud, ni siquiera ha registrado nuestra
convergencia de posturas frente a la decisiva batalla actual de Venezuela
(Sotelo, 2019; Katz, 2019). Ese empalme debería inducirlo a percibir el
artificial sobredimensionamiento del debate.
Esa despolitización de la discusión sobre la
dependencia disuelve el potencial revulsivo de esa concepción. La fortaleza,
prestigio e influencia de esa teoría emergió junto al compromiso militante que
asumieron sus partidarios. Esa conducta los indujo a relacionar los
interrogantes teóricos con los dilemas políticos de su época. En lugar de
continuar esa trayectoria, mis críticos se embarcan en una sucesión de
controversias sin norte. De esa forma transforman la teoría de la dependencia
en una religión y su defensa en un acto de fe.
El propio debate actual profundizará ese perfil, si
persiste como un copioso intercambio de críticas, contra-críticas,
ultra-críticas y súper-críticas. El primer fiscal ha implementado una obsesiva
difusión de tres versiones de una misma respuesta en tiempo récord. Esa actitud
es más afín al narcisismo de las pequeñas diferencias, que a una reelaboración
seria de la concepción en juego. Para evitar nuestra conversión en sacerdotes
conviene abrir un paréntesis en la discusión, a fin de elevar su nivel y
madurar su sentido.
Claudio Katz eseconomista, investigador
del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
REFERENCIAS
-Katz Claudio (2018a). Aciertos y problemas del
concepto de superexplotación. La teoría de la dependencia, 50 años
después, Batalla de Ideas Ediciones, Buenos Aires.
-Katz Claudio (2018b). Controversias sobre la
superexplotación, 5-3, www.lahaine.org/katz
-Katz Claudio (2015) Neoliberalismo,
Neodesarrollismo, Socialismo, Batalla de Ideas Ediciones, Buenos Aires.
-Katz Claudio (2008) Las disyuntivas de la
izquierda en América Latina, Ediciones Luxemburg, Buenos Aires.
-Katz Claudio (2019). Venezuela define el futuro de
toda la región 7-2,
-Osorio, Jaime (2018a). Los avatares de una nueva
interpretación sobre el subdesarrollo y la dependencia. Notas críticas a la
propuesta de Claudio Katz, diciembre, Herramienta Web 24, https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2942
-Osorio, Jaime. (2018b)
¿Renovación de la Teoría marxista de la dependencia o esbozo de una nueva
teoría?, Rebelión 18-07, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244281
-Osorio, Jaime. (2018c) Acerca de la
superexplotación y el capitalismo dependiente
Respuesta a Claudio Katz 12-07, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=244034
-Osorio, Jaime (2017) Teoría marxista
de la dependencia sin superexplotación. Una propuesta de desarme teórico para
avanzar, 17-9, marxismoyrevolucion.org/?p=713
-Sotelo Valencia, Adrián (2017) ¿Una teoría de la
dependencia sin superexplotación? Mejor una teoría de la dependencia con
superexplotación revisitada y actualizada, 19-12, https://www.lahaine.org/mundo.php/critica-a-la-critica-de
-Sotelo Valencia, Adrián (2018) Los caminos de su
disolución. ... Insistiendo en una Teoría de la Dependencia sin
superexplotación. 4 abr https://www.lahaine.org/mundo.php
-Sotelo Valencia, Adrián (2019). El presidente bufo
Guaidós, las Fake News y el fracaso de Washington, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=253150
Resumen
Nuestra reformulación de la teoría de la
dependencia ha sido malinterpretada por dos críticos. Desconocen que las
transferencias de valor son más esclarecedoras del origen del subdesarrollo que
la superxplotación. Ignoran también que esa dinámica explica la expansión
contemporánea de China y el distanciamiento de Corea del Sur de Brasil o
Argentina. No registran cómo el valor diferencial de la fuerza de trabajo
permite comprender la localización de las inversiones transnacionales.
Además, postulan caracterizaciones contradictorias
de la superexplotación, al afirmar que es peculiar de la periferia, que se ha
extendido al centro y que se remonta al siglo XIX. Más problemática aún, es la
rudimentaria identificación del concepto con el padecimiento laboral.
El dependentismo se empobrece desconociendo la
problemática de la renta, omitiendo a los antecesores de su teoría e impugnando
las convergencias con otros pensadores. La despolitización impide evaluar el
sentido del debate.