Por Anita Botwin
Mujer y discapacidad: la doble
discriminación. Estamos a pocos días de la que será la segunda huelga feminista
de nuestro país. El 8 de marzo volveremos a parar las mujeres, en nuestros
trabajos, en los cuidados, el consumo y en la educación para visibilizar así la
desigualdad en la que aún vivimos. Los hombres que decidan secundar la huelga
deberán hacerlo para facilitar que las mujeres podamos hacerla, dedicándose
especialmente al trabajo doméstico y los cuidados.
Las mujeres
con diversidad funcional formaremos parte de esa huelga por gran cantidad de
motivos. Para empezar, las niñas y mujeres con diversidad funcional constituyen
un grupo altamente expuesto a la discriminación interseccional, por sexo y por
diversidad, con altos índices de paro, pobreza, abusos, violencia... Muy por
encima de la media del resto de mujeres y, por tanto, de los hombres.
Como ya conté
en su momento en esta carta al suscriptor, las mujeres con
discapacidad son las que más violencias sufren –además de las racializadas,
prostituidas, gitanas, trans… De todo tipo. Por un lado, se encuentran las
esterilizaciones forzosas, que siguen existiendo en nuestro país. De hecho,
según el Cermi, en 2016 el Consejo General del Poder Judicial registró 140
casos “resueltos” solo durante ese año.
Por otro
lado, la violencia machista es mucho más elevada en este colectivo, ya que al
tratarse de mujeres más vulnerables –ya sea mental o físicamente, con movilidad
reducida, y muchos menos ingresos o ninguno– son víctimas de agresiones de todo
tipo más fácilmente. Además, son violencias que se repiten en el tiempo, debido
precisamente a su dificultad física o mental de poder denunciar a quienes son
sus maltratadores. En muchos casos, este tipo de barreras hacen más difícil
atajar este tipo de violencias si no hacemos un esfuerzo desde todos los agentes
sociales y la ciudadanía.
Aunque se
sabe que la violencia machista afecta mucho más a las mujeres con discapacidad,
existe una escasez estadística, una manera más de invisibilizar este grave
problema. Los datos con los que podemos contar proceden de la Fundación CERMI Mujeres y afirman que
casi una de cada tres mujeres con discapacidad (31%) asegura que ha sufrido o
sufre algún tipo de violencia física, psicológica o sexual por parte de su
pareja o expareja, más del doble que las mujeres sin discapacidad (12,5%). De
todas estas mujeres, muchas de ellas sufren discapacidad precisamente por las
violencias recibidas, aunque es difícil conocer el porcentaje, porque hasta
para eso existe el silencio institucional.
Existe una desigualdad más visible, la
brecha salarial, el techo de cristal, la falta de conciliación, pero existe
también una más invisible, de la que no se habla tanto, porque queda de puertas
para dentro. Los cuidados, algo que suele correspondernos a las mujeres de por
vida y algo que recibimos las mujeres y hombres con diversidad funcional en
algún momento.
Cuando
hablamos de los problemas con los que convivimos las mujeres con discapacidad,
también nos acompañan las de quienes suelen cuidarnos.
En los
últimos años estamos asistiendo a una progresiva precarización del trabajo de
cuidadoras y empleadas de hogar, mayoritariamente mujeres. Por ello,
asociaciones como el Foro de Vida Independiente pide la figura de la Asistencia
Personal, como alternativa a los denominados “cuidados”, que son los que
ejercemos generalmente las mujeres por el hecho de serlo. De esta forma, esta
nueva figura supondría la liberación del papel tradicional que se ha asignado
históricamente a las mujeres en el seno de las familias o en las instituciones
y, en general, el retorno económico y social que supone para la toda la
comunidad.
Al mismo
tiempo, existen las violencias en el ámbito laboral y económico, donde muchas
empresas se benefician de exenciones fiscales del Estado por contratar a
personas con discapacidad; en algunas ocasiones, la explotación va unida a la
discapacidad. Ello hace que se mine la autoestima de la mujer con discapacidad,
que no se siente válida para competir en este mercado laboral, que, por otro
lado, asfixia y oprime a cualquiera. De las personas que trabajan, la mayoría
lo hace en oficios mal remunerados y en situaciones de explotación.
Precisamente
porque estamos cerca de un día que volverá a ser histórico y más en un momento
en el que la ultraderecha machista campa a sus anchas, es importante realizar
una reflexión desde las filas feministas para saber si estamos integrando a las
mujeres con diversidad funcional y sus propias realidades. Al fin y al cabo, la
imagen hegemónica de la discapacidad es un hombre blanco en silla de ruedas y
la figura hegemónica del feminismo es una mujer heterosexual blanca que quiere
la igualdad salarial y otras tantas peticiones que también son las nuestras,
pero se nos antojan insuficientes, al sufrir otro tipo de opresiones.
Una manera de
integrar la diversidad funcional es hacerlo desde las mismas protestas. En la
movilización del año anterior, el colectivo de mujeres feministas con
diversidades funcionales FRYDAS incluyó a las mujeres con
necesidades especiales facilitando carriles lentos y puntos de atención a la
diversidad a lo largo del trayecto. Este año se ha sustituido el carril lento y
los puntos de cuidados por un bloque de diversidad funcional con voluntarios que
apoyarán todo el camino a las que decidan asistir con sus ruedas, bastones,
perros y todas sus diversidades. Porque todas seremos, diversas o no, las que
pongamos fin al patriarcado.
También es
muy importante dar voz a las mujeres que sufren problemas de salud mental, a
las que están psiquitrializadas o a las que tienen problemas de movilidad y no
van a poder asistir a las movilizaciones. Que no estén no significa que no
existan y espero que estas palabras que escribo les hagan sentir más presentes
en un día que es suyo. Yo misma, que reflexiono sobre un día crucial, me
pregunto si el mismo 8 de marzo y debido a mi enfermedad –esclerosis múltiple–
o debido a problemas de ansiedad que padezco pueda asistir finalmente. Espero
que sí. Y si no es así, sé que cientos de miles lo harán por las más
silenciadas. Gracias.
Autora:
Anita Botwin
Gracias a
miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la
Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas
y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.