Los medios
españoles actúan, de facto, como correa de transmisión de la visión de las
élites venezolanas y los sectores de la “clase media” aspiracional, que
engrosan mayoritariamente las filas de la oposición
Por Arantxa Tirado*
Hace un mes la periodista española
residente en Caracas, Alicia Hernández, escribió una carta abierta dirigida a mi persona, en la
que pretendía aleccionarme sobre el ejercicio periodístico a raíz de unos
vídeos que publiqué en mis redes sociales mostrando una parte, ciertamente, de
la realidad venezolana. Concluía la periodista con un contundente “…la realidad
se puede contar de muchos modos. Y contarla sesgada es mentir”.
Desconozco si
Hernández estaba realizando un ejercicio psicológico de proyección sobre su
propia labor periodística. Lo cierto es que resulta curioso que los mismos
periodistas a quienes corresponde contar la realidad completa, pero han dejado
su obligación contando solo una parte de la realidad venezolana, vengan ahora a
dar lecciones de pluralidad a quien no se dedica al periodismo. Incapaces de
hacer autocrítica sobre su propio trabajo y su propio sesgo, no se dan cuenta
de que quienes han estado mintiendo y manipulando a los ciudadanos españoles,
ocultando la pluralidad y complejidad del proceso venezolano durante años, son
ellos, no una simple politóloga que se ha limitado a ponerles un espejo
enfrente para darles dosis de su propia medicina. Quizás si estos medios y
periodistas hubieran hecho bien su trabajo, mostrando la realidad completa de
Venezuela, lejos de relatos apocalípticos sobre falta de comida, agua o
libertades, los vídeos no se hubieran viralizado tanto.
Reconoce
Hernández que se pueden decir muchas cosas de manera parcial y no se estaría
mintiendo, pero sí se miente cuando faltan muchas otras cosas por decir. Evitar
dar el panorama completo de la realidad venezolana es precisamente lo que ha
caracterizado la información relativa a Venezuela que nos llega al unísono, en
forma de bombardeo cotidiano y constante, a través de la mayoría de grandes
medios españoles e internacionales. Nada casual, como demostró el investigador
español Fernando Casado en su libro Antiperiodistas.Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela, libro
que, de tener una segunda parte, debería incluir el testimonio de Hernández y
añadir un apartado para la labor de El Confidencial. Siento si Hernández se ha
llegado a creer el cuento de que ella es libre para investigar lo que quiera o
expresar cualquier opinión sobre lo que pasa en Venezuela en los medios en los
que colabora. Yo me atrevería a decir que, si no pensara como piensa ni
transmitiera lo que transmite, es más que probable que esos medios no la
contrataran, ni el establishment periodístico
y político español le diera premios. En el país que va dando lecciones de
libertad de prensa a Venezuela, cualquier periodista inteligente sabe que su
libertad de expresión termina donde empiezan los intereses y la ideología del
conglomerado empresarial que detenta la propiedad del medio de turno.
Venezuela
ejemplifica como ningún otro tema la muerte del periodismo. Se trata de un país
sobre el que no se nos informa, se nos deforma. Vulnerando el derecho de los
ciudadanos a estar informados, nos inducen a pensar de determinada manera
mostrándonos una información parcial que no responde a las preguntas básicas
del periodismo: qué, quiénes, dónde, cuándo y por qué. En la ocultación de esos
porqués, las causas que explican los hechos mostrados, radica la gran
manipulación de la prensa internacional con Venezuela. En los pocos casos en
que se apunta a las causas, se hace de manera descontextualizada, parcial y
desde una lectura política determinada, siempre coincidente con la de la
oposición política, nunca con la del Gobierno venezolano. Esto es sumamente
grave, máxime en un contexto de confrontación política abierta.
La
versión de Venezuela que nos transmiten nuestros medios es una lectura con un
sesgo de clase más que evidente para cualquiera que conozca la composición de
las estructuras sociales latinoamericanas. Nuestros medios actúan, de facto,
como correa de transmisión de la visión de las élites venezolanas y los
sectores de la “clase media” aspiracional, que engrosan mayoritariamente las
filas de la oposición. En contraste, se niegan a dar voz al Gobierno venezolano
y a los sectores sociales populares que son la base del chavismo. Incluso
cuando entrevistan a personas de extracción popular, nunca muestran a un
trabajador o trabajadora chavista, que pueda explicarnos cómo vive ese proceso
político. A pesar de que más de 6 millones de venezolanos votaron por Nicolás
Maduro en mayo de 2018, la prensa española es incapaz de encontrar a ningún
venezolano que esté a favor de Maduro y dé su testimonio. Curioso, por no decir
sospechoso...
No estamos pidiendo a los periodistas
que sean neutrales ante un conflicto, nadie lo es. Pero sí que sean honrados y
diferencien los hechos de su opinión, algo que reconoce el propio Código Deontológico de los periodistas españoles. Quizás a Hernández y al
resto de corresponsales españoles en Venezuela les quedan muy lejos los años de
Universidad, cuando les enseñaron principios recogidos en el código como la
necesaria pluralidad, la responsabilidad de informar, el respeto a la verdad o
el no omitir informaciones esenciales. Cuando se presenta sólo un lado de la
historia se omiten informaciones esenciales, por tanto, no se está informando,
se está manipulando o, en palabras de Hernández, mintiendo.
Hablemos, por
tanto, de omitir informaciones esenciales y pasemos a responder dos apartados
con los que finaliza su carta, dedicados a “Las víctimas de la desnutrición en
Venezuela” y “las sanciones y el cerco al petróleo”.
Las víctimas del capital internacional
Hablar de
víctimas de la desnutrición y de ausencia de medicamentos, dando datos, pero
sin explicar o poner en perspectiva esos datos, es también una manera de
falsear la realidad. Para un científico social los datos por sí solos no
explican nada, si no se saben interpretar. Y en esa interpretación es donde
entra el estudio teórico y la validación empírica sobre el tema del que se
habla. De Venezuela se habla mucho desde la anécdota, y también desde el
sensacionalismo cuando se mencionan temas tan sensibles como las muertes de
niños, pero poco desde el análisis político con perspectiva histórica. Este
análisis es imprescindible para colocar a la Revolución Bolivariana como parte
de un proceso histórico de luchas populares por la justicia y la emancipación,
en una región latinoamericano-caribeña signada por una brutal desigualdad y por
la constante injerencia estadounidense para abortar todo proyecto que ose
desafiar sus intereses geoestratégicos en un territorio que es su reserva de
recursos (aquí no estaría de más recordar que Venezuela detenta las principales
reservas probadas de petróleo del mundo). El conocimiento de la Historia, del
comportamiento de las élites latinoamericanas y mundiales, así como buscar
fuentes de información alternativa que den voz a los actores sociales
subalternos y silenciados, ayudaría mucho a los lectores españoles a tener una
visión un poco más amplia sobre lo que está sucediendo en Venezuela.
Quizás los
periodistas podrían contribuir a esa labor haciéndose eco de trabajos como el
de Pasqualina Curcio, economista venezolana que ha estudiado el modelo
económico y los ataques que la economía de Venezuela está padeciendo. En su
reciente Informe sobre el impacto de la guerra económica contra el pueblo de Venezuela, realizado con la Fundación
Latinoamericana de Derechos Humanos (FUNDALATIN), Curcio, además de hacer un
repaso a las medidas que sancionan y bloquean la economía venezolana, nos
cuenta que las pérdidas de la guerra económica para el Gobierno venezolano
ascienden a más de 114.000 millones de dólares.
Esta guerra
ha consistido también en un ataque al bolívar, de carácter especulativo,
estableciendo un tipo de cambio paralelo fijado desde fuera del país, que
explica el 40% de la caída del PIB venezolano en 2016 (el 60% restante proviene
de la caída de las exportaciones petroleras, que constituyen el 96,6% de la
producción nacional venezolana). Según la economista, “de 2013 hasta la fecha
han manipulado el tipo de cambio 3500 millones por ciento”. Y esos ataques han
estado relacionados con momentos políticos clave, en una lógica de
desestabilización y no en una correlación de factores económicos. Como se puede
ver en la gráfica, los números son mareantes.
También podemos enterarnos, leyendo a
Curcio en su libro La
mano visible del mercado, de que las empresas farmacéuticas
privadas que controlan la importación de fármacos en Venezuela y reciben
divisas a precio preferencial del Gobierno para ello, no obtuvieron pérdidas
operativas ni disminución de ganancias operativas ni caída de ventas ni se les
recortaron las divisas por parte del Gobierno en el período estudiado,
2012-2014. Pese a ello, en 2015 la escasez de medicamentos había alcanzado el
70%. Misterios de la ciencia, o del chantaje económico… Quizás son estas
empresas las que tendrán que responder algún día ante las muertes de tantos
niños y adultos que no pueden encontrar esos medicamentos en su país, o deben
pagarlos a precios especulativos.
La
combinación de hiperinflación, explicada por características estructurales de
la economía rentista petrolera venezolana, que se unen a políticas de ataque
deliberadas de naturaleza política, y no económica, dan lugar a una situación
económica que afecta duramente al bolsillo de los venezolanos. El capital
internacional, los comerciantes nacionales y las políticas especulativas de
ambos han logrado desplomar el salario real de los venezolanos, pese a las
subidas reiteradas del salario mínimo por parte del Gobierno. Esta es una
realidad que nadie duda y que cualquiera que haya visitado Venezuela puede
comprobar. Sin embargo, los que nos acusan de ocultarla (cosa que nunca hemos
hecho), paradójicamente ocultan sus causas para evitar dar explicaciones. Eso les
llevaría a explicar por qué la economía venezolana está siendo distorsionada
por los grandes capitales, venezolanos e internacionales, para provocar una
desestabilización política conducente a un “cambio de régimen”. Nada nuevo en
la historia de América Latina, por cierto.
¿Que Venezuela, a pesar de los esfuerzos
realizados en estos años de Revolución, sigue teniendo problemas de corrupción,
falta de inversión, ineficiencia de la administración pública, pobreza,
desigualdad? Tampoco nadie lo niega, ni el propio Gobierno venezolano, como
reconoce Hernández. Ahora bien, Venezuela no es el único país del mundo –y
mucho menos del continente latinoamericano– que tiene problemas, aunque leyendo
o viendo nuestros medios pudiéramos pensarlo. Lo grave es que con Venezuela se
está construyendo un libreto desde hace años para justificar una intervención
militar de tipo “humanitario”, apelando a la existencia de una “crisis
humanitaria” que obligue a otros países a intervenir bajo el argumento de la
“responsabilidad de proteger”, como en Libia. La crisis humanitaria no es tal pero
se trata de validarla con testimonios parciales y reportajes periodísticos
sesgados. Por eso, sobredimensionar los problemas de Venezuela en estos
momentos, o ponerlos como explicativos en exclusiva de la crítica situación
política y económica actual es un ejercicio de mal periodismo, cuando no de
mala fe. Y si no hay mala fe, hay ignorancia e ingenuidad, lo cual es muy malo
para el ejercicio de un periodismo que se precie, que siempre debería indagar e
ir más allá de lo aparente y los relatos oficiales.
Por último,
un aspecto fundamental. Ignorar que todo lo anterior forma parte de una guerra
multifactorial, híbrida, contra el Gobierno y el pueblo venezolano, por haber
elegido hacer políticas soberanas en un país acostumbrado a plegarse a los
intereses estadounidenses durante la IV República, es obviar la parte más
importante de la ecuación. Sin ella, nada de lo que está pasando en Venezuela,
ninguno de los problemas que se enfrentan puede entenderse. No lo decimos
nosotros, lo dicen los propios documentos militares de EEUU y las declaraciones
de sus líderes políticos, donde Venezuela es un objetivo militar al que batir
para beneficio de los intereses de las grandes empresas estadounidenses,
principalmente petroleras. El antecedente de Irak debería ser suficiente para
mantenernos alerta frente a los que nos hablan de llevar la “democracia” a
países que, casualmente, tienen grandes riquezas petroleras.
Periodismo: verdad y compromiso
Un periodista
puede elegir hablar de eso, del ataque a Venezuela, o bien hablar de lo malo
que es su Gobierno. Prioridades, lo llaman. Curiosamente, los periodistas que
publican en los grandes medios tienen siempre la prioridad de defender la
versión del Estado más fuerte, escudándose en una preocupación por los sectores
vulnerables. Poco importa si esos sectores vulnerables viven mejor bajo un
proyecto político que intenta ayudarles con políticas sociales frente a un
modelo que dice preocuparse por los pobres pero sólo los instrumentaliza a su
conveniencia, como hacen las élites estadounidenses, venezolanas y también
españolas. El problema es que la mayoría de los pobres venezolanos no quieren
ser instrumentalizados por las élites desde hace 20 años.
Por supuesto,
a la prensa española ni se le ocurre siquiera pensar que algo de lo que pueda
decir el Gobierno venezolano sea cierto. Con tono suspicaz y hasta de burla, dudó del intento de magnicidio del presidente Maduro perpetrado
en agosto de 2018, atreviéndose a insinuar que podría ser un “autoatentado”
para justificar la “represión”. Ha tenido
que venir un medio tan poco chavista como CNN a reconocer que hubo un complot para el asesinato del Presidente venezolano. También The New York Times ha sacado los colores
recientemente al resto de la prensa internacional, publicando que detrás de la quema de los camiones de supuesta “ayuda humanitaria” que
estaban en Cúcuta esperando entrar a Venezuela, ejecutada por el Gobierno de
Nicolás Maduro según nuestra prensa, se encontraban los manifestantes
antichavistas del lado colombiano. Una información que, desde el minuto uno, se
encargaron de transmitir periodistas de TeleSUR o La Jornada que estaban sobre el terreno
pero que fue ninguneada por nuestros corresponsales en Caracas. Ambos
casos tienen en común la duda sobre la versión que da una de las partes,
precisamente la que luego se comprueba que está diciendo la verdad, mientras se
avala sin crítica la versión contrapuesta.
Corresponde a
los periodistas contar la realidad de manera plural, apegada a la verdad,
mostrando la complejidad de un país que se encuentra al borde de una
intervención militar que pone en riesgo la vida de todo un pueblo, chavista y
no chavista. Hacer un periodismo que omite esta coyuntura y refuerza los
elementos sobre los cuales se ha estado construyendo la excusa para la
intervención (“la crisis humanitaria”), es una muestra de irresponsabilidad no
ya periodística sino humana.
Pero,
paradojas de la vida, quienes asesinan el periodismo son incapaces de ver dónde
están parados y consideran más importante dar lecciones teóricas de periodismo
a los no periodistas. Quizás podrían empezar a defender la profesión
denunciando las presiones que muchos periodistas honrados reciben al realizar
su trabajo de manera ecuánime, apostando por un periodismo auténticamente
independiente de los intereses corporativos. Eso e informar con pluralidad
ayudaría a recuperar un periodismo que merezca llamarse como tal, no prestándose
a ser un peón más de la propaganda del establishment mundial contra un pueblo, el
venezolano, que, pese a las dificultades y los ataques, sigue resistiendo para
defender su soberanía y su dignidad.
La realidad
se puede contar de muchos modos, sí, pero contarla sesgada es mentir. Y mentir
siendo periodista debería invalidar para ejercer un oficio que, en estos
tiempos de post-verdad, necesita cada vez más de profesionales valientes y
comprometidos con la verdad.
*Arantxa Tirado es politóloga. Doctora en Relaciones Internacionales
por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y Doctora en Estudios
Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Durante
el año 2011 residió en Caracas y es integrante de la Plataforma Catalana de Solidaridad
con Venezuela.