Por Patrick Martin
El Senador estadounidense por el estado
de Vermont, Bernie Sanders, lanzó su campaña en busca de la nominación
presidencial demócrata con mítines el sábado en Brooklyn, Nueva York, y el
domingo por la noche en Chicago. En ambos eventos, sus discursos retrataron una
Presidencia más ambiciosa que cualquier otra en reformar la sociedad estadounidense
desde el Nuevo trato de Franklin Roosevelt hace más de 80 años.
El discurso de Sanders fue un
ejercicio de demagogia política porque no existe ninguna relación entre las
reformas que prevé y cualquier estrategia realista para su implementación.
Sanders prometió “crear
finalmente una economía y un Gobierno que funcione para todos y no solo el 1
por ciento”. Continuó, refiriéndose evidentemente a la Presidencia de Donald
Trump, “El principio subyacente de nuestro Gobierno no será la avaricia, el
odio y las mentiras… No serán los recortes de impuestos a los milmillonarios y
los esfuerzos para dejar a millones sin seguro médico que actualmente lo
tienen. Esta campaña acabará todo eso”.
Sanders afirmó que, bajo su
Gobierno, “No tolerará más la avaricia de un Estados Unidos corporativo… la
avaricia que ha dejado a este país con una mayor desigualdad de ingresos y
riqueza que la de ningún otro país grande en la Tierra”.
El candidato resumió una
serie de reformas socioeconómicas, incluyendo un seguro de salud garantizado,
universal y de pagador único; un salario mínimo de $15 por hora; la creación de
13 millones de empleos con salarios dignos por medio de un programa para
reconstruir la infraestructura de EUA; un cuidado maternal de calidad y
asequible; universidades públicas con matrícula gratis y una reducción en las
deudas estudiantiles; un aumento en los beneficios del seguro social; y la
transformación del sistema energético para recortar el uso de combustibles
fósiles como parte de un esfuerzo contra el cambio climático.
Estas propuestas sin duda
atraerán un apoyo popular considerable, como en la campaña de 2016 cuando
recibió más de 13 millones de votos en las primarias y asambleas electorales
demócratas.
Su discurso no dispuso de las
palabras “capitalismo”, “propiedad privada”, “sistema de ganancias”,
“imperialismo” y la notoria palabra con S del “socialismo”.
Sanders se refirió a una
“revolución política”. Pero esta “revolución” se logrará supuestamente bajo la
dirigencia demócrata, el partido moderno capitalista más viejo, y no tocará la
institución de la propiedad privada que constituye el cimiento de la
desigualdad capitalista.
Fundamentalmente, las
revoluciones involucran la transferencia del poder político de una clase a la
otra. Sin embargo, Sanders no llama a derrocar revolucionariamente a los
capitalistas. En cambio, el septuagenario dará discursos y las ciudadelas de la
clase gobernante se derrumbarán supuestamente como los muros de Jericó.
¿Realmente cree Sanders que,
en Estados Unidos, el corazón de la reacción mundial, la oligarquía capitalista
más despiadada del mundo simplemente le abrirá las puertas a esta “revolución
política” y le entregará billones de dólares en beneficios sociales a la clase
obrera sin disparar una sola bala?
No, no lo cree, y ahí está su
deshonestidad. En Nueva York, Sanders invocó su propia biografía, declarando,
“Sé de dónde vine”. Para ser consistente, también debió haber reconocido adónde
fue a terminar: de origen humilde, se volvió experto en demagogia y abastecimiento
de ilusiones.
Sanders dirige sus palabras a
los profundos sentimientos de cientos de millones de trabajadores y jóvenes. Se
dedica a encarrilar estos sentimientos detrás de un programa político que no
puede lograr nada de lo que promete.
En 2016, Sanders endosó a
Hillary Clinton, a quien repetidamente expuso como un títere de Wall Street. De
esta manera, traicionó las aspiraciones de sus simpatizantes y dejó el
escenario listo para que el fascistizante Donald Trump se convirtiera en
presidente.
Una vez más, según comienza
su campaña para la nominación presidencial en 2020, Sanders está intentando
encauzar toda la oposición política hacia el callejón sin salida del Partido
Demócrata, incluso mientras su partido se le opone y no tiene la mínima intención
de implementar nada de lo que propone.
El discurso de Sanders se
basó en gran parte en la “segunda Carta de derechos” propuesta por el
presidente Franklin D. Roosevelt en su discurso del “Estado de la Unión” de
1944. Buscando aminorar la militancia de una clase obrera que no aceptaría el
regreso a las condiciones de los tiempos de la Depresión al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, Roosevelt declaró:
“Debemos darnos cuenta
claramente del hecho de que la verdadera libertad individual no puede existir
sin seguridad e independencia económicas. ‘Los hombres necesitados no son
hombres libres’. Un pueblo con hambre y sin trabajo es de lo que están hechas
las dictaduras.
“En nuestros días, estas
verdades económicas se han aceptado con evidentes por sí mismas. Hemos
aceptado, por así decirlo, una segunda Carta de derechos sobre la cual se
pueden establecer nuevos fundamentos de seguridad y prosperidad para
todos—independientemente de su estación, raza o credo—”.
Roosevelt propuso una serie
de reformas económicas poco definidas que incluirían el “derecho” a “un trabajo
útil y remunerado”, el “derecho a ganar lo suficiente”, el “derecho de cada
familia a un hogar digno”, el “derecho a una buena educación” y “el derecho un
cuidado médico adecuado”.
Sin embargo, incluso en la
cumbre del poder estadounidense, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, la
versión más humana del capitalismo estadounidense ideada por Roosevelt era una
visión malograda. Roosevelt murió en abril de 1945 y la guerra fue seguida por
una ola de reacción política que culminó en el mccarthismo. Veinte años
pasarían para que, a mediados de los sesenta, el Gobierno del presidente Lyndon
Johnson, bajo la presión del movimiento de masas por los derechos civiles y los
amotinamientos en importantes ciudades estadounidenses, implementaría su
programa de la Gran Sociedad. Esta fue una versión sumamente reducida de la
“segunda Carta de derechos” de Roosevelt, cuyas reformas fueron mucho menores
que las medidas socialdemócratas en gran parte de Europa occidental.
El breve episodio de
reformismo capitalista durante los años de Kennedy-Johnson pronto dio paso a
una despiadada contrarrevolución social que han presidido Administraciones
tanto demócratas como republicanas durante los últimos 40 años. El resultado ha
sido la degeneración de Estados Unidos en una sociedad oligárquica
caracterizada por niveles pasmosos de concentración de riqueza en el 10 por
ciento más rico, mientras que el otro 90 por ciento experimenta dificultades
económicas y, llanamente, pobreza.
Sanders nunca da ninguna
explicación sobre cómo llegará a pasar nada de lo que dice. Las políticas que
está denunciado han sido la especialidad del Partido Demócrata y el Republicano
por décadas. Y, en un periodo de interminables ataques contra la clase obrera,
estas políticas han caracterizado y caracterizan el capitalismo en todo el
mundo.
Sanders
no puede explicarlo porque solo hay una explicación: la que Karl Marx y
Friedrich Engels dieron en El
manifiesto comunista: que el capitalismoempobrece a las masas para
enriquecer a los capitalistas. El capitalismo es
la causa de la guerra, la desigualdad y todo mal social al que Sanders dice
oponerse.
Sin embargo, Sanders no apoya
acabar con el capitalismo. Está apelando a las aspiraciones de sus simpatizantes
solo para traicionarlos.
El socialismo solo se puede
lograr a través de la movilización masiva de la clase obrera para conquistar el
poder estatal, como parte de un movimiento revolucionario de la clase obrera
internacional y para llevar a cabo la expropiación de la clase capitalista y el
establecimiento de la propiedad pública de los medios de producción. Esa es
perspectiva por la que lucha el Partido Socialista por la Igualdad.